• Por Ricardo Rivas
  • Periodista
  • X: @RtrivasRivas
  • Fotos: Gentileza

Unas sesenta guerras se encuentran activas. Algunas, desde muchas décadas. Incluso, desde el siglo pasado. Las causas que las originaron, en no pocos casos, casi no se recuerdan. Pero miles de personas han sido asesinadas o han asesinado en ellas. Murieron y mataron sin saber por qué.

La IA (inteligencia artificial) es el más reciente desarrollo tecnológico popularizado que acapara la atención global. Mucho más después que el ChatGPT fue presentado en sociedad y hasta como APP se ofrece tanto en los almacenes de Play como de Apple. Perfilado y aceptado por millones de personas como el gran hacedor de innumerables tipos de trabajos, los debates acerca de sus efectos posibles –no todos positivos en la percepción inicial– no se hacen esperar. Incluso en el periodismo. Especialmente por el impacto de esa herramienta entre las plantillas profesionales y en la producción de contenidos, por solo mencionar dos de los tantos interrogantes que dispara.

Pero, más allá de ello, la IA desde los años más recientes ha desatado una verdadera ola de críticas éticas y análisis en el mismo sentido. Algunos resultados de esos debates de alcance global se conocen. De hecho, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), el 23 de noviembre de 2021 hizo pública la primera “Recomendación sobre la ética de la inteligencia artificial”, que previamente fue aprobada por los Estados miembros de esa agencia multilateral.

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En ese trabajo colectivo, justamente, se reconoce y advierte que “las tecnologías de la IA pueden agravar las divisiones y desigualdades existentes en el mundo, dentro de los países y entre ellos, y [desde esa perspectiva enfatiza] que es preciso defender la justicia, la confianza y la equidad para que ningún país y ninguna persona se queden atrás [de esas tecnologías], ya sea mediante el acceso equitativo a las tecnologías de la IA y el disfrute de los beneficios que aportan o mediante la protección contra sus consecuencias negativas, reconociendo al mismo tiempo las diferentes circunstancias de los distintos países y respetando el deseo de algunas personas de no participar en todos los avances tecnológicos”.

ÁMBITOS DE ACTUACIÓN

¿Qué es lo que no se entiende? Luego, define once ámbitos de actuación [aplicación] de los contenidos de aquella recomendación que, debo destacarlo, aborda con amplitud no solo las más diversas prácticas sociales, sino también políticas, medioambientales, educativas, informativas, económicas, salud, por solo mencionar algunas. Una vez más en el camino de las coincidencias con la Unesco –donde el Estado Vaticano es “observador” al igual que en las Naciones Unidas– el papa Francisco, el 8 de diciembre pasado, sostuvo que “la IA tiene una influencia disruptiva en la economía y la sociedad y puede tener repercusiones negativas en la calidad de vida, en las relaciones entre las personas y entre los países, en la estabilidad internacional y en la casa común”.

Desde esa perspectiva, pidió esfuerzos para que la inteligencia artificial “pueda contribuir a la resolución de conflictos y de las injusticias” para que aporte a la “fraternidad humana y a la paz”.

¿Qué es lo que no se entiende? ¿Qué es lo que no se puede? Unas sesenta guerras se encuentran activas. Algunas, desde muchas décadas. Incluso, desde el siglo pasado. Las causas que las originaron, en no pocos casos, casi no se recuerdan. Pero miles de personas han sido asesinadas o han asesinado en ellas. Murieron y mataron sin saber por qué. En cada uno de esos campos de batallas –aunque los “señores de las guerras” lo desmientan o lo nieguen– se prueban armas nuevas o se entregan ilegalmente a quienes no pueden comprar ni deben ser provistos de ellas.

