El icónico suéter rojo con diseños de ovejas que llevó la princesa Diana en 1981, poco después de su compromiso con el entonces príncipe Carlos, se vendió por 1.100.000 de dólares, según anunció la casa de remates Sotheby’s, que organizó la venta en línea.
La casa de subastas amplió unos minutos la venta ante la avalancha de pujas que llegaron al filo del cierre y que hicieron que el precio subiera de 190.000 dólares a los 1.1 millones en 15 minutos. Se trata del precio más alto que ha alcanzado una prenda que perteneció a la princesa Diana, tras los 604.800 dólares del vestido de baile estilo “Infanta” vendido en enero.
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En junio de 1981, una recién comprometida Diana Spencer lució el suéter rojo con motivos de ovejas creado por las entonces poco conocidas diseñadoras Sally Muir y Joanna Osborne, que tres años antes habían creado la empresa de punto “Warm and Wonderful”. El suéter fue una de las prendas más emblemáticas que vistió la princesa Diana.
El éxito de aquel abrigó catapultó a la fama a ambas diseñadoras, inaugurando una tendencia que ha llegado hasta nuestros días con prendas que viste la realeza y que rápidamente se convierten en tendencia.
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Semanas después de que Diana fue fotografiada con el suéter, las diseñadoras recibieron una carta del palacio de Buckingham, donde les explicaban que la prenda había sufrido algunos desperfectos en una manga y preguntaban si se podían reparar o incluso sustituir. Las diseñadoras le enviaron una nueva prenda, lo que les valió una carta de agradecimiento del secretario privado de la princesa, Oliver Everett.
Con el paso del tiempo, se asumió que el abrigo original había sido reparado y enviado a algún cliente. Pero en marzo de 2023, una de las diseñadoras encontró la prenda original, que finalmente se subastó. Según fotografías de la casa de remates, la prenda vendida tiene varios agujeros en una manga.
Con información de AFP.
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Vida, muerte, fantasía, ilusión, deseo… pulsiones y condición humana
- Ricardo Rivas
- Periodista
- X: @RtrivasRivas
- Fotos: Gentileza
Vida, muerte, ilusión, deseo... pulsiones incrustadas en la condición humana, aunque “reyes y peones, al final de la partida, vuelven a la misma caja”.
“¿Fantasear o desear...?”. Ese era el dilema que, en frecuentes charlas de café, proponía un tan veterano como anónimo polemista que habitaba, cuando la tarde agonizaba, algunas de las selectas mesas en el mítico café La Paz, en la esquina de la avenida Corrientes 1593, cuando esa arteria cordial se cruza con la calle Rodríguez Peña, muy cerca del Obelisco, en Buenos Aires, unos 1.300 kilómetros al sur de mi querida Asunción.
Era los años 70, en el siglo pasado. Enfrente –justo en diagonal– intentaba competir el bar Ramos. En concurrentes habituales estaban cabeza a cabeza. Inolvidables, por cierto. Pero el caso es que, luego de encender la polémica con aquel interrogante, con impostado tono académico, intentaba, aquel sanatero, zamarrearnos.
¡Me parece verlo! Acomodaba prolijamente los dos o tres libros de Sigmund Freud o de Foucault que siempre llevaba con él y lentamente –como buscando las palabras más adecuadas– iba al punto. Fumaba tabaco inglés en una pipa muy gastada y sobre su prominente nariz montaba espejuelos redondos tonalizados verde oscuro.
“El tío Segismundo –ironizaba mientras revoleaba sus manos refiriéndose a Freud– cuando compartíamos algunos puros con amigos en el Café Frauenhuber, en la inolvidable Viena, nos explicaba con claridad, jóvenes amigos, palabra más, palabra menos, que solo fantasean las personas insatisfechas”.
PULSIÓN
Lo seguíamos en silencio. Algunas veces –como la ignorancia nos impedía responder y/o, mucho menos, poner alguno de sus dichos en duda, hacía una pausa que disfrutaba y, si la memoria no me falla, en aquel caso puntual remató: “Cada fantasía surge de una pulsión para cumplir con un deseo insatisfecho, muy deseado, que corrija la realidad”.
Nunca recuerdo su nombre. En verdad, no tengo claro si alguna vez lo supe. Pero sí, sus anécdotas con pretensiones académicas y que se definía como “un libre pensador, diletante”. ¡Nos maravillaba! Aunque –debo admitirlo– teníamos dudas que no confesábamos sobre su presunta sabiduría por aquello de que entre los ciegos un tuerto es rey.
