En esta edición del programa “Expresso”, transmitido por GEN/Nación Media, Augusto dos Santos recibe al filósofo José Manuel Silvero, quien reflexiona sobre las implicancias de la inteligencia artificial y la bioética, en especial sobre el tan mentado punto de singularidad, en el que las máquinas serán capaces de realizar tareas para las cuales no fueron programadas y de esta forma superar a sus propios creadores. Sin embargo, Silvero sostiene que hay múltiples experiencias de expertos y hasta prácticas curativas que pasan necesariamente por el contacto humano.

  • Fotos Pánfilo Leguizamón

–¿En qué medida en el estadio actual de la inte­ligencia artificial estamos naturalizando ya alguna forma de suplantación?

–No deja de ser interesante recordar que el ser humano siempre ha aspirado a superar esas limitaciones que la bio­logía le ha impuesto. En ese sentido, el transhumanismo o la idea de singularidad que se discute hace más de 20 años, sobre todo desde un libro muy emblemático que se titula “La singularidad está cerca”, de Raymond Kurzweil, se habla de la posibilidad de superar esta condición corpórea para entrar en un plano más con­ceptual donde la fuerza de la tecnología va a ser posible, una entidad radicalmente disímil a lo que conocemos como rea­lidad humana. Yo creo que por un lado hay un desarro­llo espectacular, pero por el otro lado hay un relato tam­bién espectacular.

–¿La inteligencia artifi­cial qué tipo de mito es y qué profecía transmite de cara al futuro?

–El primer mito es que la misma representa una inte­ligencia. Yo creo que ahí pode­mos empezar a discutir. La escuela de Oviedo, que fue fundada por Gustavo Bueno, tiene un posicionamiento sobre la inteligencia artifi­cial y justamente ellos consi­deran que es un mito atribuir a las máquinas una inteligen­cia y que al mismo tiempo sea sinónimo de razonamiento. Es cierto que las máquinas tienen un nivel de autonomía y tienen un nivel de entre­namiento que hace posible que puedan al mismo tiempo autoentrenarse y tomar deci­siones de manera autónoma, pero de igual forma siempre tendría que existir un nivel de vigilancia porque de lo con­trario entraríamos en otro plano, en un plano ya ontoló­gico, donde tendríamos que preguntarnos cuál es el lugar o el papel que vamos a ocupar los seres humanos, ontológi­camente hablando, con res­pecto a unas máquinas o lla­marlas hasta entidades si es que se quiere.

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LA BIOÉTICA

–¿Cómo se ubica la bioética en este mundo?

–La bioética está más activa que nunca, porque tenemos retos centrales en este nuevo tiempo. Durante mucho tiempo el término eugene­sia estuvo como aparcado, era muy difícil hablar de selección de embriones. Sin embargo, hoy día hay algo­ritmos que lo están haciendo como para garantizar un buen nacimiento, entrenados con ciertos sesgos si se quiere, pero eso está funcionando. Hay algoritmos del habla que ayudan a aquellos que even­tualmente pudieran desarro­llar algún tipo de patología neurológica, alzheimer por ejemplo. Los bioeticistas tuvimos que apurarnos para estudiar un montón de con­ceptos, tratar de entender y sobre todo adecuar los docu­mentos para poder hacer frente a esto que llamamos una nueva gobernanza, que es el conjunto de decisiones éticas y políticas que tenemos que tomar como humanidad para que estas máquinas sean seguras.

–¿No te parece que ten­dría que haber un debate que no solamente sea cho­lulo de las tecnologías, sino también mirar un poco qué vamos a hacer con el ser humano?

