- Por Ricardo Rivas
- Periodista X: @RtrivasRivas
- Fotos: Ricardo Rivas
Cuando dejé atrás el aeropuerto Charles de Gaulle hace ya siete días, supe que París una vez más es hacia donde se habrá de dirigir una buena parte de la mirada global. Como en el 1900 y en el 1924 es tiempo aquí de los Juegos Olímpicos.
“Llegamos”, anunció Omar Abou Djaafar cuando detuvo su taxi frente a la puerta del Hotel D’Alangleterre en el 44 de la Rue Jacobs, corazón mismo del barrio Saint-Germain-de-Prés desde 1750. Respiré profundo. Miré hacia todas partes. El calor del inicio de la tarde era intenso. El silencio siestero también. Con la mirada clavada en un cielo levemente nublado, mientras estiraba las piernas luego de 13 horas de vuelo y una más en el tránsito hasta allí desde el aeropuerto Charles de Gaulle me impresionó pensar que cuando esta casa abrió sus puertas todavía faltaban 39 años para que el hartazgo popular ante la opresión del llamado Antiguo Régimen trocara en rebelión y los revolucionarios ocuparan la Bastilla. Algunos que cubrían sus cabezas con gorros frigios lideraban la bronca.
El aumento en el precio del pan y la destitución de Jacques Necker, ministro de Finanzas del rey Luis XVI, fueron los dos últimos disparadores que condujeron al alzamiento en armas. Algunos, entre la multitud que ganó las calles, enarbolaban el drapeau tricolore bleu-blanc-rouge, que desde el 15 de febrero de 1794 conocemos como la bandera de Francia. Era el martes 14 de julio de 1789. La Revolución Francesa había comenzado. “Liberté, égalité, fraternité”. La humanidad comenzó a cambiar aunque en algunas partes todavia por estos días haya quienes no lo creen.
Tomé la maleta e ingresé en silencio. “Bonsoir Monsieur. Chambre quatorze. Deuxième étage”, dijo el conserje con acotado profesionalismo cuando me entregó una llave de otro tiempo. Deseché el ascensor. Luego de una larga y gastada escalera hasta alcanzar el piso 2. La vieja puerta de roble se abrió. Mis ojos se clavaron en una vieja foto enmarcada. “20 de diciembre de 1921: la habitación n.° 14 es ocupada por un huésped ilustre, Ernest Hemingway. Una estancia a la que siguieron muchas otras para este americano enamorado de París”. El desprolijo texto enmarcado ofrece más. Leí y releí para saber más. “3 de setiembre de 1783: preparación del Tratado de París reconociendo la independencia de la República Federada de los Estados Unidos.
El hecho tuvo lugar dentro de los muros de esta hermosa residencia que en ese momento era sede de la embajada inglesa”. Una reflexiva advertencia fue la frase siguiente: “Si la decoración ha cambiado, todavía queda algo inquietante que despierta la curiosidad de nuestros huéspedes”. Claramente supe que no es este un lugar más. Con mucho para pensar me largué a caminar... y a recordar.
EXTRAVIARSE EN PARÍS
Conocí París cuando finalizaban los años 80 en el siglo pasado. El mundo aún era mundial. Apenas se iniciaba la globalización como práctica más allá de los mercados. Distancia y tiempo, desde entonces –como conceptos– parecen lejanos y hasta en algunos momentos sin sentido. Aquello del “nunca duerme” con el que se mencionaban algunas ciudades como Nueva York, Buenos Aires y esta siempre deslumbrante París se ha extendido hasta alcanzar una dimensión inalcanzable. “Silencio en la noche, ya todo está en calma / El músculo duerme, la ambición descansa...”, aquellas estrofas otrora famosas que entre otros cantaba Carlos Gardel, perdieron sentido. ¿Descansará la ambición en tiempos del just in time? La única realidad de entonces era la real. No imaginábamos lo virtual. Lo más cercano a la virtualidad era soñar, pero no sucedía cada noche. El GPS (Global Positioning System, por su sigla en inglés) –cuando arribé por aquellos años al viejo aeropuerto de Orly– todavía era de uso exclusivamente militar.
