Ricardo Rivas, periodista, desde Naples, Florida, EE. UU. X: @RtrivasRivas

Viajar –lo que hago desde la mitad de mi vida, por trabajo casi siempre, por curiosidad en otras oportunidades o, finalmente, con una suma de ambas motivaciones en todos los viajes– abre las puertas a la fantasía de conocer o, quizás, de creer saber.

Después de poco más de un mes de apurar caminos, de edificios gigantes que compiten –siempre– para ser los más altos, de subir y bajar de aeronaves poderosas, de transitar autopistas, caminar sobre la arena casi blanca en una playa que se extiende hasta donde la vista ya no puede ver, seduce. En eso estoy rodeado de gaviotas que una y otra vez aletean o se lanzan en picada en procura de alguna presa que generalmente no vemos.

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Me detengo para escuchar la brisa y el ruido de las medianas olas que rompen ininterrumpidamente. Me siento y percibo afortunado. ¡Increíble! “Alguna vez conocí a un hombre tan pobre que solo tenía dinero”, dijo años atrás delante de mí, atribulado, un querido amigo. En silencio, lo escuché reflexivamente. “Pero, unos días más tarde, supe de otro –enormemente rico– que solo atesoraba ideas”, agregó.

Perfume de aforismo invadió la mesa de aquel bar ubicado sobre el palermitano Pasaje Gelly, vecino del viejo Canal 9 –el de aquel grande que fue Alejandro Romay– en Buenos Aires, unos 1.260 kilómetros al sur de mi querida Asunción. Tal vez, aquello pasó en 1981. Cuatro décadas atrás. Me senté sobre la arena. De este febrero van apenas un par de días.

La voz aguardentosa de René Lavand (1928-2015) volvió a mis oídos. Un maestro de la vida que en cada encuentro me entregaba generosamente fragmentos de los 23 años que me llevaba. ¿Usted hace magia?, pregunté. No, respondió. Acomodó su corbatín, se estiró los bordes del chaleco oscuro que vestía y lentamente respondió, con voz apenas audible, que “ese fue mi sueño desde niño. Pero simplemente, soy un ilusionista”.

Algunos críticos de arte lo definían como “cartomago”. Un par de meses después volvimos a vernos. En el mismo lugar. Dentro de tres días serán ocho los años que pasaron desde que Lavand se fue. Era el 7 de febrero de 2015 cuando la tristeza me llegó desde Tandil –la tierra bonaerense donde René nació, vivió, sufrió, triunfó y murió– para invadirme. Recuerdo que, con profunda convicción, sostenía que “para crear una ilusión no se precisan más que tres cartas”. Lavand era un tipo de pensamientos sencillos y profundos que transmitía mejor que nadie. “Nada obnubila más que la verdad”, afirmaba y, aunque negaba ser un mago, me fascinaba pensar, imaginar y creer que sí lo era. ¿Por qué no?

Robert-Houdin, el ilusionista francés del siglo XIX, y Dai Vermon, el cartomago del siglo XX

MOMENTOS ÚNICOS

Amanecer o atardecer son momentos únicos, aunque se repiten desde siempre cuando sale o se pone el Sol. Sunrise or sunset. En las playas, cuando alguno de los dos fenómenos, miles de personas miran brevemente hacia el cielo o hacia el horizonte. Estiran sus brazos con las palmas hacia arriba y rezan oraciones en un idioma o dialecto que desconozco. Me apasiona no saber qué dicen. Muchas respiran profundamente y cierran sus ojos para percibir esos inevitables fenómenos con otros de sus sentidos tanto en el inicio de cada día como en el final.

Algunas agradecen cada nuevo amanecer, cada nuevo día. Otras, por el contrario, se despiden de él cuando llega la oscuridad –que nunca es tan oscura– y se recogen en sus refugios interiores para aguardar la próxima salida de esa estrella que ilumina la Tierra. Las percibo convencidas de que algo ocurre en y con ellas. Sin dudas, creo que así es. He visto esas prácticas en las costas catalanas del Mediterráneo, en el Mare Nostrum que baña las riberas del Oriente Cercano, en el Brasil bahiano, en las playas del Pacífico en América Central, en México, en mi querida Mar del Plata siempre conmigo, en Punta del Este, en Naples de los Estados Unidos en una de las costas sobre el golfo de México.

Inolvidable. ¿Qué les pasa, qué sienten?, consulté a muchas de ellas. “No lo sé. Es algo mágico que nos eleva, que nos aleja de la tierra y nos conduce a otra dimensión”, me dijeron varias veces. Viajar –lo que hago desde la mitad de mi vida, por trabajo casi siempre, por curiosidad en otras oportunidades o, finalmente, con una suma de ambas motivaciones en todos los viajes– abre las puertas a la fantasía de conocer o, quizás, de creer saber.

También sé que hay quienes viajan por las dudas. O por las certezas en busca de eso que buscan. Hay quienes suponen que viajar es mágico. ¿Lo será? En verdad, no creo que alguna de las razones dadas para viajar o para justificar ante otros o uno mismo cada viaje sean concluyentes. De hecho, entre ninguna de ellas –que seguramente no son ni serán la totalidad de las posibles motivaciones viajeras– se encuentra la de viajar para fugar. De alguien, de algo, de mucho, de poco, de la vida, de la muerte o, simplemente, de uno mismo y lo hecho hasta ese momento de comenzar a pensar en iniciar el viaje.