–Esos debates se están dando. El año pasado la Fundación Gustavo Bueno propició un gran debate, un encuentro filosófico donde médicos, especialistas en nuevas tec­nologías, filósofos, psicólogos, sociólogos, bajaron sobre la mesa sus diferentes opinio­nes. Con respecto a la medi­cina, a mí me impactó mucho la ponencia de un médico y de un científico catedrático. Él decía que aquellos que creen que la máquina es algo funda­mental, que no hay alternati­vas, son los médicos que van a ser superados por la tecnolo­gía, pero aquellos que consi­deran que la medicina es cien­cia, pero a la vez arte y que la medicina trabaja con cuerpos humanos y que una mirada, una conexión, un gesto del médico, una pregunta o una atención cariñosa al escu­charte, una serie de vicisitu­des como enfermo que uno es, eso a veces ayuda a que el cuerpo experimente una serie de reacciones. Entonces las máquinas van a seguir siendo auxiliares de nuestra condi­ción humana.

EL ROL DE LA ACADEMIA

–¿Cuál te parece que es el camino para educar sobre estas novedades de una manera homogénea, no traumática y útil para todos?

–Yo creo que la academia tiene un rol insustituible en ese sen­tido, en la academia están los especialistas, las facultades de Ingeniería, en Politécnica tenemos a los grandes progra­madores que ya tienen una actitud de trabajo en equipos interdisciplinarios, porque estas cuestiones demandan una reflexión que no sea única y necesariamente técnica, sino que demanda una discu­sión política, ética, de regu­lación y de cómo influye en el día a día y en la cultura. Tene­mos un montón de patologías ligadas a las nuevas tecnolo­gías. Hay una sustitución del vínculo y esto lo estudió muy bien Bifo Berardi, que es un gran pensador italiano, quien dice que las certezas humanas siempre han venido de otros humanos.

–Aunque soy tremenda­mente universalista, me preocupa la autonomía de las identidades nacionales con este tema, que esto fun­cione para todo el mundo sin apropiación.

–La autonomía digital es justa­mente ese proceso por el cual se toman decisiones políticas para no solamente consumir tecnología, sino también para poder de alguna forma ajus­tar esas tecnologías, poder adecuar para de alguna forma incidir en el bienestar de una nación, de un pueblo, de una comunidad. Por ejemplo, a mí me preocupa muchísimo el poco interés de muchos intelectuales, incluso colegas docentes, con este tema de los cambios que estamos viendo a nivel medioambiental. Los algoritmos no respiran, Los algoritmos no son alérgi­cos porque no tienen cuerpo. No estornudan. Los algorit­mos todavía necesitan agua porque estas grandes unida­des donde se tiene que pro­cesar la información necesitan agua para enfriarse, necesitan mucha energía. Los países han perdido evidentemente en esta carrera tecnoló­gica el poder frente a estas grandes multina­cionales.

–¿Cómo se puede lograr esta autonomía digital?

–No se puede con nuestro currículum del siglo pasado. Necesitamos una gran revo­lución educativa, necesitamos conectividad, necesitamos que Mitic apure los pasos para la transformación digital, que pueda darle la seguridad a todos los paraguayos y para­guayas de que efectivamente su hijo va a poder conectarse y va a poder enfrentarse a todas estas oportunidades sin inconvenientes. Y ahí quiero acotar esto último. Nunca antes las grandes empresas multinacionales ganaron tanto dinero, nunca antes tanta gente trabajó gratis para esas multinacionales. Yo creo que el gran reto en el futuro inmediato va a ser que estas multinacionales empiecen a repartir parte de sus ganan­cias a aquellos que hacen posi­ble que ganen tanto dinero.

TECNOFEUDALISMO

–A mí me parece que hay que bajar una mirada cul­tural sobre esto que aca­bas de decir, la naturalidad como entregamos nuestros datos, pero aparte de eso qué es ese nuevo espacio social que es el muro o el hilo, etc.

–Hay una pensadora argen­tina que trabaja en Brasil que dice que las redes socia­les son el gran show del yo. Por otro lado, Javier Echeverría, un gran pensador español que viene trabajando estos temas hace años, hace más o menos 20 años ya había publi­cado “Los señores del aire” para hablar del tec­nofeudalismo, quienes son los señores del aire hoy día. Él habla de una nueva condi­ción y habla de las tecno­per­sonas, que son aquellas que tienen diferentes identidades, uno tiene un perfil en Face­book, en Instagram, en Tik­tok, etc.

–Increíble...