“¡Déjese de joder, farfullante…!”, recuerdo que le dijo –indisimuladamente molesto y a voz en cuello– un reconocido profesional y estudioso freudiano, de quien exclusivamente consignaré sus letras iniciales (G.G.), que incontenible por lo que también escuchó abandonó su café en una mesa cercana y lo increpó sin miramientos.
Un pesado silencio cubrió todas y cada una de las mesas. El increpado no atinó a responder. Se retiró cabizbajo –con sus tres libros bajo el brazo– enmudecido y sin plantarle cara. El increpante nos miró, se disculpó “por interrumpir la conversación sin que nadie me llame” y fue al punto: “Simple y sencillo, muchachos. La fantasía tiene que ver con el imaginario. Con lo que creemos o sabemos que muy difícilmente suceda. Con aquello que suponemos imposible y que, de alcanzarlo, imaginamos sería placentero, pero sabemos que no podrá ser. Desear es converger la fantasía con la realidad más deseada en algún momento de tu vida. ¡No entender esa diferencia es grave… y, pretender explicar desde la ignorancia y la confusión, no lo puedo dejar pasar!”.
Renovó su disculpa y volvió a su mesa. “Como una escuela de todas las cosas...”, como nos enseñó Discépolo cuando escribió aquel tangazo que llamó “Cafetín de Buenos Aires”, así era el bar La Paz. Fantasías. Deseos. Ilusiones. Me atrevo a añadir que, como entonces, en estos tiempos de imágenes exacerbadas y exacerbantes que circulan y atropellan en los avasallantes ecosistemas digitales que facilitan las comunicaciones reticulares contemporáneas, aquellas –junto con la vida y la muerte– emergen como inevitables pulsiones incrustadas en el día a día de nuestros días.
OXÍMORON
Claramente, forman parte de la condición humana. Pese a que, con el correr de los tiempos y a la democratización de las monarquías (¿oxímoron?), con mucho menos frecuencia que algún tiempo atrás y, en aquel contexto, escuchar decir “vida de príncipes”, sorprende porque pareciera ser una expresión que cae en desuso.
Aun así, hay quienes insisten con ella cuando se procura producir sentido respecto de alguna persona que –a juicio de quien así se expresa– tiene allanado el acceso a poderosos y poderosas o cuando dispone de bienes materiales en abundancia o cuando no debe preocuparse por necesidades que –como tales– sí lo son para la mayoría de la humanidad.
En ese contexto, tampoco el futuro debiera ser preocupante para quienes tienen –siempre a la vista de las otredades– tránsitos principescos o, acaso, propios de las realezas. Hambre, desocupación, falta de salud, de educación. En aquel contexto, se suponen alejados de aquellos y aquellas minorías vistosas. Sentires y decires. Pareciera, incluso, que nada ni nadie está exento, alguna vez, de emitir esos juicios o ser depositario de ese tipo de expresiones.
Hasta la muerte –en ciertas ocasiones, por la forma en que se produce y a quien afecta– hace que no sean escasas las voces que se atreven a afirmar que Mengana o Fulano “murió como un príncipe”. En el siglo XIX y buena parte del XX era frecuente que así se significara la partida de este mundo cuando las y los finados eran considerados socialmente como “patricios” o “ricos”.
Curioso, por cierto. Y tanto lo era (y es) que vaya a saber a quién y en qué situación tuvo la lucidez para destacar que “al final de la partida, reyes y peones vuelven a la misma caja”. ¿Sabiduría popular? Tal vez.
LA BODA DEL SIGLO
Aún recuerdo cuando el 29 de julio de 1981 –la tele satelital cuando el mundo era mundial y para nada global– puso “en el aire” (vieja expresión de uso común en la radiotelefonía de entonces, hoy casi olvidada), desde la catedral de San Pablo, en Londres, la que fue llamada como la “boda real o del siglo” porque, aquel día, el príncipe Carlos (32) –hijo primogénito de Isabel Alejandra María Windsor (1926-2022), la reina Isabel II del Reino Unido y de la Commonwealth desde 1952 hasta su muerte– contrajo matrimonio con la joven aristócrata llamada Diana Spencer (20).
