El filósofo Nicolás Maquiavelo tenía una visión realista-pesimista sobre la estabilidad política a largo plazo. Reconocía la tendencia de los Estados a caer en la decadencia, pero consideraba que los líderes podían enfrentar estos desafíos y preservar la estabilidad y la fortaleza política.

  • Por Gonzalo Cáceres Periodista
  • Fotos Gentileza

Maquiavelo nació en 1469 en Florencia –una ciudad-estado ubicada en la península itá­lica– en una época de profun­dos cambios culturales, polí­ticos y sociales que abarcó aproximadamente desde el siglo XIV hasta el siglo XVII.

Es mundialmente recono­cido por su enfoque pragmá­tico de la política al romper con las concepciones ideali­zadas y morales de aquellos años, ofreciendo un análi­sis objetivo de la naturaleza del poder. A él se le atribuye la expresión “el fin justifica los medios”, aunque esta no aparece exactamente en esas palabras en sus escritos.

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Maquiavelo abordó el tema de la decadencia política en su obra cumbre, “El prín­cipe”, explorando las razo­nes y las formas en que los Estados pueden deteriorarse (o caer en crisis).

La decadencia política es inevitable, según Maquia­velo, porque los Estados tienden a corromperse con el tiempo.

LA PÉRDIDA DE VIRTUD

Su concepto de corrupción no solo se refería a la corrup­ción moral de los líderes, sino también a la erosión de las instituciones y la pérdida de virtud en la sociedad, cuando las personas o las institu­ciones “actúan en su propio interés en lugar de buscar el bien común”.

La virtud cívica encierra la disposición de los ciudada­nos y líderes de actuar en beneficio del Estado, sacri­ficando intereses persona­les en aras del bien común. Es así que Maquiavelo iden­tificó la falta de virtud cívica y la indulgencia excesiva (o falta de vigilancia ciuda­dana) como los factores clave que contribuyen a la deca­dencia y conducen inexora­blemente a la desintegración de la cohesión social.

La “falta de acción” (disposi­ción a abordar la corrupción con firmeza) llevará a un ciclo en el que los problemas no resueltos se acumulen hasta formar una espiral descen­dente que se manifestará en las pérdidas de territorio y de la confianza pública en la autoridad central.

“Cuando los gobernantes se vuelven complacientes y per­miten que la corrupción se arraigue, el Estado está en riesgo de decadencia”, sos­tiene.

EQUILIBRIO

Para evitar la decadencia, un líder “debía equilibrar la for­tuna (la suerte) con la vir­tud (la habilidad y la acción efectiva)”. La fortuna podía ser tanto aliada como ene­miga, pero la virtud era esencial para enfrentar los desafíos y “mantener la esta­bilidad ante los conflictos y las luchas internas, que son inherentes a la política”.

Solo las instituciones “bien diseñadas y resistentes” son y serán esenciales para la longevidad de un Estado.

Maquiavelo sugirió que un líder hábil podía gestionar estos conflictos con la sen­sibilidad necesaria como para evitar el colapso total al basarse en la comprensión de las complejidades y desafíos propios del ejercicio del poder.

También creía en un ciclo recurrente de formas de gobierno, que iba desde la virtud y la estabilidad –bajo un principado o república– pasando por la corrupción y decadencia, hasta la even­tual restauración de un nuevo gobierno virtuoso, de la mano de un liderazgo “dis­ciplinado, fuerte y decidido”.

Maquiavelo ve en la disci­plina un antídoto contra la corrupción. Instituir normas y reglas estrictas “puede ayu­dar a prevenir la aparición de prácticas corruptas, mante­niendo la integridad de las instituciones políticas”.

El líder debe dar ejemplo en términos de disciplina. La conducta del gobernante establece un estándar para el resto de la sociedad, y un líder disciplinado puede ins­pirar confianza y lealtad.

La fortaleza y la disciplina son necesarias para el líder con vistas a tomar decisiones difíciles pero necesarias en la política. Maquiavelo sugiere que los líderes deben ser capa­ces de actuar con determina­ción, incluso si esas decisiones son impopulares o moral­mente cuestionables.

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