Fueron noticia en estos días cuando encontraron al argentino perdido en el parque Defensores del Chaco siguiendo los rastros según la tradición milenaria de un pueblo que es sinónimo de bosque. Piden participación, siguen reclamando la titulación de sus tierras y el cese del desmonte en su territorio ancestral, en el que siguen desarrollando la custodia de una cultura valiosa en la que el hombre no es superior a la naturaleza.

Mucho daño les hicie­ron los “coñones”, los “extranjeros”, nosotros los blancos, los criollos, los colonizadores, los evangelizadores.

Sin embargo, los ayoreos pue­den extender su mano soli­daria como lo demostraron durante la búsqueda de quien consideraban amigo de su pueblo, el argentino Wences­lao Benoit, el guía turístico al que penosamente hallaron muerto en el Parque Nacio­nal Defensores del Chaco (PNDCh).

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Carlos Diri Etacore, líder ayo­reo garaigosode, recuerda que “el primer reclamo que hicimos nosotros como pue­blo, les pedimos hace años ya a los distintos ministros del Instituto Paraguayo del Indígena, que capaciten a nuestros jóvenes para que puedan trabajar como guías…¡¿Por qué las autoridades por último nos llamaron a los ayoreos?! Quizá si nos decían antes le encontrábamos vivo al señor”, apunta.

AUTODETERMINACIÓN

La Asociación Guidai y Ducodegosode Ayoreo de Paraguay (AGDAP) dio a conocer un comunicado en el que explicaba la profun­didad del reclamo, porque vale recordar que todavía hay un grupo de indíge­nas no contactados, que se estima no alcanzan las 200 personas, que ingre­san y consiguen refugio en las 780 mil hectáreas del parque.

“Los habitantes ayoreos en aislamiento… mantienen su derecho a la autodetermi­nación y no contacto. La entrada de personas aje­nas al territorio necesa­riamente las pone en peli­gro, motivo por el cual el PNDCh se encuentra zoni­ficado y el área de visitan­tes claramente delimi­tada”, dice el texto firmado por Isaías Posoroja y Guei Picanerai en nombre de la AGDAP.

Los ayoreos acudieron rápidamente al llamado para la búsqueda del argentino perdido en el parque Defensores del Chaco

Tagüide Picanerai, de la comunidad Chaidi, recuerda que la población ayorea es de unas 4.000 personas y que los no con­tactados “son del pueblo Totobiegosode y se mue­ven hacia la zona de Cerro León”, describe. También se piensa que están cerca de la finca Faro Moro, de unas 40.000 hectáreas, donde según imágenes sate­litales en los últimos años se deforestaron al menos 13.000 hectáreas de monte por pasturas para ganado, según cita el diario inglés The Guardian.

RESPUESTA INMEDIATA

“Nosotros acudimos al lla­mado inmediatamente y estuvimos desde el inicio hasta el final con la fami­lia Benoit y eso fue lo que hemos cumplido”, cuenta Picanerai, que participó de la búsqueda junto con sus compañeros.

“Caminar por el monte es someterse a las leyes de la naturaleza, es casi igual que caminar por la ciudad, donde vos tenés que some­terte a las reglas de ella, es casi la misma cosa”, relata Tagüide.

“Muchas veces se reco­noce hasta la huella más invisible porque la gente ya convive con los anima­les y los animales convi­ven con los indígenas. Por más difícil que sea la hue­lla, igual se puede visuali­zar y más todavía cuando el ser humano deja rastro. En este caso pudimos ver que ha pasado por encima de una rama”, explica.

Por eso señala que “es importante que se impar­tan los talleres para con­vertirnos en guías o acom­pañantes”, apunta. Lo hace señalando que los indíge­nas ayudarían a controlar la reserva, ya que mucha gente ingresa sin el control de guardaparques o policías.

Temen que esta situación se agrave con la próxima habi­litación del puente entre Carmelo Peralta y Puerto Murtinho.

