¿Se puede acaso combatir, pelear, disputar, lidiar sin algún grado de violencia en alguna de sus formas? ¿Luchar por la paz es una expresión equilibrada o exacta?

  • POR RICARDO RIVAS
  • Periodista
  • X: @RtrivasRivas
  • Fotos Gentileza

No es una mediano­che más la de este viernes. El silen­cio propio de la nocturnidad parece más profundo que nunca antes. Lo que impre­siona –casi siempre– parece ser lo más impresionante que pudiera haberse conocido. El colega periodista y aca­démico Marcelo Cantelmi no duda en categorizar estos tiempos como “épocas de malas noticias”.

Luego recuerda y reporta en el panorama internacio­nal que cada semana publica en el diario argentino Cla­rín de Buenos Aires que “la guerra en Gaza cumple este domingo seis meses sin que el poderoso Ejército israelí haya podido derribar a la con­ducción del grupo terrorista Hamás ni fulminar la totali­dad de sus milicias”. Segui­damente describe que “en cambio, (hay) una montaña de más de 33.000 muertos, en su mayoría civiles no com­batientes que arrebatan con su tragedia la victoria a Israel en la guerra de propaganda”.

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Inevitable. Si bien Sun Tzu (Maestro Tzu, en idioma mandarín) en su obra “El arte de la guerra” –cinco siglos antes de nuestra era– explica que “la guerra es el arte del engaño”. Engañar, desde la perspectiva acadé­mica de Sun Wu, su verda­dero nombre, es solo uno de los componentes artísticos de las acciones bélicas y, hay que decirlo, la aptitud artística no es masiva.

Pero… ¿será un arte la gue­rra? ¿Lo será matar? Tho­mas de Quincey, en el 1827, no dudó en titular “El asesinato como una de las bellas artes” a su obra literaria más rele­vante. Pero aun así y de haber disfrutado de leer y releer a don Thomas, la duda ética me invade una vez más.

Vuelvo a Cantelmi, quien describe luego que “los más de dos millones de sobrevi­vientes en la Franja son zom­bis en las pantallas de todo el mundo expuestos a epide­mias y hambrunas inminen­tes si es que las bombas no se ocupan antes de ellos”. Demo­ledor. Y sentencia: “Todo es un recorrido de espanto que construyó una bruma sobre el sanguinario asalto terro­rista del 7 de octubre que dis­paró esta crisis con el saldo del asesinato de 1.200 civiles, uno de los episodios más graves contra el pueblo judío desde el Holocausto”.

“Hay que desarmar las mentes armadas”, demanda Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz 1980

GUERRA HÍBRIDA

Nada que añadir. “Solo le pido a Dios / que la guerra no me sea indiferente...”, canta León Gieco. Lo tarareo. Lejos de las arenas y escombros ensan­grentados de Gaza, en Ber­lín, el ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius, informó que el Gobierno en ese país se dispone a rees­tructurar las fuerzas arma­das para que estén “prepara­das para la guerra”. Más aún, podría reinstaurar el servi­cio militar obligatorio, que fue eliminado en 2011.

Como sucede en otros países, Pistorius informó que, ade­más de los ejércitos de mar, aire y tierra, Alemania ten­drá también una nueva rama bélica para abordar operacio­nes de ciberseguridad. Coin­cidentes analistas aseguran que con dicha creación se pla­nificarán acciones para una “guerra híbrida”.

¿Qué es eso? Operaciones de desinformación, lo que, claramente, dificultará que la ciudadanía global sepa o, al menos, pueda discernir qué cosa es verdad y qué no lo es. ¿Algo así como un Sun Tzu digital? ¿Por qué no? “La situación de amenaza en Europa se ha intensificado”, admite el ministro alemán al tiempo que justifica las reformas porque los milita­res deben estar preparados “en caso de defensa, en caso de guerra”.

Precisa también que con dicha reestructuración se apunta a defender “a nuestro país y a nuestros aliados” por­que “a nadie se le debe ocurrir la idea de atacar el territorio de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte)”. Quien quiera leer que lea. Quien quiera oír que oiga.

Con el imparable inicio del sábado habrá finalizado el Día Internacional de la Con­ciencia que, para la Organiza­ción de las Naciones Unidas (ONU), “es nuestra brújula hacia un mundo donde el amor vence al odio”.

“No hay camino hacia la paz. La paz es el camino”, enseña Gandhi

OXÍMORON

Siento que en este minuto el silencio se ha hecho más denso y profundo. El pen­samiento reflexivo vuela. La palabra lucha me busca. Me encuentra y atrae. Como dilema e interrogante. No entiendo por qué esas cinco letras juntas me intrigan. Cla­ramente apunto al sentido que construye ese término y, en línea con ello, a cómo se aplica o, si se quiere, a cómo se significa. Lucha contra. ¿Con­tra qué? ¿Contra quién? ¿Es igual luchar por la paz que tra­tar de alcanzar la paz?

