Este domingo, Toni Roberto rinde homenaje a un hermano que le dio la vida y el arte, y que partió hace unos días.
- Por Toni Roberto
- tonirobertogodoy@gmail.com
Era una noche fría de 2024 y estaba invitado a la mesa del matrimonio Meyer-Gauto. Los comensales, importantes figuras católicas del sector tradicional. En el medio, el homenajeado, Mario Ramos Reyes, filósofo, escritor y catedrático, residente en los EE. UU.
Todo transcurría dentro de la más elegante camaradería hasta que en un momento se tocó un tema álgido, la familia. En ese momento, un silencio y la respuesta de Ramos Reyes: “No, señores. La familia va más allá, la familia es la Iglesia”.
Cortas palabras que dejaron muda a la concurrencia. De mi parte, emocionado por lo dicho por este hombre aglutinador católico y gran pensador paraguayo. Esto es lo primero que pensé ante la partida de Óscar Centurión Frontanilla, arquitecto, dibujante, gestor cultural, pero, antes que nada, defensor del patrimonio histórico asunceno y paraguayo.
RECUERDOS DESDE UNA ESQUINA SIN OCHAVA
Corrían los primeros años 80 y muchos chicos de la capital a los que no nos apasionaba el fútbol buscábamos un lugar donde encontrar otras aficiones en aquellas últimas décadas del siglo pasado.
Así, yo, uno de ellos, colegial aún, decidí partir en plena adolescencia con apenas 14 años a la esquina de Irrazábal y Eligio Ayala. Ahí, en ese encuentro de dos arterias sin ochava, rezaba: “Clases de arte”. Todavía resonaban los recuerdos de la casa de Anselmita Heyn.
Me contaban que había un maestro ya mayor que me podía ayudar en el camino que había empezado en el Cristo Rey con el profesor Soler. Así, un día de aquel año me animé a abrir el viejo portón negro de hierro que llevaba al taller; un caserón que quedaba en el fondo de la residencia de los Heyn, cuya entrada principal estaba sobre la avda. Mcal. López.
Ahí conocí a aquellos que hicieron de parientes, el abuelo Lívio, los hermanos, los tíos, los primos, todos aquellos adoptados como familia. Uno de ellos un hermano mayor que se llamaba Óscar, que con el tiempo descubrí que era el hijo de uno de los mejores matrimonios amigos de mis abuelos maternos, el Cnel. Centurión y su esposa, la elegante dama Chicha Frontanilla.
Óscar, aquel amigable y conversador joven exalumno de la promoción 1972 del San José y recibido de arquitecto en 1978, de unos diez años más que aquellos que entramos a esos talleres del Centro de Estudios Brasileños, dibujaba y grababa con mucha soltura. Mientras, por supuesto, charlaba con el maestro Abramo.
Fue ahí donde escuché por primera vez la palabra patrimonio histórico, de lo cual Lívio era un adelantado. Ya había organizado en la prestigiosa bienal de São Paulo una muestra sobre arte sacro paraguayo en los años 50 junto a, entre otros, Saturnino de Britto, quien dirigía las obras del emblemático Hotel Guaraní.
Centurión Frontanilla, quien se había especializado en planificación urbana territorial y en conservación en Europa, fue tomando relevancia en las actividades culturales ya desde las últimas décadas del siglo XX, habiendo obtenido varios galardones, entre ellos el premio Ahorros Paraguayos de dibujo en 1988 y el certamen de pintura Revolución Francesa, organizado por Air France y la Alianza Francesa.
Óscar Centurión Frontanilla (1955-2025), ese hermano mayor, uno de mis parientes elegidos que me dio la vida en los talleres de Lívio Abramo, partió hace unos días desde una de sus ciudades preferidas, Río de Janeiro, adornada con las obras del gran paisajista brasileño Burle Marx (1909-1994), cuyas piezas plásticas Óscar estará observando y analizando a su estilo, desde alguna estrella del más allá, en este febrero de 2025.