Cerca de 800 millones de televidentes lo vimos. “¡Parece un cuento de hadas...!”, escuché decir a dos mujeres que – como otros muchos, frente a una vidriera colmada de televisores– vimos pasar a Carlos, por entonces príncipe de Gales, y Diana recién casados, a bordo del 1902 State Landau, como se conoce al carruaje que, en aquel año, el rey Eduardo VII –tío del contrayente– ordenó construir para ceremonias relevantes.
En la Argentina, desde poco menos de tres años, teníamos tele en colores. La novia, tanto en el ingreso a San Pablo –luego de descender junto con John, su padre, VIII conde de Spencer, de un carruaje vidriado– como en el momento en que salió de esa catedral con su esposo convertida en “alteza real”, tuvo que detenerse varios minutos para que las “damas de honor” acomodaran la cola de su vestido “de casi ocho metros de largo”, relataba la transmisión oficial.
¡Hermoso para ver! Un año y 22 días después –el 21 de julio de 1982– se anunció el nacimiento del príncipe Guillermo, heredero de la corona británica. El 15 de setiembre de 1984 –setecientos ochenta y siete días después que su hermano mayor– nació el príncipe Enrique.
Sin embargo, y como sostiene el dicho popular, “no todo lo que reluce es oro”. El 28 de agosto de 1996 –cinco mil quinientos nueve días después de aquella boda principesca– Diana y Carlos se divorciaron. Con el paso del tiempo la fantasía pública trocó en públicos desatinos vinculares. La princesa descubrió y confirmó que el príncipe tenía como amante a Camilla Parker-Bowles, una amiga de la Casa Real. ¡Crisis!
MULTITUD
Carlos pasó –para muchas y muchos– a ser el “realmente odiado”. Diana, en el transcurso de 1995, decidió no ocultar la situación. Habló con la BBC, la tele pública en el Reino Unido. “¿Cree que Camilla Parker-Bowles fue el factor que desencadenó el fracaso de su matrimonio?”, preguntó el periodista Martín Bashir a “su alteza real”. La respuesta fue simple, breve y clara: “Bueno, éramos tres en mi matrimonio. Y eso es una multitud”. El 31 de agosto de 1997, Diana, Dodi Al-Fayed (1955-1997), multimillonario egipcio, y el chófer, Henri Paul, murieron en un accidente de tránsito ocurrido en el interior del túnel del Pont de l’Alma, en París.
Aquel príncipe, Charles Philip Arthur George (77), desde el 8 de setiembre de 2022, es Carlos III, rey del Reino Unido y de los otros reinos de la Mancomunidad de Naciones. Camilla Rosemary Shand, luego Parker-Bowles (78) –la tercera de aquel matrimonio principesco que “era multitud”, como lo sentenció Diana, “la princesa del pueblo”, como la categorizó para siempre el ex primer ministro Tony Blair, el 31 de agosto de 1997– es reina consorte.
Fantasías. Deseos. Ilusiones. Condición humana. Fantasías. Deseos. Ilusiones. “Cambia, todo cambia”, canta como nadie Mercedes Sosa. Los khasi –una minoría étnica originaria que habita en el estado de Meghalaya, noreste de la India desde antes de las invasiones dravídicas pobladoras del sur en ese mismo país– desconocen quiénes de sus antecesores y cuándo comenzaron a orientar las raíces de los árboles para construir con ellas “puentes vivientes”.
Lejos de aquellas selvas inigualables, recién se supo algo de los que se conocieron entonces también como “los puentes de raíces vivas de Sohra (Cherrapunji)”, cuando era avanzado el siglo XIX. Los exploradores occidentales se asombraron con aquel descubrimiento. En La Sociedad Asiática, un histórico periódico que se publicaba en Calcuta en 1844, se consignó la información. Desde aquellos tiempos, es polo de atracción hasta nuestros días.
“AMOR RECÍPROCO”
Hacia allí, unas tres semanas atrás, partieron en luna de miel el príncipe Raj Raghuvanshi (21) y la princesa Sonam Raghuvanshi (24). Eran marido y mujer porque sus madres –en esa sociedad matrilineal– así lo acordaron. Ambos pertenecían a la misma clase social y casta. Aquel enclave natural que, además, con unos 12.000 milímetros de lluvias anuales es, según Guinness, el lugar más lluvioso de cada año, era perfecto para manifestarse amor recíproco sin interferencias. La actuación crucial de la mehndi, la celebración musical previa, la ceremonia principal, la fiesta posterior quedaron atrás.
