El 1 de mayo de 1865 era firmado en Buenos Aires el Tratado de Alianza contra el Paraguay entre los representantes del Imperio del Brasil, la República Argentina y la República Oriental del Uruguay para establecer las acciones bélicas y las cargas que serían impuestas tras la guerra que enfrentó a la entente contra nuestro país entre 1864 y 1870. En esta entrevista con La Nación/Nación Media, el historiador y diplomático Ricardo Scavone Yegros ofrece un análisis de aquel documento desde el punto de vista de los principios del derecho internacional.
- Por Paulo César López
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¿Cuáles fueron las principales cláusulas del Tratado de la Triple Alianza?
–En el tratado suscrito el 1 de mayo de 1865 por Argentina, Brasil y Uruguay se definió que el objetivo principal de la alianza concertada era hacer desaparecer el Gobierno del Paraguay, al que se consideraba como una amenaza para la paz, la seguridad y el bienestar de los tres Estados signatarios. Esto se consignó así, en esos mismos términos. A continuación, se declaró que aquel objetivo debía cumplirse respetando la soberanía, independencia e integridad territorial del Paraguay, lo que constituía una falsedad manifiesta, pues la soberanía e independencia paraguayas eran desconocidas y vulneradas desde el momento que se pretendía alterar el régimen político imperante en el país.
–¿Qué contempló en cuanto a los preparativos militares?
–Tras esto, el tratado, que se mantuvo en secreto por largo tiempo, determinó la organización militar para la consecución del objetivo mencionado, es decir, los recursos que se aportarían, el comando de las fuerzas, el régimen interno de las unidades e incluso la posibilidad de integrar una legión con los paraguayos que quisieran sumarse. Incorporó, asimismo, el compromiso de no deponer las armas más que de común acuerdo y hasta después de derrocar al Gobierno paraguayo, así como el de no negociar la paz por separado y el de respetar la independencia, soberanía e integridad territorial del Paraguay, permitiendo que el pueblo eligiera sus gobernantes y se diera las instituciones que viese convenientes. Además, los aliados se obligaron a garantizar la independencia del Paraguay por cinco años y a no absorberlo o ponerlo bajo su protectorado.
–¿Qué se dispuso en materia de navegación y límites?
–Los tres países concertarían con el nuevo Gobierno paraguayo la libre navegación de los ríos Paraná y Paraguay, allanando las dificultades que antes se habían opuesto al respecto y exigirían la definición de los límites territoriales conforme a sus aspiraciones. Para evitar cualquier confusión, el tratado precisaba cuáles tendrían que ser esos límites. Por otra parte, se consignó que el Paraguay se haría cargo de los gastos de la guerra, pese a que el propio tratado indicaba que la guerra era contra el Gobierno y no contra el pueblo, y que se la hacía para garantizar la paz, la seguridad y el bienestar de los países aliados. De tal manera, el pueblo paraguayo, al que en teoría no se quería perjudicar, tendría que asumir los costos de acciones emprendidas con la intención declarada de favorecer a otros Estados. En protocolo anexo, se previó asimismo el desarme y la destrucción de fortificaciones en el país cuya independencia se decía respetar.
FISURAS ENTRE LOS ALIADOS
–¿Hubo disposiciones importantes que no fueron cumplidas y que posteriormente resultaron especialmente favorables o perjudiciales a los intereses del Paraguay?
–Algunas disposiciones del Tratado de Alianza, suscrito sin mucho tiempo para consultas ante el avance de las fuerzas paraguayas, fueron apreciadas por los gobernantes brasileños como contrarias a los intereses de su país. En particular, se cuestionó el compromiso de obtener el reconocimiento de las pretensiones de la Argentina al Chaco, lo que importaba un incremento desmesurado del territorio argentino, de sus fronteras con el Brasil y de sus posibilidades de controlar la navegación de los ríos de la cuenca del Plata. Tampoco pareció suficientemente garantizada la independencia del Paraguay que, por razones de equilibrio político y de la libertad para la navegación fluvial, el Imperio brasileño consideraba indispensable. En consecuencia, la acción de la diplomacia imperial se ocupó de crear las condiciones para que la República del Paraguay subsistiera, que pudiera discutir sus límites territoriales con la Argentina y que conservara el Chaco Boreal, anulándose el compromiso asumido al respecto en el Tratado de Alianza.
