En junio pasado fue declarado como Patrimonio Cultural Inmaterial Nacional y se reconoció a dos de sus artesanas como Tesoros Nacionales Vivos. Aquí un panorama de la artesanía en lana en “la ciudad que te abriga”, San Miguel, y un diálogo con algunas de las artesanas que lo hacen posible.

“Toda la historia del pueblo se fue tejiendo, por así decirlo, en torno a la artesanía, no solo su eco­nomía, sino la identidad de su propia gente”, apunta Enri­que Correa, director de Cul­tura de la Municipalidad de San Miguel, en el departa­mento de Misiones.

Distante a 180 kilómetros de Asunción, a la vera de la ruta PY01, esta localidad se enor­gullece de ser la capital de la lana, “la ciudad que te abriga”, la cuna del ovecha rague. A la vera de la ruta existen unas 15 tiendas/talleres que pro­ducen y venden tejidos, pero también hay un número mayor de tejedores que se reparten en el casco urbano de la ciudad y en las compa­ñías Arasape y Hugua.

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“Es una realidad bastante compleja porque por un lado están los aspectos patrimo­niales, que es lo que hemos logrado o tratado de salva­guardar, por ejemplo, con esta declaratoria, los sabe­res técnicos que los artesanos han transmitido de genera­ción en generación que tiene un alto valor y que le da un valor agregado importantí­simo a la artesanía”, apunta Correa.

Habla de la declaración como Patrimonio Cultural Inma­terial Nacional del Ove­cha Rague, que hiciera el gobierno en junio pasado en un paso importante para bus­car apuntalar la actividad.

Después está lo económico porque “es la fuente princi­pal de ingreso y el sustento de varias familias”, describe.

Las técnicas son heredadas de generación en generación

MOTOR ECONÓMICO

“El hecho de que sea el motor económico de la ciudad nos lleva a trabajar en cómo ofre­cer el producto, buscar nue­vos mercados, el tema de la materia prima también. Hasta influye el cambio cli­mático, los inviernos ya no son tan crudos hoy en día en nuestra región. Eso obligó a los artesanos a innovar, a buscar otros materiales, el algodón, por ejemplo, que fue ingresando bastante”, agrega Correa.

Recuerda que “la lana tiene su salida solamente en el invierno, en el verano hay que pensar en otros produc­tos. Los artesanos se ingenia­ron y le dieron con todo, con el tema del algodón, las col­chas, las hamacas, que tienen bastante salida en el verano”.

La realidad económica impacta en las familias “que se van desintegrando, los hijos que emigran a otros lugares, entonces todo atenta contra el mantener este pro­ceso, este conocimiento, este saber y este patrimonio que le otorga una identidad al pue­blo”.

Correa entiende que es un desafío “para nosotros como un municipio, la gobernación, el Instituto Paraguayo de Artesanía y para la Secretaría de Cultura, la Senatur, cómo hacer alianzas estratégicas para que la artesanía se siga manteniendo, pueda seguir vendiéndose aquí y en el exte­rior y que nuestra gente siga produciéndola”.

La intermediación es otro ele­mento que se intenta resol­ver a la hora de conseguir un “precio justo” para los arte­sanos. “Es importante que puedan llegar directamente al consumidor”, apunta ya que “muchos al vender el producto final recuperan quizás lo invertido en mate­ria prima, pero la mano de obra y las horas invertidas en cada uno de los procesos que conlleva elaborar esa prenda muchas veces no son tenidas en cuenta y no son moneti­zadas. Entonces esos son los grandes desafíos que estamos enfrentando”, indica.

Fermina Fernández, tejedora

TESOROS VIVOS

Ella está escardando la lana en su sillón favorito, en la galería de la casa, en compa­ñía de gatos y gallinas. Fer­mina Fernández viuda de Correa tiene 84 años y desde que tiene memoria hila y teje. “Cuando tengo 7 años ya mi abuela me enseñaba cómo tengo que hacer por la lana”, memora la mujer que en junio pasado fue reconocida como Tesoro Nacional Vivo por la Secretaría Nacional de Cul­tura.

Fermina muestra su rueca, monta las fibras de lana con oficio y con el suave y mecá­nico impulso de un pedal va construyendo el hilo con el que luego elaborará sus finos tejidos.

