- Ricardo Rivas
- Periodista
- Twitter: @RtrivasRivas
Roberto Saviano (45) –colega periodista y escritor italiano– estalló en llanto un puñado de días atrás en el recinto de la Corte de Apelaciones de Roma, Italia. Sobre el hombro de Antonio Nobile, su abogado, sus lágrimas mojan la tradicional toga negra que sobre sus ropas que viste el profesional que solo lo abraza, escucha y contiene. “Mi hanno rubato la vita”, dice entre sollozos.
Esas cinco palabras son las que encontró para sintetizar públicamente las angustias que asume y acumula en privado desde que tuvo 29 años.
Minutos antes ese tribunal colegiado condenó a Francesco Bidognetti (75) –capo de los Casalesi, famiglia mafiosa de Nápoles– a un año y medio de prisión (que se añaden a la prisión perpetua que cumple); y, a un año y cuatro meses a Michele Santonastaso, su abogado, que el 13 de marzo de 2008, por orden del jefe del clan, durante el desarrollo del proceso llamado Spartacus contra un total de 115 integrantes de la Camorra y los jefes de los Casalesi, leyó en alta voz un texto amenazante directo contra Saviano y la experiodista Rosaria Capacchione, a los que señaló por ser los “responsables” de que su cliente y cómplices fueran condenados, como finalmente sucedió.
Inmediatamente después de aquella intimidación –con la convicción de que el sicariato se organizaba para silenciarlos y condicionar al Poder Judicial italiano– a Saviano un contingente policial fuertemente armado lo obligó a salir de su casa y –como sucedía desde dos años antes– un equipo de custodios lo rodeó y no deja de hacerlo.
Ese equipo de agente del ministerio del Interior camina, duerme, desayuna, almuerza y cena con él. Lo rodean. Lo escoltan. Pero... ¿Qué hicieron Roberto y Rosaria para que tengan que vivir así? Trabajaron de periodistas. Ejercieron el oficio con calidad y excelencia.
Saviano publicó “Gomorra”, un libro tan esclarecedor como fascinante; y, Capacchione es autora de “El oro de la Camorra”. Leí Gomorra. Vi –hasta antes del 15 de mayo de 2020, cuando inesperadamente la retiraron del catálogo– todos los episodios que produjo Netflix que adaptó y realizó con aquel texto que devino en contenido audiovisual. Con esos capítulos sobre las actividades delictivas de la Camorra, aprendí y supe más de lo que sabía, intuía, suponía o imaginaba. Millones, tal vez, pueden sentir lo mismo que siento y destaco. ¡Vero capo lavoro!
Otros, seguramente, les pudo haber pasado lo mismo e incluso lo agradezcan porque, desde los resultados de esos trabajos periodísticos que los afectan pudieron verificar que no solo jueces, fiscales y policías son parte de las hipótesis de graves conflictos que deben prevenir para no ser atrapados esos definitivamente “malos” por los presuntos “buenos”, como allá lejos y hace tiempo imaginábamos con simpleza a las sociedades de antaño, aunque no todos ni todas lo eran.
Con las audiencias pasa lo mismo. Se constituyen transversalmente y en la diversidad con presuntos buenos y buenas, a la vez que con presuntas malas y malos, hasta que demuestren lo contrario.
DE PELÍCULA
En ese contexto, el profe Carlos Vallina, en tiempos que maestrábamos en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social (FPyCS) de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), con enorme precisión nos enseñó que lo audiovisual se compone de “lo visible” (las imágenes); lo invisible (la música, por ejemplo); y, lo que cada persona ve, en línea con su cultura. De allí que no todos ni todas cuando vemos lo mismo, miramos ni comprendemos lo mismo. Por nuestros habitus, tal vez, diría Pierre Bordieu. T
oda acción comunicacional produce sentido. De allí que dos años antes de recibir el Premio Nobel de Literatura –galardón que le fue conferido el 7 de octubre de 2010– Mario Vargas Llosa, luego de leer el libro de Saviano y apoyándose en él, escribió en un potente texto de opinión que “los grandes capitostes de la Camorra napolitana, y sus pistoleros y amanuenses, abandonan sus viejas costumbres y jergas para adoptar las que las películas de Hollywood les atribuyen.
Por ejemplo, en Casal di Principe, el jefe de familia, Walter Schiavone, hizo que los arquitectos le construyeran una suntuosa vivienda imitada milimétricamente de la que habita, en ‘Scarface’, Tony Montana (Al Pacino).
Hasta la aparición de la película de Coppola ‘El padrino’, los camorristas jamás habían llamado de este modo a los capofamiglie, pero desde entonces, aquel apelativo se ha generalizado, y no solo en Campania, también en Calabria, Sicilia y otras regiones de Italia”. Claramente impresionado por la obra puntualizó que “las esposas de los camorristas, desde hace algunos años, se visten como Uma Thurman en Kill Bill, con rubias pelucas y de amarillo fosforescente.