–Como antecedente de este acuerdo contra el Paraguay se menciona la reunión de Puntas del Rosario. ¿Qué puede decirnos al respecto?
–Desde mucho antes de 1864 estaba en el aire la intención de unir fuerzas para modificar el régimen paraguayo, que molestaba al Brasil en su afán de comunicarse con el Mato Grosso, a la Argentina por el monopolio comercial y a ambos países por las dificultades encontradas para la delimitación territorial. La reunión de Puntas del Rosario, de junio de 1864, se realizó con el propósito de propiciar un acuerdo entre los bandos enfrentados en la guerra civil uruguaya. Por mediación del canciller argentino, el representante diplomático británico en Buenos Aires y el enviado especial del Brasil ante el Gobierno de Montevideo, se concretó allí un protocolo preliminar de paz, que no llegó a perfeccionarse. Pese a su fracaso, esas gestiones tuvieron la virtud de reforzar la confianza mutua entre la República Argentina y el Imperio del Brasil, al punto de que el emisario imperial les atribuyó haber sido decisivas para permitir, más adelante, la alianza contra el gobierno del presidente Francisco Solano López.
–Respecto a las estipulaciones sobre las cuestiones de límites, ¿en qué medida Brasil y Argentina lograron sus reivindicaciones territoriales?
–Pese a que se había previsto que los aliados exigirían la aceptación de los límites determinados en el Tratado de Alianza, se acordó luego, en 1870, que el Paraguay podría proponer y sustentar al respecto lo que estimase conforme a sus derechos. Después, también en contra de lo establecido, el Brasil firmó la paz y definió los límites por separado, quedando la Argentina con menor capacidad para imponer sus pretensiones, máxime teniendo en cuenta que fuerzas brasileñas ocupaban el Paraguay y ejercían efectiva presión sobre sus gobernantes. En el tratado con el Brasil, este país hizo una pequeña concesión llevando el límite en el Paraná hasta el salto de las Siete Caídas, cuando se había previsto que fuera el primer río al sur de ese accidente geográfico. Creó así un precedente, que daba eficacia a la facultad reconocida al Paraguay para defender sus derechos territoriales. Tras esto, en 1876, cuando Argentina concertó sus límites debió resignarse a asegurar el Chaco Central –la actual provincia de Formosa–, renunciar a sus pretensiones sobre la zona comprendida entre el río Verde y Bahía Negra, y someter la zona intermedia a un arbitraje, que terminó siendo favorable para el Paraguay.
INTRANSIGENCIA
–La estipulación de no negociar la paz por separado frustró varios intentos de mediación por la negativa fundamentalmente brasileña. ¿A qué obedecía la posición intransigente del gobierno imperial?
–Pienso que pudieron haber pesado varios motivos para esa determinación. Primero, la tenaz resistencia de los paraguayos y el riesgo que esa resistencia anunciaba de que la influencia del mariscal López y su sistema continuaran, aunque él partiese al exilio. Tal vez se consideró que, por los extremos a que había llegado la guerra, sería necesario abatir completamente al país para imponer las garantías de paz, seguridad y bienestar, y los acuerdos sobre navegación y límites que contemplaba el Tratado de Alianza. Por lo demás, el Imperio, que mantenía fronteras con casi todas las repúblicas sudamericanas, no podía dejar sin castigo el desafío a su poder que implicó hacerle la guerra y ocupar parte de su territorio. La enérgica e implacable reacción contra el Paraguay era un ejemplo de lo que podría ocurrir con cualquier otro Estado vecino que pretendiese agredirlo.
–¿Y la posición argentina fue más flexible?
–Hay que decir que también en la Argentina hubo dudas o reparos para concertar la paz dejando en pie el régimen imperante en el Paraguay. En uno de mis libros, reproduzco las explicaciones del canciller argentino (Rufino de) Elizalde al representante chileno, a quien en 1866 dijo que la guerra era cuestión de vida o muerte para su gobierno, porque si se mantenía López en el poder, los enemigos del Gobierno de Buenos Aires encontrarían en él el apoyo necesario para intentar derrocarlo y se desataría una guerra civil más desastrosa que la que entonces se libraba.
DERECHO INTERNACIONAL
–¿Las cláusulas del tratado eran contrarias al derecho internacional entonces vigente?