–Y entonces tenés también una tecnosociedad, tenés un tecnobarrio, tenés un barrio digital donde te peleás, donde tratás de solucionar todos los problemas del mundo. A mí me llama poderosamente la atención la ineficiencia de los grupos de Whatsapp para ciertas cuestiones y por ejemplo es el mejor lugar para pelearse con el otro porque parece ser que al haber un fil­tro tecnológico de por medio, ahí nos vamos todito y es el lugar más horrible para reci­bir todo tipo de saludos, san­tos, imágenes que no vienen al caso y el grupo se creó justa­mente para otros fines.

PENSAR EN PARAGUAY

–¿Alguien está pensando en este país?

–Sí, voy a hacer una distin­ción. Hay un pensamiento filosófico mundano que trata de cuestiones propias de la vida humana en el mundo como tal, como sujeto corpó­reo-operatorio. Hay mucha gente que de verdad asume el día a día como un gran reto, ya sea por cuestiones socioeco­nómicas, lo que fuera. Llegar a fin de mes ya es un reto filosó­fico importante para muchas familias. Y piensan cómo lle­gar a fin de mes, cómo orga­nizarse y cómo tienen que sustituir a ese Estado social de derecho que todavía está ausente en muchos lugares. Por el otro lado está el pen­samiento más estructurado, el pensamiento más acadé­mico, filosófico si se quiere. La comunidad es pequeña, la comunidad no tiene una presencia importante en las redes sociales, pero hay jóve­nes muy brillantes que están escribiendo artículos científi­cos, escribiendo sus ensayos, presentando ponencias y de hecho aprovecho para contar que en noviembre vamos a tener un congreso de filosofía que es organizado por el Cen­tro de Investigaciones Filosó­ficas (CIF). Pero yo quisiera reformular la pregunta y decir lo siguiente: ¿a alguien le inte­resa que en este país se piense?

–¿Para qué sirve un filó­sofo?

–En más de una ocasión me preguntaron “mba’e exacta­mente la nde rejapóa? Y les digo “doy clases, escribo”. En más de una ocasión yo he sentido la soberbia, he sen­tido esa mirada altanera de aquellos que están más invo­lucrados en otra forma de hacer investigación, de las ciencias naturales y compañía. Ya voy a cumplir 20 años tra­bajando en el cam­pus de la Universi­dad Nacional y eso me enseñó a convi­vir con diferentes puntos de vista y opiniones. Eso me ayudó también a cre­cer, me ayudó a constatar que el filósofo o el profesor de filosofía, para ser más modesto, no puede compor­tarse como un francotirador que va saltando de tejado en tejado queriendo solucionar el problema solo. Tienes que tener una red, tenés que tener un equipo y sobre todo hay que tener la suficiente valentía de decir “yo estudié filosofía, yo me formé en esto”. Entonces no me exijas hacer trabajos con estadística porque yo no estoy preparado para hacer eso. Tengo mis limitaciones, pero soy bueno para proble­matizar las cuestiones y dejar que ellos solucionen.

–¿Para qué sirve la filoso­fía mirando los desafíos del futuro?

–Los desafíos presentes sir­ven para cuestionar, para dudar, para hacer preguntas y sobre todo para intentar ver ahí donde todo el mundo está celebrando la norma, lo establecido. Ahí donde todo el mundo cree que ya no hay nada que decir y hacer, el filó­sofo viene a revisar y dice “acá podemos discutir esta cues­tión”. La ética, por ejemplo, está muy presente en las gran­des discusiones en la regula­ción de la inteligencia artificial. Todos aquellos que dijeron que la filosofía no servía para nada hoy están leyendo textos filo­sóficos para poder darle con­tenido a estos documentos oficiales porque finalmente la filosofía es consustancial a la evolución de la humanidad y a la civilización, que de alguna forma contribuyó a que sea­mos lo que somos.

“Estas cuestiones demandan una reflexión que no sea única y necesariamente técnica, sino que demanda una discusión política, ética, de regulación y de cómo influye en el día a día y en la cultura. Tenemos un montón de patologías ligadas a las nuevas tecnologías”.

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