Ricardo Rivas, Periodista - Desde Washington D. C., X: @RtrivasRivas. - Fotos AFP / Ricardo Rivas

Caminar por las muy amplias avenidas, calles y plazas en Washington D. C. –la capital de los Estados Unidos– siempre es una especie de aventura. Un paseo por la historia.

Caminar por las muy amplias avenidas, calles y plazas en Washington D. C. –la capital de los Estados Unidos– siempre es una especie de aventura. Un paseo por la historia. Todo es enorme, pero no abruma como sí sucede en NYC, que exhibe una enormidad aplastante. Lo muy viejo y lo muy nuevo convergen sobre la curiosidad. Pero hoy es el día para hacerlo.

Será una jornada muy larga. Sergio Soto, el conductor de Relier, llegó con “la bestia” – una SUV Cadillac potente y ostentosa– unos pocos minutos antes de las 6 AM para buscarnos e informarse hacia dónde habré de encaminar la búsqueda periodística. Poco menos de cuatro horas separan NYC de Washington. El clima es pésimo. Lluvia, niebla, carreteras cargadas. Parecía que viajábamos en una película en la que éramos protagonistas. Breve parada para desayunar en una gasolinera.

Las mesas y las sillas para hacerlo están casi todas vacías. En este país parece que detenerse es una pérdida de tiempo. Y de dinero. “Time is money”. Millones de personas de camino al trabajo toman café mientras caminan. Millones también almuerzan menús fusión –cocina china, tailandesa, peruana, en recipientes de cartón y hasta con palitos– o hot dogs con multiplicidad de salsas con papas fritas. No me acostumbro. En el camino recordé que la primera vez que estuve en DC fue 31 años atrás cuando cumplí con una beca de estudios y, luego, cubrí las elecciones primarias de los demócratas en las que triunfó Bill Clinton, quien luego fue presidente por dos períodos. Tan enorme como enriquecedora experiencia.

Aquí descansan los restos de John Fitzgerald Kennedy y su viuda, Jacqueline Lee Bouvier Kennedy Onasis

CULTO

No son pocas las veces que pienso que en los Estados Unidos existe una especie de culto al heroísmo. Por esa percepción –tal vez personal y no completamente cierta, precisa o exacta– es que quiero recorrer en detalle el Cementerio Militar de Arlington, hasta donde llegamos luego de caminar por un par de horas por la ciudad en la que algunas de sus áreas parecen esculturas transitables.

Sus museos, iglesias, parques, los ministerios, el Capitolio, que con su cúpula majestuosamente blanca marca también el límite de altura a las construcciones porque ningún edificio puede superarla. Pero entre tantos monumentos, el Obelisco es el que se lleva muchas de las miradas. El monumento al presidente George Washington –su denominación oficial– fue diseñado por el arquitecto Robert Mills. Su construcción se inició en 1848 y fue terminado en 1884. Mills, sin embargo, no pudo ver su obra concluida. Falleció treinta años antes. Con 169 metros de altura –el de Buenos Aires tiene 68– es el segundo más alto en los Estados Unidos detrás del Monumento de San Jacinto, ubicado en Texas, que con 173,7 metros de altura fue construido en 1936, en el mismo año del argentino.

Me sorprendió ver frente a la Casa Blanca y en las principales plazas que se ubican en sus cercanías carpas de homeless y migrantes –mayoritariamente hispanos– que acampan en procura de soluciones para sus demandas. Las calles de Washington –como en NYC– son ocupadas con manifestaciones en defensa del pueblo palestino que marchan ruidosamente con banderas y pancartas rodeadas de policías. Esas expresiones que se desarrollan con las debidas autorizaciones suelen finalizar sin ningún otro inconveniente más que las demoras en la circulación del tránsito.

