La destacada guitarrista paraguaya presentó esta semana un material que contiene un álbum, un libro, una app y un documental, siguiendo los pasos de la guitarra en Latinoamérica.
- Por Jimmi Peralta
- Fotos Jorge Jara y gentileza
La pregunta por la identidad la ejercitan los individuos, las sociedades y en particular sus artistas y, si bien la respuesta que ella requiere está sujeta al tiempo presente, ya que la validez de ese decir no subsiste más allá del instante por culpa de la permanente transformación del ser, la historia es la herramienta en la que los exégetas de las culturas y del inconsciente se apoyan para esbozar el decir que narra el qué somos, cómo somos, y con quiénes tenemos sustratos comunes, a partir de decir quiénes fuimos.
Una vez más la guitarrista paraguaya Berta Rojas formula una respuesta a la pregunta de la identidad, esta vez fusionando lo que fue la música latinoamericana y lo que es. A través de la evolución histórica y el transitar geográfico del instrumento que abrazó hace varias décadas, muestra su respuesta y su interpretación sonora y musical a aquella pregunta, que en esta ocasión más que nunca es puesta en la primera persona plural.
NUEVO TRABAJO
“La huella de las cuerdas” es el nuevo trabajo de Berta, un recorrido por el territorio físico y musical de América Latina que se narra en 10 pistas más un bonus track, donde la historia, la tradición y la creación contemporánea son expresados mediante la participación de 17 artistas invitados. Esta nueva producción de Rojas, que sucede a “Legado” (2022), conquista nuevos formatos, e incluye un documental, un libro y una aplicación.
“La huella de las cuerdas” expone en diálogo con la guitarra a su familia sonora que tiene raíces en el continente, como la guitarra barroca, la vihuela, la huapanguera, la jarana huasteca, el cuatro, la bandola andina, el charango peruano, el bandolín, el guitarrón chileno, el ronroco, el cuatro venezolano y el triple colombiano. Berta Rojas conversó con La Nación sobre este nuevo proyecto que documenta la historia y la música del continente con músicos u obras de todo su suelo.
–Este trabajo conlleva transitar por la avenida de la investigación y la historia, y por el carril de lo tecnológico y actual, ¿cómo abordaste esta dualidad?
–Es natural expresarse desde la conjunción de las cosas que nos apasionan. En mi caso lo son la historia, la musicología, y, por supuesto, la tecnología que, usada para el bien, cuántas cosas hermosas puede producir. Transité muchos caminos. En un tiempo dirigía el Festival Iberoamericano de Guitarra en Washington DC con el Smithsonian. En el afán de representar la mayor cantidad posible de países y sus músicas me encontré a menudo con instrumentos que eran primos y hermanos de la guitarra. Representando la música de Brasil presentamos a Hamilton de Holanda con el mandolín, para hacerlo con Perú, estuvo Federico Tarazona con el charango, y la curiosidad por saber más de estos instrumentos me acompaña desde entonces. Antes, había conocido personalmente a don Jaime Torres. Esos caminos ya no se cerraron para mí: hoy los puedo volver a transitar a través de “La huella de las cuerdas”. La tecnología también siempre estuvo. Hicimos el Barrios WWW Competition, el primer concurso de guitarra online desde Paraguay.
EL GUION
–¿Concebiste el proyecto como un álbum documental? Si fue así… ¿Cómo narrarías tu guion, los pasos de esas cuerdas que dejaron y dejan huellas en el continente?
–Hagamos este ejercicio: pensemos en una lira, 3 mil años antes de Cristo. Imaginemos un laúd mesopotámico de mango largo, otro de mango corto… Imaginemos un laúd cóptico egipcio, una pipa en China, una veena en India, un ud que entra a la península ibérica con la invasión árabe, y es la antecesora del laúd, que fue el instrumento de moda en toda Europa desde el Renacimiento. Pensemos en la vihuela que es la respuesta ibérica a ese mismo laúd, e imaginemos que esa vihuela, que daría lugar a la guitarra barroca y finalmente a la guitarra, es la que cruza el Atlántico. Queda inventariada en 1523, registro encontrado por la musicóloga Jania Sarno. Después de múltiples transformaciones, esa cuerda pulsada cobra su propia vida en nuestra América, generando a su vez múltiples instrumentos que guardan las voces vírgenes de este continente… al decir del mismo Mangoré. Te das cuenta de que el relato es, quizás, el mismo de la humanidad, en constante transformación, en constante viaje, migrando eternamente. La guitarra transita un camino que es el de la vida misma. Ese es el guion de este relato. “Somos de todos lados un poco, y de ninguno del todo”, como bien expresara Drexler.
–Proyectos grandes como este, por lo general, no se hacen cuando se quiere, sino cuando se puede. ¿Qué cosas dentro de vos hicieron que se pueda ahora?
