En esta edición del programa “Expresso”, del canal GEN/Nación Media, Augusto dos Santos recibe al documentalista e influencer estadounidense Nathan Seastrand, quien reside en nuestro país hace varios años, se casó con una paraguaya y es padre de un pequeño paraguayo. Personaje popular en las redes, se presenta como un yanquiguayo y recorre los diversos escenarios naturales de nuestro país, especialmente en el Chaco, del que se declara como un profundo amante.

  • Fotos: Emilio Bazán

–¿Cuándo fue que saliste de donde habías nacido y qué es lo que te inspiró a venir a Para­guay?

–Mi historia es muy extraña. Yo era un misionero mormón. Yo soy de Utah. Los mormo­nes tienen en su cultura man­dar a los chicos a los 18 años a diferentes países. Y vos no escogés. Cuando yo tenía 18, me dijeron: “Vas a Asunción, Paraguay”. Y realmente en esa época yo estaba super­feliz. Aunque no conocía nada, me parecía fantástico porque era Sudamérica en el corazón.

–Y después ¿qué pasó?

–Pasé dos años como misio­nero. Yo estaba en la Cha­carita, el Bañado. Llegué a amar a esa gente, amar la cultura única que hay en el Bañado. Después volví a mi país y extrañaba Paraguay. Yo siempre pensaba en Para­guay. Buscaba videos en You­tube de Paraguay, que en esa época no había muchos. Y siempre pensaba en volver acá a Paraguay. Y mi sueño era, porque no tuve la opor­tunidad en mi misión, de salir de Asunción, siempre escu­chaba sobre el Chaco. Enton­ces tenía en mi mente muy fijo volver a Paraguay e ir al Chaco, conocer a los indí­genas, el mundo salvaje. Yo siempre amé la aventura y el Chaco me parecía ese lugar mítico. Y yo sabía adentro de mi corazón que algo especial me esperaba.

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–Ese amor por la aven­tura y el monte ¿viene ya de alguna cuestión de tu niñez o tenía más relación con tu presencia en Para­guay?

–Desde niño. Mi papá es un hombre muy de la naturaleza. Desde niño nos llevaba a las montañas en Estados Unidos para ver alces, osos, arroyos. Y yo también fui un boy scout. Yo estaba decidido. Yo sabía que Paraguay era donde tenía que volver.

–¿Y un día armás la mochila y te vas para el Chaco?

–Yo volví a Paraguay en 2018. Tenía un amigo que conocía un poco de Filadelfia y Neu land. Y él me dijo: “Yo conozco a los nivaclé”. Y nos fuimos y tuve mi primera aventura en el Chaco en 2018.

INSPIRACIÓN

–Y supongo que empezaste a leer a gente que trabaja esta temática, ¿no?

–Yo veo a José Zanardini como mi padrino de todo esto. Yo leía todos sus libros. He hablado con él varias veces. Sus libros, en especial “Los indígenas del Paraguay”, me enseñaron la base de todo y también su amor hacia los ayoreos, él habla ayoreo. Eso me inspiró mucho. Su vida en sí. Él es, como yo siempre decía, el Indiana Jones de Paraguay. Él es el original. Yo aspiro mucho a ser como él.

–Tu tarea esencialmente es el registro fílmico, o sea, sos realizador, videasta, ¿no? Y te nutrís de temas de biología, de antropología y todo lo demás, ¿verdad?

–Sí, básicamente con algu­nos otros amigos extranjeros. Un húngaro, mi hermano que también es estadounidense y un lituano. Nosotros estamos formando un estudio de cine acá en Paraguay que se llama Deep Jungle. Y nuestra idea es contar las historias descono­cidas, perdidas, de los lugares más lejanos en el Chaco o de la selva que nadie conoce. Esa es nuestra misión como cineas­tas y documentalistas. Cada uno tiene su rol. Yo conozco más por la parte antropoló­gica, mi otro amigo es más el biólogo, el otro conoce lo logístico, mi hermano es el camarógrafo. Así trabajamos en equipo.

–¿Cómo en estos años que estás en el Chaco has visto que la modernidad ha cam­biado o no la vida y la cul­tura de las comunidades?

