Las elevaciones de la geografía de la capital fueron referencias fundamentales en el poblamiento de la ciudad y son más que las siete que se suelen mencionar para favorecer una comparación con Roma. Aquí un diálogo con urbanistas y un actor cultural que explican el proceso y llaman a poner en valor estos sitios llenos de historia y vivencias.

Asunción se funda sobre la loma Cabará, que hoy alberga al palacio del Con­greso, un punto guarecido y de buena vista para los espa­ñoles que la fueron haciendo crecer siempre precavidos del ataque de los indios del Chaco.

Cabará es la guaranización de cabra, el ganado que trajeron los conquistadores para criar y sustentarse y, en sus altos, se erigió la casa fuerte ale­daña a la desaparecida laguna de los Patos, que estaba ubi­cada donde hoy se emplaza la avenida costanera José Asun­ción Flores.

Era una geografía difícil con muchos zanjones que desaguaban desde las altu­ras. La villa de la Asunción tenía 25 lagunas y 42 arro­yos según cuenta Juan Bau­tista Gill Aguinaga, citado por Pedro Gómez Silgueira en su libro “Asunción escon­dida: las siete colinas”.

Se refiere allí que las colinas eran además una importante referencia para la navegación, ya que viniendo desde el río era la forma más clara de visi­bilizar el asentamiento.

Loma Cabará, San Jerónimo, loma Clavel, loma Cachinga, Mangrullo, Volo Cue, la actual colina de La Encarnación, y las llamadas piedras de Santa Catalina (hoy desaparecidas). También están el cerrito San­són Cue y la loma Tarumá.

SÍMIL

No se sabe a ciencia cierta desde cuándo se usa la idea de comparar a Asunción con Roma, fundada sobre siete colinas, una idea atractiva que hasta hoy se difunde, pero que no tendría un sustento efectivo.

El arquitecto urbanista Car­los Zárate recuerda que “es importante entender que hay cierta voluntad mítica en el relato que define la cantidad de siete. En realidad, Asun­ción tiene muchas más. La topografía asuncena es muy ondulada, con decenas de colinas. Las siete más renom­bradas lo son por su proximi­dad al centro histórico, pero no parece que hayan sido muy incidentes en la elección del sitio fundacional”, considera.

Explica entonces que “durante los primeros siglos de la ciudad, cuando aún estaba en proceso de con­solidación, con una densi­dad muy baja y sin gestos de diseño urbano, tenían un valor referencial muy impor­tante. Su equivalente con­temporáneo sería la noción de hito urbano. Además, sus crestas eran puntos seguros y secos en jornadas lluviosas”.

El agua es un elemento cen­tral en el análisis. Así lo refrenda la arquitecta urba­nista Mabel Causarano: “Las más próximas a lo que hoy conocemos como cen­tro histórico fueron progre­sivamente ocupadas ante las condicionantes físicas del emplazamiento: un suelo erosio­nable, por su composición, los marcados desniveles y el régimen pluvial, con precipitaciones de fuerte intensidad, al igual que la red hídrica que lo atravesaba, que favorecie­ron la dispersión de las edifi­caciones”.

Agrega la reconocida espe­cialista que “las caracte­rísticas geomorfológicas hacían de estas lugares res­guardados de las lluvias y, en casos como la actual loma San Jerónimo o el Mangru­llo, hoy parque Carlos Antonio López, luga­res de avistamiento y, por tanto, de prevención y control ante probables ata­ques, particu­larmente de las comunidades indígenas cha­queñas”.

La escalinata de Antequera, inspirada en la Piazza Spagna de Roma, está enclavada en la cumbre del cerrito Sansón Cue

PROCESO

Ya poblada la loma Cabará, la expansión fue hacia la loma San Jerónimo, cono­cida como cerro Batería, ya que allí se emplaza­ron caño­nes de defensa.

Historiado­res narran que ya en los albores de 1900 se consolidó su población con la irregulari­dad que mantiene hasta hoy en día, porque su formación fue posterior a la reforma urbanística que determi­nara José Gaspar Rodríguez de Francia en 1821, gene­rando la cuadrícula de lo que hoy conocemos como centro histórico.

Carlos Zárate, arquitecto urbanista

Causarano, autora de “Encuentro con la ciudad escondida”, señala que en el caso de las colinas “algu­nas fueron aprovecha­das y resaltadas como recursos paisajísti­cos de gran cali­dad. Es el caso de las reves­tidas por las escalinatas de Ante­quera y Tacuary o, para resaltar la majestuosidad de un equi­pamiento religioso, como la que sirve de soporte a la iglesia de La Encarnación. Otras son accidentes de la red vial, con sus numero­sos desniveles, no aprove­chados por el trazado orto­gonal impuesto por el Dr. Francia”.