La tarea también se puede hacer a mano con un huso, para conseguir un hilo más fino, como el que usa en sus fantásticos vichu, chales de fina lana, todo un símbolo de la cultura de los tejedores de San Miguel. Los teje a crochet y los vende desde los 120 mil guaraníes.

“El otro día vinieron las bai­larinas y llevaron casi todo de mí”, dice entre risas, con­tenta por la particular venta que tiene la prenda, infalta­ble en las integrantes de los ballets folclóricos. Fue en junio durante el festival del Ovecha Rague que recibió a unas 50 delegaciones de artistas.

Mueve a reflexión cómo se valora este trabajo artesa­nal que tiene un proceso que incluye el lavado de la lana, el escardado, el blanqueo, que puede llevar un mes, de no mediar lluvias y humedad, antes de que las manos de Fermina aborden la prenda. “El tejido no tarda más de una semana”, cuenta.

Solo ella y otra arte­sana tejen los vichu en el centro de San Miguel, pero en la compañía Arasape queda todavía un grupo impor­tante de tejedoras que ayu­dan a mantener esta bella tradición.

Fermina supo hacer fraza­das, de gran factura, pero “ya me va es demasiado pesado manejar el telar, se hace complicado, se tiene que tener fuerza”, explica. Mues­tra una que confeccionaron con sus hilos unos artesanos asociados que cuesta 900 mil guaraníes. Se siente que vale más.

El tejido exige un compro­miso de los cuerpos que los artesanos padecen. Dolores articulares, reuma y artritis apare­cen cuando se convierten en adultos mayo­res.

Por eso se la ve contenta con el reconocimiento que se le hizo: “Me sentí demasiado bien. Estoy orgullosa con mi trabajo. Porque de chiquitita yo comencé y hasta ahora estoy trabajando gracias a Dios”.

Tiene 7 hijos que aprendieron con ella a tra­bajar la lana. “Ahora nomÁs ellos se van todos de acá por estudio, por trabajo… por acá no hay trabajo”, dice.

Relata que los precios en mucho responden al alto precio de la lana cruda. “Te venden a 60 o 70 mil guara­níes el kilo. ¡Muy caro ya es!”, considera . “ Por eso no podemos hacer más barato nuestro trabajo porque el mate­rial es demasiado caro. Tengo que lavar con agua oxi­genada y jabón en polvo con agua caliente”.

Fermina aborda personalmente el hilado porque de ello depende la calidad de la prenda. “La gente quiere tra­bajar, pero no quiere hacer bien el trabajo, ese es el pro­blema, el hilado es muy deli­cado, si el hilo se va a usar en el telar, entonces requiere torcer un poco más, hacerlo un poquito más firme. Si lo va a hacer a crochet tiene que ser un poco más suave”, explica.

“Yo ahora poco vendo por­que no salgo más”, cuenta de su actualidad. Relata enton­ces que antes iba a la Expo de Mariano Roque Alonso, y recorría el interior llegando a Santa Rita, Saltos del Guairá, Colonia Yguazú, Ciudad del Este. También que hubo señoras que hicieron llegar sus tejidos al exterior con gran éxito y valoración.

Le gusta ir a descansar los domingos a la casa materna de Costa Hû, un barrio de San Miguel, en donde comenzó su historia como tejedora. “Cuando yo me muera uste­des van a vender, pero ahora no porque es mi herencia”, cuenta que les dice a sus hijos. Allí su mamá y su madrina le enseñaron los oficios de la lana y allí siempre vuelve.

La variedad de prenda es grande y el invierno es la época de mas ventanal

UNA VIDA CON LA LANA

Eustaquia Palma de Garay tiene 95 años y fue también reconocida como Tesoro Nacional Vivo. “Y la verdad es que yo no sé, parece que les gustaron las cosas que hice”, comenta.

Hace un tiempo que ya dejó de tejer y ahora, con su marido, se dedican a la venta de pie­zas confeccionadas por otras manos en su negocio ubicado sobre el Paseo de los Artesa­nos, que se puede visitar a la vera de la ruta PY01 en San Miguel.

Eustaquia (izq.) y Fermina, tesoros nacionales vivos

Desde niña comenzó a tejer gorras, luego fue el tiempo de los vichu y más tarde su especialidad fueron las fra­zadas de lana bordadas. “Mi hermana empezó a hacer la frazada con otra artesana y después mandamos a hacer un telar y comenzamos esa tarea”, cuenta.

