A 36 años del golpe del 2 y 3 de febrero de 1989 que puso fin a la dictadura de Alfredo Stroessner, recordamos la labor de búsqueda e identificación de los restos de los desaparecidos, liderada por el Dr. Rogelio Goiburú, en una tenaz lucha por la memoria y la justicia.

  • Por Marco Castillo *
  • Foto: Archivo

“¿Dónde están?”, es la frase articu­lada por generaciones de familiares de desaparecidos y organizaciones de luchado­res contra las dictaduras en América Latina.

En Paraguay, conocemos una parte de la respuesta. Están en el patio trasero de la sede de las Fuerzas de Operacio­nes Especiales de la Policía, a 15 minutos del centro de Asunción.

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Quince de un total de 44 res­tos humanos recuperados en Paraguay fueron hallados allí. Una fracción de los 337 desaparecidos de la dictadura militar documentados por la Comisión de Verdad y Justi­cia. Una posible subestima­ción que no incluye aquellos desaparecidos en el exterior.

Hasta la fecha cuatro perso­nas han sido identificadas gracias a una comunidad de activistas liderada por el Dr. Rogelio Goiburú, un médico paraguayo que ha dedicado su vida a la búsqueda e identifi­cación de desaparecidos cuyo padre, el médico y activista político Agustín Goiburú, fue secuestrado y desaparecido durante su exilio argentino en 1977.

GRAN AVANCE

Goiburú es director de Memoria Histórica y Repa­ración del Ministerio de Jus­ticia, desde donde impulsa la búsqueda e identificación de desaparecidos en Paraguay. Su trabajo llevó a los prime­ros descubrimientos e identi­ficación de desaparecidos en la historia de la posdictadura.

En 2013, Rogelio y su equipo lograron un gran avance al excavar en el patio de las Fuerzas de Operaciones Especiales. “Cuando encon­tramos algo en el suelo, estaba seguro de que era papá. Era exactamente donde el tes­tigo anónimo dijo que esta­ría enterrado. Continuamos excavando lentamente, con cepillos, para descubrir los contornos del cuerpo, cui­dando de no dañar nada. Al llegar a la zona abdominal, algo no tenía sentido. ¡Había otro cuerpo! Yo estaba con­mocionado. Sabía que no podía ser papá. A él lo habían asesinado solo, pero quedó claro que no habíamos encon­trado a un desaparecido, sino a dos!”, cuenta Rogelio.

Y continúa: “Dejame ser muy claro, muchos piensan que estoy solo interesado en encontrarle a papá, pero te voy a decir que cada vez que encontramos a alguien, yo también lo encuentro a él. Porque papá está en todos ellos y cada uno de ellos está en mi papá”.

Entonces habían encontrado los cuerpos de Rafaela Filipa­zzi y José Potenza. Y cuando en 2016 se estableció su iden­tidad por estudios de ADN, quedó claro que los primeros desaparecidos en ser identi­ficados en Paraguay no eran paraguayos, sino una pareja ítalo-argentina. La pareja, residente en Buenos Aires, fue secuestrada y desapare­cida en Uruguay en 1977, para luego ser ejecutada y ente­rrada en este patio trasero de la Policía en Asunción. La evidencia sugería que habían sido enterrados poco des­pués de su muerte. El cuerpo de Rafaela estaba puesto por encima del de José.

COOPERACIÓN TRANSNACIONAL

Sus identidades ofrecen una visión de los mecanismos de la Operación Cóndor y de la participación internacional de la dictadura paraguaya. La Operación Cóndor fue la cooperación transnacional para la vigilancia, represión y terrorismo de Estado entre las dictaduras del Cono Sur. Si bien la Operación Cón­dor, cuyo inicio cumple 50 años, ha sido documentada, estas identidades ofrecen una nueva perspectiva de lo trans­nacional que fue.

Acceder para excavar en el patio de la Policía no fue fácil. Buscar a desaparecidos nunca ha sido una prioridad para el Estado paraguayo, donde la justicia siempre ha sido lenta, pasiva –si no cómplice– y ade­más escasa. El Poder Judicial no se ha lucido por investigar crímenes de lesa humanidad.