Poblar las colinas es una con­ducta ancestral quizá por el valor energético de las cimas. Lo cierto es que el caso asun­ceno tiene, según Zárate, “actitudes diversas según el caso: algunas colinas se densificaron en sus crestas y otras en su entorno. En algu­nos casos, por el valor estra­tégico de su posición, fueron ocupadas por edificaciones de importancia para la comuni­dad, tales como hospitales o iglesias. En otros casos, fue­ron acumulaciones de peque­ñas viviendas y en otros, por amplias quintas privadas”.

El Mangrullo, actual parque Carlos Antonio López, es el punto más alto de la ciudad

RECORRIDO

Si las integramos en un recorrido se puede subir hacia la loma Cachinga, donde está el Hospital Militar, y más atrás hacia el viejo Hospital de Clíni­cas se erige la loma Clavel.

El Mangrullo estaba ubi­cado en lo que hoy es el par­que Carlos Antonio López y es el punto más alto de la ciudad.

La iglesia de La Encarna­ción ocupa la loma del Volo Cue, en la intersección de Haedo y 14 de Mayo, y es otra elevación importante.

Cerrito Sansón Cue tiene hoy la escalinata de Ante­quera, inspirada en la Pia­zza Spagna de Roma, pero en su cima se puede apre­ciar la Villa Lina, sede del Museo de Arte Sacro de la Fundación Nicolás Latou­rrette Bo. Este presente estético no permite olvi­dar que fue también un punto estratégico en el que se emplazaron cañones en las revoluciones de princi­pios del siglo XX.

Sin embargo, hay muchas más, entre las que pueden mencionarse las colinas de Loma Pytã, por ejemplo.

Recuerda Zárate: “Las coli­nas son una constante en todo el territorio asun­ceno. No existen gran­des mesetas en la ciudad, apenas valles entre colina y colina. Eso incidió de manera importante en el modo de ocupación espon­tánea del territorio y tam­bién generó problemas cuando la trama urbana no las tuvo en cuenta. Esto puede notarse con mayor facilidad en los estragos que sigue causando el agua tras una lluvia, pero, aun­que menos evidente, tam­bién con efectos impor­tantes en el sistema de circulación vehicular, los sistemas de alcantari­llado, los de provisión de agua corriente y ventila­ción”, indica.

El cerro Tacumbú fue otra de las elevaciones de consi­deración en la ciudad, pero en la década del 50 comenzó a ser explotado para empe­drados y pavimentación de las calles de Asunción. De esa cantera quedó una gran laguna como vestigio de la acción del hombre sobre la naturaleza.

PUESTA EN VALOR

Mabel Causarano, arquitecta urbanista

Si bien presentes siempre en las “arribadas” y “bajeadas” de los caminantes asuncenos, las colinas no tienen un reconocimiento espe­cial, una visita organizada, elementos que inviten a recorrerlas.

Por ejemplo, una gran vista de la ciudad se consigue desde el mirador de la escalinata de la calle Curupayty, entre 25 de Mayo y Maris­cal Estigarribia, allí en la colina que corona el edificio Nautilus, diseñado por el recono­cido arquitecto Genaro “Pindú” Espínola.

Causarano entiende que se podría “tal vez organizar recorridos educativos, que incluyan la complejidad de la evolu­ción urbana, relacionando los componentes físicos (la composición y ocupación del suelo, la red hidrográfica), la distribución y los tipos de vegetación, sociales (quiénes las ocuparon y quiénes las ocu­pan actualmente), económicos y paisajísticos”, apunta.

Se podría así evidenciar “las oportunidades para su valora­ción y las que se habrían podido aprovechar si se hubiera consolidado la trama orgánica original, protegido los cur­sos de agua, utilizado los desniveles, valo­rizado las visuales panorámicas, incorpo­rado jardines lineales y estabilizado los barrancos”, recuerda la autora de nume­rosas publicaciones sobre la Madre de Ciu­dades y su área metropolitana, entre ellas “Encuentro con la ciudad escondida. Expe­dición a la Asunción colonial”.

Con miras a los 500 años de la ciudad, que se cumplirán en 2037, des­taca que “el rescate de Asun­ción tiene un punto de apoyo en el conocimiento de lo que esconde como patrimonio histórico, arquitectónico, natural y cultural, que sale tibiamente a la luz en oca­siones como las del ani­versario de su fundación. Actividades ocasionales, desconectadas de una visión integral del futuro, son fuegos fatuos y, como tales, ilusorias e intrascendentes”, con­cluye señalando.