“La IA tiene una influencia disruptiva en la economía y la sociedad y puede tener repercusiones negativas en la calidad de vida, en las relaciones entre las personas, entre los países, en la estabilidad internacional y en la casa común”, enfatiza el papa Francisco

No es suficiente para verificar la eficiencia de las nuevas tecnologías las pruebas que se desarrollan alejadas del fragor de los combates. En el cine, en la tele, en las plataformas de streaming es posible ver producciones que exhiben como entretenimiento lo peor de hombres y mujeres que son entrenados por los Estados para asesinar en nombre de las vidas de inocentes en peligro que serán salvadas; para preservar la libertad, la democracia, la paz. Nada nuevo. La crueldad de unos pocos, el sufrimiento de millones.

¿LA GUERRA DE LAS GALAXIAS?

La fuga desesperada y riesgosa desde donde habitan los horrores para tratar de llegar a donde los rechazan por no tener papeles o donde los obligan a someterse al abuso, a la explotación en algunos casos por otros que, como ellos, llegaron antes. Supe que, en Oriente Cercano, hay quienes –para bajar costos de combate– adelantaron el uso de armas con rayo láser o rayos de luz concentrada, como me dicen que técnicamente también se los denomina que operan con intervención de la IA. ¿La guerra de las galaxias en algún lugar del planeta Tierra?

Según The New York Times, “Ucrania ve nacer la era de los robots asesinos impulsados por la IA”. En un reporte de alto valor informativo, los colegas periodistas Paul Mozur y Adam Satariano dan cuenta de que “muchas empresas ucranianas [...] con enormes flujos de inversión, donaciones y contratos gubernamentales han convertido a Ucrania en un Silicon Valley de drones autónomos y otros armamentos”.

Agregan que esas “empresas están creando una tecnología que vuelve cada vez más tangencial el juicio humano en torno a los objetivos y los ataques” para decidir sobre la vida y la muerte de quienes dejan de ser vistos como humanos para ser solo blancos para abatir.

Explican luego que “la disponibilidad generalizada de aparatos comerciales, software fácil de diseñar, algoritmos potentes de automatización y microchips especializados de inteligencia artificial” son –en tanto recursos muchos de ellos disponibles en línea– las que dan “impulso a una carrera letal de innovación hacia territorios desconocidos, la cual ha avivado una posible nueva era de robots asesinos”. Duro para creer. Duro para entender. Duro para leer. Duro para escribir.

Reportan que Vyriy es “una empresa ucraniana de drones que trabajaba hace poco en un arma del futuro” que se encuentra ubicada “en un campo a las afueras de Kiev”. Detallan que “Oleksii Babenko, de 25 años, [es] director ejecutivo” de esa pyme armamentista que no es única, sino que “es tan solo una de las muchas [...] que trabajan para dar un gran paso adelante en la militarización de la tecnología de consumo, motivada por la guerra con Rusia”.

¿Avances tecnológicos? ¿Hacia dónde? Además de largas conversaciones que sostenemos desde muchos años, nunca dejo de leer, entre otros colegas periodistas y académicos, a Marcelo Cantelmi, Jorge Elías, Juan Pablo Lohlé, Paulo Falcón, Ricardo Pérez Manrique, Alejandra Negrete Morayta, Ricardo Arredondo, Vivian López Núñez, Hamirabi Noufouri, Verónica Goyzueta, Augusto dos Santos, Hamilton Almeyda, Javier Bernabé Fraguas, Jineth Bedoya Lima.

Sus textos –simples, comprensibles, sólidos, profundos, reflexivos, didácticos– nutren. Consolidan la idea de que los medios forman parte del sistema educativo informal y que son imprescindibles para el fortalecimiento de la democracia como idea y como práctica social. Y en el doble rol de todo periodista de ser productor parcial o total de contenidos a la vez que consumidor de medios, no pocas veces algunos conceptos de ellos y ellas se incorporan a mi equipaje profesional y a mi vida.