–Me tomé un año para reformularme después de “Legado”. El impacto había sido grande, y necesitaba disfrutarlo, saborearlo y, sobre todo, descansar. Cuando estuve lista para abrazar un nuevo proyecto, le llamé a Popi Spatocco y Sebastián Henríquez porque sabía que con ellos quería trabajar. Si hacés equipo con gente de buena madera, solo podés crecer con ellos. Por suerte dijeron que sí. La siguiente llamada fue a Clau Bobadilla (Itaú), que siempre me dice “vos soñá nomás, Berta querida, aquí estamos siempre para apoyarte”. No fue diferente esta vez. Sumamos a Celeste Prieto, la gran maestra del diseño paraguayo, y ahí ya teníamos la matriz de este proyecto. Se sumaría Noe Armele, con su genialidad para darnos el apoyo visual. Entonces, la idea, los tiempos, el equipo, y la certeza de que estábamos haciendo un proyecto que nos invitaba a crecer fueron la fórmula para que este trabajo fluyera de esta forma. Casi como en efecto dominó, cada pieza fue cayendo en su lugar, casi como si tuviera que ser…
–Usando metáforas musicales, de colores, de paisajes, o de cualquier forma… ¿podrías contarnos desde tu mirada cómo son la música festiva y la música melancólica de nuestro continente?
–Como los colores centroamericanos: la salsa; y como la grisura rioplatense: la milonga o el tango. Así mismo.
VOCES DE AMÉRICA
–¿Este disco lo pensaste en diálogo con quién?, ¿contigo misma?, ¿con la industria? o ¿es un diálogo entre latinoamericanos?
–Son todas esas búsquedas en realidad. Una se descubre en la interacción con otro que acepta el desafío de recibirte. Lo producido en ese encuentro habla de lo que somos, de lo que traemos con nosotros y lo nuevo que creamos en ese diálogo. Llegamos a algo que es nuevo para ambas partes. Y lo grabamos para que llegue a un tercero que escucha, lo recibe y lo hace suyo. Y es, finalmente, nuestra América que canta en las voces que nuestros instrumentos nos prestan.
–Ante esta producción enorme y desafiante, ¿cómo te sentís y cómo este disco representa tu ser actual?
–Este trabajo solo fue posible porque sumamos miradas de gente que ama la música tanto como para haberle puesto dos años de innumerables encuentros virtuales, horas de escucha y análisis de variables posibles. Este trabajo representa las pasiones que me motivan: la historia, la musicología, las cuerdas pulsadas y sus cultores, y las amistades que la música posibilita. Este viaje para hacer música en el mismo espacio compartido, desafiando distancias y aceptando que estar en presencia de otro, jamás puede ser reemplazado por la mejor tecnología. Espero que refleje este momento de mi vida, sé íntimamente que así es. Con mis fragilidades y certezas, todo está en “La huella de las cuerdas”.
APRENDIZAJE
–Al concluir los estudios de las obras y las grabaciones… ¿qué cosa nueva aprendiste in situ de la música de este continente que excedió a tu formación académica hasta ahora?
–En Chile me encontré con el guitarrón chileno. Una verdadera catedral de madera sonora con 25 cuerdas. En su tapa luce dos puñales que retratan el duelo poético de los payadores que acompaña el instrumento, y un espejo para que el maligno se mire, se asuste de su propia imagen y se vaya por donde vino. ¿Decime si hay otro instrumento que encierre tantos relatos en su forma? No hay escuela clásica que te hable de él. Y es, sin embargo, la guitarra clásica, respetuosa de estas tradiciones, la que va a su encuentro, le pide permiso para acercarse. Y a partir de este deseo de hacer algo que nunca hizo, surge “Tierra mía”. El aprendizaje es, entonces, ese atreverse. Porque desde el respeto y el cariño, solo algo hermoso puede surgir.
–Calculo que gran parte de los tipos de instrumentos que suenan en el disco ya los hiciste sonar anteriormente. En esta experiencia, ¿qué instrumentos específicos te sorprendieron, sedujeron, conquistaron y por qué?
–Destaco el trío andino colombiano, con el tiple, la bandola llanera, y la guitarra que representan los Hermanos Saboya. Un trío colombiano que suena como si fueran un solo instrumento. Con ellos, tocar es casi como sonar a dúo. Completamente seducida por la perfección que sale de sus manos, y el amor y respeto con el que trabajan. Un capítulo aparte es Jorge Glem, quien canta, armoniza, y percute en ese instrumento pequeño que es el cuatro venezolano que en sus manos venezolanas pareciera tener el tamaño de una orquesta. Y paro aquí porque cada intérprete del disco es un universo en sí mismo…