UNA HISTORIA DE LA LOMA TARUMÁ

  • Pedro Gamarra Doldán*

Asunción, como fuerte en 1537, o como ciudad en 1541, se formó en una zona baja rodeada por puntos altos que son unas 7 a 10 colinas que cir­cunvalaban la ciudad pretérita. La cantidad exacta no puede mencionarse sino como una intención casi romana en su parecido.

Poblar esas colinas fue un proceso en el que ayu­daron los habitantes socavando en sus aguas a las mismas o siendo desmenuzadas en sus pro­cesos demográficos o en la búsqueda de terre­nos para plantar.

La loma Tarumá, el barrio con ese nombre en homenaje a los árboles que la entornaban, abar­caba unas 30 hectáreas consideradas así por téc­nicosalefectoquefueronutilizadascomolugarde plantaciones agrícolas y más tarde fueron pobla­das en el siglo XIX.

Nuestro libro, en coautoría con mi esposa, María Teresa Pozzoli, “Asunción: rostro anti­guo y actual de la loma Tarumá”, expone y denota ese proceso de explotación agrícola y su posterior poblamiento en detalle. Vale men­cionar que las primeras plantaciones fueron de congregaciones religiosas que las llevaron ade­lante en un principio con esclavos, como se los permitía la legislación de entonces.

FUENTE NUTRICIA

La loma Tarumá, destacada por el Instituto Geográfico Militar como una de las colinas más grandes de la ciudad, fue una fuente nutri­cia en el proceso alimenticio del centro capi­talino, también en lo cultural y popular, para luego ir formándose como un barrio de habi­tantes.

La loma Tarumá hoy en día es un espacio ubi­cado entre Teniente Fariña, avenida Quinta, Estados Unidos e Iturbe. Es un lugar que forma parte del radio céntrico de la ciudad con casas antiguas y modernas e inclusive con obras en alturas. El lugar lo poblaron y lo pueblan sin­gulares personalidades expuestas en el libro.

Entre ellas el ingeniero inglés William Henry Keld Whytehead, asesor téc­nico de don Carlos Antonio López. Luego de su suicidio, las tierras que poseía comenzaron a lotearse termi­nada la Guerra Guasu. Tam­bién en la que fuera su casa funcionó el pres­tigioso Liceo San Car­los.

Asunción debe historiar todas las colinas que bordearon su radio cén­trico como una forma de conocer sus alturas y, por qué no, su subsuelo.

La loma Tarumá fue lomada alegre hasta el año 1932. Había fiestas folclóricas que se detu­vieron por el empedramiento de sus calles y la guerra que tuvimos con Bolivia.

MEMORIA ANCESTRAL

Ya en el presente, gracias a la labor de la Fun­dación Asunción, se repite ese milagro de una memoria ancestral de la alegría en la celebra­ción de la virgen de la Merced y otras activi­dades que se buscan hacer constantes en el sueño de poder concretar un centro cul­tural en el barrio.

Hasta las primeras décadas de este siglo, la loma Tarumá de Asunción fue protagonista de un hecho de carácter popular que llenó de colorido su época: los festejos profanos de la celebración de la festividad de Nuestra Señora de las Mer­cedes, muy vene­rada por la par­cialidad negra que residía en el barrio de Las Merce­des y a quien los kamba llamaban La Merced en su todavía peculiar forma de expresión.

La antigua imagen de la virgen que hoy se venera en el oratorio de los franciscanos fue dejada por los mercedarios al cuidado de su “mayordoma” de origen negro. Llegó así a manos de ña Calí, conocida chipera de prin­cipios de siglo, natural de Cambá Cocué de Paraguarí, de cuya casa de la calle Iturbe casi Ypané salía en su día, 24 de setiembre, para recibir el homenaje de sus hijos tras regresar de la cárcel, donde los reclusos aguardaban la víspera en su honor.

En los días previos, durante el novenario, la loma se poblaba del bullicio de la tradicional calesita y el día especial, desde muy temprano, recibía de la casa de don Tomás las visitas bullangueras de los kamba, quienes siguiendo una vieja costumbre volvían a llevar a los car­celeros comida y aloja de la virgen.

La loma toda se llenaba entonces del sordo tam-tam de sus tambores y el ritmo del can­domblé brotaba mágico y sensual. Junto a las oraciones que, entremezcladas con el trajín del vecindario, formaban un colorido cuadro, una fuerte acuarela popular.

* Abogado, autor de libros sobre temas histó­ricos, económicos y literarios. Profesor uni­versitario, fue directivo en el Ateneo Para­guayo, la Alianza Francesa, la Casa Vasca y la Sociedad Científica del Paraguay

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