Julio de Torres * - Fotos: Luis Vera

La obra de danza contemporánea “El habitante”, dirigida por Edith Correa e interpretada y creada por Félix Salas y Vichy Malakin, es una propuesta que cautiva por el equilibrio entre aquello simple y la fuerza de la interpretación que recae en la coreografía.

En las películas de terror se le ha atribuido una connotación negativa a las sombras que alimentan secuencias de suspenso y miedo. Reinterpretada en diferentes contextos, dependiendo de la situación, la sombra adquirirá otra significación. La sombra simplemente indica la presencia de algo que está ahí y que, sin importar qué sea, provocará temor. El concepto de “El habitante” se sitúa en esa tensión y, desde ahí, logra deconstruir lo imposible: un recuerdo, un pasado, una relación. Es de esta forma que la obra invita a reconsiderar nuestras percepciones de lo que nos rodea.

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Los matices son infinitos, pero la obra se limita a encapsularlos dentro de la tríada casa-habitación-cuerpo. Proyectada más allá del plano habitacional, la casa no solo comporta el universo, acaso clandestino, del que no emergen o escapan los cuerpos, sino que pone de relieve su naturaleza silenciadora, castradora.

Esa tensión que induce el miedo a lo desconocido articula diálogos que desplazan la mímesis, revierten el sentido de lo prohibido y los significados pierden esencia. Es a la luz de ello que en escena se ven dos personajes que utilizan la poética del cuerpo para hablar de lo imposible y confrontar los vacíos sugeridos por el silencio o la ausencia, por momentos, de la palabra.

Este tipo de tensiones y confrontaciones marcaron un antecedente que en los años 70 cobró fuerza bajo el concepto de performance, de acuerdo a RoseLee Goldberg. Nos detendremos en el contexto actual paraguayo en el que estas vanguardias todavía siguen ninguneadas por preferencias que aún se decantan por puestas y contenidos tradicionales. Al borrarse los límites entre el arte y la vida, como refiere Luigi Amara en su prólogo a la obra de Alan Kaprow, el público no solo es interpelado, sino que adopta un posicionamiento de compromiso y empatía que lo permea.

Asumir ese compromiso le suele molestar, más allá de las señales que en forma de signos se suceden en la puesta. Probablemente la imposibilidad de “vender” la performance en la agenda local, ya sea en forma de danza, de teatro, de misa o de palestra aburrida como mercancía, enoje a la mayoría; pero los signos, independientes y sin sentidos concebidos a priori, una vez yuxtapuestos, adquieren ese sentido negado. La fuerza de “El habitante” radica allí.

APROPIACIÓN

También la fuerza de la propuesta parte del sentido de uno que procura apropiarse de aquello que, no estando definido, dependiendo de la perspectiva desde la que se lo mira, siempre le perteneció. “El deseo de un objeto que nunca supo que le faltaba se define, mediante un cambio en la distancia, como el deseo de una parte necesaria de sí mismo”, escribió Anne Carson.

Transitar la tensión que soporta la búsqueda de un lugar en la realidad replegará, de igual manera, a los dos personajes, pero no en una búsqueda incansable del o en el otro, perpetuado en la mirada fija y en el esquivar aquello que no es lo que espera, sino en una búsqueda del silencio y el vacío que supone no tener definida la realidad que parece estar en el plano que circunda, todavía, a la tríada casa-habitación-cuerpo.

Sombra y permanencia. Es así como podría definirse el tránsito que deja huellas en un progresivo repelerse en la escena. Ambos personajes no se reflejan, pero se traslucen en la mirada del otro; y, a pesar de todo, desean huirse.

Al encontrarse, muy de vez en cuando, la tensión volverá a molestarlos, escamoteando una relación, deseada por el público que siempre espera algo, que solo acaba en la mera conexión del calor de los cuerpos que conviven a la luz de la tríada. Frágil el vínculo, las presencias alternadas, en los cambios de roles posibles –o no–, significarán más que miedos, soledades, pasados o recuerdos. Podrían definir un nuevo lazo, más frágil quizás, pero siempre adrede, que los terminará uniendo.

Dos puertas simbolizan entradas o salidas que revelan una dualidad persistente. Los juegos con lo simple, con sorpresivos despliegues del atrezzo, abren demasiados símbolos. La propuesta cautiva por el equilibrio entre aquello simple y la fuerza de la interpretación que recae en la coreografía. Ambas, simpleza y fuerza, son los elementos esenciales del juego de prueba y error que es la realidad. O la vida.

* Actor, dramaturgo e investigador en artes y humanidades. Formado en sociología y antropología.

FECHAS Y LUGARES

Funciones: jueves 4 y 11, viernes 5 y 12 y sábados 6 y 13 de abril

Lugar: Espacio E (Estrella 977 entre Colón y Montevideo, CHA)

Hora: 20:00

Información y reservas: (0971) 845-465

FICHA TÉCNICA

Dirección: Edith Correa

Creación y performance: Vichy Malakin, Félix Salas

Visualización: Carlo Spatuzza

Diseño sonoro: Ribcage Creatures Communications

Iluminación: Josema Tottil

Producción: Aurora Molina y Diego Segovia

Comunicación y comunicación visual: Mariano Ducos y Juan Florenciáñez


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