• Paulo César López
  • paulo.lopez@nacionmedia.com
  • Fotos: Mariana Díaz

Bajo el título de “Cartas a la amada durante la guerra del Chaco”, la empresaria hotelera María Adela González Gill de Heisecke compiló las cartas que escribiera su padre, el médico de campaña, folclorista y antropólogo Gustavo González (1898-1974), a su esposa María Adela Gill Heyn. El objetivo fue ofrecer –primero a su entorno familiar y luego al público en general– un testimonio en primera persona del sacrificio y el patriotismo de quienes lucharon por la defensa del territorio paraguayo. No obstante, más allá de las tribulaciones inherentes a toda conflagración bélica, la intención fue rescatar episodios como el amor, la belleza del paisaje y el heroísmo.

La señora María Adela nos recibe en el lobby del hotel de aires alpinos erigido en plena avenida Mariscal López, en la propiedad que perteneció a su padre, Gustavo González, jefe del Hospital General de la Zona de Operaciones en Isla Po’i y del Servicio de Médicos del II Cuerpo de Ejército durante la guerra del Chaco (1932-1935).

Antes de empezar la charla, nuestra anfitrión nos conduce por la exposición permanente de tejidos de ñandutí y las publicaciones realizadas por su padre en las más diversas áreas, ya que además de médico cirujano fue docente, folclorista, antropólogo y político.

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En las cartas a su amada, el doctor González brinda algunas descripciones del curso de la guerra y hasta episodios de mal gusto como el protagonizado por un telefonista, quien no encontró mejor manera de matar el aburrimiento que lanzando una falsa alarma de ataque de la aviación enemiga, provocando que más de 300 heridos tuvieran que abandonar sus lechos de dolor para ser trasladados en medio de indecibles penurias a los refugios antiaéreos.

En esta descontracturada charla con El Gran Domingo de La Nación, María Adela nos acerca al legado de su padre y nos revela algunos de los aspectos más íntimos de esta notable personalidad que merece ser revalorizada.

–¿Quién realizó toda esta maravillosa colecta de tejidos que podemos apreciar acá?

–Es una investigación que hizo mi padre sobre los orígenes del encaje de ñandutí. Él identifica que vino de las Islas Canarias, pero la mujer paraguaya le dio el valor de conferirle un significado a cada dechado. Muchos piensan que son todos iguales, pero cada uno tiene un significado distinto relativo a la flora, la fauna y elementos simbólicos religiosos también.

UN GRAN HUMANISTA

–Además de médico, entiendo que su padre también se interesó en la investigación antropológica...

–Él escribió mucho sobre los indígenas en la zona del Chaco. Tuvo la oportunidad de ir a visitar una comunidad de los chané- guaraníes, en la zona de Mariscal Estigarribia, y le interesó mucho investigar sobre ellos. También escribió sobre mitos, leyendas y supersticiones del Paraguay. Tiene un estudio muy completo sobre el ciclo legendario de fray Luis de Bolaños. Todo esto él hacía porque era muy patriota, amaba todo lo que era el Paraguay. Y el guaraní ni qué decir, porque él hablaba un guaraní perfecto. Él estudió en el Colegio San José, donde se recibió con medalla de oro, y recibió una beca para ir a estudiar medicina en Argentina en 1917 y después volvió para ejercer. Él era un gran patriota. Fue a la guerra, dejó todo, familia, comodidades para ir al riesgo a un Chaco inhóspito, pero todas las situaciones las capitalizaba para sacar algo positivo. En todo su trayecto al Chaco él pondera los paisajes, la laguna, la flora, el río.

–Y de esa manera también fue acumulando una gran colección fotográfica, ¿no?

–Sí, también. Él mandaba rollos para ser revelados. También mandaba semillas y decía en sus cartas “vamos a ver si allá en nuestro jardín podemos replicar este paraíso”. Además, él vio el gran potencial del Chaco. Decía también que el Chaco paraguayo sería un gran nido de ricos porque lo van a des­cubrir después de la guerra.