Los pocos más de 5.100 millones de habitantes que ocupábamos la Tierra tuvimos que aguardar hasta cerca de 1995 para orientarnos con esa tecnología en donde nos encontrásemos. Por aquella carencia, a la también llamada Ciudad Luz, se le agregaba –como posibilidad y atractivo encantador– extraviarse en sus calles, callejuelas, bulevares, curvas insólitas y en cuadras que no llevaban a ninguna parte. Fueron aquellos los últimos años de la bohemia parisina que millones llevábamos en la memoria por los relatos de quienes la conocieron y vivieron, pero ya no era posible, aunque la buscáramos. El dolor cantado de Aznavour nos ayudó a comprender. “Hoy regresé a París, / crucé su niebla gris, / lo encontré cambiado. / Las lilas ya no están, / ni suben al desván / moradas de pasión. / Soñando como ayer / rondé por mi taller, / mas ya lo han derrumbado / y han puesto en su lugar / abajo un café-bar / y arriba una pensión / La bohemia, la bohemia / que yo viví, su luz perdió. / La bohemia, la bohemia / era una flor y al fin murió…”.
Disfruto mirar el Sena desde el Puente Nuevo que a fuerza de ser preciso es el más viejo de todos los que se han tendido para cruzar ese río. También fue el primero de piedra que se construyó entre la finalización del siglo XVI y el comienzo del XVII. Enrique III era el rey en el inicio. Enrique IV, cuando la obra finalizó. No son pocos los momentos en que pienso que llegué y conocí tarde a esta ciudad que aquí se encuentra desde el 259 a. n. e. cuando en la margen derecha del Sena se instaló la tribu celta de los Parsii. Eran pescadores y vivieron en paz hasta que dos siglos más tarde los arrasaron las legiones romanas y sobre ella fundaron Lutecia, nombre que mantuvo hasta el siglo IV d. n. e., cuando comenzó a ser conocida como París. Cuenta la leyenda que por entonces y con la ayuda de Santa Genoveva sus habitantes resistieron la invasión que intentó Atila. Tengo la convicción de estar en uno de los lugares por donde pasó, pasa y pasará la historia.
CIUDAD BLINDADA
Me alejo de la ribera del Sena. En un par de días será el escenario en el que se habrán de iniciar los Juegos Olímpicos y la zona será blindada. Se informó que 45.000 policías y gendarmes de 40 países con el apoyo de 10.000 soldados de la fuerza Sentinelle están a cargo de proteger a 10.500 deportistas, 2 millones de residentes permanentes y miles de turistas que lleguen desde todas partes. París tiene largo historial olímpico. Los juegos se realizaron en esta ciudad en el 1900 y en el 1924. Cuando el 11 de agosto todo lo que suceda ya sea parte de la historia del mundo, la capital de Francia habrá alcanzado a Londres que también fue sede en 1908, 1948 y 2012.
Mientras camino, con el contenido de un podcast, me dicen que son “los Juegos más seguros del historial olímpico”. Un área de 150 kilómetros también será protegida con aviones de combate Rafale, vuelos de vigilancia AWACS para controlar el espacio aéreo, drones de vigilancia Reaper y helicópteros de observación con francotiradores. Los efectivos dispondrán de equipos de control social de última generación provistos de cámaras de TV con software de inteligencia artificial.
Escucho la voz del ministro del Interior, Gerald Darmanin: “Estamos especialmente atentos a los ciudadanos rusos y bielorrusos”, y, en ese contexto, agrega que a “155 personas son consideradas como muy peligrosas y como posibles amenazas terroristas”. ¡Basta, para mí! No quiero escuchar más. Continúo mi camino. Me detengo en la Plaza Sartre - Beauvoir. Permanezco en silencio. Cierro mis ojos para percibir. No solo quiero ver. Quiero creer que Jean Paul y Simone aún están allí. Imagino que en algún café discuten entre diciembre de 1959 y enero de 1960 la invitación que recibieron de Carlos Franqui, director del periódico Revolución, para conocer y evaluar el proceso político cubano desde adentro. Doy algunos pasos por la Rue Bonaparte.
