¿Es moralmente justificable eliminar o alterar la facultad de elegir, incluso si es en supuesto beneficio de la sociedad? La aclamada novela “La naranja mecánica”, de Anthony Burgess, plantea la profunda cuestión de si la maldad es “curable” y hasta qué punto la sociedad debe o puede intervenir en la naturaleza humana.

  • Por Gonzalo Cáceres
  • Periodista
  • Fotos Gentileza

Platón y Aristóteles en la antigua Gre­cia, Santo Tomás de Aquino en la Edad Media, René Descartes, Baruch Spi­noza, David Hume durante la Ilustración, Jean-Paul Sartre, Ludwig Wittgens­tein, Daniel Dennett y Alvin Plantinga ya en los siglos XX y XXI: el libre albedrío conti­núa siendo un tema central en diferentes campos de estudio a través del tiempo.

El libre albedrío implica la capacidad de actuar por nues­tra propia voluntad, aunque estas elecciones deben estar –según las normas de toda comunidad– dentro de los límites de los derechos y la dignidad de los demás. En lugar de justificar comporta­mientos perjudiciales, el libre albedrío invita a desenvol­verse de manera consciente y reflexiva, con la responsabi­lidad de tomar decisiones que promuevan el bien común, considerando el impacto de nuestras acciones en quienes nos rodean.

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Pero, y siempre hay un pero, ¿qué pasa con los individuos que no sienten consideración y/o empatía? ¿Qué pasa con aquellos “malvados”? ¿Tene­mos el derecho de intervenir en su naturaleza? ¿Podría­mos “rescatarlos” de su andar destructivo?

“CURA”

Desde la perspectiva filosófica, hay quien argumenta que la maldad es una conse­cuencia de la ignorancia, el sufrimiento –o las circuns­tancias sociales desfavora­bles– y que, por lo tanto, puede ser “curada” con educación, comprensión y la transfor­mación de las condiciones sociales injustas. Esta visión sugiere que la maldad no es una cualidad innata e inmuta­ble, sino más bien un producto de factores externos.

Por otro lado, también hay quien sostiene que la maldad es una característica intrín­seca de la naturaleza humana o que surge de una falta fun­damental de empatía o com­pasión: la maldad puede ser más difícil de “curar” y, con­secuentemente, requerir un cambio profundo en la psique del individuo.

Este planteamiento pudo estimular a Anthony Burgess, quien exploró temas como la voluntad, la morali­dad, la libertad individual y el condicionamiento humano a través de uno de los libros más influyentes de la cultura contemporánea. Publicada en 1962, “La naranja mecá­nica” cuenta la historia de Alex, un joven delincuente que se desenvuelve dentro de un futuro distópico, y de su grupo de secuaces (los drugos), quienes se dedican a cometer todo tipo de actos violentos, robos, asaltos sexuales y agresiones.

El título hace referencia a una alegoría de un campo de naranjos que aparece en la historia y simboliza la idea de la apariencia externa de un ser humano sin su libre albe­drío; es decir, como un ser que existe, pero no siente, como una máquina que puede ser controlada.

Basado en el ultraviolento Alex, Burgess se sumerge en cuestiones sobre la natura­leza de la maldad y si esta es curable o –al menos– mode­rada. En la novela, el pro­tagonista es sometido a un tratamiento conocido como Ludovico –parte de una solu­ción gubernamental para reducir la criminalidad–, que implica la administración de una droga experimental al sujeto, seguida de la exposi­ción a estímulos violentos o negativos, como películas de violencia extrema.

A través de este proceso, se crea una asociación en la mente del sujeto entre la violencia y una sensación de malestar físico intenso, como náuseas extremas, por lo que Alex aprenderá a evitar com­portamientos violentos en el futuro por temor a experi­mentar nuevamente las sen­saciones negativas vincula­das a ellos. En esencia, se busca condicionar al indivi­duo para que rechace la vio­lencia como resultado de un mecanismo de aversión.

DILEMAS

La cuestión central a la que Burgess apunta es si la verda­dera erradicación de la mal­dad es posible a través de la manipulación del comporta­miento. El tratamiento Ludo­vico, aunque efectivo en un principio, encierra dilemas éticos y morales sobre la liber­tad de elegir, la autenticidad y la responsabilidad personal.

El escritor también sugiere que la verdadera cura de la maldad –si es que existe– no puede lograrse simple­mente a través de la alte­ración externa, sino que se trata de una iniciativa que debe nacer del individuo, de su convencimiento de que­rer y poder cambiar. Aunque Alex parece curado al final del tratamiento, la pregunta sobre si la verdadera mal­dad ha sido erradicada per­manece abierta.

La obra de Burgess permeó a diferentes medios, siendo la adaptación cinematográfica dirigida por Stanley Kubrick en 1971 una de las versiones más conocidas. Esta película, al igual que la novela, generó una considerable controver­sia debido a su representación gráfica de la violencia y sus exploraciones sobre la natu­raleza humana y la sociedad.

“La naranja mecánica” es una obra magna que tiene un impacto duradero en la lite­ratura y la cultura contem­poránea. Su exploración de temas universales, su estilo narrativo innovador, su impacto cultural y su desa­fío a las convenciones mora­les y sociales la convierten en un título digno de estudio y reflexión.

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