Foto histórica que retrata el encuentro entre los ayoreos y los menonitas

TIERRA, HACER Y CULTURA

Algunos ayoreos están asentados en comunida­des, otros en aislamiento voluntario y un tercer y minoritario grupo, que es el que aún no fue contac­tado. Su demanda central es “por sobre todo el tema de tierra”, apunta Tagüide Picanerai, de la comunidad Chaidi.

Lo hace recordando que su territorio está protegido por una medida cautelar de la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos (CIDH) dictada en febrero pasado, pese a ello, “poco o nada el Estado ha cumplido con su obligación de devol­ver el territorio y preservar el mismo, como así también cuidar a los ayoreos en ais­lamiento”.

Siguen reclamando al menos un millón de hec­táreas de territorio ances­tral, mucho del cual ya está en manos de propietarios privados que avanzan en la deforestación.

DESAFÍOS

“Necesitamos trabajo”, reclama Diri. A su turno, Tagüide explica que enfren­tan grandes dificultades con relación a la educa­ción y la vivienda. Relata que “los miembros de las comunidades por lo general producen artesanía, miel y algunas personas traba­jan en estancias del Chaco paraguayo”.

Cuenta el sacerdote y antro­pólogo José Zanardini que hay muchos trabajando en las colonias menonitas y que también los que habitan la ribera del río Paraguay tienen la posibilidad de vivir de la pesca: “No para comer ellos, sino que sacan la carnada que venden a los pescadores, los turistas brasileños que lle­gan desde Puerto Murtinho”.

“Hay momentos de ham­bre, sobre todo cuando hace mucho frío y no hay trabajo en el campo. Así que no lo pasan tan bien, hacen lim­pieza del monte, trabajo esta­cional, se defienden con eso y un poquito también de arte­sanía”, añade.

Diri Etacore se enorgullece de mantener viva su cultura: “Cuidamos la flora y fauna, queremos mantener eso; nuestro idioma”, destaca.

PALABRA VIVA

En este sentido, coincide Tagüide en que “mantener el idioma es primordial y ahora lo estamos usando también con los mensajes en el telé­fono, en las llamadas y eso lo mantiene vivo. Ojalá siempre sea así el tema de conservar y preservar el idioma”. Apunta que también son fundamen­tales los ritos: “Nos esforza­mos mucho en mantener el canto”.

Zanardini recuerda que los ancianos suelen contar las historias junto al fuego en las noches. “Narran toda la cosa bella, lo sucedido con los cha­manes, es una transmisión de información, de historia, de valores”, reseña.

El sacerdote, coautor con Ajii Vicente Chiqueno de “Ayoeode oijnane. Relatos de la selva”, apunta que se está haciendo un esfuerzo desde el Centro de Estudios Antro­pológicos de la Universidad Católica para llegar a través de los maestros en las escue­las con materiales bilingües ayoreo/español, “incluso con grabaciones, con el QR en los libros para que puedan escu­char el idioma de los niños, de sus abuelos, de los chamanes que narran esas relaciones y después la escritura en ayoreo y también en español para que lo aprendan también”, cuenta.

Además de los derechos terri­toriales que son inherentes a cualquier posibilidad de sobrevivencia de estos pue­blos, estas iniciativas también constituyen una manera de preservar la rica cultura de estos guardianes del monte chaqueño.

“CAMBIARON MI VIDA”

“Hablamos de un pueblo milenario del Chaco que ocupaba históricamente todo el este de Bolivia y todo el norte del Paraguay en su frontera con ese país hermano”, recuerda el sacerdote José Zanar­dini, uno de los más importantes defensores de los ayoreos en nuestro país.

Antropólogo, reconocido en el mundo, el pa’i recuerda que son “de la familia lingüística zamuco como los ishir, conocidos antes como chamacoco y también los tomáraho y los ybytoso”. Precisa que tienen siete clanes principales y que “el casamiento tiene que ser exogámico. Un ayoreo de un clan determi­nado no puede casarse con una chica con el mismo apellido, tiene que buscar su pareja en uno de los otros seis clanes que existen”.