No lo sé. Quizás en ese apa­rente juego de palabras se encuentre alguno de los moti­vos por los que una y otra vez la paz se aleja o se instala en lugares inalcanzables. ¿Para alcanzarla son necesarios los luchadores o los dialoguistas? No conozco ciudad alguna que no tenga en sus calles y/o en sus plazas placas, recordato­rios, monumentos para hon­rar a los luchadores.

La Real Academia de la Len­gua Española (RAE) viene en mi ayuda, pero en este caso me acerca más a la duda. ¡Pobre Descartes! “Pelea en que dos personas se abrazan con el intento de derribar una a otra”, dice en su primera acepción sobre la palabra lucha. “Lid, combate, contienda, disputa. Usado también en sentido figurado”, explica la segunda. Busco “figurado”. Me conduce a la retórica. “Dicho de un sentido: Que no corresponde al literal de una palabra o expresión, pero está relacionado con él por una asociación de ideas”.

Regreso a “lucha”. El diccio­nario precisa también que “combate”, “pelea”, “con­tienda”, “batalla”, “conflicto”, “guerra”, “conflagración”, “justa”, “liza” son palabras similares a “lucha”. Pregunto y me pregunto. ¿Se puede acaso combatir, pelear, dis­putar, lidiar sin algún grado de violencia en alguna de sus formas? ¿Luchar por la paz es una expresión equilibrada o exacta? Hay quienes piensan que es una especie de oxímo­ron. Adhiero.

Explican que, de toda lucha, emergen ganadores y perde­dores. ¡Desde esa perspectiva acordar o alcanzar un mutuo acuerdo aparece como com­plejo! ¿Es el fin de la lucha cuándo alguien ha ganado? ¿Cuándo ese fin no es bueno para las partes?

“La guerra es el arte del engaño”, Sun Tzu

PAZ VERDADERA

“Para lograr la paz del mundo no basta con los tratados que establecen los políticos o la cooperación económica que crean los líderes corporativos. La paz verdadera y perdura­ble se alcanzará únicamente mediante el establecimiento de lazos de confianza entre las personas en el nivel más pro­fundo, en lo más recóndito de la propia vida”, sostiene el filó­sofo japonés Daisaku Ikeda.

Pero no se queda allí. Da un paso más para advertir que “la paz es mucho más que la mera ausencia de la guerra” porque la paz “requiere una serie de condiciones que per­mitan apreciar las diferen­cias culturales y establezcan el diálogo como el medio pri­mordial para resolver los con­flictos”.

Voy en busca de dialogar. “[Comunicarse con pala­bras]. Hablar, conversar, platicar, charlar, departir, parlamentar. [Para alcan­zar acuerdo] discutir, deba­tir, parlamentar”. ¿Qué es lo que no se entiende? “No hay camino hacia la paz (porque) la paz es el camino”, prescribe Mahatma Gandhi. “Hay que desarmar las conciencias armadas”, propone Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz 1980.

Si la expresión “luchar por la paz” responde a un intento de producir sentido y para ello se aplica la palabra lucha “en sentido figurado”, como se dijo más arriba, me siento obligado a ir por “figu­rar”. ¿Qué dice la RAE? Pri­mero de los hallazgos: “Imi­tar algo dentro de una ficción determinada”. Voy por más. “Imaginarse o suponer algo”. Siento –tal vez equivocada­mente y sin pretender ni animarme a juicio de valor alguno sobre nadie– que en la búsqueda de la paz no tiene lugar el “sentido figurado”.

Valido sí la idea de “imaginar” la paz muy lejos de la idea de “luchar”. Alguna vez, sobre el mediodía de un sábado de invierno allá por el 96 del siglo pasado, cuando cursaba una maestría en la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), en Argentina, un admirado profe cuyo nombre no men­cionaré opinó que “no debe haber ninguna sensación de vida más grande que la de ser el único sobreviviente en un campo de batalla”.

Desde entonces y hasta hoy me atrevo respetuosamente a dudar. No de su palabra y, mucho menos, del sentido que procuró. Pero aquella afirmación huele a indivi­dualismo. Siento que las gue­rras y lo que las batallas dejan cuando los cañones dejan de tronar desde una perspectiva ética son la muerte de todos. ¿Cómo luchar por la paz des­pués de tanta lucha? Un loda­zal teñido de rojo sangre no suele ser terreno apto ni firme para construir nada y, mucho menos, en poco tiempo.