Creo escuchar la voz de Simone. “En plus du commandant Fidel et de Cienfuegos, je veux une rencontre avec El Ché, Jean Paul”. El 20 de febrero del 60 llegaron a La Habana. Se alojaron en el hotel Nacional. Un día después, en Holguín, se reunieron con Fidel Castro (33) y el Che (31). De regreso en la capital cubana. En la medianoche de esa misma larga jornada, Guevara los recibió en el Banco Nacional que dirigía. Alberto Korda, tal vez uno de los fotógrafos cubanos más célebres conocidos fuera de la isla, registró aquel encuentro que Sartre y Beauvoir planificaron en Saint-Germain-des-Pres.
Las sirenas bitonales de un coche policial interrumpen lo que no existe más que para mí. Sentado en una de las mesas del Café de Flore –en el 172 del Boulevard Saint Germain– con la mirada perdida en los recovecos de la 30 Rue Saint-Benoît, cansado recuerdo la primera de mis interminables caminatas por esta ciudad que disfruto caminarla junto con sus gentes de hoy y las de siempre. Sonrío. “Solo una cosa no hay. Es el olvido”, dice el maestro Jorge Luis Borges. Una más de sus verdades. “Bonsoir Monsieur. Que veux-tu boire?”. Mientras aguardo por un Dry Martini batido con dos aceitunas, frente de mí, Louis Vuiton ofrece sus creaciones. Las campanas de la Abadía De Saint Germain Des Prés –la más antigua de París– que suenan desde el 543 primero marcan la hora con 7 campanadas y luego llaman a misa como desde el momento mismo de su fundación. Ni los vikingos, cuando en el 886 llegaron hasta aquí después de remontar el Sena, pudieron impedirlo. Saquearon e incendiaron. Tampoco la explosión (al parecer por un acto de sabotaje) de toneladas de pólvora allí almacenadas en agosto de 1794, después de la Revolución Francesa, las hizo dejar de tañer.
Alejandra Negrete Morayta, mexicana, feminista, académica, jurista, y Pablo Medina, diplomático dominicano que aquí reside, queridos amigos-hermanos –si bien los esperaba– me sorprenden. La alegría por los reencuentros nos desborda. Con Pablo no nos vemos desde mayo del 22 en Punta del Este. Con Ale, desde el mismo mes en el 23 en Costa Rica. Los brindis no se hicieron esperar. Y fueron varios. Los debates, tampoco. Nuestras novedades. Los próximos viajes. Dónde poder vernos. Escuchamos y soñamos con más reencuentros en dos o tres ciudades. Pensamos en empoderamientos. Proclamamos libertades, derechos. Juntos escuchamos en Spoty a Vivir Quintana.
“Compañera presidenta”, compuesta meses atrás, antes de las elecciones en México, en las que triunfó Claudia Sheinbaum. Temazo con sabor a himno. Lagrimeamos. Quiero conocer a Vivir para abrazarla con respeto militante. A nuestro alrededor vimos vallas, policías, soldados y restricciones para dar seguridad a los Juego Olímpicos. La memoria nos dice que, en la vieja Grecia, cuando las Olimpiadas, se detenían las guerras y todas las violencias. Contrastes. La idea y el instante mismo de partir nos arrasaron. Hubo abrazos y despedidas con compromiso, de pronto reencuentro para poder sonreír. Mirándonos –como Bogart en Casablanca, esa película de culto– antes de retomar la marcha y seguir nuestros caminos, pensamos, coincidimos y nos dijimos: “Siempre tendremos París”.