Los nombres de las ramas familiares tienen que ver con la localización geo­gráfica. Cuando tienen las desinencias gai o gosode, “son los que históri­camente vivían en la zona baja, en la zona con pocos arbustos”, cuenta.

En el caso de los totobiegosode, rama a la que pertenecerían los no contactados, apunta que “totobie” en la lengua indígena es el nombre del chancho salvaje y que, por ello, se entiende que era la gente que estaba en la zona donde este tipo de animal predominaba.

Hoy señala que viven en 20 comunidades y no alcanzan las 5.000 per­sonas entre Paraguay y Bolivia. Buena parte de ellos viven sobre la ribera del río Paraguay, “por lo menos una docena de comunidades, y otro tanto en el Chaco Central, en Boquerón y Alto Paraguay”, describe.

Pueblo de cazadores-recolectores, viven caminado monte aden­tro, erigen rápidamente una choza de emergencia para habitar cuando están en sus tareas de aprovisionamiento y luego apa­gan sus fuegos y siguen camino en búsqueda de caza, miel y frutos del bosque.

DIFÍCIL ENCUENTRO

Los connacionales, refiere Zanardini, se encontra­ron con ellos recién en 1962, aunque se puede dar como primer episodio de contacto el encuentro con José Ikebi, “que fue capturado en el Chaco en una estancia en el norte, puesto en una jaula y traído al puerto de Bahía Negra. Luego llevado por barco hasta Asunción como un trofeo de guerra y ¡como un animal!”, recuerda de ese episo­dio de 1956.

“Fue vergonzosamente puesto en una jaula y la gente se iba a visitarlo como si fuese un jardín zooló­gico. Él fue el primer ayoreo que la gente pudo ver con sus ojos. En ese tiempo eran cazados y mata­dos como animales. Había carteles en el Chaco que decían ‘Haga patria, mate a un indio moro’”, recuerda.

Cuando al fin se pudieron contactar con hombres pacíficos, en Madrejón, en cercanías de lo que hoy es el parque Defensores del Chaco, que les dieron ropas, comida, muchos no pudieron resistir las enfermedades de los “coñones”, ya que no tenían defensas.

Con Ikebi como traductor, se organizó una primera comunidad en Puerto Guaraní a instancias de los salesianos. “Fue en Madrejoncito, aunque después la Iglesia católica compró un terreno grande para ellos, de 20 mil hectáreas sobre el río Paraguay, con 40 kilómetros adentro, 5 kilómetros sobre el río, un rectángulo donde se instaló el primer grupo de ayoreos que habían salido del monte, que era Gaiosode y Tiegosode”.

RESPETO POR LA NATURALEZA

Sigue contando Zanardini que “viví varios años en las aldeas ayoreas como uno de ellos, en la choza, me iba a cazar con ellos, tomaba el agua de las lagunas y los ríos. Fui adoptado y aprendí muchísimo de ellos: el respeto por la naturaleza, por el agua, la tierra, los animales, el aire. Aprendí valores que aquí en las ciudades hemos perdido porque no tenemos contacto con la naturaleza y eso empobrece a los seres humanos”.

A renglón seguido agrega: “También aprendí mucho el tema de la trascendencia, el tema de la espiritualidad en el contacto con la naturaleza, mirar las estrellas, la belleza del cielo, la luna, los árboles, las flores, los animales, el silencio, el agua que fluye en el río. En fin, todos los elementos, el viento, la brisa, todo eso para los pueblos indígenas tiene un significado espiritual, lo vinculan al creador, al gran espíritu, que es el motor de todo eso”.

Evoca entonces el relato mítico de los ayoreos: El Gran Espí­ritu creó a los ayoreos y, pasado el tiempo, los hombres se aburrían y le pidieron compañía. Así, este Dios transformó a algunos hombres en animales, yaguaretés, yacarés, tejú y también a otros los hizo pájaro, peces. Otros hombres devinieron árboles.

“Entonces eso establece para ellos una relación profunda entre hombre y naturaleza, ya que todos eran parientes. Es una filosofía muy profunda, no se sienten superiores a los otros seres”, subraya.

Déjanos tus comentarios en Voiz