“La situación de amenaza de guerra en Europa se ha intensificado”, alega Boris Pistorius, ministro de Defensa de Alemania

EL SIGLO DE LAS GUERRAS

No son escasos quienes sos­tienen que el 28 de junio de 1919 sobre la Paz de Versa­lles, que puso fin a la llamada Primera Guerra Mundial que solo se desarrolló en territo­rio europeo, se apoyaron las bases para que dos décadas más tarde –1 de setiembre de 1939– Alemania se lan­zara sobre Polonia, que fue el inicio de la Segunda Guerra Mundial. El siglo XX –al que se lo suele mencionar como el Siglo de las Guerras– finalizó con más de 100 millones de muertes como consecuencia de crueles enfrentamientos bélicos. Todo tipo de arma­mentos y prácticas se dise­ñaron para matar con más eficiencia.

Entre el 8 de mayo de 1945 y el 10 de febrero de 1947 se rubricaron los tratados de paz en Europa. A partir de la adhesión a ideologías diver­gentes –comunismo y capita­lismo– el mundo se dividió en dos. Bipolaridad a partir de aquella paz que operó a la vez como disparador de la Gue­rra Fría, como se dio en lla­mar a aquella etapa en que el Este y el Oeste, Washington y Moscú, el comunismo y el capitalismo, Rusia y Estados Unidos se enfrentaron sin pausas hasta el 9 de noviem­bre de 1989 cuando cayera el Muro de Berlín y, más tarde, hasta que Mijaíl Gorbachov disolviera la Unión de Repú­blicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Desde entonces, pasó todo lo bueno y todo lo malo. Hubo períodos, incluso, en los que la humanidad transitó por los bordes del abismo por el horror nuclear en el trans­curso de eufemísticos y metafóricos “tiempos de paz”. Aunque usted no lo crea y pese a que del poder de destrucción infinito de esos sis­temas de armas se conocía a partir de los sufrimientos desgarradores de las pobla­ciones japonesas de Hiros­hima y Nagasaki de los que la humanidad supo cuando fueron blancos de bombar­deos nucleares ejecutados en tiempos de guerra con el obje­tivo de alcanzar la paz.

¡Crueles! Pero por aquellas masacres algunos pensa­dores como Francis Fuku­yama creyeron que había llegado el “fin de la histo­ria”. Otros, Lester Thurow entre ellos, imaginaron que la guerra del siglo XXI –emer­gente desde el fin de la Gue­rra Fría– tendría caracterís­ticas novedosas porque como consecuencia del “colapso del comunismo en Europa del Este, la lucha por la supre­macía estratégica entre los Estados Unidos y la Unión Soviética se ha trasladado a una contienda por el domi­nio económico entre Japón, Europa y América”.

Marró. Aunque el yerro fue parcial. La batalla econó­mica se desarrolla sí, pero la potencia emergente desde oriente hasta hoy es la Repú­blica Popular China. Los campos de batalla de la con­tienda bipolar se expandie­ron. Casi ningún territorio –con excepción de la Antár­tida– quedó fuera de las bata­llas y disputas de la Guerra Fría. Norteamericanos y rusos –con fuerzas regulares e irregulares– se enfrentaron impiadosamente. Por arriba y por debajo de la mesa con múltiples “operaciones encu­biertas”, desapariciones for­zadas, secuestros, asesinatos, ejecuciones extrajudiciales.

REACCIONES EN CADENA

Eran también tiempos de “disuasión” con apariencias de paz que posibilitaba a los líderes de entonces continuar con la carrera armamentista sin dejar de producir y alma­cenar armamentos atómicos con capacidad para destruir la Tierra con imparables reacciones en cadena even­tuales como las que temían pudieran desatarse Robert Oppenheimer y Albert Eins­tein entre tan numerosos como distinguidos científi­cos.

¡Nunca se detuvieron! La beligerancia fue clara y cons­tante. La Guerra de Corea, la de Vietnam, la de Afganis­tán son solo las más visibles. África también fue escenario de aquellos enfrentamientos. El cine, la tele, diarios y revis­tas daban cuenta de aquello. Hasta los avances científi­cos y espaciales fueron parte sustancial de aquella Gue­rra Fría. Pero también fue­ron claros anuncios de que la paz no era y que la guerra continuaba, continuó y –des­graciadamente– continúa. ¿Continuará? Espero que no.

Señales de peligro, luces rojas se encienden ininterrumpi­damente. Los dedos acusado­res señalan a uno y otro lado. Incluso con operaciones de ciberguerra para desinfor­marnos. Para mentirnos con aplicaciones de la más alta tecnología. Siento que una vez más la guerra está a la vuelta de la esquina. ¡Des­miéntanme!

“Puedes engañar a todas las personas una parte del tiempo y a algunas personas todo el tiempo, pero no pue­des engañar a todas las per­sonas todo el tiempo”, dicen que dijo el expresidente de los Estados Unidos Abraham Lincoln (1861-1865). No son pocos los que también asegu­ran que no lo dijo jamás. Pero somos millones los que pedi­mos y deseamos que no mien­tan más. Solo queremos paz.

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