–Quiero volver a eso que usted decía de su amor hacia el guaraní, que ima­gino fue muy importante en su labor médica a la hora de dialogar con sus pacientes y poder inter­pretar correctamente sus síntomas.

–Sí, claro. Él fue el creador de la cátedra de semiología médica en Paraguay. Él hizo un diccionario de cómo tra­ducir al guaraní palabras relacionadas con problemas de salud. Se comentaba que él era el mejor semiólogo del Paraguay. Él diagnosticaba con el olfato, con la vista, con el tacto. Antes no había toda esta serie de estudios y apara­tos que hay hoy día. Además, fue presidente de la Socie­dad Científica del Paraguay, de la Academia Paraguaya de la Lengua Española y de la Academia de la Lengua y Cultura Guaraní.

–Además de la precariedad propia de la época, hay que sumar que trabajó en un contexto de guerra.

–Sí, pero él también resalta que, dentro de la precarie­dad, se preparó muy bien todo el ambiente de hospital para poder atender tantos casos. Él dice en una parte del libro que es increíble el buen estado de salud de nuestras tropas porque era terrible la falta de agua. A él también le atribuyen el descubrimiento de cómo tratar algunas enfermedades que los soldados desarrollaban en el Chaco.

HALLAZGO

–¿Cómo surgió la idea de publicar este libro?

–Cuando falleció mi madre en el 89, yo ordenando sus cosas me encuentro un cofre con 80 cartas. Ahí empecé a compilarlas y las leíamos con mi marido y decía “¿por qué solo nosotros estamos disfrutando de esto?”. Pri­mero que hay muchísima información sobre cómo se vivía en medio de una gue­rra y después que, como ya mencioné, él enviaba siempre rollos de fotos para ser reve­ladas. Hicimos el libro más que nada para amigos que lo conocieron y parientes, y sobre todo para mis hijos y mis nietos, para que valoren lo que habían hecho todos estos patriotas. No estuvo en venta en librerías, pero igual llegó a las manos de mucha gente. Me llamó la historia­dora Ana Barreto y se hizo una exposición a propuesta de Osvaldo Salerno, pero no solamente de lo triste, sino también de las cosas buenas que salieron en esa guerra. Y ahora ya tiene una segunda edición.

–Justamente una de las cosas más notables en todo ese contexto de incerti­dumbre es que él intenta rescatar algo positivo de las diversas situaciones.

–Él en varias cartas está pre­ocupado, porque le dice a mi madre “no tengo noticias de Manolo (su hermano menor), pero siempre él sacaba algo positivo. Decía que siem­pre las noticias malas llegan enseguida, así que seguro que Manolo estará allí todavía luchando. Y además nunca una queja contra un cama­rada, por ejemplo. Aunque a veces lamentaba que no con­seguía permiso porque ya habían fijado fecha de casa­miento y al año siguiente no le llegaba el permiso cuando estaba por nacer su hija. Y así.

–¿Cómo recuerdan que era su vida en la capital?

–Él tenía su consultorio en este predio, que era un predio grande, tipo quinta. En el 45 él compró esta propiedad de unos alemanes. Cuenta hasta ahora una discípula suya que él la invitaba y le decía “vení si querés al consultorio para que vos aprendas”. Era un gran profesor. Ella cuenta que salía y encontraba que había muchas personas que tenían gallinas, otras un chancho, papagayos, patillos silves­tres, etc.; eran sus pacientes que no tenían cómo pagar y sabían que a él le gustaban todos los animales. Mi madre le decía “¡mirá un poco. Ahora trajeron un venado que está comiendo todas las flores!” (risas). Esto era un zoológico. Y también mi mamá se acor­daba que había una empleada que atendía ahí para los que pagaban la consulta. Enton­ces de repente ella iba a la casa y decía “señora, necesito plata para vuelto”. Mi madre le daba y después a la noche le preguntaba “¿qué tal? ¿Entró algo hoy?”. Enton­ces le dice “señora, toda esa plata el doctor le dio a los que no tenían para su remedio”.

