En el corazón de Itapúa, en el distrito de La Paz, se esconde un pedazo de tierra nippona de singular belleza, un espacio natural mágico que ofrece por estos días uno de los más asombrosos espectáculos visuales en nuestro país: el Paseo Turístico Natural del Cerezo en Flor. Conocida en Japón como sakura, esta emblemática flor de “la tierra del Sol Naciente” guarda un mensaje entrañable que la comunidad japonesa comparte así con los paraguayos.

La Paz no es el único distrito itapuense que alberga a comu­nidades de descendientes de japoneses; sin embargo, tiene una historia espe­cial que inicia con el nom­bre mismo. “Mis padres lle­garon en 1956, hace casi 70 años. Cuando estaban en el barco, huyendo de un Japón destrozado por la guerra, decidieron que el nombre del destino al que estaban yendo a refugiarse para ini­ciar una nueva vida se llama­ría ‘La Paz’. Y es exactamente lo que anhelaban encontrar tras tanta guerra que sufrie­ron. Yo tenía 3 años cuando vinimos”, relata a La Nación el señor Yuzuru Miyasato, exintendente de La Paz por dos periodos, desde 2005 al 2015. Yuzuru es hijo de una de las familias fundadoras de la comunidad japonesa local, los Miyasato, que en japonés significa “pueblo del templo”. Sus padres ya falle­cieron, pero dejaron 3 hijos, 9 nietos y 3 bisnietos como descendencia.

Las primeras plantas de cerezo fueron sembradas hace más de 20 años por un voluntario de la JICA (Agencia de Cooperación Internacional del Japón)

En este territorio del sur de Paraguay ya existían comu­nidades de alemanes, pola­cos y ucranianos que habita­ban la zona. Ellos, junto con los paraguayos, recibieron y compartieron sus conoci­mientos con los migrantes japoneses recién llegados. La situación económica fue difícil para estas familias migrantes en sus comien­zos, así como enfrentar problemas de salud sin doc­tores y muy lejos de ciuda­des con hospitales. Según cuenta Yazuru, los cami­nos eran de ripio, todo era “monte”, no había doctores y debían andar en carros esti­rados por caballos. Tampoco había mucho arroz, y el que había era arroz largo, que no se puede comer con palitos porque “no se pega”.

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Estudiar era un lujo que muy pocos podían darse porque implicaba salir de la comu­nidad. “Ahora tenemos un colegio que tiene hasta el ter­cer curso. Pero aún debemos salir de nuestro distrito para profesionalizarnos”, señala Miyasato. Hoy por hoy, ya están creciendo los descen­dientes de japoneses de la tercera generación y aún se puede observar cómo culti­van su propia cultura al ir al Paseo Turístico Natural del Cerezo en Flor para compar­tir bebidas y viandas tradi­cionales.

El espectáculo natural teñido de rosa dura poco menos de un mes, pero deja un recuerdo imborrable en todos los que viven la experiencia

LA HISTORIA DEL PASEO

Los cerezos son árboles que fueron plantados hace más de 20 años por un volunta­rio de la JICA (Agencia de Cooperación Internacional del Japón) que trabajó por dos años en el distrito de La Paz. Este voluntario había visitado el Jardín Japonés en Buenos Aires de donde trajo la semilla del cerezo para crear un espacio simi­lar en Itapúa.

A fin de plantar los cerezos, pidió permiso al señor Miya­sato, que en su momento era intendente. “Le dije que sí. Jamás me iba a imaginar lo hermosas que serían las plantas que trajo. Trabajó mucho, trajo buena tierra del monte, preparó las mace­tas y las cuidó mucho. Justo cuando la semilla germinó, el voluntario debió regresar a Japón porque terminaron sus dos años de servicio, y las plantas quedaron en el patio de la municipalidad”, men­ciona Yuzuru.

