En la presente entrega de “Expresso”, Augusto dos Santos visita el campus de la Universidad Nacional de Asunción para conversar con el Dr. en Filosofía, profesor e investigador José Manuel Silvero, quien publicó recientemente su nuevo libro “Pysevo’í. La campaña sanitaria de la Fundación Rockefeller en Paraguay (1923-1928)”, en el que aborda con un importante archivo a disposición la problemática local de la anquilostomiasis de hace un siglo y la consecuencia social que acarreaba, la situación precaria del sanitarismo paraguayo de entonces y los trabajos de la fundación norteamericana, incluyendo la experimentación en humanos que se dio en ese contexto.

  • Fotos: Pánfilo Leguizamón

ADS –¿Cómo es que un filósofo lleva a interesarse en un tema como anquilostomia­sis?

JMS –La historia guarda relación con una anécdota. Siendo niño nos convocan en la escuela a presenciar, a visua­lizar una película. Yo estaba entusiasmado porque ya tenía noticias de que había un per­sonaje de nombre Popeye, de que había una pantera de color rosa, me contaban mis amigos y de tanto en tanto algún que otro vecino que tenía algún televisor nos dejaba ver estas maravillas. Todo esto en Caa­zapá, zona de San Juan Nepo­muceno. Entonces automáti­camente me dije “esta es mi oportunidad, voy a disfrutar de una hermosa película”. Lle­gamos, nos acomodamos todos los “mita’i” para visualizar la película en cuestión y era una de las películas de la Funda­ción Rockefeller, que le ense­ñaba a los niños a cómo ges­tionar de manera responsable sus excretas. Años después, (…) en el marco de los 100 años de aquella gran campaña sani­taria, entro en comunicación con la Fundación Rockefeller, y me liberan los archivos oficia­les que para mí fue espectacu­lar, porque no solamente tenía datos, informes, sino también imágenes.

–¿Qué hacía la Fundación Rockefeller entre el año 1923 y 1928?

–En Paraguay, en ese arco de tiempo se desarrolla la coope­ración, que es una acción oficial que la firman la Fundación y el gobierno de aquel entonces. Eligio Ayala fue el firmante, y se salvaguarda eso a través de una ley ¿Qué hace la fun­dación? La fundación (Rocke­feller) ya venía desarrollando desde 1916, estimativamente, acciones en terreno, en algo así como 140 países del mundo. Y el tema de fondo, el tema más importante de esa acción de la Fundación Rockefeller es la lucha contra la anquilosto­miasis. Y en una de esas, un par de médicos muy relevantes de nuestra historia paraguaya, el Dr. Migone y el Dr. Andrés Bar­bero envían cartas a la Fun­dación, porque la Fundación tenía una especie de informe anual de sus acciones, envían cartas comentando, por un lado, que aquí también hay una prevalencia muy alta, y por el otro lado, muestran un interés para que la Fundación eventualmente pudiera coope­rar. Entonces la Fundación res­ponde diciendo que sí, que tie­nen interés de cooperar, pero en principio esa cooperación se basaría en el envío de unas cajas, que contenían una espe­cie de proyector a linterna, lo llamaban, folletos, folletitos y algunos pósters. Una campaña educativa que el propio Migone lo paga de su bolsillo. Es intere­sante. Esa acción es la acción precedente, inmediata que va a dar pie luego a la firma oficial de la cooperación. ¿Y por qué es importante todo esto? Porque en el año 1917 y en el año 1920 se desarrolló en Paraguay sendas campañas de lucha contra el py sevo’i. Pero con un éxito rela­tivo. Se necesitaba el acompa­ñamiento de una organización grande, enorme, importante como lo fue en aquel entonces y como lo sigue siendo la Fun­dación Rockefeller. Y bueno, ese es el antecedente.

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–¿Cuál era la importancia de enfrentarse a esa enfer­medad? ¿Cómo afectaba al momento paraguayo?

–Estudios de aquel entonces, de hecho, van a ser los médicos de la Universidad Nacional de Asunción; el Dr. Velázquez, el primer decano de la Facultad de Medicina, y todo un equipo de médicos, quienes a insis­tían en la necesidad de contra­rrestar al sevo’i, la lombriz, el parásito que se metía por los pies y que empezaba a debili­tar al niño, al adulto, da igual. Era tan grande esa incapacidad que uno tenía que administrar que, por supuesto, lo volvía ané­mico, lo volvía incapaz para tra­bajos de todo tipo y también de aquel entonces viene el famoso estigma del sa’yju, mita’i sa’yju y compañía. Es una enferme­dad, es un mal que le debili­taba al pueblo, le volvía incapaz de producir. El doctor Veláz­quez cuenta en uno de sus tex­tos cuenta ese escenario dan­tesco de niños famélicos y de adultos también incapaces de emprender algún tipo de tarea. (…) Manuel Domínguez, en una carta al doctor Insfrán, él habla del py sevo’i, en unos términos muy interesantes, donde dice: “El paraguayo tiene la manera de solucionar este problema y lo mata con el ka’arê –que es el quenopodio– y con la caña”.