–Es algo tan complicado. No es blanco y negro. Es difí­cil de decir porque, por un lado, obviamente tener agua potable, tener la facilidad de comida, tener una casa digna. Nadie va a discutir que eso podría ser algo bueno, pero yo no sé si valió la pena la muerte extrema de su cultura anti­gua. Porque en el momento del contacto que hace un sil­vícola al mundo moderno, cuando ya entra en el proceso de cambiar a ser una persona entre nosotros, su mundo cambia tan radicalmente y en casi ningún caso ha sido bueno para la gente. Ellos siempre han tenido enferme­dades, grandes cantidades de ellos han muerto, han per­dido toda su identidad como personas. Hay un grupo de ayoreos que fueron contac­tados en 2004. Es el último grupo de silvícolas que entra­ron en el mundo moderno.

–¿Por qué salen? ¿Ya no tienen alimentos? ¿Por­que sencillamente cam­biaron de cultura?

–Yo le pregunté a Zanar­dini lo mismo. Él habló con los ayoreos directamente y ellos le dijeron que el monte ya no era como antes. Antes era como un supermer­cado. Ahora es un poco más difícil de encontrar tu ali­mento. Y también dijeron que los yaguaretés se esta­ban poniendo más y más bra­vos con cada año que pasaba. Ellos realmente pensaban que entrar en el mundo del coñón, del hombre blanco, les iba a proteger. Pensaban que unirse con nuestro mundo era la respuesta a sus pro­blemas.

–¿Ellos tienen fórmulas para enfrentar el monte y a los animales peligrosos?

–Sí, claro. Hacer ruido. El yaguareté nunca se va a acer­car a vos si hacés ruido. Por ejemplo, si nosotros vamos ahí en plan de ver anima­les, todos estamos en silen­cio. Nadie hace un sonido, nadie fuma, nadie está ori­nando. Justamente tienes que aguantar tus ganas de orinar porque tu orina ya hace un olor, los animales ya saben que un humano está cerca. Entonces tienes que básicamente ponerte como en tu manera más sil­vestre, natural. No hay que ducharse por unos días porque hasta el jabón y esas cosas te pueden oler. Los ani­males están increíblemente adaptados para evitar huma­nos porque saben que noso­tros somos su mayor ame­naza. Los humanos somos los animales más peligrosos del Chaco. Yo tengo mucho más miedo de un humano en el monte que de un yaguareté.

TRANSCULTURACIÓN

–¿La cultura de ellos te parece que sigue muy vigente o creés que están perdiendo su cultura, sus tradiciones, sus cantos?

–Los que viven en el monte, hasta donde sabemos, ellos son casi 100 % como siem­pre eran. Aunque se encon­tró una zapatilla en el monte lejano que no va a ser de un latino ni nadie y nos mostra­ron y no era de su manera. Era de una rueda de goma que ellos habían encontrado y hecho una zapatilla. Ellos van a usar lo que ellos pueden aga­rrar. Entonces ahí sí vemos que el mundo moderno va entrando en su mundo tam­bién. Hay incluso flechas que tienen alambre. Hay cambios grandes adentro de su cul­tura. La mayoría ya no cree en su dios antiguo, son cató­licos o evangélicos ahora. En la parte religiosa los misio­neros han hecho mucho trabajo, yo diría por mal, y yo siendo un exmisio­nero creo que puedo decir eso. Lamento eso, la pér­dida de cultura siempre hay que lamentar, porque la diversidad de culturas es lo que hace al mundo intere­sante. Cuando todos somos lo mismo ya nada es intere­sante.

–¿Cuáles son los aspectos más fuertes que te parece que no pierden?

–Número uno, su idioma. Los ayoreos fuertemente hablan su idioma. En otras comuni­dades indígenas que ya casi no hablan su idioma, hablan guaraní o español, los ayo­reos no. Los ayoreos hablan ayoreo y hablan cerrada­mente ayoreo. Ellos tam­bién saben todavía cazar en el monte. Ellos saben todo eso extremadamente bien. Las mujeres saben hacer la arte­sanía antigua del caraguatá de una manera muy especial. Con sus pies sacan el hilo y pueden hacer bolsas y eso no se ha perdido.

–¿Se puede temer que eso se pierda o por de pronto no?

–De lo que yo he visto, hasta ahora no. Si siguen ahí en el Chaco, si siguen rodeado por natu­raleza, nunca se va a perder eso. Pero si el monte desaparece, su cultura va a desa­parecer enseguida, pero por ahora todavía queda suficiente. La gente a veces quiere ser muy nega­tiva en cuanto al mundo ambiental. Yo siempre quiero ser positivo. Vale la pena luchar por eso, porque yo quiero vivir en un mundo donde todavía hay los miste­rios de la selva.

