El Proyecto Gua’a Urbanos es una iniciativa que busca fortalecer la conservación de estas magníficas aves de nuestra naturaleza en las ciudades. En un predio especial se recuperan, se sanan y luego se libera a guacamayos, loros y cotorras que llegan desde casas particulares o decomisos de cazadores furtivos o la venta ilegal. Reciben visitas de escuelas y colegios en un esfuerzo de educación ambiental que bien vale conocer.

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Gua’a se los llama en guaraní, una des­cripción precisa del fuerte sonido emitido por estos pájaros de fabuloso plumaje, responsables de la expansión y mantenimiento de los frutales naturales en la selva.

Hoy en día, unos 140 guaca­mayos vuelan libres en la Gran Asunción y hay avistamientos también en Cordillera, en gran medida porque vuelan en pro­medio unos 25 kilómetros por día. Gracias a las cámaras de los teléfonos celulares se pue­den ver registros de las aves tomadas por personas que se alegran de la presencia cer­cana, sobre todo en frutales, donde se alimentan.

En buena parte, esto se debe al trabajo de Asora Paraguay en su Santuario del Gua’a, el cen­tro de recuperación y libera­ción de guacamayos y de edu­cación ambiental situado en la calle Cristóbal Colón casi Moi­sés Bertoni de Luque.

Allí pueden verse ejemplares en recuperación de estas aves de colores rojos, amarillos y azules, también loros habla­dores, cotorras y otras especies menores, que una vez adqui­ridos ciertos estándares son liberados.

NIDOS

En el predio también hay ins­talados nidos artificiales, como casitas de madera, para pare­jas liberadas que no consiguen un espacio para hacer un nido natural. De hecho, algunas parejitas de guacamayos vue­lan libres y se posan en el gran árbol de mango del lugar.

Enzo Espínola, guía ambiental de la Asociación de Ornitófilos (Asora)

Enzo Espínola, guía ambiental de la Asociación de Ornitófilos (Asora) y parte del Proyecto Gua’a Urbanos, cuenta que la palmera imperial es la favorita de los guacamayos para anidar en áreas urbanas, “ya que en la selva lo hacen en huecos de árboles muy frondosos que en las ciudades casi no quedan”. Un dato curioso es que estas aves no abandonan su nido y, en caso de no ocurrir una des­trucción externa, lo pueden llegar a tener de por vida.

Los guacamayos pueden llegar a “hablar”, reproducir palabras de nuestros idiomas como lo hace un loro hablador, pero el proceso es más difícil, apunta el técnico.

PILARES

Asora está abierto al público con reservas al Whatsapp (0981) 443-344 y un aporte de 40.000 guaraníes por per­sona. Recibe de manera per­manente visitas de escuelas y colegios “de todas partes del país”. También a ese número pueden comunicarse quienes quisieran donar un ejemplar o anoticiar sobre avistamientos, ventas ilegales, etc.

“Nuestro enfoque fue cam­biando y hoy apostamos fuerte a la educación ambien­tal”, donde en una sala acondi­cionada al efecto los visitantes reciben una charla en la que “mostramos videos, les ense­ñamos todo lo relacionado a los guacamayos: qué comen, qué árboles frutales pueden plan­tar para ayudarlos, qué pueden hacer por ellos, etc.”, explica.

“El segundo pilar es la libera­ción de los guacamayos”, cuenta e inicia un recorrido por las ins­talaciones, donde en principio se exhiben ejemplares en recu­peración, “por lo que pueden estar desplumados o inactivos”. Se trata de un espacio en el que habitan animales entregados por familias que alguna vez los tuvieron de mascotas o recu­perados por el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Soste­nible (Mades) en alguna incau­tación a vendedores inescrupu­losos, situación esta última que suele abundar en las noticias. Allí ingresan en un proceso de observación médica y curacio­nes si las requirieran. “Si vienen como mascotas tenemos que cambiar ese comportamiento porque a nosotros no nos con­viene que al salir ellos busquen la presencia del ser humano o sean dependientes de nosotros porque sabemos que una per­sona va a aprovechar que el gua­camayo se bajó y le va a agarrar. Eso es lo que nosotros cambia­mos acá”, comenta.

“La persona que dona tiene que saber que si nos trajo a Pepe, aquí él vive un proceso de rea­daptación a la naturaleza y que no puede después venir a visi­tarlo porque el animal va a creer que va a volver con ellos y no es bueno para su proceso”, relata.

EMPAREJAMIENTO

Una vez recuperados, los gua­camayos tienen que encontrar pareja. “En general tienen una pareja de por vida”, cuenta Espínola.