Para que las pequeñas y delicadas flores de cerezo o sakura asomen a las ramas de color marrón deben pasar días de mucho frío, seguidos de días soleados

En el municipio continuaron regando y cuidando los arbo­litos que ya comenzaban a crecer. En su momento, fue el presidente de la Asociación Japonesa de La Paz quien llevó una partida para plan­tar alrededor de la cancha de béisbol. Hay casi 50 cerezos alrededor de la cancha de béisbol, donde está ubicado el Paseo Turístico. A este se suma el cementerio distrital, con otros 30 aproximada­mente. “Mi papá siempre me decía que todos queremos ser como las flores del sakura: ‘florecer bien y despedirnos rápido’, porque duran corto tiempo, pero son hermosas. A su paso, dejan un recuerdo imborrable para los que las visitan y se sientan bajo ellas a reflexionar y respirar paz”, comparte Miyasato.

PINTAR DE ROSA LA CIUDAD

La intendenta actual, Blanca Chávez, continuó con esta inspiradora iniciativa.

“Junto con comisiones veci­nales, jóvenes y funciona­rios municipales nos hemos abocado a la plantación de cerezos en todo el distrito. Queremos ser la ciudad del cerezo y pintar todo de rosa y fucsia. Tenemos muchos ya floreciendo en el paseo central y otros puntos de nuestra comunidad, desde la entrada de La Paz”, indica. Para que los cerezos puedan florecer, se debe dar una serie de condiciones natu­rales. “Deben pasar días de mucho frío, seguidos de días de sol, para que las pequeñas y delicadas flores asomen a las ramas marrón oscuro de los cerezos”, explica Chávez.

La bella historia de los cerezos en La Paz inició durante el mandato comunal de Yuzuru Miyasato

La flor del cerezo se llama sakura en japonés y en su honor se celebran fiestas de hanami, que significa admi­rar las flores, en la temporada rosada de su florecimiento. Japón es especialmente famoso por ellas debido a la cantidad de variedades con las que cuenta.

Este año, la floración no alcanzará a durar un mes completo debido al escaso clima frío que hubo en invierno, además de las tor­mentas que arremetieron contra las ramas. Pero aún así, queda una semana más para visitar este paradisíaco lugar y admirar esta mara­villa de la naturaleza que se cultiva y guarda con gran tesón en la próspera locali­dad sureña de La Paz.

Este año, la floración no alcanzará a durar un mes completo debido al escaso clima frío del invierno, además de las tormentas que arremetieron contra las ramas; pero aún así, queda una semana más para visitar este idílico lugar.

LA LEYENDA DEL AMOR ETERNO

Dice una vieja leyenda japonesa que los que se dan un beso debajo del cerezo sellan así su amor eterno

Existe una leyenda sobre este atrapante árbol que nació en época de guerra. Todo Japón estaba triste, con campos desolados y guerreros muertos. Solo había un bosque al que la guerra no llegó, y en medio de este hermoso bos­que, había un árbol grande y fuerte que nunca floreció. Un hada, conmovida, le ofreció convertirse en hombre y tener la libertad de ser hombre o árbol cuando lo deseara, bajo la única condición de flore­cer antes de los 20 años.

Durante muchos años, el árbol fue humano, pero nada lo inspiró a florecer en medio de tanto odio y muerte de la guerra. Vivió triste hasta que conoció a una joven de nombre Sakura, con quien compartió largas horas de poemas y amis­tad. El árbol se presentó como Yohiro, que significa esperanza. Un día, le declaró su amor a la joven y le confesó que era un árbol, poco antes que terminen sus 20 años de ser humano debido a que no logró florecer. Ella no supo qué responder, sor­prendida de la confesión de Yohiro.

Finalmente, el joven enamorado volvió a ser un árbol. Fue entonces que Sakura se abrazó al árbol y le dijo que también lo amaba, momento en el que el hada rea­pareció y le ofreció a la joven unirse al árbol. Ella, completamente entregada, dijo que sí. De esta manera, Sakura se convir­tió en la flor que el árbol de cerezo tanto buscó. “Es por eso que los que se dan un beso debajo del cerezo sellan así su amor eterno”, termina relatando la leyenda la presidenta de la Comisión de Emprende­dores, Nidia Sholler.

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