EL LENGUAJE CINEMATOGRÁFICO

–¿Te parece que hay poca presencia de los académi­cos o estás satisfecho con lo que ves?

–Yo estoy satisfecho con lo que hay escrito, como Zanar­dini, como la gente que ha hecho un trabajo increíble. Muchos antropólogos, biólo­gos que han trabajado ahí. Se puede leer mucho, pero no se ve tanto. Yo espero que nues­tro estudio de cine sea el pri­mero y el más fuerte en mos­trarlo en el mundo del video, el mundo cinematográfico. Por eso justamente yo creo que mis redes están teniendo muchas vistas y repercusión.

–¿Cómo es un día en la vida de tu grupo?, ¿qué hacen?, ¿cómo producen?, ¿qué producen?

–Nuestro lema es nada fic­ticio, nada fingido y nada actuado. Nosotros somos 100 % real. Tal cual como nos ven ahí es exactamente lo que sucedió, lo que noso­tros hacemos en los docu­mentales y los videos que producimos. Nosotros que­remos volver a una época en la que la expedición era real, donde lo que ven ahí es lo que pasó. Hay muchos grandes en el mundo de hoy en día que salen en National Geogra­phic y yo sé con seguridad y ya se ha filtrado varias veces que todo eso es fingido. Ellos ponen una escena.

–Y toda la producción ¿tiene como vehículo de difusión las redes socia­les o están pensando tam­bién en algún documental más extenso?

–Todo lo que hago en las redes solo es extra. Todo lo que estamos haciendo es para un documental grande. De hecho, estamos trabajando en dos proyectos a la par. Uno que se enfoca más en una aventura por el río Paraguay que va a terminar hacia la frontera de Bolivia y otro que tiene que ver neta­mente con los ayoreos y su cultura. La idea es mostrar de una forma que nadie nunca ha mostrado.

CONTRASTES

–La vida en el litoral es un ambiente totalmente dis­tinto al ambiente silvícola, ¿no?

–Sí. El mundo del río y lo que nosotros estamos haciendo por ahí es distinto. De hecho, queremos mostrar las dife­rentes caras del Chaco tam­bién, porque el Chaco cerca del río Paraguay es muy dis­tinto al Chaco cerca de la frontera con Bolivia. Ahí es muy seco, cerca del río es muy verde, parece más como acá en el Jardín Botánico.

–Supongamos que un grupo de amigos sin nin­guna intención depreda­toria ni nada quiere sen­cillamente conocer esos lugares. ¿Es muy difícil llegar ahí?

–Sí, sin una guía sí. Aunque la ruta Transchaco ya no es lo que era antes. Hay buen asfaltado hasta Filadel­fia, pero más arriba sí es más complicado. Cuanto más al norte vayas, más salvaje se pone básica­mente.

–Finalmente, ¿cuá­les son los valores o ideas que aprendiste en este tiempo en que viviste en Paraguay que conside­rás un aprendizaje?

–Acá en Paraguay he apren­dido mucho. Paraguay me enseñó muchísimo. Yo agra­dezco mucho a la gente de Paraguay por lo que pude madurar en este tiempo. Yo antes era un niño y ahora me considero más un hom­bre. Y eso yo sé que es por mi vivencia acá. Aprendí a tomar la vida más lenta, capaz de ser un poco más humilde, ver a la gente más como herma­nos en vez de otros. La vida estadounidense es más “yo tengo lo mío, vos tenés el tuyo”, pero acá se comparte mucho.

Cuántas veces lle­gamos a un pueblo y noso­tros no teníamos nada para comer. Yo tengo la memoria de que estábamos muriendo de hambre y una abuelita nos ofreció un caldo de surubí y era como el día más feliz de nuestra vida.

Algo tan sen­cillo puede ser tan impor­tante. Y yo totalmente cam­bié mi perspectiva de la vida acá en Paraguay. Era esperar un poco. La vida es ahora. Los momentos son ahora. Disfru­tar de este momento. Yo capaz antes no hubiera visto de esa manera. Por la gente de Para­guay yo siento que ahora dis­fruto más de mi vida porque lo estoy viviendo más plena­mente.

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