Este domingo, Toni Roberto rinde homenaje a un pionero de un antiguo confín de la Asunción de mediados del siglo pasado que escribiera sin pretenderlo la historia de su barrio.
- Por Toni Roberto
- tonirobertogodoy@gmail.com
Siempre digo ¿hace falta buscar historias donde no las hay? Nuestra visión eurocentrista de las cosas nos lleva a la búsqueda de palacios, castillos o palacetes. Sin embargo, yo hoy voy de nuevo a los recuerdos de una zona de los confines de Asunción de los años 50, donde solo se veía el amplio horizonte desde el nuevo barrio Nazareth.
El croar de las ranas y unos cuantos jóvenes que buscaban vivir en un lugar económico de las afueras de la ciudad, que de alguna manera los conecte para el trabajo con el antiguo centro de Asunción, entre ellos Edgar Hugo Ferreira, un intrépido joven que había llegado a lo que después sería el barrio Nazareth, nombre dado por la iglesia que primero fuera una humilde capilla, quien escribiría, sin pretensión alguna, la historia de su barrio.
PUENTE AÉREO
La vida de los primeros habitantes de la zona era muy particular. Era tan alejado todo que en el barrio había solo una moto que hacía lo que en la aviación se conoce como “puente aéreo”. Los vecinos llegaban en alguna línea de la época hasta la esquina de lo que antes se conocía como leche EPA, en Eusebio Ayala y Médicos del Chaco. A partir de ahí entrar con aquel legendario biciclo hasta el corazón del barrio que eran los alrededores de la actual iglesia de Nazareth, donde estaban los jesuitas.
En ese camino, entre puentes y collados, el señor Ferreira iba construyendo la memoria del barrio, que también acoge al Club Social y Deportivo Primavera y que tiene historia de luchas y resistencias como las del apresamiento del legendario músico y activista social Fernando Robles en “los años del general”.
DESDE CONTADOR HASTA DIRIGENTE DE BOXEO AMATEUR
Ferreira, contador de profesión y profesor recibido de artes plásticas, escribió un solo libro, que en mi caso inspiró varios artículos de “Cuadernos de barrio”. Innumerables recuerdos como los del perro Tom, la historia de Villa Lata o las peleas caninas en el andurrial de la escuela Felicidad González quedaron grabados en los archivos de la memoria de estas páginas.
Multifacético al máximo, era además dibujante, promovía el boxeo amateur, organizó certámenes de canto y locución en el barrio. “En el improvisado escenario del patio de casa, desfilaban jóvenes talentos”, nos cuenta su hija María Luisa Ferreira, depositaria de estas historias.
Sigue contando que “el ganador de la competencia se resolvía con votos y jurados con las personalidades del barrio”.
PIONERO EN DISCOTECAS DE BARRIO
Pero por si todo fuera poco, don Hugo Ferreira fue pionero en servicios de discoteca y publicidad de barrio. Tenía parlantes y altavoces; además, fue propietario del primer cine de la zona y fotógrafo, registrando todo el proceso desde la creación de ese enclave hasta la llegada de la Terminal de Ómnibus en 1980.
Como dibujante publicista, creó en su casa el Taller Cultural Mainumby y promovió la expresión de los chicos de aquel punto tan alejado de la Asunción de los años 40, 50 y 60.
Tanta era la distancia del centro de Asunción que cuando preguntaban ¿dónde vivís? la respuesta era “ahh, en el fin del mundo” o “donde el diablo perdió el poncho” y para los más chetos de los 70 era “en san P... y caridad”.
Hoy nuestro héroe barrial de esos antiguos confines hubiera cumplido 94 años y yo lo recuerdo, sin haberlo conocido, con aquella frase que siempre utilizo: “Los suburbios de Asunción también tienen sus propias historias como París, Londres o Roma”. Nazareth es uno de ellos.