Las elevaciones de la geografía de la capital fueron referencias fundamentales en el poblamiento de la ciudad y son más que las siete que se suelen mencionar para favorecer una comparación con Roma. Aquí un diálogo con urbanistas y un actor cultural que explican el proceso y llaman a poner en valor estos sitios llenos de historia y vivencias.
- Por Jorge Zárate
- jorge.zarate@nacionmedia.com
- Fotos Jorge Jara / Archivo
Asunción se funda sobre la loma Cabará, que hoy alberga al palacio del Congreso, un punto guarecido y de buena vista para los españoles que la fueron haciendo crecer siempre precavidos del ataque de los indios del Chaco.
Cabará es la guaranización de cabra, el ganado que trajeron los conquistadores para criar y sustentarse y, en sus altos, se erigió la casa fuerte aledaña a la desaparecida laguna de los Patos, que estaba ubicada donde hoy se emplaza la avenida costanera José Asunción Flores.
Era una geografía difícil con muchos zanjones que desaguaban desde las alturas. La villa de la Asunción tenía 25 lagunas y 42 arroyos según cuenta Juan Bautista Gill Aguinaga, citado por Pedro Gómez Silgueira en su libro “Asunción escondida: las siete colinas”.
Se refiere allí que las colinas eran además una importante referencia para la navegación, ya que viniendo desde el río era la forma más clara de visibilizar el asentamiento.
Loma Cabará, San Jerónimo, loma Clavel, loma Cachinga, Mangrullo, Volo Cue, la actual colina de La Encarnación, y las llamadas piedras de Santa Catalina (hoy desaparecidas). También están el cerrito Sansón Cue y la loma Tarumá.
SÍMIL
No se sabe a ciencia cierta desde cuándo se usa la idea de comparar a Asunción con Roma, fundada sobre siete colinas, una idea atractiva que hasta hoy se difunde, pero que no tendría un sustento efectivo.
El arquitecto urbanista Carlos Zárate recuerda que “es importante entender que hay cierta voluntad mítica en el relato que define la cantidad de siete. En realidad, Asunción tiene muchas más. La topografía asuncena es muy ondulada, con decenas de colinas. Las siete más renombradas lo son por su proximidad al centro histórico, pero no parece que hayan sido muy incidentes en la elección del sitio fundacional”, considera.
Explica entonces que “durante los primeros siglos de la ciudad, cuando aún estaba en proceso de consolidación, con una densidad muy baja y sin gestos de diseño urbano, tenían un valor referencial muy importante. Su equivalente contemporáneo sería la noción de hito urbano. Además, sus crestas eran puntos seguros y secos en jornadas lluviosas”.
El agua es un elemento central en el análisis. Así lo refrenda la arquitecta urbanista Mabel Causarano: “Las más próximas a lo que hoy conocemos como centro histórico fueron progresivamente ocupadas ante las condicionantes físicas del emplazamiento: un suelo erosionable, por su composición, los marcados desniveles y el régimen pluvial, con precipitaciones de fuerte intensidad, al igual que la red hídrica que lo atravesaba, que favorecieron la dispersión de las edificaciones”.
Agrega la reconocida especialista que “las características geomorfológicas hacían de estas lugares resguardados de las lluvias y, en casos como la actual loma San Jerónimo o el Mangrullo, hoy parque Carlos Antonio López, lugares de avistamiento y, por tanto, de prevención y control ante probables ataques, particularmente de las comunidades indígenas chaqueñas”.
PROCESO
Ya poblada la loma Cabará, la expansión fue hacia la loma San Jerónimo, conocida como cerro Batería, ya que allí se emplazaron cañones de defensa.
Historiadores narran que ya en los albores de 1900 se consolidó su población con la irregularidad que mantiene hasta hoy en día, porque su formación fue posterior a la reforma urbanística que determinara José Gaspar Rodríguez de Francia en 1821, generando la cuadrícula de lo que hoy conocemos como centro histórico.
Causarano, autora de “Encuentro con la ciudad escondida”, señala que en el caso de las colinas “algunas fueron aprovechadas y resaltadas como recursos paisajísticos de gran calidad. Es el caso de las revestidas por las escalinatas de Antequera y Tacuary o, para resaltar la majestuosidad de un equipamiento religioso, como la que sirve de soporte a la iglesia de La Encarnación. Otras son accidentes de la red vial, con sus numerosos desniveles, no aprovechados por el trazado ortogonal impuesto por el Dr. Francia”.
