- Gonzalo Cáceres
- Foto: Gentileza
La historia de los pueblos nativos del Chaco y el Amazonas sigue en la nebulosa. Tal es el caso de los naperús, una etnia prácticamente desconocida en el presente, cuyo rastro sobrevive en los escritos de un soldado europeo del siglo XVI.
Entre los testimonios tempranos sobre los distintos grupos que habitaron el actual territorio paraguayo, destaca el del alemán Ulrico Schmidel (Ulrich Schmidl, Schmidel o Schmidt). Aventurero para unos, cazafortunas/mercenario para otros, pero indudablemente un consumado viajero, formó parte de la expedición de Pedro de Mendoza al Río de la Plata y vivió en carne propia los horrores de la (primera) fundación de Buenos Aires en 1536 (abandonada en 1541).
Este intrépido bávaro publicó en la ciudad de Fráncfort la “Vera historia y relatos de la conquista del Río de la Plata y el Paraguay” (1567), un compilado de sus andanzas por los actuales Paraguay y Argentina, siendo de los contados testigos no españoles en tomar parte de la empresa conquistadora, erigiéndose como fuente indispensable para académicos e investigadores.
Schmidel permaneció en Sudamérica por unos 20 años (1534-1554), participando en un buen número de incursiones, fundaciones de ciudades, conflictos internos entre los conquistadores y, sobre todo, en los encuentros (muchas veces violentos) con los nativos.
LOS NAPERÚS
En el contexto de las empresas que partieron de Asunción hacia el Chaco, territorio que a ojos europeos era “inhóspito, impredecible y peligrosamente indómito”, Schmidel registró la presencia de un pueblo aborigen denominado naperú, cuyo feudo ubicó a “cien leguas tierra adentro desde Asunción”, unos 400 o 600 kilómetros al noroeste, posiblemente en el límite entre los actuales departamentos de Boquerón, Presidente Hayes y Alto Paraguay (algunas fuentes hablan de todo el margen entre Bahía Negra y el río Pilcomayo).
“Primero, después que partió de los pyembas, llegó él (Juan de Ayolas) a una nación llamada naperus, que son amigos de los pyembas (uno de los nombres de los payaguás) y no tienen más que pescado y carne; es una nación de mucha gente. De estos naperús también nuestro capitán general se separó algunos que le sirvieran de baqueanos (guías); pasaron en seguida por muchas naciones con grandes penas y trabajo, y se les hizo gran resistencia”, contó Schmidel.
Los naperús eran “hombres altos y fuertes”, quienes “estaban bien adaptados a los montes, ríos y esteros”. Estos subsistían exclusivamente de la pesca y la caza y no practicaban la agricultura. De indudable naturaleza nómada, los naperús tampoco dieron forma a asentamientos permanentes.
La simpleza aparente de su estilo de vida no debe confundirse con precariedad. Las sociedades de cazadores-recolectores del Chaco poseían complejos sistemas de organización, conocimiento del terreno y estrategias enfocadas a tan hostil entorno.
EMBOSCADA
Además de los –escasos– aspectos etnográficos que llegaron a nuestros días, uno de los pasajes más significativos de la crónica de Schmidel es el que imputa la participación de los naperús en la emboscada que dio muerte a Juan de Ayolas, uno de los principales capitanes del primer adelantado del Río de la Plata.
Siempre en la versión de Schmidel, una alianza entre los naperús y los temidos payaguás tomó por sorpresa a los combatientes europeos en un bosque, asesinando no solo a Ayolas, sino también a buena parte de su grupo.
“Jann Eyollas (Juan de Ayolas), el capitán, con los cristianos marchaban a medio camino y fueron sorprendidos por los naperus y pyembas con gran fuerza en un espeso bosque; porque los naperus y pyembas, según su convenio de sorprender en la selva por donde tenían que pasar (los) cristianos, embistieron sin piedad al capitán y (a los) cristianos, como si fuesen perros rabiosos, y acabaron de matar y destruir a los debilitados cristianos junto con el capitán Jann Eyollas, de suerte que ni uno de ellos escapó”.
Un hecho mayúsculo es la articulación político-militar de los pueblos chaqueños, desdibujando la imagen de fragmentación tribal irreconciliable que se les atribuye desde tiempos remotos.
En otro punto, lo que más despierta la inquietud de los antropólogos actuales es el enigma de su origen. ¿Quiénes eran los naperús? ¿A qué tronco lingüístico pertenecían? ¿Dónde están hoy sus descendientes, si alguno sobrevive? Las respuestas a estas preguntas son esquivas y, en muchos casos, meramente especulativas.
HIPÓTESIS
Una de las hipótesis más sólidas sugiere que los naperús podrían haber formado parte de la familia de lenguas mascoyanas (lengua-maskoy), que incluye a etnias actuales como los angaité-emok, sanapaná y guaná, todas ellas con raíces en centro del Chaco paraguayo (o alguna rama pámpida). La descripción de su dieta (basada en la extracción a través de la pesca, caza y recolección) se condice con la vida de sus ancestros (antes de los procesos de sedentarización forzada durante los siglos XIX y XX).
Otra línea de interpretación vincula a los naperús con los zamucos, porque también estos ocupaban amplios sectores del Chaco paraguayo. Otros pueblos, como los ayoreos, comparten las características puntuales atribuidas por Schmidel (vida nómada, casi nula práctica agrícola y el conocimiento del monte y sus recursos).
Pero también existe la posibilidad de que el término “naperús” fuera una designación solo circunstancial, aplicada por los conquistadores a una diversidad de grupos que, en ese momento, se desenvolvían como una confederación (haciendo frente común a los españoles). En la dinámica precolonial, las alianzas y choques entre etnias eran cosa de todos los días, debido a las cambiantes necesidades ecológicas como políticas. Sea cual fuere su filiación, lo cierto es que la huella de los naperús se desvanece tras el siglo XVI. Ninguna otra fuente colonial (ni de los primeros años del Estado paraguayo) vuelve a mencionarlos de manera explícita. Esta ausencia plantea dos posibilidades: o el grupo fue absorbido/eliminado por otras etnias vecinas y/o rivales, o bien fue víctima de las enfermedades, los desplazamientos forzosos y los efectos devastadores de la conquista, como sucedió con otros pueblos y naciones a lo largo y ancho del continente.
Para cuando la gran Branislava Sušnik desarrolló sus estudios entre las etnias chaqueñas, ningún grupo se identificaba o respondía al nombre de “naperú”, por lo que se entiende que para inicios/mediados del siglo XX ya fueron totalmente desaparecidos (o asimilados).
INVISIBILIZACIÓN
La ausencia de los naperús en la historiografía posterior no se debería aceptar como un accidente, sino como un amplio proceso de invisibilización de otras etnias en la construcción de las identidades nacionales. Mientras que los guaraníes carios ocupan un lugar central en la narrativa paraguaya, los pueblos chaqueños fueron históricamente marginalizados, tanto en el discurso oficial como en los estudios académicos y políticas de gobierno, hasta fechas muy recientes.
La crónica de Schmidel nos restriega una incómoda realidad: parte de la diversidad humana que existió en el Chaco fue condenada a existir en forma de eco. Entonces, redescubrir a los naperús no es solo un ejercicio académico, sino un acto de justicia hacia aquellos cuyos nombres y culturas fueron engullidos por la vorágine colonizadora, pero que, de alguna forma, se resisten a desaparecer del todo.