Sus ojos brillan al rememo­rar los motivos que adorna­ban cada pieza: “Una planta de rosa o de clavel nosotras hacíamos desde el tallo hasta la hoja, las flores y todo, que­daban muy lindas”. “En la feria yo vendía mi frazada antes, me fui a Roque Alonso, llevamos el telar y hacíamos las muestras”, recuerda de años pasados.

Ahí destaca: “Antes las fraza­das se vendían, por ejemplo, en Yacyretá yo vendía muchí­simo. Recorría las casas de los trabajadores y me compra­ban. Ahora mermó un poco la venta”, relata.

Eustaquia Palma tiene 95 años

Sobre la calidad de la artesa­nía refiere que “ahora la gente quiere rápido y no se hace así. Con atención tenemos que hacerlo. Lleva su tiempo y su paciencia también”.

“Desde los 7 años yo ya empecé a trabajar, cuando mi papá murió. Entonces tenía­mos que ayudarle a nuestra mamá. Ellos lavaban la lana y nosotros escardábamos”, recuerda.

Las tejedoras siguen utilizando los aparatos tradicionales para su trabajos

Las lanas naturales tienen diferentes colores, blancos, grisáceos, distintos tonos de marrón, algún exquisito negro más escaso y valorado. “Ibamos a comprar la lana a San Ignacio, a San Juan y eso y traíamos la bolsa encima de la cabeza, pobrísimos éra­mos. A veces las personas te ayudaban a traer un poco tu bolsa”, memora de su vida con la lana.

En setiembre cumple 96 años y le sigue gustando cocinar. “Hago guiso, locro, polenta, puchero. Tenemos que seguir únicamente por­que ese es nuestro sustento. Si no trabajamos no vamos a comer”, dice mirando al cielo entre los tejidos colgados en su tienda.

Julia Cristina Álvarez, más conocida como Muñeca

MUÑECA, EL FUTURO Y LOS PONCHOS

Julia Cristina Álvarez García se llama, pero para todos es Muñeca y su taller de confec­ciones fue incluido en la Ruta de la Artesanía, una iniciativa que busca promocionar sitios destacados en el país.

Allí, además de una muestra muy bien seleccionada y cui­dada de la artesanía local, se puede apreciar desde un lla­mativo ventanal el trabajo de los telares. Muñeca los va mostrando: “Aquí se teje una colcha de algodón, este es un poncho modelo trián­gulo y más allá se está por empezar un poncho mascu­lino”. Cuenta que allí se teje de todo un poco: “Produci­mos individuales de algo­dón, alfombras, que serían más nuestras opciones de verano y ahora en el invierno ponchos, ruanas, mantas”, comenta.

“Ahora están saliendo mucho los ponchos”, dice recor­dando que tienen precios que van desde los 330 mil guara­níes. “Depende del material, porque nosotros trabajamos este tipo de lana industriali­zada importada de Argentina. También usamos la materia prima local, pero esos traba­jos son más exclusivos y hace­mos en menor cantidad. Por lo que lleva tiempo produ­cir el hilo de lana de oveja”, explica. Un poncho de pura lana paraguaya se consigue desde 900 mil guaraníes.

Las prendas de lana nacional tienen un cuidado especial

En el muy bien montado local hay una rueca a pedal y un muestrario del proceso de la lana que ayuda a entender del gran trabajo que se necesita para tejer con hilo propio. Así un chal de lana pura se consi­gue desde 300 mil guaraníes.

Consultada sobre la posi­bilidad de industrializar la lana misionera, entiende que hay algo en la ecuación que todavía no cierra como para emprender esa inversión. “Es todo un tema, por ejem­plo, para nosotros buscar la lana adecuada para hacer ese hilo, producirlo durante todo el verano para obtener mate­rial para febrero, marzo, para nosotros es mucho trabajo y mucho proceso. Sin embargo, si estuviera industrializado sería más fácil, vamos a ir a escoger medidas, colores y comenzamos a confeccionar”. Entre tanto se usa lana argen­tina que “es menos caliente, es un material más económico y más fácil de conseguir”.