Lo dice mostrando el ejemplo de Romeo y Julieta, una pareja de guacamayos que se formó en Asora. Ella era “viuda”, su pareja había muerto y es ciega, ya que un ataque de picadura de abejas la dejó en esa condi­ción.

Probaron con distintos machos que no la acepta­ron: “Le daban picotazos. Hay pocos casos en los que se vuelven a emparejar y tenía­mos miedo que Julieta muera por tristeza y por estar sola. Por suerte llegó el guacamayo Romeo, que al principio no le daba atención hasta que un día, en vez de acercarse a picotearle como hacían los otros, le acari­ció y, bueno, fue tanto el amor que, gracias a Romeo, Julieta volvió a poner huevos”.

Cuenta que el desarrollo de los pichones es muy rápido. Una vez nacidos, en 21 días ya es un pichón fuerte y en un prome­dio de tres meses sale del nido a volar.

PRACTICANDO EL VUELO

El vuelo es esencial en sus vidas. Por eso maravilla verlos en sus prácticas en una enorme jaula en la que van preparán­dose para hacerlo en libertad.

“Aquí tienen dos objetivos: conseguir pareja y fortale­cer sus músculos para volar y eso les lleva un promedio de 2 a 3 años, dependiendo de cada ejemplar también, porque hay algunos que estuvieron mucho más con nosotros y otros menos”, apunta Espínola.

La liberación se hace tras la consulta con un ornitó­logo especialista en psitáci­dos (palabra que deriva del griego “psittakos”, que sig­nifica loro o papagayo) que evalúa la forta­leza de sus vuelos.

Un ejemplar naranja se posa cerca de la cámara de fotos. “Es un color raro, es la mezcla de un guacamayo rojo con uno amari­llo”, cuenta Espínola. El guacamayo rojo, que tiene también plu­mas verdes y azules, “es el que es nativo, por eso quere­mos tener un encuentro con artesanos de Areguá que suelen pintar sus artesa­nías en rojo, amarillo y azul, que son colores de ejempla­res de otras partes de Lati­noamérica”, apunta. Entre tanto, muestra las instala­ciones y cuenta de nuevos proyectos. El sitio recibe aportes de empresas que los ayudan a mantener el costoso operativo y ahora se encuentran preparando una suerte de “enfriador evaporativo” para morige­rar el gran calor del verano. También allí tienen una fuente de agua donde nadan patos siriri y merodea una charata, también donados por la gente.

Allí acuden los guacamayos a refrescarse cantando sus potentes graznidos, esos que nombra, preciso, el guaraní.

APOYO DE CLUBES

“Esto demuestra el compromiso que logramos con clubes importantes como el Sportivo Luqueño y el Club Guaraní, que incluyeron en sus camisetas un motivo alegórico sobre los guacamayos para ayudar a tomar conciencia sobre la necesidad de su protección”, cuenta.

Según explica, estar presentes en el fútbol los ayuda a ampli­ficar el mensaje, por lo que esperan que en un futuro consi­gan llevar el mensaje también en las camisetas de Cerro Por­teño, Olimpia y Libertad.

Agradece también el apoyo de empresas que hacen impor­tantes aportes para el mantenimiento del sitio e invita a otras a acercarse como espónsores de esta importante tarea de conservación.

LOS AZULES, RAROS Y VALIOSOS

Recorriendo las jaulas, llama la atención el guacamayo azul, el más grande de estos ejemplares, puede llegar a medir más de un metro entre el pico y la punta de la cola. “Este no es el de la pelí­cula ‘Río’, es una especie cuyo hábitat es el Pantanal y de los que solo hay reportes de dos parejas que vuelan en libertad, así que si los llegan a ver tienen que avisarnos”, pide. También es el más longevo. Puede vivir unos 100 años contra los entre 80 y 90 que llegan a vivir los otros guacamayos.

Sus picos son fortísimos, preparados para abrir cocos en la natu­raleza. “Ellos llegan a cortar los alambres de sus jaulas”, dice Espí­nola mostrando un tramo reparado después de la acometida de las aves.

Es una especie frágil, pone un huevo o dos cada dos años “y si ponen dos suele sobrevivir un pichón porque comen mucho y los papás tienen que elegir qué pichón va a sobrevivir”, explica.

Espínola cuenta que en el Brasil “hay criaderos comer­ciales de guacamayos que venden ejemplares para las personas que los quieren tener de mascotas. Funcionan como un banco de genética y es una salida que ayuda a que no se los extraiga de la naturaleza que bien se podría implementar aquí”, comenta.

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