Me explican –por Whatsapp, desde Nueva Delhi, tres diplomáticos chimenteros que me pidieron anonimato– que los fastos nupciales se extendieron por cuatro días. Las dos familias en estado de tranquilidad. Espiritual, social y económico. No faltó nada. Se observaron todos los rituales. Homa (la ofrenda al fuego) se concretó. El Panigrahena, los unió como nunca antes. Las siete vueltas al fuego –el Satapadi– hizo celebrar a muchas y muchos, sonreír a las y los más refinados y desear, ilusionarse... soñar, a otros y otras.
Samskara se instaló en la flamante pareja. Luego, silencio. Los días pasaban y... más silencio. Pero irrumpió la angustia. Primero en el que fue el pueblo de ambos, luego en la provincia, la región y, finalmente, en todo el país. “¿Dónde están?” “¿Qué se sabe?”. La falta de novedades fue parte de las informaciones de la agencia de noticias nacional. Se iniciaron las búsquedas. Los supuestos ganaron el espacio público. Las ideas conspiranoides de poderosos y poderosas ingresaron en los circuitos informativos.
Nadie respondía a las incesantes llamadas a los móviles de Raj y Sonam. La policía y los servicios de inteligencia de la India los monitoreaban inútilmente. También el de uno de los hermanos de la princesa. ¡Nada! Pero, cuando nadie lo esperaba, todo cambió. El domingo pasado aquella novia obediente de los acuerdos y mandatos familiares que se mostró alegre, ilusionada, ante los unos y los otros; que fue objeto de los comentarios de sus vecinos e incluso blanco preferente a la vista de aquellas y aquellos que por ser de clases inferiores o de castas poco respetables no debieran haberla mirado, trocaron interrogantes y angustia sociales.
DIMES Y DIRETES
Desde algunos anocheceres en las sacudidas calles de aquel país con 1.400 millones de habitantes, se sabía por trascendidos –que más tarde se confirmaron– que el cadáver de Raj fue encontrado y recuperado de las profundidades de un precipicio con abundante vegetación. Fue el momento de los dimes y diretes. Se conoció el escabroso detalle de que el cuerpo lo encontraron con el cráneo partido con dos golpes duros aplicados con algún objeto contundente y cortante.
¡Horror! Rescatistas e investigadores tuvieron la convicción de que fue asesinado. Así lo dejaron trascender. No murió como un príncipe. Pero las honras fúnebres sí lo fueron para despedir a su alteza real. Sonam, esposa por un breve tiempo –geolocalizada desde el momento en que se comunicó con uno de sus hermanos– supo por quienes la hallaron que era viuda.
Gritó. Se ahogó en llanto. Insistió con el deshilachado argumento de que fueron víctimas de secuestro. Pero no tenía una coartada que generara, por lo menos, una duda. También supo que Rai Kushwaha, un chófer a su servicio, estaba preso en otra celda. Fue apresado en su pueblo natal, Madhya Pradesh. Contrastaron sus respuestas. Eran amantes desde tiempo antes de que Sonam y Raj protagonizaran una boda principesca.
Como en el caso de Carlos y Diana –con Rai– también se constituyeron en multitud. El amante capturado también confesó. Señaló a los tres criminales que asesinaron al príncipe –sus cómplices– a los que convenció para que ejecutaran al joven esposo de la mujer que también amaba.
Los sicarios fueron apresados. Abrumados, admitieron. La exprincesa viuda dejó de ser víctima para ser victimaria. La justicia la acusa de ser quien incitó a su frustrado enamorado de la necesidad de asesinar a Raj. Vida, muerte, ilusión, deseo... pulsiones incrustadas en la condición humana, aunque “reyes y peones, al final de la partida, vuelven a la misma caja”.
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Corte: pago del 10% del precio de subasta se hará vía transferencia bancaria a cuenta del rematador
En sesión plenaria de este miércoles, la Corte Suprema de Justicia ratificó, mediante la Resolución N° 12.077, que el pago del 10 % del precio de una subasta, realizada por el licitador al rematador en la Secretaría de los Juzgados, pueda efectuarse mediante transferencias bancarias a través del sistema SIPAP. La cuenta bancaria receptora deberá ser unipersonal y estar a nombre del rematador interviniente en el acto de la subasta.