Algunos viajan para escapar de su sombra. Curioso, por cierto. Es interesante el caso de la sombra que existe o no según desde dónde el Sol (o una fuente de luz cualquiera) ilumine. Juegos de letras y palabras. Iluminar e ilusionar coinciden en su construcción en tres letras. I, L, U. Pese a ello, desde su origen dan cuenta de cosas bien distintas. Iluminar e ilusionar son cosas diferentes.

“La palabra ‘iluminar’ –según el sitio etimologias.dechile.net– viene del latín illuminare (bañar intensamente con una fuente de luz, llenar de claridad), verbo compuesto de in- (hacia el interior, intensamente) y el verbo luminare (aplicar una fuente de luz), que se forma a partir del vocablo latino lumen, luminis”. La misma fuente permite saber que “la palabra ‘ilusionar’ está formada con raíces latinas y significa ‘esperar que ocurra algo bueno’. Sus componentes léxicos son: el prefijo in- (hacia dentro), lusus (jugado, participio del verbo ludere, jugar), -ion (sufijo que indica acción y efecto), más el sufijo -ar (terminación usada para formar verbos)”.

“Salí del closet. Me asumí como mago. ¡Soy mago!”, declara el mago Garrick

MÁS QUE PALABRAS

Cuando la luz que me alumbra llega desde afuera, proyecta mi sombra. Me ilumina. Es inevitable. Tal vez, cuando la luz que me alumbra lo hace desde mi interior, de la creencia, como todo juego de buenos sentires, me ilusiona. Magia. Ilusión. Iluminar. Jugar. Las palabras –en tanto insumo o herramientas– son mucho más que palabras. Con ellas es posible tejer historias de vida en procura de algún sentido. Tengo la convicción de que iluminar e ilusionar –más allá de la semántica y los diccionarios– tienen claros puntos de contacto desde la perspectiva del sentido común.

Tal vez, no sea casual que desde el último día del mes que pasó dé vueltas en mi mente la idea de lo mágico. Cada 31 de enero se celebra el Día Internacional del Mago, que coincide con la efeméride católica con la que se recuerda a San Juan Bosco, muerto en esa fecha en 1888. Fue canonizado por el papa Pío XI (Achille Damiano Ambrogio Ratti, su nombre secular) el 1 de abril de 1934. Interesante a la vez que peculiar.

“Cuando la Inquisición (Santa Inquisición –su nombre histórico–, un tribunal religioso que averigua y castiga los delitos contra la fe y combate la herejía desde el 1200 y, en algunos lugares como México, durante cinco siglos) se persiguió a los magos que primero se ocultaron para salvar sus vidas y luego –para no ser capturados– comenzaron a auto- denominarse y presentarse socialmente como físicos, doctores, maestros, sabios e ilusionistas”, me explica con paciencia extrema el querido mago Garrick, que alguna vez en mi casa marplatense deslumbró con su arte a casi medio centenar de amigos reunidos para celebrar mi cumpleaños.

¿Magia o ilusionismo? “Quienes se presentan como magos o ilusionistas, en estos tiempos, es como pretender diferenciar empíricamente entre rojo y colorado”, responde Emanuel Zaldúa (también, Garrick) psicólogo y académico notable. La tertulia se extiende. “El ser humano tiene necesidad de creer” precisa. ¿Habla el psicólogo? “No sé de nada que pueda reemplazar la creencia”, agrega. Me dispara la reflexión. Pienso en miles que creen en no creer y dedican buena parte de cada uno de sus días a presentarse y sostenerse socialmente desde esa posición.

“La creencia, en muchos casos, se asocia con la Joan Fontcuberta, fotógrafo, filósofo, ensayista, académico, sostiene que en los últimos tiempos “la distinción ya no está entre lo verdadero y lo falso, sino entre lo verosímil y lo inverosímil” desesperación cuando no se encuentra una forma racional para resolver un conflicto”, añade. Repregunto. ¿Psicología o magia? “Salí del closet. Me asumí como mago. ¡Soy mago!”, sostiene enfáticamente Garrick, que también es Emanuel Zaldúa, dos de mis queridos amigos. ¿En una sola persona? Debo pensar en ello.

El Sol se pone en el atardecer de Naples, estado de Florida, USA

EXPERIENCIA MÁGICA

Vuelvo a Naples y a quienes encuentran magia en amaneceres y anocheceres. ¿Hay magia en esos momentos? “Si la persona vive una experiencia mágica con algo asombroso y/o sorpresivo... ¿por qué no aplicar el adjetivo mágico?”, reflexiona Garrick. “La magia tiene que ser asombrosa, sorprendente, pero no generar miedo. Lo mágico tiene que generar acercamiento, no rechazo. Debe ser agradable, placentero, amigable. Despedirse del Sol en cada atardecer o prometerle que mañana volverá para verlo en el amanecer puede ser parte de un acto psicomágico, como lo define (el cineasta y escritor chileno nacionalizado francés Ale- jandro) Jodorovsky”, puntualiza.