Homeless y migrantes acampan frente a la Casa Blanca y en las plazas de Washington D. C. en procura de soluciones

LA NECRÓPOLIS

Lentamente llegamos hasta las puertas mismas del Cementerio Militar de Arlington. El frío se siente. El termómetro marca 7 grados con viento y lluvias. Hay mucho para caminar. Técnicamente, la necrópolis queda en Virginia, limítrofe de Washington, cerca del río Potomac y del Pentágono. Faltan unos pocos minutos para un cambio de guardia en la tumba del soldado desconocido. Son solo 75 oficiales voluntarios del Ejército de los Estados Unidos los que hacen guardia en torno de esa tumba monumental.

En torno de ella, todos los días entre las 8 AM y las 5 PM, cada 60 minutos, se produce el cambio de guardia en el que se releva al centinela que durante esa hora da 21 pasos hacia un lado y hacia otro luego de aguardar 21 segundos para girar sobre sus pasos en cada oportunidad. 21 son los rangos que pueden alcanzar los militares norteamericanos. Los centinelas no tienen ningún símbolo jerárquico sobre sus hombros.

“Los homenajeados –cuyas identidades no se conocen– pueden ser tanto soldados rasos como generales. Por esa razón, los custodios –pertenecientes al Tercer Regimiento de Infantería, The Old Guard, creado en 1784, el más antiguo en servicio– no ostentan ninguna jerarquía”, explica Alejandro Vidal, un guía de excelencia que forma parte del equipo de profesionales de Relier y que tiene respuesta para todas las preguntas.

Arlington tiene unas 400.000 tumbas. Aquí descansan los héroes desde la guerra de Secesión. También están los que cayeron en las guerras mundiales I y II, en Corea –que aún no ha finalizado porque ese conflicto se encuentra encapsulado con un armisticio firmado en 1953 del que unos pocos meses atrás se cumplieron 70 años– y en Vietnam.

“En el sarcófago –añade Alejandro– eran cuatro los restos que allí se encontraban, pero desde 1988 solo quedaron tres porque con un estudio de ADN se supo que uno de ellos pertenecía al primer teniente de la Fuerza Aérea Michael Joseph Blassie, piloto de helicópteros que fue retirado de allí. Desde entonces la cripta correspondiente al soldado desconocido de Vietnam permanece vacía”. Sobre la cubierta se inscribió “Honrando y manteniendo la fe de los soldados desaparecidos de Estados Unidos, 1958-1975″.

Joe Louis, campeón mundial de peso pesado en boxeo entre 1937 y 1949, descansa en Arlington por disposición del presidente Ronald Reagan

SILENCIO

El público permanece en profundo y respetuoso silencio. Washington es una ciudad silenciosa. En Arlington lo es mucho más. Solo algunos visitantes elevan el tono de voz, pero inmediatamente lo bajan. El cementerio se extiende sobre una bella colina. En su punto más alto se encuentra la que fuera la residencia del general Robert Lee, quien residió allí junto con su esposa Mary Ann hasta que decidió combatir en la Guerra Civil a favor del sur. Esa decisión hizo que esa residencia fuera confiscada por una deuda impositiva impaga por un monto de USD 92. Ocupada la casa por las fuerzas del norte, el oficial Orton Williams –primo de Mary Ann– se hizo cargo de la residencia con todo lo que en ella había.

Desde ese momento, los caídos en la conflagración comenzaron a ser enterrados en el frente mismo de esa vivienda. Así comenzó a desarrollarse este camposanto militar que es el más grande del mundo. Y en el que los caídos en la guerra contra el terrorismo –desde el 11 de setiembre de 2001– también tienen su lugar en la sección 60. En un memorial específico están las víctimas del ataque contra el Pentágono con el vuelo 77 de American Airlines con un total de 184 fallecidos civiles y militares. La sección 21 guarda los restos de las enfermeras.