Tejedora desde los 13 años más o menos, comenzó haciendo cosas pequeñas hasta llegar a los ponchos y frazadas, el derrotero tra­dicional de los cultores del oficio en San Miguel. “Era una tradición, antes todo el mundo tenía su frazada. Ahora creo que ya no se usan tanto porque son pesadas y aparecieron los edredones livianos que son calentitos también”, especula. “Tam­bién son más caras, está el tema de las alergias… muchas razones, pienso yo”, dice.

Entiende que se debería inte­resar a los jóvenes en el tra­bajo y apunta el que hacen sus hijas con las redes sociales. “Toda promoción nos viene bien, ellas venden a través de las redes, está funcionando muy bien”, cuenta.

“María Elena Ruiz es la encargada de las fotos, de las redes sociales e inclu­sive también ella trabaja en la máquina porque terminó la carrera de diseño de moda. Mis cuatro hijos son profesio­nales y yo trabajo aquí con mi esposo, ojalá los jóvenes sigan adelante”, concluye.

Blanca González, la maestra de las jergas

BLANCA, LA MAESTRA DE LAS JERGAS

La lana natural se seca al sol que generoso baña la casa de Blanca González, artesana, especia­lista en jergas, unos paños que ayudan a alivia­nar el roce que la montura le produce al caballo. “Hago unas 20 semanales”, dice la mujer que con gran espíritu lava a mano la lana en el patio en un proceso que le lleva 24 horas. “Primero la dejo en remojo con jabón en polvo y al otro día la enjuago y la paso por el secarropas”, explica.

Blanca se entusiasma que la venta de su artesa­nía, muy demandada desde las estancias gana­deras del Chaco, le ayuden a afrontar una nueva operación de rodilla. “Yo siempre quiero tener mucha lana, esa es mi obsesión”, dice entre risas mostrando su acopio y explicando que es la manera de conseguir bajar el precio de su insumo.

“Está difícil el trabajo en la lana, necesitamos más ayuda de las autoridades. Imagine que todavía las personas de la generación que me sigue, los que tienen 40 años todavía trabajan la lana, pero los más jóvenes ya no, se van todos”, expone.

Una vez que tiene seca la lana se encarga de hilar en unas máquinas que hizo construir para acelerar los procesos. Primero hace el yva, el hilo fino y en otra parte de su tiempo se dedica a producir el poyvi, el hilo grueso.

Ya en el telar, que monta de manera ágil y efi­ciente, los entrecruzará de manera maestra para conseguir la jerga. Cada unidad se vende en precios que van de los 40 a 45 mil guaraníes.

“Esta es mi vida”, dice satisfecha del oficio que aprendió con sus mayores cuando tenía apenas 7 años. “En esa época tejíamos gorras porque se vendían muy bien”, cosa que ahora no pasa tanto.

Madre de cuatro hijos, solo una de las mujeres heredó el oficio y también teje jergas. “No se valora nuestro trabajo”, dice lacónica Blanca, para volver luego a una sonrisa transparente cuando posa para la foto en su cálido taller.

ESFUERZOS PARA LA PROMOCIÓN

Patricia Alvarenga es la directora de Formación y Coordina­ción Departamental del Instituto Paraguayo de Artesanía (IPA). “Nosotros nos encargamos de llevar adelante el Pro­grama Nacional de la Ruta de la Artesanía, del cual forma parte de Artesanía Muñeca”, cuenta.

“Queremos acercar estas experiencias vivenciales de cono­cer el proceso de la producción de artesanía a todo el público”, apunta. El local junto a muchos otros en el país está incluido en un recorrido turístico. “A través de una página web tene­mos la posibilidad de acercar de forma directa al público todos los datos para que puedan acceder a la experiencia de conocer el proceso de la lana acá en el taller de Muñeca”, informa.

La idea es que visitando la web: ruta.artesania.gov.py, las personas encuentren información que la ayude a escoger destino. “También estamos trabajando con agencias de turismo y organizaciones, también con la Secretaría de Turismo que nos apoya para este programa”, relata expli­cando que lo hacen en alianza con los gobiernos locales y departamentales.

Alvarenga apunta: “Sabemos que la realidad nacional afecta al sector de la artesanía por eso buscamos traer tanto a turis­tas nacionales como internacionales a visitar los espacios y a comprar de forma directa del artesano productor a su cliente directo para que pueda tener una ganancia justa”, señala.

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