Frescas y elegantes, las prendas del tejido tradicional del mandyju tienen en Yataity un lugar de referencia. Sus artesanas cuentan aquí del éxito de su reconocida feria, que concluyó su edición 26, y de los planes a futuro para incrementar la producción y no perder las antiguas técnicas para elaborar tejidos de forma artesanal. Piden para ello políticas públicas que les permitan acceder a créditos, mercados y la incorporación de tecnología.

Las prendas de aopo’i tienen un diferencial que se aprecia, sobre todo cuando el verano apre­mia. Para Larissa Bruno Bogado, ese cariño especial que desarrollamos por la prenda “creo que se debe al esmero que le pone la arte­sana en la producción de cada prenda, esa búsqueda de hacer una prenda única que trae consigo arraigado lo que somos”.

“Poder vestir con orgullo algo hecho a mano y des­tacar el trabajo que se rea­liza desde un pequeño rin­cón del Paraguay llamado Yataity del Guairá. Además de que las prendas de aopo’i permiten una comodidad sin igual al ser una prenda 100 % de algodón que da mayor comodidad a la hora de com­batir las altas temperaturas que tenemos en nuestro país”, agrega la artesana, una de las especialistas en esta técnica ancestral.

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RESURGIMIENTO

Algo de esto se vio en la pasada y exitosa 26.ª edición de la Expo Aopo’i en Yataity que, al decir de Carina Cabral, gerente de la comisión orga­nizadora, “nos deja esperan­zas de que no todo está per­dido y que volverá a resurgir el aopo’i y dar espacios a más artesanas independientes para activar aún más la eco­nomía de la ciudad”.

La mujer recuerda que más de la mitad de los 6.000 habi­tantes que tiene la locali­dad se dedica a alguna tarea relacionada al ancestral tra­bajo de hilar y confeccionar telas y prendas. “Ese cariño inmenso que se tiene es por­que el aopo’i surgió en la ciu­dad, lo cual fue trasmitido de generación en generación hasta convertirse en cultura”, destaca.

Yataity del Guairá, ubicado a 165 kilómetros de Asunción y 18 de Villarrica, alberga todos los años en la plaza General Francisco Roa esta muestra única en el país. De la Expo participaron más de 100 arte­sanas que pusieron en exhi­bición camisas, blusas, cubre­panes, manteles, servilletas, camineros, hamacas y bolsos. También bomboneras, chombas, chalinas, corbatas, todo a precios muy accesibles.

Cabral insiste en pedir “la reglamentación por medio de un proyecto para que las instituciones públicas utili­cen las prendas de aopo’i por lo menos una vez a la semana”. Así también, subrayó que “se necesita un crédito exclusivo para desarrollar el rubro”.

La artesana Petronila Car­dozo asegura que “las arte­sanas de Yataity estamos en condiciones de proveer la ves­timenta a los funcionarios públicos. Además, el aopo’i es una excelente opción para el uso diario”, apunta.

Bruno Bogado celebró “el com­promiso que están tomando nuestras autoridades para el resurgir de un gigante como la Expo, esperando que nos sigan ayudando para una mayor pro­moción y visibilidad de las compañeras que se encargan de realizar la tan noble labor en aopo’i, promocionando más a las que trabajan de forma independiente y encuentran en esta artesanía el sustento de sus familias”.

EL TEJETÓN

Durante el evento se realizó el Tejetón, que Cabral define como “una demostración de la creación del auténtico aopo’i, de la siembra del algodón y de las variadas combinaciones que se pueden hacer con el uso del telar en un proceso minu­cioso, hilo por hilo”.

La artesana Cardozo recuerda que para el uso del telar “se requiere un buen montaje, una buena colocación de los hilos de algodón, preparación de la lanzadera y la utilización del pedal.

Larissa Bruno Bogado cuenta, a su turno, que “en específico, las personas que se dedican a la producción del aopo’i auténtico son muy pocas, habiendo únicamente 20 maestras artesanas que tienen los conocimientos necesarios para realizar el auténtico, ya sea en la reali­zación del hilado de algodón y las que hacen el tejido en el telar”.

La mayoría de estas artesa­nas siembran el algodón en el patio de los hogares y en gene­ral solo varían en los colores y en la técnica del despechado del algodón para la realiza­ción posterior del hilo.

“Si bien no todas tienen sus cultivos, la mayoría de noso­tras, las que nos dedicamos a hacer la tela, tenemos. Luego de la cosecha de nuestro algo­dón pasamos a hilar el mismo para obtener lo necesario para luego pasar a preparar nuestro telar y así obtener el tan apreciado auténtico aopo’i”, comentó Larissa.

–¿Se usa algún tipo de algo­dón especial?