Y un veterano policía explicó, ante un tribunal que, desde que vieron las películas de Tarantino, los killers de las distintas ‘familias) napolitanas asesinan como esos personajes de celuloide: disparando al bajo vientre, a la ingle, a las piernas, hiriendo gravemente para que la muerte tarde, y rematando a las víctimas por fin con un tiro en la nuca”. A Roberto “Saviano (lo describió como) un periodista muy joven, pero, sobre todo, es napolitano, de origen humilde. (Que) Ha vivido en los pueblos y barrios donde la Camorra representa el verdadero poder y es la fuente, por un lado, de trabajo y oportunidades de supervivencia para los pobres, y, por otro, de violencias terribles que en las páginas de su libro están documentadas con nombres, fechas y precisiones”.
Es palabra de Vargas Llosa. Roberto Saviano y Rosaria Capacchione hicieron grandes trabajos periodísticos. ¿Triunfaron y se condenaron?
“ME HAN ROBADO LA VIDA”
En lo personal y profesional tengo la convicción de que no debo mirarlo así, pero... sé que en el colectivo podrían no escasear quienes piensen diferente o, en sentido opuesto y que, por ello, (aunque discretamente o con excusas banales y hasta temerarias) –por temor de que les pase lo que a otros y otras– dejen ganar espacio a sus sentires incontrolables hasta el punto negativo de atentar contra su propia libertad de expresión y optar por no informar lo que se propusieron saber. Autocensura, en defensa propia. Admitámoslo, el miedo, también es un sentimiento y es parte de la condición humana.
“Mi hanno rubato la vita e io ho lasciato che me la rubassero (Me han robado la vida y me la he dejado robar)”, dijo Saviano ante sus colegas periodistas, comunicadoras y comunicadores cuando consiguió superar el llanto tantos años contenido después de que se leyera la sentencia que condena al capo mafioso y su abogado por “intimidación”.
Con claridad comprendió que la Camorra ya lo había condenado a muerte. Con esa certeza y profundo conocimiento sostuvo ante el diario El País que, a esa organización criminal de alta complejidad, “lo que más le molesta es que muerte (lo que denuncia en Gomorra) tenga tantos lectores”.
Con claridad señaló: “Me han condenado porque el libro se ha leído mucho” y, desde esa perspectiva, sostuvo que, justamente, “es el éxito lo que me ha condenado a muerte”. Tremenda afirmación.
Pese a ello, aseguró que “volvería a escribir el libro; (y) no me arrepiento de haberlo hecho”. Aunque más allá de su sentir y decir, se autodefinió como un “prisionero” de su obra, aunque a pesar de todo, con firmeza (y, quizás, algo de autocrítica) admite haber “elegido quedarme, contar, resistir” y por esa decisión comprometida y ética: “Estoy en el banquillo de los acusados (por la Camorra).
Tenía que irme ante este estado de cosas. (Pero) No he tenido la fuerza de protegerme (…) Vivo una situación que me agota; (porque) es un gasto de energía brutal, una energía gastada no en escribir, sino en estar alerta, en estar encerrado en lugares horribles, en perder tiempo inútilmente... Y todo eso me vuelve loco”. Pero no se quedó allí. Compartió una comprobación en carne viva.
“Para ellos ni existe una sacralización de la vida, ni la muerte es un concepto negativo. Para la Camorra, la muerte no es un riesgo, sino una parte del oficio”. Desde muchos años sabe que el peligro de vida continúa. Quizás por ello, cuando consiguió contener las emociones, reclamó por su libertad.
Confesó ante los medios que quiere “cabalgar una moto, pasear...” Hizo públicos sus deseos, aunque admitió saber que su vida “ha sido destrozada” y que “no ha sido capaz de gestionar” esa situación. ¿Se le puede exigir más compromiso a quien nos dice saber que su vida “ha sido machacada”?
Saviano recomendó después a las y los periodistas que procuran historias como la que él escribió que “no lo hagan solos”. Les aconsejó que trabajen “en red”. Los exhortó a “no poner en juego solos vuestro cuerpo”. Y recomendó “no” hacerse “ilusiones” más allá de los límites éticos que cada quien y cada cual se imponga en el ejercicio profesional.
Memoria. Corría el mes de mayo de 2013. Tal vez era el tiempo de la sobremesa en el mediodía del sábado 4. Entre palmeras, muy cerca de una piscina, conversábamos sin plazos con el maestro don Javier Darío Restrepo. Enorme periodista. San José de Costa Rica nos regalaba un clima de excepción. La temporada verde recién comenzaba. Chubascos, calores intensos, humedades, mariposas multicolores, monos, caudalosos ríos, arroyos, cascadas, tucanes de pico gris, quetzales.