Al respecto, el ministro de la máxima instancia judicial, Alberto Martínez Simón, señaló que esta medida representa un cambio significativo en la mecánica de las subastas judiciales, teniendo en cuenta que, hasta la fecha, dicho pago debía realizarse en efectivo.
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“Esto cambia la manera de trabajar en las subastas, brindando una seguridad muy importante a los compradores, que ya no tendrán que portar dinero en efectivo hasta el lugar del acto”, expresó el alto magistrado.
Con esta decisión, el pleno de la Corte refrendó la Resolución N° 114 del 3 de junio de 2025, dictada por el Consejo de Superintendencia, por la cual se aprobaron los criterios establecidos por el Departamento de Tesorería, conforme a lo expuesto en el exordio de la resolución.
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Senabico destina 50 % de las subastas a proyectos de rehabilitación de adictos
El secretario general de la Secretaría Nacional de Administración de Bienes Incautados y Comisados (Senabico), Santiago Arza, informó que el 50 % del dinero resultante de las subastas se destina a financiar proyectos de rehabilitación de adictos. Hasta el momento ya se direccionaron 34.000 millones de guaraníes a estos programas y se prevé seguir con estos planes acorde a la disponibilidad de los fondos.
“La Senabico continuamente organiza subastas, pero todo ese dinero es depositado en el Tesoro público a cargo del Ministerio de Economía y Finanzas y ya los trámites administrativos que ponen disponibles esos fondos. Una vez que eso esté recién el Consejo se reúne para la aprobación de nuevos proyectos”, señaló a la 1080 AM.
Explicó que por Ley está establecido el porcenaje de distribución de los recursos provenientes del dinero comisado y de todos los productos de la subasta que realiza la Senabico. Es así que el 50 % de esos fondos se destina a financiación de proyectos de rehabilitación de adictos, inserción social y prevención de hechos punibles.
“Ese destino de ese dinero se hace a través de la conformación de un Consejo que establece también la Ley y conformada por seis instituciones que son la Senabico, el Ministerio del Interior, el Ministerio Público, la Corte Suprema de Justicia, la Senad y el Ministerio de Salud Pública a través de representantes que designan sus máximas autoridades”, expresó.
Del dinero recaudado de subastas y de sentencias firmes y ejecutoriadas, ya se han financiado varios proyectos, entre ellos uno ejecutado por el Ministerio de Salud en conjunto con la Senad. Se trata de un Centro de Rehabilitación ubicado en la ciudad de Piribebuy inaugurado en enero de este 2025.
“Es un proyecto que implica lugar para 30 personas, todo pago, con atención absolutamente gratuita por un período de cinco años. Pasan primero por un proceso de desintoxicación y diagnóstico a través del Centro Nacional de Control de Adicciones y según criterio de los profesionales son derivados a este centro que se encuentra en la ciudad de Piribebuy”, subrayó.
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Subastan la última espada de Napoleón por USD 5 millones
- París, Francia. AFP.
Un sable de Napoleón Bonaparte fue vendido por más de 5 millones de dólares la noche del jueves pasado en París, rozando un récord mundial para un artefacto perteneciente al antiguo emperador, informó el viernes la casa de subastas francesa Hôtel Drouot. Esta arma personal, encargada por el propio Napoleón, alcanzó los 4,66 millones de euros (5,27 millones de dólares) con las comisiones incluidas, precisó el Hôtel Drouot, donde se llevó a cabo la venta organizada por la casa de subastas Giquello.
"Estimado entre 700.000 y 1 millón de euros, rozó el récord mundial de 4,8 millones de euros, establecido en 2007 por su sable de la batalla de Marengo, y se une al círculo muy exclusivo de los artefactos napoleónicos más valiosos jamás vendidos en subasta", añadió la misma fuente. Bonaparte, entonces Primer Cónsul, encargó este sable entre 1802 y 1803 a Nicolas Noël Boutet, director de la Manufactura de Versalles.
Napoleón lo conservó hasta el final de su periodo como emperador y después se lo regaló a Emmanuel de Grouchy, uno de sus fieles. El prestigioso sable fue posteriormente conservado por los descendientes de De Grouchy. Un segundo sable, idéntico a este y también encargado por Napoleón, se conserva en el Museo del Hermitage en San Petersburgo, Rusia.