El beso es una práctica transversal que trasciende la historia universal y, en general, como seres humanos marca hitos vitales. Etapas. Éxitos, fracasos. Inicios, finales. Llegadas, partidas. Recuerdos, de los que alguien se quiere acordar y de los que otros u otras se quieren olvidar.

  • Por Ricardo Rivas
  • Periodista X: @RtrivasRivas
  • Fotos Gentileza

La historia de la huma­nidad está cruzada por el beso. Por los besos. En todo tiempo y lugar siempre –y desde siempre– hubo, hay y seguramente habrá y se contará la historia de algún beso. José Alves de Moura, portugués naciona­lizado brasileño, es conocido en el mundo como el Besu­quero. Su afición no conoció de límites ni de medidas de seguridad efectivas para evi­tar que besara a quien qui­siera y deseara besar. El Beijo­queiro se mantiene en el podio como el más exitoso de todos los tiempos. Porque, hay que decirlo, los hubo antes que él, seguramente, los habrá des­pués de él y, en el mientras tanto, algunos otros y otras lo intentarán.

Dicen que nació en 1940. A poco de cumplir 20 años, como polizón, escapó de su país para evitar el servi­cio militar. Sabía que sería enviado para cumplirlo en Angola. “No tenía ningún interés en que me mandaran allí para matar negros pobres como yo”, declaró alguna vez ante la prensa. Y lo consiguió. No mató a nadie. Sesentista convencido el hombre y, a su manera, claramente prefería hacer el amor y no la guerra.

En su afán, se cuenta que besó 17 veces los pies del papa Juan Pablo II –récord abso­luto– cuando el líder univer­sal de los católicos visitó Bra­sil en 1980. La hazaña fue en Manaus antes de que el Pon­tífice abordara el vuelo que lo llevara de regreso al Vaticano. Se sabe que trabajó como vendedor de flores, de bille­tes para la lotería, de taxista, de lustrabotas. Pero lo de él es besar. Pelé, Radamel Fal­cao, Garrincha, Zico, Roberto Carlos. Hasta Frank Sinatra, mientras ofrecía un concierto en Río, fue besado por José en la mejilla izquierda.

Ekkachai y Laksana Tiranarat, récord mundial. Se besaron durante 58 horas, 35 minutos y 58 segundos

No supieron nunca cómo detenerlo para que no besara a los famosos, algunos de los cuales, aunque no en forma directa, lo denuncia­ron ante la Justicia sin nin­gún éxito. El juez Mayrino da Costa lo absolvió. “Besar no es un delito, qué bueno sería que los delincuentes que hay en Brasil reemplazasen sus armas con besos”. Fue claro y contundente. De Moura, sin embargo, no pudo con el pre­sidente argentino Raúl Alfon­sín (1983-1989). El intento lo obligó a dormir dos noches en un calabozo en Buenos Aires. Tampoco con Xuxa, ya que sus guardaespaldas lo molieron a golpes. Ni con Ayrton Sena, por mencionar solo tres. Pero, pese a esos episodios, es inven­cible.

PRÁCTICA TRANSVERSAL

El beso, besar, besemos, besé­monos. Desde siempre esa práctica está presente. Y hay personas que lo estudian cien­tíficamente. Los filematólo­gos se dedican a ello. Sí, aun­que usted no pueda creerlo. La Real Academia Española de la Lengua (RAE) explica que filematología es el “estu­dio del beso y de las reaccio­nes que desencadena en las personas, tanto físicas como mentales”. Apunta después que philématos significa “del beso” y da cuenta de que esa palabra deriva de “filéo (amar, querer)”.

En el Café de Rick, en Casablanca, volvieron los recuerdos junto con el cine y los acordes de “As times goes by” que musicalizaron los besos de Rick e Ilsa, alguna vez en París

El 13 de abril de cada año – ayer– desde 2011 es el Día Internacional del Beso. La efeméride celebra que un hombre y una mujer, en Tai­landia, el Día de San Valentín se besaron durante 46 horas, 24 minutos y 9 segundos. Los triunfadores, Ekkachai y Lak­sana Tiranarat, en 2013 tam­bién triunfaron y superaron el récord anterior. Se besaron durante 58 horas, 35 minutos y 58 segundos. ¡Campeones!

Damas y caballeros, señoras y señores, amigos y amigas, todos y todas, lectoras y lec­tores, el beso es una práctica transversal que trasciende la historia universal y, en general, como seres huma­nos marca hitos vitales. Eta­pas. Éxitos, fracasos. Inicios, finales. Llegadas, partidas. Recuerdos, de los que alguien se quiere acordar y de los que otros u otras se quieren olvi­dar. El cine y la tele han ano­tado besos trascendentes desde sus inicios. La historia –reciente o lejana– también.