CAMBIO Y RETROCESO

“El mundo cambia, es inevitable, pero también se cambia cuando se retrocede”, sostiene Cantelmi en su más reciente columna sobre política internacional que publica semanalmente en el diario Clarín de Buenos Aires. Una docena de palabras, apenas setenta y cuatro caracteres con espacios aportan razón a la reflexión e iluminan la obvia oscuridad que parece avanzar indetenible en tiempos de fake news, hate speech, discriminaciones, misoginia, edadismo desde lo más alto del poder, con la aplicación de políticas públicas indignas para la humanidad o con desarrollos tecnológicos avasallantes... Interminable. Algunos se adelantaron y leyeron el hoy desde décadas atrás.

“El mundo nunca ha sido tan desigual económicamente ni tan igualador, en cambio, en relación con las ideas y la moral. Hay una uniformidad obligatoria, hostil a la diversidad cultural del planeta. La nivelación cultural ni siquiera puede medirse. Los medios de comunicación de la era electrónica [parecen estar] al servicio de la incomunicación humana”, escribió y sostuvo alguna vez Eduardo Galeano, periodista, escritor y amigo futbolero.

“Jamás la tecnología de las comunicaciones estuvo tan perfeccionada y, sin embargo, nuestro mundo se parece cada día más a un reino de mudos”, añadió con sentido disgusto. Transcurría el fin del siglo pasado –el de las guerras– y el del milenio. Era posible imaginar una nueva utopía. Un renovado οὐ [ou], que significa “no”, y τόπος [tópos], como lo pronunciaban en la Antigua Grecia. Un no lugar.

Recuerdo que, por aquellos años finiseculares, guiado por el querido profe Daniel Prieto Castillo, en la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), releí el “Libro áureo, no menos saludable que festivo, de la mejor de las Repúblicas y de la Nueva Isla de Utopía” que Tomás Moro publicó en el 1516. “De optima republicae, doque nova insula Utopia, libellus vere aureus, nec minus salutaris quam festivus”, su título original.

UNA “GRAN ESPERANZA”

La bipolaridad mundial era un recuerdo cercano. La globalización posible parecía dar paso a la multipolaridad. En tres lustros la Organización de las Naciones Unidas (ONU) –con acuerdo de sus Estados miembros– aprobó la Agenda de Objetivos del Milenio (ODM) y luego la “2030″ de Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS) que, en setiembre de 2015, fue vivada por jefes de Estado y de Gobierno en Nueva York y el papa Francisco la mencionó junto a ellos como “una gran esperanza”.

El espíritu de Tomás Moro se percibía como una fuerte presencia en cada rincón y alrededores del neoyorquino Palacio de Cristal en la Primera Avenida entre las calles 42 y 48 del East River. Sin embargo, tiempo después, vuelvo a pensar que la utopía de Moro es definitivamente inaplicable. ¿Por qué la humanidad una y otra vez se repite en lo peor? Las violencias desde el inicio de la historia que se cuenta siempre se presentan como una preocupación de primera magnitud.

Confucio, que vivió en China entre los años 551 y 479 antes de nuestra era, pensó y propuso una “sociedad armoniosa” que facilitara el “autodesarrollo de las personas”. Por aquellos años tan lejanos habitaba territorios en guerra permanente. Pequeños reyes no abandonaban nunca las batallas. El discurso de Confucio –como los de las y los Premios Nobel de la Paz, como el de Audrey Azoulay, directora general de la Unesco, o el del papa Francisco en favor de una aplicación ética de IA– era escuchado, alabado, aplaudido, pero... las violencias no terminaron y se mantienen como recurso político y social.

Procuro ser claro. Los algoritmos son creaciones humanas, como la IA. ¿Qué es lo que no se entiende? ¿Quiénes son los que no entienden?.

“Las tecnologías de la IA pueden agravar las divisiones y desigualdades existentes en el mundo”, advierte la “Recomendación sobre la ética de la inteligencia artificial” que impulsó Audrey Azoulay, directora general de la Unesco


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