Paraguay probó con 2 entrenadores, utilizó 63 futbolistas para recoger 15 derrotas y sumar apenas 39 puntos de 111 posibles.

Las Eliminatorias Sud­americanas llegaron a su fin y Paraguay nuevamente protagonizó una espantosa actuación, desperdiciando casi cua­tro años, en los que la selec­ción quedó estancada total­mente, sin avanzar un solo centímetro en lo futbolístico y perdiendo orgullo, moral y la poca dignidad deportiva que le quedaba.

La Albirroja tuvo nueva­mente un nefasto intento de “proceso”, se ausenta por tercera ocasión consecutiva al máximo evento futbolís­tico del planeta: la Copa del Mundo y como mínimo quedará 16 años sin pisar el escenario de un Mundial a nivel de selecciones.

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Desde el 2019 hasta el pre­sente, en el que se intentó lle­var a cabo un proceso erró­neo de pie a cabeza y con dos entrenadores con ideas totalmente antagónicas, lo que desnudó claramente que desde la dirigencia nunca hubo un proyecto real, con una línea o estilo a seguir.

Paraguay rompió todo tipo de récord negativo en las Eli­minatorias Sudamericanas, competencia en la que apenas ganó tres partidos, venciendo dos veces a Venezuela, la peor selección del continente, y a una Ecuador relajada, prác­ticamente clasificada.

Con dos entrenadores, la Albirroja jugó 37 partidos, de los cuales solamente ganó 8 partidos (3 por Eliminato­rias, 3 amistosos y 2, en 2 ediciones de Copa América). Además recogió 14 empates y 15 derrotas (8 por Eliminato­rias, 3 por Copa América y 4 en amistosos), casi el doble de triunfos propios.

En los 37 juegos solo convir­tió 34 goles, números que muestran la radiografía per­fecta de la pobreza ofensiva de Paraguay, que ni siquiera promedia un gol por partido. En contrapartida, recibió 48 tantos, 26 de ellos en las Eliminatorias Sudamerica­nas, promediando práctica­mente 1,5 goles por partido y tirando así por el piso la ima­gen de que la selección gua­raní siempre tuvo como prin­cipal fortaleza la defensa.

En todo este camino, los entrenadores usaron 63 fut­bolistas, de los casi 80 con­vocados en esto casi cuatro años de fracaso absoluto en lo deportivo.

Desde el 2019 hasta el presente, en el que se intentó llevar a cabo un proceso erróneo de pie a cabeza y con dos entrenadores con ideas totalmente antagónicas.

Paraguay, sin identidad ni equipo base

El “proyecto” comenzó a inicios del 2019 con la llegada de Eduardo Berizzo, quien tuvo dos Copa América, varios amistosos y casi todo el clasificatorio sudamericano. Su idea nunca “pegó”, convenció o contagió a los futbolistas, que terminaron frustrándose por intentar cambiar el ADN guaraní e ir muchas veces contra sus principios básicos.

La llegada de Guillermo Barros Schelotto fue solamente un manotazo de ahogado y había que agarrarse de lo poco que había disponible en el mercado. Quizás lo que quiere el “Mellizo” o al menos lo que imagina, se acerca más a lo que ha consumido siempre el jugador paraguayo, tratando de apelar a la entrega, presión, verticalidad excesiva y bus­car resultados antes que una forma, idea o estilo de juego.

El segundo DT argentino del proceso solo tuvo seis partidos a su cargo, hizo un recambio masivo en los últimos parti­dos, pero a excepción del juego ante Ecuador, con él en el banco, Paraguay dio pena en la parte final del clasificatorio.

En este proceso, en el que la generación 93/94 (los últimos mundialistas Sub 20) ya debía asumir la responsabilidad absoluta, nuevamente los referentes quedaron en deuda como jugadores de selección. Brillaron en sus clubes y decepcionaron con la Albirroja.

Sería de necios negar la calidad de futbolistas como Antony, Gustavo Gómez, Junior Alonso, Miguel Almirón –por citar algunos nombres–, porque los puestos que ocupan en los grandes clubes nadie se los regaló, pero hasta aquí nunca dieron la cara realmente por Paraguay, que pide a gritos líderes reales, que muestren valentía jugando, arriesgando y no pegando, que es la eterna confusión en el fútbol.

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