En la colina de Los Capellanes descansan quienes prestaron servicios espirituales a los soldados católicos, protestantes y judíos. Una buena parte de la familia Kennedy descansa aquí. El asesinado John Fitzgerald Kennedy –35.º presidente de los Estados Unidos– fue inhumado aquí por pedido de su viuda, Jacquelin Lee Bouvier Kennedy Onassis, quien “explicó al presidente Lyndon Johnson que años atrás, luego de un acto, John le dijo ‘quiero descansar aquí’”.

La pareja desde siempre estuvo intensamente vinculada a Washington y sus alrededores. John (36) y senador por el estado de Massachusetts le propuso casamiento a Jacqueline (23) en Martin’s Tavern, un pub irlandés tradicional fundado en 1933 inmediatamente después de finalizada la vigencia de la que se conoce como Ley Seca, en Georgetown.

Breve paseo y café en Georgetown, Washington D. C., con Alejandro Vidal, un guía de excelencia con conocimientos y todas las respuestascon

RITUAL

Allí solo se escucha –siempre– a Frank Sinatra. Era el 24 de junio de 1953 cuando le pidió que fuera su esposa. A partir de entonces y aun con ciertas intermitencias, tragedias, desencuentros, crueldades, infidelidades, John y Jackie fueron juntos a la par hasta que la muerte los separó. Como ellos, miles de parejas, aún hoy, repiten el ritual de proponer casamiento en ese lugar tradicional en una de cuyas mesas Kennedy escribió su discurso de investidura cuando fue elegido presidente. “No preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país”, pensó y escribió John en esa taberna irlandesa casi 63 años atrás. Diecisiete palabras que encierran un pensamiento tan potente como irrebatible.

Con un par de placas de bronce en ese lugar que pasó a integrar el circuito histórico de la capital norteamericana se recuerdan aquellos hitos. Desde el 19 de mayo de 1994, Jackie descansa la derecha de John. Sus cuñados Joseph Kennedy Jr., caído en combate en la Segunda Guerra Mundial; Robert Francis Kennedy, asesinado el 6 de junio de 1968 en Los Ángeles, California, y Edward Moore Kennedy también están cerca.

Monumento a los marines caídos desde 1775 en las cercanías del Cementerio Militar de Arlington

CURIOSIDADES

Arlington también tiene curiosidades. El boxeador Joe Louis, el púgil que durante una docena de años conservó el título mundial de los pesados, por disposición del presidente Ronald Reagan –desde el 12 de abril de 1981 cuando falleció a los 67 años en pobreza extrema– también está enterrado allí. Con su imagen sobre el ring en posición de combate en relieve sobre una placa de bronce, en dos líneas, solo dice: “El bombardero marrón. Campeón mundial de peso pesado 1937 - 1949″.

Dejamos Arlington atrás. Alejandro nos conduce hasta el Memorial de Guerra del Cuerpo de Marines con el que se homenajea a quienes cayeron desde 1775. El grupo escultórico se diseñó sobre la foto periodística que hizo el fotógrafo Joe Rosenthal de la agencia Associated Press (AP) cuando la batalla de Iwo Jima en el Pacífico. En aquel enfrentamiento lucharon unos 25.000 soldados japoneses fuertemente pertrechados contra 76.000 marines que tuvieron como objetivo ocupar aquella posición estratégica de singular importancia para derrotar a las fuerzas del Imperio de Japón. El triunfo norteamericano fue también una masacre para las fuerzas estadounidenses.

La gigantesca estatua representa al sargento Michael Strank, al cabo Harlon Block, a los soldados de primera clase Franklin Sousey, Rene Gagnon e Ira Hayes y al enfermero John Bradley que plantaron la segunda bandera, mucho más grande que la primera, en la cima del monte Suribachi. En la plataforma del grupo escultórico se encuentran inscriptas todas las intervenciones de los marines alrededor del mundo.

Arlington quedó atrás. El frío pega fuerte. Un café en Georgetown para conversar con Alejandro es imprescindible antes de regresar a NYC. Hay mucho para pensar.

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