Exuberancia natural. Incluso con su más de un centenar y medio de volcanes activos. “¡Pura vida!”, como ese amable y hospitalario pueblo se presenta. Pero nuestros intereses dialógicos tenían otra derrota. Navegábamos otras aguas y discerníamos sobre la ética periodística, el compromiso profesional, las búsquedas de información para informar, los riesgos y desafíos que supone el oficio.
Lo escuché en silencio. Con profunda atención. Solo lo interrumpí brevemente para preguntar. Para aprender. Para esclarecerme. Algunas horas antes la Organización de las Naciones Unidas (ONU), a través de la Unesco, dio a conocer un “Plan de Acción sobre la Seguridad de los Periodistas y la Cuestión de la Impunidad”.
LIBERTAD DE PRENSA
Era el Día Mundial de la Libertad de Prensa. El lema de aquella cumbre: “Hablar sin miedo”. Como lo hicieron desde 2007 Roberto y Rosaria. “Se suele exigir a las y los periodistas la búsqueda de la verdad”. dijo Javier Darío Restrepo. “Los periodistas solo buscamos información para informar y, con ese objetivo, saber y conocer hechos. Sucesos”. La clase magistral estaba allí.
A mi alcance. Guardo en mi memoria que, palabra más, palabra menos, el veterano maestro dejo en claro que, desde algún lugar, se pide (y no pocas veces exige a las y los trabajadores de prensa) lo imposible. La idealidad. Tal vez, para que esa exigencia retórica de contar la verdad –que debiera solo ser la búsqueda incansable de datos, de sucesos verificables y verificados para que, tal vez, al publicarlos sobre ellos emerja un acuerdo social para discernir lo verdadero con el fin de separarlo de lo falso– devenga en una especie de misión imposible.
El periodismo no crea verdades. No las construye. Cuenta historias que con multiplicidad de voces –voluntariamente o no– emergen desde la sociedad y son las que dan respuestas a las cinco preguntas básicas que no debieran jamás ser dejadas de lado, para saber qué, quién, cómo, cuándo y dónde.
Las y los periodistas solo tenemos preguntas que, casi siempre, son los interrogantes de quienes quieren saber y, como sujetos sociales y de derecho, exigen recibir información. El periodismo debe informarse para informar porque es pertinente –y hace al oficio– buscar respuestas. Sí y solo sí. Con esa convicción trashumará profesionalmente los espacios sociales para generar contenidos en, de, desde y con las sociedades en las que se intervendrá con escucha plural. El periodista tendrá que situarse para incidir.
El oficio de periodista es de contacto. Es cuerpo a cuerpo. Cara a cara. Y eso conlleva y supone riesgos. Restrepo recordó que, en su país, Colombia, tienen legislación para la protección de periodistas. Pero con mirada crítica fue al hueso. “Pasamos de ser periodistas en peligro, amenazados... a periodistas custodiados. ¡Muy grave!” Hizo un breve silencio.
“Por más buena intención y buena fe con la que los agentes del Estado aborden esa obligación porque somos sujetos de derechos, nuestras fuentes, allí donde procuramos informarnos para informar y a las que nos debemos para protegerlas y que no sean silenciadas no se sienten cómodas, ni seguras”. Enorme dilema. Una docena de años pasaron desde entonces. Roberto Saviano me trae la voz y las enseñanzas de don Javier Darío Retrepo.
La inseguridad de las y los periodistas no decrece. Poderosas y poderosos en el mismo nivel de intensidad que las organizaciones delictivas de alta complejidad con alcance transnacional planifican y gestionan estrategias para para silenciar y silenciarnos.
Con balas, con explosivos, con secuestros, con encarcelamientos, con exilios, con destierros, con apatridias, con campañas para desprestigiar, con noticias falsas, con mentiras que se producen con valiosas herramientas tecnológicas de todo tipo -incluso de bajo costo- al alcance de quienes estén dispuestos a utilizarlas para bien o para mal con mínima capacitación. Los estrados judiciales, también son.
“Ahora tenemos la prueba oficial de que los capos, con sus abogados, (en 2008, ante un tribunal constituido) firmaron una proclama en la que pusieron en el objetivo (para abatirlo, a) quien relataba su poder criminal” para que se sepa de los alcances de su criminalidad.
“Y no atacaron (a) la política, sino (fueron contra) el periodismo, insinuando que habrían considerado responsables (de tales revelaciones) a los periodistas, y dijeron mi nombre y el de Rosaria Capacchione, (caracterizándonos como) responsables de sus condenas. (Esto) No había ocurrido nunca en un tribunal, en ninguna parte del mundo”. ¿Qué es lo que no se entiende?.