- Jorge Zárate
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- Fotos: Mariana Díaz
Su colorida casa llama la atención de los vecinos en Villa Elisa, allí cerquita de Cuatro Mojones, por lo original, por la alegría que transmiten sus frescos. Para ella todo espacio es digno de ser coloreado. Las paredes, los pisos, los muebles la invitan, le sugieren formas que apura con sus pinceles.
Priscila Basualdo viuda de Morel se inició en la pintura por esas urgencias de ocasión. “Comencé con la plástica cuando me fui a una escuela a la que me llevaron los padres de familia porque confiaban mucho en mí, decían que enseñaba muy bien. Entonces, me buscaron y me llevaron en la escuela Bernardo Ocampos de Lambaré. Ahí yo comencé a pintar”, cuenta esta mujer de 90 años.
Cuenta que tenía 60 alumnos en un grado y había que conseguir su atención. Una de las formas fue el relato de cuentos: “La directora nos regaló una tela de tres metros para nuestro uniforme y yo tenía la idea de llevarles el cuento de la Caperucita Roja a mis alumnos, así que usé la tela para hacer allí los personajes del cuento para que los vean los chicos… No hice mi guardapolvo (risas). Igual, eran chicos muy obedientes”, recuerda.
PAREDES QUE BRILLAN
Lo de su vivienda vino con el tiempo, ya después de jubilarse como maestra. Primero fue la pared de una habitación: “Comencé haciendo las pinturas en el dormitorio de mi hija, dibujé lo que se me venía en mente. Cultivo en mi mente todo esto (dice señalando sus creaciones). No busqué de otro lado, solamente fue idea mía hacer estos dibujos que ustedes ven por aquí”, comenta explicando que después se fue expandiendo hacia la sala de estar, la cocina y así hasta llegar al patio.
Ña Priscila no pinta cuadros ni lienzos; solo las paredes, muebles y algunos objetos de su casa con pinturas que en general le proporcionan sus hijos. “O la compro yo o viene mi hijo. Tengo un hijo médico que viene con la pintura porque él sabe que esa es mi debilidad. Desde el piso de mi casa, el portón hasta el último rincón de mi casa está pintado y solamente puedo decir que la pintura es un momento de relax para mí”, cuenta.
Esta enérgica mujer encara su tarea a pesar del mal de Parkinson que la afecta, dando prioridad a sus colores favoritos: rojo, verde, azul y amarillo: “Me da alegría y satisfacción, pintar es maravilloso, relajante, te da vida, el valor que te da es la salud”, resume esta señora madre de cinco hijos.
“En este junio cumplo 91 y si Dios no me lleva todavía consigo voy a seguir pintando a pesar de las manos temblorosas porque tengo el mal de Parkinson. Eso es lo que tengo, pero no es grave. Es un poco, por eso es que un brazo no uso y con el otro nomás pinto. Porque yo sé que el otro a veces tiembla de repente y me mancha la pintura, entonces yo con el lado derecho pinto. Y si alguien viene que me vea pintar, así va a saber lo que yo hice y que no es mentira”, pide.
Su expresión artística es terapéutica, asegura: “Me ayuda muchísimo en todo porque mientras lo hago, no pienso en otras cosas, estoy pensando en cómo hacer, cómo trazar. Así hago, de mi mente nomás saco, de ahí nomás yo miro por cualquier cosa… Por ejemplo, se me presenta una botella y me digo ‘¿podés hacer algo de esta botella?’. Entonces, inmediatamente le voy a hacer un motivo”, apunta.
ENSEÑAR SIEMPRE
“Mi sueño es que mis hijos también puedan seguir mis pasos porque esto te ayuda muchísimo, en todo sentido te ayuda la pintura”, cuenta de sus expectativas. “Hay que pintar para saber lo que se siente dentro de sí mismo, una alegría inmensa. Y cada vez que vos ves que estás echando el pincel en la tierra o en la pared, te llena de satisfacción. Al menos a mí es así, no sé yo a otra persona”.
Mujer de mucha fe, quiere que se le salude a su patrona: “Quiero contar que he trazado una imagen de la Virgen de Caacupé. Al entrar en el portón lado izquierdo, pinté una virgen, yo tracé y pinté. Hace 6 a 7 años que está esa imagen ahí pintada, ese no se despinta, no le pasa nada, pero a veces yo me voy con mi pincel y le retoco para que no se destruya”.
Dice que se siente muy bien cuando pinta cerca del portón del terreno de su casa, un lote de 12 x 40 del que se alegra haber pintado casi en su totalidad. “‘¡Qué linda tu casa!’, me dice la gente. A veces vienen a visitarme con su criatura y entra la nena y dice a su mamá que quiere pintar así como yo hago.
También ella quiere hacer, pero nadie le trae a su hija para aprender a pintar conmigo. Vaya uno a saber por qué no puede traerle. Pero sí le voy a decir que su padre le eduque en su casa y le enseñe cómo pintar porque todos sabemos pintar. Uno se dedica nomás a eso y ya sale el trabajo”, recomienda.
UNA BURRERITA ESPECIAL
Para ña Priscila, el recuerdo de su madre es permanente. Por eso, para darle ese carácter, la reflejó en un dibujo en una de las paredes de su casa. “Sí, el dibujo de mi mamá es un homenaje. Yo entraba en un colegio de monjas, somos dos hermanas y las dos somos profesoras. Mamá nos llevó a inscribir en ese colegio y era carísimo para mi familia. ¿Sabe cómo pagó mi mamá por nosotros? Con leña que le llevaba a la monja, porque cuando eso se usaba la cocina de leña nomás, no había nada, ni gas, ni eléctrico”, cuenta.
Su mamá era burrerita y llevaba siempre sus mercaderías a los mercados de Asunción. “Por eso yo le hice a ella, recordándole porque era una madre muy sacrificada que hizo mucho por educarnos. Por eso se merece tenerle así, por lo menos en un rincón para que nos acompañe siempre”, expresa ña Priscila en esta entrañable nota para La Nación del Finde.