Cuando la Comisión de Ver­dad y Justicia publicó su informe en 2008, una con­secuencia fue la apertura de la Dirección de Memo­ria Histórica y Reparacio­nes, donde Rogelio fue nom­brado director. Su trabajo siempre ha sido una batalla cuesta arriba, de paciencia estratégica y perseverancia ante el desinterés político y la impunidad. La escasez de recursos y falta de personal no son los únicos obstáculos para las búsquedas.

TABÚ

En Paraguay sigue habiendo miedo y un fuerte tabú social en torno a los desapareci­dos. Y sumado a eso, una fuerte desconfianza hacia el Estado, tanto por parte de las y los sobrevivientes –que en muchos casos com­prensiblemente se niegan a dejar muestras de su ADN al Estado que desapareció a sus seres queridos–, como entre los perpetradores, que poseen un cono­cimiento único del paradero de las víctimas.

A pesar de eso, Roge­lio con su pequeño equipo de trabajo logró recoger testi­monios y cono­cimientos detallados de sitios de exca­vación. Gracias a eso, hoy se cuenta con decenas de cuer­pos desenterrados y cuatro identificaciones.

El tercer desaparecido iden­tificado fue Miguel Ángel Soler, dirigente del Partido Comunista, desaparecido en 1975. Sus restos también fueron desenterrados en el patio de la Policía paraguaya. Cuando se hizo pública su identidad, una foto suya y de Filipazzi fueron pro­yectadas sobre un edificio céntrico de Asunción por el artista Gabriel Orge. Y al decir del slogan en honor a los desaparecidos de Amé­rica Latina, estuvieron nue­vamente “presentes”.

El último identificado fue Cástulo Vera Báez, un joven agricultor que había sido detenido por su militancia en el Partido Comunista y desa­parecido en 1977. Él también fue desenterrado del patio de la Policía.

RED INTERNACIONAL

El espacio histórico de las Fuerzas de Operaciones Especiales es verdadera­mente un sitio de violencia estatal internacional. Una expresión de lo inserto que estaba Paraguay en la Opera­ción Cóndor y en las políticas globales de contrainsurgen­cia. Más que un espacio de excepción, Paraguay fue un nodo más de una red inter­nacional de torturas, ejecu­ciones y desapariciones con la impunidad como regla.

Hasta hoy, solo un puñado de casos llega­ron a la Justicia. Una excepción fue la con­dena a Eusebio Torres en 2024. Cuando se dictó la sen­tencia histórica, el oficial de policía de la dictadura recibió treinta años por crímenes de lesa humanidad. ¡Los fiscales solo habían pedido quince! El miedo a procesar está tan arraigado que la justicia en Paraguay es una anomalía.

Asimismo, la desaparición forzada ha recibido una tímida respuesta por parte de la Fiscalía a pesar de ser un crimen de lesa huma­nidad e imprescriptible. Y pese a contar con documen­tación de cientos de casos en el informe de la Comisión de Verdad y Justicia.

Mientras tanto, Rogelio Goi­burú enfrenta la dificultad de mantener a su pequeño equipo de trabajo funcio­nando, pero sigue sumando apoyos a la búsqueda con nuevos actores. Reciente­mente, un equipo de antro­pólogos forenses de la Uni­versidad de Arizona inició una colaboración para apo­yar nuevas excavaciones. A la vez, en Argentina, se identificó a un nuevo desa­parecido paraguayo, Antero Daniel Esquivel, un joven catequista.

“Hay alrededor de 30 luga­res sobre los que tenemos una sólida documentación y testimonios. Solo nos faltan algunos recursos y podemos seguir la búsqueda”, cuenta Rogelio, quien continúa des­enterrando historias que per­tenecen a toda una sociedad.

* Director de Investigación Cen­ter for Latin American Carib­bean and Latino Studies City University of New York, Gra­duate Center

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