–¿Y qué hacía la medicina y los médicos paraguayos antes de la llegada de la Fun­dación Rockefeller? ¿Era paliativa la tarea?

–Era paliativa. Había una quí­mica que probablemente era muy ineficiente, se habilita­ron algunos puestos de distri­bución de algunas medicinas, y el problema más grave de aquel entonces, para llevar adelante esta lucha contra la anquilos­tomiasis era, por un lado, la efi­ciencia de la química, que los médicos de la Fundación Roc­kefeller calibraron muy bien, calibraron a costa de muchas muertes, pero, por un lado, la visión de la Fundación Roc­kefeller era una visión inte­gral, por eso es una campaña de salubridad.

–Aquel no era un momento de bonanza en nuestro país, precisamente.

–Ese es un punto que a mí me hizo pensar mucho de cómo lo iba a plantear en el libro. Un Paraguay carente de infraes­tructura, un Paraguay carente de un sistema de salud media­namente fuerte y un Paraguay donde a la gente del campo se le proveía de algunos cuader­nillos para consumir, para usufructuar, pohã ñana. De hecho, yo critico eso en un apartadito. Genaro Romero era el jefe de tierras y colonias, y él le recomendaba a los cam­pesinos consumir o usar los yuyos, en ausencia justamente de un sistema medianamente justo, en el sentido de acceso a la salud. Teníamos muy pocos médicos, había una inestabili­dad política tremenda

–¿Decís que en el marco de esta sistematización que hiciste del aporte de la Fun­dación Rockefeller, que esta crea casi lo que se diría es la burocracia a la gestión sani­taria en Paraguay?

–La Fundación Rockefeller tiene una incidencia polí­tica administrativa total en la configuración de la salud global. No se puede entender el nacimiento y el desarrollo de la Organización Mundial de la Salud y especialmente de la Organización Paname­ricana de la Salud sin el con­curso y la “inteligencia”, entre comillas, de la Fundación Roc­kefeller, y su modo de traba­jar. En ese modo de trabajar, la estadística, por ejemplo, es muy importante, la recogida de datos es muy importante, la organización con informes, con muchos detalles, el cono­cimiento del terreno, todo eso formaba parte de esa gran estrategia que lo desarrolla­ron a nivel mundial y también en Paraguay, por supuesto. En la historia de la salud pública, de la sanidad pública, el minis­terio que llevaba, que tenía el control sobre la sanidad, era el Ministerio del Interior, sobre todo el Departamento de Higiene en este caso.

–Hay un capítulo que aborda experimentos humanos, especialmente con niños, que es éticamente cuestio­nable o condenable. ¿Cuál es la realidad en relación a ese capítulo en la historia de la presencia de la Fundación en Paraguay?

–Efectivamente, la campaña sanitaria, así como habíamos manifestado, se había repar­tido en diferentes acciones: grupos propiciando la cons­trucción de letrinas, grupos de guardas sanitarios medi­cando a la población, otro grupo levantando datos para corregir el atlas de Gásperi del año 20, es decir, el tema de censo, una cuestión estra­tégica, la guerra va a venir después, y otro grupo traba­jando en la divulgación, pero un grupo pequeño, sí, efec­tivamente se dedicó a llevar adelante trabajos de expe­rimentación en contexto de encierro, con grupos vulnera­bles, en ausencia de criterios éticos razonables para aquel entonces, hay que acordarse que el código de Nuremberg y todo lo que pasó en los campos de concentración va a ser muy posterior, esto es 1923. Enton­ces en mi investigación yo me encontré con una conducta que se había repetido tanto en Brasil, en Colombia y en varios lugares de los médicos que se metían en los hospicios, en los orfanatos, en la policía, en el ejército, a llevar adelante expe­rimentos con seres humanos. En este caso, con niños, meno­res de edad, con jóvenes pro­bando sustancias químicas, probando sobre todo dosis. Lo llamativo y lo reprochable, si cabe el término, es que en función a lo que yo investigué, Fred Soper (el director) sabía exactamente que esas sustan­cias eran tóxicas y que podían causar la muerte. Aun así, siguieron utilizando hasta que llegaron a un punto que causa­ron muertes, entre 15 y 16 falle­cidos durante toda la campaña, mirando la envergadura. El 90 % de ellos eran niños menores de edad, niños pequeños de 2 años, 4 años, 6 años, algunos soldaditos también.