El marinero George Mendonsa el 14 de agosto de 1945, después de la rendición de Japón, besó en Times Square a la enfermera Edith Shain. Un beso simbólico

ÍCONOS

La alegría por el fin de la Segunda Guerra Mundial tal vez para muchos y muchas haya sido el momento en que el marinero George Mendonsa –inmediatamente después de saber de la rendición de Japón, el 14 de agosto de 1945– lo cele­bró cuando en Times Square besó a la enfermera Edith Shain, tan desconocida como él. O, quizás, el que, en junio de 1979, cuando el 30.º aniversa­rio de la creación de la ya des­aparecida República Demo­crática Alemana, se dieron Leonidas Brezhnec y Erich Hönecker, líderes de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y de la RDA, respectivamente. Siempre – siempre– hubo, hay y habrá un beso para comentar. O para cantar, tararear, silbar.

Con mi amigo-hermano Hamurabi Noufouri, arqui­tecto, doctor en Historia del Arte y Bellas Artes por la Universidad de Salamanca, aprendo. Me enriquece en cada una de nuestras conver­saciones y gano en sabiduría cuando lo leo en deliciosos tex­tos que construye con dedica­ción extrema. Su pluma parece emerger con potencia inusi­tada –a veces creo que desde el 1600 hasta nuestros días– por su estilo barroco. Es un don. Y creo que justamente esos textos deliciosos son para mí esa agua en la que abrevo para saciar mi sed de conoci­miento.

Mucho más cuando me con­duce por los senderos cultu­rales del andalusí (Al-Án­dalus) con el que aprendí y descubrí en algunas regio­nes de la península ibérica. Por el habibi Hamurabi, Granada me puede. Imagi­nar que alguna vez habré de recorrer sin tiempos ni apu­ros la Alhambra, sus palacios, sus fortalezas, sus aromáti­cos jardines –irremediable­mente– me produce “taqui­cardia sinusal”, como llama a las palpitaciones Pablo M., el médico de familia al que recurrimos desde casi tres décadas.

Producir sentido es una de las acciones colaterales del besar. El Café de Rick nunca existió. Sin embargo, algún anochecer en Casablanca – creo recordar que en 2012– bebí con alguien hasta casi el amanecer de un nuevo día un poco más de lo recomendable. Pasaban las horas, pero –aun­que no lo crean– era imposi­ble darse cuenta. Estábamos detenidos en alguna dimen­sión en la que el tiempo des­obedecía a la flecha a la que hacen referencia con insisten­cia los físicos.

ILUSIÓN

Albert Einstein, el padre de la teoría de la relatividad, fue claro y preciso: “El pasado, el presente y el futuro son solo una ilusión”. Seguramente, así es todo lo increíble. Mis ojos viajaban de un lado a otro en ese local casi mágico. Hacían foco en las paredes, en la barra, en las columnas que cerraban en arcadas que la imaginación vinculaba con “Las mil y una noches”. Vi a los camareros vestidos con gabardinas beige y con el ala de sus sombreros Fedora o Borsalino que caen levemente sobre sus ojos. Inolvidable.

Me entregué a las sensacio­nes en aquella primera vez en el interior de una película de culto como es “Casablanca” desde 1942. Sé que Hamurabi en otro momento estuvo allí. Recuerdo cada una de sus palabras cuando –mientras fumábamos narguile con tabacos aromatizados con manzanas y frutillas en el desaparecido restó Damasco de Buenos Aires– comenzó a describir sus percepciones en aquel lugar en el que, muchos años después, me encontraba.

“Fresco como la brisa marina cruzada entre dos mares. Decadente y romántico por la belle époque a la que corres­ponde su versión orientalista de la arquitectura vernácula (...) y en el aire percibí clara­mente un aroma a la mezcla de especies marroquí en la que predomina el comino y el cilantro”.

Seguramente por mi expre­sión demandante agregó que el Café de Rick se ilumina “con luces de lámparas art noveau ideales para compartir intri­gas y secretos”. Su relato pare­cía tan interminable como aquellos con los que Shere­zade –una de las dos hijas del visir– procuraba que el rey Shariar no la desposara para luego matarla cuando el ama­necer.

En ese contexto, entre sin­cronizadas volutas de humo, Hamurabi contó que “las notas del kamun, el laud y la flauta gemela se suma­ron entonces al repiqueteo del derbakke para anunciar el tan esperado momento en que entró la odalisca con sus movimientos ondulantes”. Entrecerró sus ojos en silen­cio. Antes, frotó sus manos con el gajo de un limón. Tal vez procuraba descanso. El recuerdo quedó atrás.