Era un hombre inmensa­mente misericordioso y una persona excepcional. Acá en la casa acogió a personas que no tenían dónde vivir.

UNA BROMA MACABRA

–¿Hay algún episodio rela­tado en las cartas que le haya llamado especial­mente la atención?

–Sí. Voy a leer una parte de una carta fechada el 29 de enero de 1933. “Hoy día de fuertes emociones, de 8 y media a 9, unos cinco aviones bolivianos durante 27 minu­tos, casi media hora, arroja­ron 25 bombas y dispararon unas 10 ráfagas de ametralla­doras sobre las salas del hos­pital de Isla Po’i. Afortunada­mente, las bombas cayeron en los espacios libres y oca­sionaron pocas víctimas en proporción con la magnitud del bombardeo y la gran can­tidad de enfermos y heridos alojados en los pabellones. Han muerto dos enfermos que no lograron entrar en los refugios y se hirieron 12. Como te advertí en una carta anterior, nosotros tenemos un subterráneo muy bueno y fuerte­mente cons­truido donde nos hemos refugiado cómodamente. Yo trabajaba en la sala de ofi­ciales cuando sonaron tres tiros, señal convencional que anuncia la llegada de aviones desde el lado de Boquerón. Tuve tiempo de hacer salir de la sala a los enfermos y de meterlos en la fosa. Luego, con trote rápido, gané el refugio nuestro, que está a unos 15 metros de nuestra vivienda, donde encontré metido ya a todos mis com­pañeros. Después, a eso a las 2 PM, hubo otra alarma, pero que era falsa, provocada por una broma telefónica macabra y de pésimo gusto del telefonista de Boquerón, digo de pésimo gusto por­que hay que considerar que sobresaltó a unos 370 pobres enfermos y heridos que con mil penurias tuvieron que abandonar sus lechos de dolor para lograr los refu­gios” (p. 42-43). Imaginate, fue una broma terrible.

PERSECUCIÓN

–¿Él siguió vinculado a la milicia después de la guerra?

–Él llegó al grado de coronel. Le hicieron honores cuando murió. Pero a él (Alfredo) Stroessner no lo quería. Hay unas conferencias muy buenas sobre libertad y justicia, sobre civilización y cultura. Fue preso también varias veces. Como era militar, era mante­nido preso en el Estado Mayor. Mi madre le decía “cuándo vas a dejar de hablar y decir todas esas cosas. Mirá un poco lo que habrás pasado ahí”. “No creas, Bebé”, le dice. “Vos sabés que me servían muy bien los sol­daditos. Tenías que ver lo bien que me trataban y mediante eso también tengo muchísimo tema para los mitos, leyendas y supersticiones que estoy escri­biendo que voy a agregar a mi trabajo”. Era increíble cómo volvía positivas las situaciones más desagradables.

–Además de toda su inmensa labor, también tuvo tiempo para dedi­carse a la política.

–Él fue presidente del Par­tido Liberal y fue candidato a la Presidencia de la Repú­blica en 1968. Él en las con­ferencias que daba en las que participaba muchísima gente hablaba de libertad y justi­cia, y el régimen ya se daba por aludido. Nunca faltaba un pyragüe.

–Para ir cerrando esta charla, ¿cómo fue la última parte de la vida del doctor González?

–Después de todas las obras buenas que hizo, tuvo un dolor terrible antes de morir, que fue la muerte de mi hermana. Mi hermana, su marido y con dos hijos murieron los cuatro en un accidente de avión en el 68. Al poco tiempo ya tuvo trom­bosis cerebral, quedó pos­trado y en el 74 falleció. Ese fue un golpe terrible.

–Muchas gracias por com­partir este testimonio extraordinario.

–Muchas gracias a ustedes.

María Adela González Gill de Heisecke, empresaria hotelera

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