Escucho en silencio cada una de sus palabras. “El ave del espíritu debe liberarse de la jaula racional”, sostiene justamente ese intelectual, quien afirma que la “felicidad es estar cada día menos angustiado”. Garrick opina que “la magia como espectáculo está en crisis”. Piensa que “el momento es muy parecido a cuando finaliza un movimiento artístico”. Creo percibir preocupación en sus palabras. “Es algo muy extraño (lo que pasa) y, tal vez, tenga que ver con la eclosión de la tecnología”.

Supone que “quizás por eso los magos más jóvenes están como fascinados para saber cómo usar esos recursos tecnológicos para crear ilusiones mágicas que son tan perfectas que pierden potencia”. Lo escucho sin interrumpirlo. “Cuando la magia se acerca tanto a lo real, deja de ser. La magia necesita de un espacio ficcional para suceder. Sin contexto, no hay magia. El arte del mago también es sostener la experiencia mágica”.

Mis ojos se pierden en el horizonte invisible de la nocturnidad en Naples. La oscuridad en esa ribera del golfo de México es profunda. El Sol ya se fue. Con la espalda sobre la arena mis pensamientos van hasta el siglo 6 de nuestra era. Por aquellos lejanos tiempos el mago –y adivino– era el galés Merlín. Su fama fue opacada recién en el siglo XIX por el ilusionista francés Jean Eugène Robert-Houdin. Su relevo fue el canadiense car- tomago Dai Vernon (David Frederick Wingfield Verner) en la primera mitad del siglo XX. Su vida se apagó casi centenario en 1992.

Sin embargo, en la memoria guardo los nombres de otros magos no menos trascendentes. Recuerdo que cuando niño don Ricardo –nuestro querido viejo– en la casona de mi pueblo natal, el Bajo Belgrano, contaba historias fantásticas de Fu Manchú. David Tobias “Theodore” Bamberg, su verdadera identidad, era británico. Hijo del ilusionista holandés Tobias “Theo” Leendert Bamberg, hacía magia desde los cinco años.

Su renombre creció a partir de un espectáculo al que llamó “Bazar de magia”, que deslumbró en Argentina y lo proyectó hacia el resto del continente. Vestido con ropas orientales, fueron millones los que lo creían chino. Protagonizó media docena de películas, pero Fu Manchú, la ilusión de aquel ilusionista que ilusionó a millones con su magia, dejó los escenarios en el inicio de los años 60 no sin antes convertirse en argentino, nacionalidad por la que optó. Aquel personaje y su fama se desvanecieron en la memoria del gran público. Nada por aquí, nada por allá. Pese a ello, en el ecosistema de la magia y de los magos, se lo recuerda y distingue.

Joan Fontcuberta, fotógrafo, filósofo, ensayista, académico, sostiene que en los últimos tiempos “la distinción ya no está entre lo verdadero y lo falso, sino entre lo verosímil y lo inverosímil”

DESEO DE VERDAD

Una leve brisa marca el momento preciso para dejar la playa caminando lentamente. Sentí que René Lavand caminaba a mi lado. Que me hablaba. A veces pienso que arte, magia e ilusión tienen una relación intensa con el deseo de verdad. ¿Qué es verdad? “La única misión del artista es convencer al mundo de la verdad de su propia mentira”, dicen que sostuvo alguna vez Pablo Picasso. ¿Será así? Cómo saberlo. ¿Alcanzará con escribir la frase en Google para verificarlo? Tal vez.

Caminar en silencio me lleva con la imaginación a Barcelona, aunque esta playa, esta arena y este mar tan lejos están del Mediterráneo. ¿Qué es la verdad? Alguna vez escuché que Joan Fontcuberta, fotógrafo, filósofo, ensayista, académico, gestor cultural, supo decir que “la distinción ya no está entre lo verdadero y lo falso, sino entre lo verosí- mil y lo inverosímil”. ¡Joder! Fontcuberta opina enfáticamente, por ejemplo, que “toda fotografía es una mentira que se presenta como cierta”. Perplejo también lo escuché cuando afirmó que “la verdad la hemos dado por perdida”.

¡Yo, no!, pensé en replicarle a voz en cuello, pero preferí esperar. Prudencia. En cuestiones fotográficas, agregó, “la diferencia ya no solo está entre mentir bien o mentir mal” porque “toda fotografía es una mentira que se presenta como cierta”. Pero, desde esa perspectiva Joan Fontcuberta prescribió que “lo importante es que el fotógrafo le dé una dirección ética a su mentira” porque, final- mente, el “buen fotógrafo” es aquel que “miente bien la verdad”.

Magia, ilusionismo, fotografía, imágenes, verdad, mentira. “La imaginación actúa en todos los terrenos, incluidos los que consideramos ‘racionales’”,sostieneJodorovsky.” La existencia humana es riesgo y al mismo tiempo aceptación del riesgo”, dice don Jorge Luis Borges. “Solo se trata de vivir”, canta Lito Nebbia.

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