UNA CANCIÓN

Una vez más recorrí cada rin­cón del lugar y debo confesar que creí ver a Rick (Humphrey Bogart) en todas partes. Pero, especialmente, vestido con su smoking blanco y moño negro acercándose por sobre el hom­bro derecho al pianista Sam (Dooley Wilson) que, con voz aguardentosa, comienza a entonar “As time goes by” (A medida que pasa el tiempo), mientras acaricia con sus dedos las 38 teclas del viejo piano. Menos de un minuto antes Ilsa (Ingrid Bergman) –con una expresión que nunca dijo– le pidió que interpre­tara como lo hacía algunos años antes en París ese mis­mísimo tema.

Del profe Carlos Vallina, allá por 1996 del siglo pasado, aprendí que “el cine tiene cosas visibles, cosas invisibles y cosas que solo cada persona puede ver”. En Marruecos –aquella larga noche– com­prendí. Estaba en el Café de Rick, que nunca existió hasta que, en 2004, en el 248 del boulevard Sour Jdid, de Casablanca, abrió sus puer­tas la economista norteameri­cana Kathy Kriger, que nunca llegó hasta Marruecos para abrir un bar. Cuando en ese lugar mágico vi el Yamaha de 84 teclas en el que una y otra vez sonaba “As times goes by”, supe también que aquel piano en el que Sam la tocó de nuevo como lo pidió Ilsa tam­poco existía, aunque para mí y para millones, sí.

Producción de sentido. Con las primeras horas de la luz del día dejamos la mesa que por mucho tiempo fue el centro de la vida que compartimos con recuerdos, historias, per­cepciones, sentires y decires.

Partí convencido de que Rick e Ilsa se habían besado en la capital de Francia. Los percibí marcados por aquel momento que deseaban, pero sentían que no debían. Mi marcha era lenta. Inesperadamente des­cubrí que con mis manos en los bolsillos y andar cansino por momentos canturreaba –cuando recordaba la letra– y en otros silbaba aquella bella canción que por su título en español conocí como “Según pasan los años”. ¡Misterios en Marruecos! En especial, cuando amanece.

Leonidas Brezhnev (URSS) y Erich Hönecker (RDA) se besan para celebrar el 30.° aniversario de la creación de la República Democrática Alemana

Unos siete minutos habían pasado desde que los relo­jes marcaron las 6 AM. Aún canturreaba. La noche no ter­mina cuando se intenta soltar el pensamiento. “Debes recor­dar esto / un beso sigue siendo un beso / un suspiro es solo un suspiro / Las cosas fun­damentales se aplican / como pasa el tiempo / Y cuando dos amantes cortejan / todavía dicen te amo / En eso puedes confiar / No importa lo que traiga el futuro / Como pasa el tiempo...”. El pasado que vuelve deja de ser. Es presente. Descubro que en esta noche de viernes aquella música lejana que siento tan cerca de mí vuelve a sonar. “You must remember this / A kiss is still a kiss / A sigh is just a sigh / the fundamental things apply / As time goes by...”.

TRASCENDENCIA

A música y letra se le añaden las reflexiones, los interro­gantes. ¿Cuál es la trascen­dencia de los besos? No me animo a responder. Procuro certezas. Juan Carlos Turnes, amigo que además es médico y psiquiatra, acerca su palabra. “Besar es una forma de aper­tura al mundo”. Pero advierte que “no” puede “dejar de pen­sar en la oralidad, en ese esta­dio freudiano”. Explica que “es por la boca que el bebé explora, conoce y degusta el mundo/madre, […] a veces es bueno y satisface el hambre y las ganas de ser amado, pero también a veces frustra y dan ganas de morderlo y destruirlo”.

Juan avanza. “Hay un momento en que el niño se da cuenta de que lo bueno y lo malo está mezclado en una misma persona”. Desde esa perspectiva se pregunta: “¿Todo esto [que también es el beso] se reedita cada vez que besamos?”. Voy por más. “Todo tu ser, y no solo los labios, se te van en un beso”, dice Víctor Manuel Fernán­dez en 1995. Argumenta luego que “el beso es un encuentro de los dos en un momento en que no existe nada más que ellos, y ninguna otra cosa vale la pena”.

Describe que a su juicio “es el amor hecho carne, es el punto donde se unen todas las carac­terísticas del amor humano: ternura, pasión, gozo, admira­ción, delicadeza, fuerza, des­canso, alivio, entrega, comu­nicación” y que “por eso […] es la expresión más maravillosa del amor”.

Desde esa perspectiva, Víctor Manuel, que también es carde­nal de la Iglesia católica, sos­tiene que “si el cuerpo se ali­menta con comida, el intelecto con libros y clases, y la volun­tad con el esfuerzo, el amor se alimenta con los besos”. ¿Es tan difícil de entender? ¡¡¡Besos para todos...!!!

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