–El algodón que utiliza­mos lo producimos noso­tras mismas. Tenemos las variedades: algodón en color natural, el algodón rubí, el algodón pytã (rojo) y desde el año pasado el algodón de color verde, tipo de algodón que únicamente se cultiva y produce en Yataity.

VIDA DE ARTESANA

Bruno Bogado tiene 25 años y desde los cinco comenzó su relación con el tejido. “Si bien no era un trabajo para mí, porque lo hacía como una forma de distracción siguiendo los trabajos de mi abuela y mamá, lo que me per­mitía a la vez ganar un poco de dinero y comprar ya para mis cosas. Y luego ya desde los 13 aproximadamente lo hacía en mayor medida hasta hoy día”, cuenta.

“La artesanía me permi­tió ayudar con los gastos de mi educación. Hoy día soy mejor egresada de la Carrera de Derecho de la Universidad Católica. Me permitió man­tener el foco, poder trabajar desde casa, pudiendo llevar con tranquilidad todas mis tareas sin dejar de producir”, cuenta sobre su experiencia personal.

“Hoy día, a dos años de haber egresado y con la poca oferta laboral, la arte­sanía sigue siendo el sus­tento familiar. El aopo’i es un oficio que me permitió tener una profesión, pero que hoy día con la situa­ción laboral del país es mi oficio el que me permite vivir de forma digna junto a mi familia. Además de ello, pude ser reconocida en concursos de artesanía con diseños propios y exclu­sivos, teniendo el privilegio de que mis trabajos llegaran a nivel internacional”, sigue relatando.

“El interés que van teniendo las personas en adquirir prendas o artículos artesa­nales ayuda a reactivar la economía en Yataity, dándo­nos más energía para ir reno­vando también los productos que ofrecemos adecuándo­nos a las tendencias actua­les”, expuso.

–¿Cómo están en cuanto a acceso a créditos y la incor­poración de alguna tecno­logía que sea necesaria y conveniente para dar un salto cualitativo?

–La posibilidad de acceder a créditos muchas veces es un poco difícil para las artesa­nas, ya que en la mayor parte no se cuenta con las docu­mentaciones requeridas. En cuanto a tecnologías, esta­ría interesante tener una capacitación específica para artesanas y confeccionistas que trabajan en aopo’i para adecuar nuestra produc­ción a los nuevos programas utilizados en la producción textil. Empezar a incorpo­rar nuestra artesanía a pro­gramas que nos ayuden a romper nuestra producción limitada. Pedimos que no se queden solo en la capital del país. Para dar ese salto pedi­mos un mayor acompaña­miento de las instituciones en la cuestión de créditos, dar más información con respecto al tema a las arte­sanas, ver la forma de faci­litar el acceso a los mismos, trabajar en conjunto para adecuar a nuestras necesi­dades y posibilidades y con ello ayudar a incorporar maquinaria más especiali­zada que nos ayude a incre­mentar nuestra calidad en los productos ofrecidos.

TRADICIÓN Y PEDIDO

Custodia de esta tradición es doña Isabelita Agüero, que comenzó a los 21 y hoy con 92 años sigue adelante con la tarea. También Melchora Segovia, que no le va en zaga: “Desde los 5 a 6 años comencé a hacer la vainillita, mi mamá fue la que comenzó a hacer el mantel con encaje ju, así que yo le ayudaba en mis ratos libres, porque tenía que jugar también (risas)”.

Celebrando las ventas de la pasada Expo, pide además que se incentive el uso de las prendas. “Esto depende de los gobernantes porque si se establece alguna prio­ridad de uso para los que trabajan en el Estado se va a vender, porque necesi­tamos de la venta, de eso subsistimos, mandamos a los hijos al colegio y de eso depende la mayoría, más del 50 % de las familias de Yatayty”, recuerda Ña Mel­chora.

Para Fátima Núñez, “después de mucho tiempo volvió a resurgir la expoferia. En gran parte fue gracias a la organi­zación y a la publicidad que nos dieron. Es nuestra prin­cipal fuente de ingreso, así que necesitamos más publi­cidad, apoyo de las autorida­des para que se use al menos en los uniformes de gala”.

Recordó que el oficio tiene secretos y prácticas propias, pero que podría incorporarse alguna tecnología a la hora de los diseños. Fátima dice que como “es un trabajo que podés llevar en cualquier lado para hacer, por ejemplo, esperando turno en hospitales, yendo a una plaza, mientras ves un partido, etc., es muy prác­tico, solo necesitás un basti­dor, hilo, tela y aguja”, detalla.

“Para las que son amas de casa es un trabajo que se puede realizar en cualquier momento y cualquier lugar. Los que no somos profesio­nales es nuestra única fuente de ingresos y a través de eso ayudamos a nuestros hijos a realizarse y poder salir ade­lante”, comentó.