–¿Esto tenía que ver con la aplicación de diversas for­mas de químicos o algún químico en particular con el que se experimentaba?

–Sí, el tetracloruro de carbono con la mezcla con el aceite de quenopodio. En los informes lo que yo pude notar es, por­que claro, tenían que justificar, tenían que dar cuentas, tenían unas fichas donde comenta­ban las posibles razones de la muerte, y hablaban también de ciertas enfermedades de base. Entonces, que no lo tenían muy manejado, decían “a los epilép­ticos no hay que suministrarle; a los alcohólicos, tampoco, y a ciertos niños que tenían otros parásitos, tampoco”. Lo que pasa es que esa fundamenta­ción o esa explicación venía después de la muerte. No antes.

–¿En qué momento de la investigación te encon­traste con este hecho tan contrastante con el lado positivo de esta campaña y qué generó en vos como investigador?

–La investigación en sí es una tarea en solitario muy inte­resante. Es un tiempo en que uno se sumerge completa­mente de manera obsesiva en llevar adelante este tra­bajo. Funciona unos mojo­nes que es el esquema del tra­bajo, pero uno piensa muchas cosas. Como docente investi­gador de la UNA, yo envío un correo institucional y ellos me envían paquetes, paquetes muy importantes de informa­ción. En uno de esos paquetes me encuentro con los muertos.

–¿Y en uno de esos paquetes te encontrás con las fotos de esos experimentos?

–En uno de esos paquetes me encuentro con fotos de niños, de niñas, del orfanato, con enfermos mentales, del neu­ropsiquiátrico, con soldadi­tos, con militares. Esas fotos están en el libro. Son 60 imá­genes inéditas que por pri­mera vez se está viendo en el Paraguay. Estaban guardadas en el archivo de la Rockefeller Center.

–¿En este camino de con­tacto con la Fundación Roc­kefeller encontraste en los líderes actuales de la Fun­dación alguna actitud de ocultamiento digamos?

–Ninguna. En todo momento fueron muy amables conmigo, tengo que recalcar eso en todo momento, fueron cordiales, me ayudaron. Sí les envié un correo cuando el trabajo ya estaba listo, les dije que quería utilizar esas fotos en el marco de la investigación y me dije­ron que sí, llené una proforma como se suele hacer.

–¿En estos 100 años, antes de tu libro, antes de tu inves­tigación, ¿hubo algún tipo de denuncia por parte de alguna autoridad de Para­guay respecto de estos expe­rimentos?

–De paraguayos no, yo por lo menos no encontré. Sí, en Bra­sil. Un médico de aquel enton­ces que ya en el año 22, en un evento científico del Brasil de aquel entonces, sale a gri­tar, a vociferar que la Funda­ción estaba matando a gente inocente, a niños y sobre todo a gente de color, porque en el Brasil la envergadura y la dimensión de la campaña fue muy diferente. Y en Gua­temala, si no me equivoco, también se presentó en el año 2010 una investigación que daba cuenta de ciertos abusos que se cometieron con perso­nas en situación de encierro, de grupos vulnerables, la cár­cel, el orfanato, un calco de lo que fue en Paraguay. Esto es del año 40 más o menos.

–¿Y cómo reaccionaron las autoridades de la Funda­ción?

–Ellos sí pidieron una expli­cación. Obama estaba como presidente, Obama le pide a la Comisión Nacional de Bioé­tica que investigue si eso es cierto. Corroboran que efec­tivamente porque los datos estaban guardados en un archivo en los Estados Uni­dos, y Obama pide oficial­mente disculpas al gobierno de aquel entonces y ese es un precedente que yo encontré. En este caso de experimen­tación con seres humanos en Guatemala, Fred Soper apa­rece en la lista de los médicos. Acá Fred Soper fue el director de la campaña de Paraguay; que, por cierto, fue director de la OPS durante creo que 4 periodos.

–¿Cómo y por qué culmina esta misión finalmente en Paraguay, en el 28?

–Culmina porque la gue­rra iba a desatarse en cual­quier momento. El gobierno de aquel entonces destina los fondos para fines estratégi­cos. Y entonces se desfonda, se queda sin fondos la campaña. Pero, además, se venía arras­trando una serie de pequeñas inquinas entre médicos para­guayos y médicos paraguayos que trabajaban para la Funda­ción, y especialmente médicos norteamericanos.

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