Poblar las colinas es una conducta ancestral quizá por el valor energético de las cimas. Lo cierto es que el caso asunceno tiene, según Zárate, “actitudes diversas según el caso: algunas colinas se densificaron en sus crestas y otras en su entorno. En algunos casos, por el valor estratégico de su posición, fueron ocupadas por edificaciones de importancia para la comunidad, tales como hospitales o iglesias. En otros casos, fueron acumulaciones de pequeñas viviendas y en otros, por amplias quintas privadas”.
RECORRIDO
Si las integramos en un recorrido se puede subir hacia la loma Cachinga, donde está el Hospital Militar, y más atrás hacia el viejo Hospital de Clínicas se erige la loma Clavel.
El Mangrullo estaba ubicado en lo que hoy es el parque Carlos Antonio López y es el punto más alto de la ciudad.
La iglesia de La Encarnación ocupa la loma del Volo Cue, en la intersección de Haedo y 14 de Mayo, y es otra elevación importante.
Cerrito Sansón Cue tiene hoy la escalinata de Antequera, inspirada en la Piazza Spagna de Roma, pero en su cima se puede apreciar la Villa Lina, sede del Museo de Arte Sacro de la Fundación Nicolás Latourrette Bo. Este presente estético no permite olvidar que fue también un punto estratégico en el que se emplazaron cañones en las revoluciones de principios del siglo XX.
Sin embargo, hay muchas más, entre las que pueden mencionarse las colinas de Loma Pytã, por ejemplo.
Recuerda Zárate: “Las colinas son una constante en todo el territorio asunceno. No existen grandes mesetas en la ciudad, apenas valles entre colina y colina. Eso incidió de manera importante en el modo de ocupación espontánea del territorio y también generó problemas cuando la trama urbana no las tuvo en cuenta. Esto puede notarse con mayor facilidad en los estragos que sigue causando el agua tras una lluvia, pero, aunque menos evidente, también con efectos importantes en el sistema de circulación vehicular, los sistemas de alcantarillado, los de provisión de agua corriente y ventilación”, indica.
El cerro Tacumbú fue otra de las elevaciones de consideración en la ciudad, pero en la década del 50 comenzó a ser explotado para empedrados y pavimentación de las calles de Asunción. De esa cantera quedó una gran laguna como vestigio de la acción del hombre sobre la naturaleza.
PUESTA EN VALOR
Si bien presentes siempre en las “arribadas” y “bajeadas” de los caminantes asuncenos, las colinas no tienen un reconocimiento especial, una visita organizada, elementos que inviten a recorrerlas.
Por ejemplo, una gran vista de la ciudad se consigue desde el mirador de la escalinata de la calle Curupayty, entre 25 de Mayo y Mariscal Estigarribia, allí en la colina que corona el edificio Nautilus, diseñado por el reconocido arquitecto Genaro “Pindú” Espínola.
Causarano entiende que se podría “tal vez organizar recorridos educativos, que incluyan la complejidad de la evolución urbana, relacionando los componentes físicos (la composición y ocupación del suelo, la red hidrográfica), la distribución y los tipos de vegetación, sociales (quiénes las ocuparon y quiénes las ocupan actualmente), económicos y paisajísticos”, apunta.
Se podría así evidenciar “las oportunidades para su valoración y las que se habrían podido aprovechar si se hubiera consolidado la trama orgánica original, protegido los cursos de agua, utilizado los desniveles, valorizado las visuales panorámicas, incorporado jardines lineales y estabilizado los barrancos”, recuerda la autora de numerosas publicaciones sobre la Madre de Ciudades y su área metropolitana, entre ellas “Encuentro con la ciudad escondida. Expedición a la Asunción colonial”.
Con miras a los 500 años de la ciudad, que se cumplirán en 2037, destaca que “el rescate de Asunción tiene un punto de apoyo en el conocimiento de lo que esconde como patrimonio histórico, arquitectónico, natural y cultural, que sale tibiamente a la luz en ocasiones como las del aniversario de su fundación. Actividades ocasionales, desconectadas de una visión integral del futuro, son fuegos fatuos y, como tales, ilusorias e intrascendentes”, concluye señalando.