La artesana Petronila Car­dozo recuerda que “se podrían implementar diversas políti­cas como el apoyo financiero, establecer un tipo de fondo o subsidios para artesanos que permitan el acceso a financia­miento para la adquisición de materiales y capacitaciones y, por sobre todo, el acompa­ñamiento de las autoridades para abrir mercado a nuestros productos”.

“Hay un cariño especial por­que el paraguayo se siente identificado con el aopo’i, como decimos ‘ñande mba’e teete’. Creemos que de ahí nace el cariño y para man­tener la fidelidad de nues­tros clientes innovamos en nuestras prendas, por lo que esperamos que nuestro tra­bajo sea reconocido y admi­rado a nivel nacional e inter­nacional”, expuso.

UNA ESCUELA PARA CUIDAR EL LEGADO

“Inclusive jóvenes se dedican al bor­dado para costear los estudios univer­sitarios”, recuerda Carina Cabral, comentando que la técnica se trans­mite de generación en generación y que en 2021 se creó la Escuela de Salva­guarda del Autén­tico Aopo’i para res­catar la tradición de ese buen hacer.

Allí se hacen demos­traciones vivenciales del proceso de producción del tejido hecho a mano, desde el cultivo y limpieza del algodón cultivado en las casas y fincas de las artesanas, el proceso del hilado, el proceso del urdido, la experimentación con los tintes naturales con elementos locales, hasta el montaje de los hilos en el telar rústico para la elaboración de diversas prendas como chales, camisas, camineros, entre otros productos.

Larissa cuenta que mayormente en un 80 % el manejo de la técnica es aprendido de generación en generación en el seno de la familia a una edad tempranera. “Me gustaría destacar la necesidad de incorporar la enseñanza de labor en aopo’i dentro de las escuelas y colegios de la zona para dejar en todos los niños y jóvenes locales el conocimiento necesario para mantener viva nuestra artesanía y hacer que cada vez empiecen a producir más temprano, dando una herramienta con la que puedan trabajar desde sus casas. Posibilitaríamos de esta forma despertar ese inte­rés y cautivar a los jóvenes con nuestra dulce artesanía, la cual nos lleva a obtener grandes recompensas”, sostuvo.

Su colega Fátima Núñez recuerda a su vez que “en las escuelas de la ciudad desde el primer grado en la materia de Trabajo y Tecnología se inician con las vainillitas y esto va hasta el tercer ciclo con la misma materia, pero gracias a la Escuela de Salvaguardas varias artesanas se capacitaron para seguir tejiendo y transmitiendo esta cultura”.

UN PROCESO ARTESANAL

Así sintetizó la artesana Larissa Bruno Bogado el proceso de elaboración del aopo’i auténtico:

1. Cosecha del algodón.

2. Limpiamos nuestro algodón, le extraemos las semi­llas, pasamos al proceso de ñemosusû (en castellano sería el batido del algodón) proceso realizado con el yvyrapa (arco hecho con la rama de la guayaba e hilos gruesos con el que se hace el batido del algodón) con el objetivo de dar más volumen a la materia prima y a hacer que sus fibras se vayan integrando más entre ellas. Una vez obtenido un buen ñemosusû ya se tiene listo el algodón para realizar el hilado del mismo. El hilo se hace con el algodón que pasó por el ñemosusû y la ayuda de he’y (tacuara fina, lijada con un contrapeso de madera, al que se le llama tortero). La torsión del hilo está determinada por el he’y y el grosor del hilo lo vamos determinando con nuestras manos. Para hacer el auténtico aopo’i, hacemos un hilo fino y para el chal es un hilo más grueso.

3. Ya juntando la cantidad necesaria de hilos, se pasa a urdir el mismo (con la ayuda de un urdidor de madera, que es un rectángulo, varía su ancho y la cantidad de metros de la urdiembre se determina con las vueltas que se le dan al mismo. Para hacer el auténtico aopo’i se utilizan 18 porta­das. Cada portada está compuesta por 40 hilos.

4. Una vez lista la urdimbre, se pasa al preparado del telar. Primeramente, los hilos pasan por el liso (conjunto de hilos que van compuestas en dos filas, lo cual permite tra­bajar el tejido. El liso tiene sus pedales correspondien­tes, que están hechos de madera o tacuara). Luego de pasar todos los hilos por el liso se introducen los hilos en el peine, que están hechas de tacuaritas bien finas. En el peine se introducen 720 hilos, todos hechos a mano y en orden, respetando lo que va determinando el liso.

5. Al terminar de meter los hilos en el peine, se deja dentro de la caja de madera, la cual permite estirar el peine de manera uni­forme y fijar los hilos con el paso de la lanzadera (utensilio que tiene forma de canoa, hecho de madera, en el que se colocan las bobinas de tacuaritas por el que se ponen los hilos hechos a mano) con la que se hace la trama del auténtico aopo’i.

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