–Los países hispanoamericanos habían consolidado después de la independencia, desde el Congreso de Panamá en adelante, una serie de principios tendientes a ordenar sus relaciones internacionales. Eran cardinales en ese sentido el respeto a la soberanía, la independencia y la integridad territorial de los Estados. En su virtud, ningún país podía intentar cambiar el Gobierno del otro ni apropiarse de su territorio. Por eso, la develación de lo estipulado por los aliados, que había permanecido en secreto hasta bien avanzada la guerra, generó una generalizada condena, especialmente en Sudamérica. Los Gobiernos de Perú y Colombia presentaron sendas protestas y en todos los demás países sudamericanos –Bolivia, Chile, Ecuador y Venezuela– se hicieron sentir objeciones y cuestionamientos. A esto se sumó un extendido sentimiento de admiración por la resistencia paraguaya.
–¿Le parece que una guerra semejante tenía justificación?
–A mi juicio, al margen de la iniquidad del Tratado de Alianza y de la discusión sobre las causas que la originaron, la guerra contra el Paraguay pudo justificarse hasta 1866. Después, una vez expulsadas las fuerzas paraguayas del territorio de los países aliados, la acción militar aparece como absolutamente innecesaria y desproporcionada. En aquel momento, tal como se planteó en la entrevista de Yataity Corá de setiembre de 1866, debió negociarse una paz decorosa, sin imposiciones injustas. El Paraguay había perdido su capacidad ofensiva y soportaba un duro bloqueo; los países aliados demostraron que eran más fuertes. Si bien López no había sido derrotado, tendría, naturalmente, que pagar los platos rotos. Sin embargo, se prefirió aplicar un escarmiento y destruir para siempre la amenaza que representaban el Ejército paraguayo y su conductor. De suerte que lo que pudo presentarse al principio como legítima defensa se transformó en una guerra sin tregua destinada a destruir al adversario hasta su capitulación, con la aceptación incondicional de lo que pretendían los vencedores en las cuestiones pendientes de límites y navegación, y de los compromisos pecuniarios y militares determinados con anticipación. No solo se impuso una enorme deuda de guerra al pueblo que se dijo querer liberar, sino que se le privó de las más elementales condiciones para su desarrollo. El Paraguay tuvo que reconstruirse penosamente con sus escasas fuerzas.
–¿Cree que es procedente y/o factible conseguir alguna reparación por los crímenes de guerra cometidos?
–Todo esto marcó muy fuertemente al Paraguay al punto de que puede observarse que lo que pasó en el siglo XIX continúa generando hondas emociones en los paraguayos del siglo XXI. Aunque la paz se consolidó, los límites territoriales se definieron y la vida siguió su curso, se percibe aún en el imaginario colectivo una herida que no ha cicatrizado, y eso se traduce en una sensación de permanente amenaza y de trato injusto en las relaciones con los países vecinos. No creo que la persistencia de esa sensación resulte conveniente. La solución no pasa por mirar hacia otro lado esperando que el tiempo cierre la herida. Quizás corresponda, en efecto, buscar con el mayor equilibrio, con la mejor buena voluntad, la verdad, la justicia y la reparación, aunque esta última solo sea moral.
“INJERENCIA” BRITÁNICA
–Hay cierta corriente historiográfica que atribuye la autoría moral de la guerra a Inglaterra. Sin embargo, el tratado fue divulgado por el Foreign Office británico. ¿Cómo se explica esta paradoja?
–No ha podido demostrarse la injerencia del Gobierno británico para decidir el inicio o la prosecución de la guerra. De hecho, al principio Gran Bretaña tenía rotas sus relaciones diplomáticas con el Brasil, que solo se restablecieron en setiembre de 1865. Como ha explicado el eminente historiador inglés Leslie Bethell, no hay evidencias del interés de aquella potencia europea en la derrota del Paraguay, por más que sus agentes diplomáticos en el Plata simpatizaran, en general, con los aliados, por considerar que representaban el progreso y la civilización. Sí está comprobado que los bancos y establecimientos comerciales británicos favorecieron a la Triple Alianza con la provisión de elementos de guerra y el otorgamiento de empréstitos. Sin embargo, como puntualizó Bethell, se trataba solo de negocios, es decir, de oportunidades que fueron aprovechadas por los intereses privados. Es más, Gran Bretaña intentó mediar para detener la conflagración y dio a publicidad el Tratado de Alianza, con lo que provocó la deslegitimación de la causa aliada y que se produjeran protestas en las repúblicas sudamericanas, por considerar que lo estipulado contravenía principios esenciales de convivencia internacional entre los países de América.