UNA HISTORIA DE LA LOMA TARUMÁ
- Pedro Gamarra Doldán*
Asunción, como fuerte en 1537, o como ciudad en 1541, se formó en una zona baja rodeada por puntos altos que son unas 7 a 10 colinas que circunvalaban la ciudad pretérita. La cantidad exacta no puede mencionarse sino como una intención casi romana en su parecido.
Poblar esas colinas fue un proceso en el que ayudaron los habitantes socavando en sus aguas a las mismas o siendo desmenuzadas en sus procesos demográficos o en la búsqueda de terrenos para plantar.
La loma Tarumá, el barrio con ese nombre en homenaje a los árboles que la entornaban, abarcaba unas 30 hectáreas consideradas así por técnicosalefectoquefueronutilizadascomolugarde plantaciones agrícolas y más tarde fueron pobladas en el siglo XIX.
Nuestro libro, en coautoría con mi esposa, María Teresa Pozzoli, “Asunción: rostro antiguo y actual de la loma Tarumá”, expone y denota ese proceso de explotación agrícola y su posterior poblamiento en detalle. Vale mencionar que las primeras plantaciones fueron de congregaciones religiosas que las llevaron adelante en un principio con esclavos, como se los permitía la legislación de entonces.
FUENTE NUTRICIA
La loma Tarumá, destacada por el Instituto Geográfico Militar como una de las colinas más grandes de la ciudad, fue una fuente nutricia en el proceso alimenticio del centro capitalino, también en lo cultural y popular, para luego ir formándose como un barrio de habitantes.
La loma Tarumá hoy en día es un espacio ubicado entre Teniente Fariña, avenida Quinta, Estados Unidos e Iturbe. Es un lugar que forma parte del radio céntrico de la ciudad con casas antiguas y modernas e inclusive con obras en alturas. El lugar lo poblaron y lo pueblan singulares personalidades expuestas en el libro.
Entre ellas el ingeniero inglés William Henry Keld Whytehead, asesor técnico de don Carlos Antonio López. Luego de su suicidio, las tierras que poseía comenzaron a lotearse terminada la Guerra Guasu. También en la que fuera su casa funcionó el prestigioso Liceo San Carlos.
Asunción debe historiar todas las colinas que bordearon su radio céntrico como una forma de conocer sus alturas y, por qué no, su subsuelo.
La loma Tarumá fue lomada alegre hasta el año 1932. Había fiestas folclóricas que se detuvieron por el empedramiento de sus calles y la guerra que tuvimos con Bolivia.
MEMORIA ANCESTRAL
Ya en el presente, gracias a la labor de la Fundación Asunción, se repite ese milagro de una memoria ancestral de la alegría en la celebración de la virgen de la Merced y otras actividades que se buscan hacer constantes en el sueño de poder concretar un centro cultural en el barrio.
Hasta las primeras décadas de este siglo, la loma Tarumá de Asunción fue protagonista de un hecho de carácter popular que llenó de colorido su época: los festejos profanos de la celebración de la festividad de Nuestra Señora de las Mercedes, muy venerada por la parcialidad negra que residía en el barrio de Las Mercedes y a quien los kamba llamaban La Merced en su todavía peculiar forma de expresión.
La antigua imagen de la virgen que hoy se venera en el oratorio de los franciscanos fue dejada por los mercedarios al cuidado de su “mayordoma” de origen negro. Llegó así a manos de ña Calí, conocida chipera de principios de siglo, natural de Cambá Cocué de Paraguarí, de cuya casa de la calle Iturbe casi Ypané salía en su día, 24 de setiembre, para recibir el homenaje de sus hijos tras regresar de la cárcel, donde los reclusos aguardaban la víspera en su honor.
En los días previos, durante el novenario, la loma se poblaba del bullicio de la tradicional calesita y el día especial, desde muy temprano, recibía de la casa de don Tomás las visitas bullangueras de los kamba, quienes siguiendo una vieja costumbre volvían a llevar a los carceleros comida y aloja de la virgen.
La loma toda se llenaba entonces del sordo tam-tam de sus tambores y el ritmo del candomblé brotaba mágico y sensual. Junto a las oraciones que, entremezcladas con el trajín del vecindario, formaban un colorido cuadro, una fuerte acuarela popular.
* Abogado, autor de libros sobre temas históricos, económicos y literarios. Profesor universitario, fue directivo en el Ateneo Paraguayo, la Alianza Francesa, la Casa Vasca y la Sociedad Científica del Paraguay