El eminente científico del área informática Benjamín Barán sostiene que el desafío es apostar al conocimiento y vincularlo a la actividad económica y social. Aboga por la creación de centros de excelencia para desarrollar las áreas de producción agrícola-ganaderas. Para ello asume el desafío de volcar su experiencia de años de investigación y docencia en el país y en el mundo desde el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).

Afable, con entu­siasmo, Benjamín Barán asumió su nuevo cargo con muchas esperanzas de poder superar los importantes escollos que la ciencia enfrenta en el país.

–¿Cuáles son sus desafíos para esta gestión?

–Es la primera vez en mi vida que ocupo un cargo así y me estoy aventurando a aprender a ver si pode­mos ayudar en algo al cre­cimiento de la ciencia en nuestro país. El cargo de presidente del Conacyt es ad honorem, o sea que para estar acá nuevamente como ya ocurrió varias veces la familia me ayuda. Espero que reditúe a lograr un Para­guay mejor con una ciencia más dura y una posibilidad de que podamos sobre todo, con la llegada de la era del conocimiento, poder traer bienestar a todo el país por­que solamente con materia prima va a ser difícil salir adelante, necesitamos gene­rar conocimiento.

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–Mencionaba la necesidad de ciencia aplicada. ¿Ve interacción entre la ciencia y la industria? ¿Entiende que hay una posibilidad de desarrollo de la informá­tica en el país?

–Yo veo un cambio muy inte­resante. Ahora se está avan­zando muchísimo en muchas áreas. Nosotros mismos desde la consultora familiar tenemos clientes que tienen sucursales en todo el país, empresas de un crecimiento fantástico, empresas que han confiado en nosotros y que en muchos de los casos su data center es nuestro, o sea le damos un servicio de software completo, cosas que unos años atrás parecía impo­sible, que grandes empresas puedan tener software ter­cerizado, pero totalmente con desarrollo hecho por profesionales paraguayos.

CRECIMIENTO

–Ya se puede ver un desa­rrollo entonces…

–El proceso de mejoramiento de la calidad de nuestros pro­fesionales, de nuestros cien­tíficos, está creciendo tanto que hoy hay muchísimos tra­bajando para empresas de todo el mundo en modalidad remota. Tengo exalumnos que han trabajado en Face­book, en el Core de Linux, para enormes multinaciona­les. Así que hoy en este mundo bastante globalizado donde la computadora nos permite interactuar a grandes distan­cias ya no es tan raro encon­trar profesionales paragua­yos trabajando en empresas de todo el mundo.

–¿Qué rol juega la promo­ción de la investigación?

–Confío en que este proceso va a continuar porque cada vez tenemos más y mejores universidades. Cuando yo empecé a hacer investiga­ción en áreas tecnológicas no había Conacyt, esto era a puro pulmón, el proyecto de investigación lo pagaba la familia. Hoy en día el joven investigador tiene muchí­simo apoyo, muchísimas oportunidades como el Pro­grama Nacional de Incenti­vos, que tiene más de 700 investigadores categoriza­dos que están recibiendo algún tipo de aporte econó­mico para ayudarles a crecer, tenemos la posibilidad de presentar proyectos Pro­ciencia, etc.

–Es optimista entonces…

–Veo que hoy hay una enorme cantidad de posibilidades y me siento muy optimista res­pecto al futuro tecnológico del país y la posibilidad de generar tecnologías de punta ahora con todo este tema de la inteligencia artificial, que nos trae una oportunidad extraordinaria de hacer las cosas bien y generar un mon­tón de productos, oportuni­dades, servicios. Desde luego que si no hacemos nada per­deremos el tren y quedare­mos muy rezagados, pero la oportunidad está, tenemos por ejemplo el programa de becas Carlos Antonio López, que está generando gente con maestría, con doctorado que vuelve al país con un poten­cial que no teníamos.

–¿Ve que se comprende la necesidad de destinar más presupuesto a la ciencia y la investigación?

–Ahí nos queda mucho por aprender. Lastimosamente las empresas privadas en general no tienen una tradi­ción que hay en otros países de aprovechar la ciencia de cada país y de alguna manera comercializar las patentes que se van generando en las universidades. Si miramos cuántas patentes paragua­yas generadas en la universi­dad hoy son producto comer­cializado, vamos a encontrar números decepcionantes que demuestran que tuvimos falencias en todos los niveles.

–¿Por qué cree que ocu­rre esto?

–La universidad no generó una cantidad y calidad de patentes que realmente sean superatractivas, el sector productivo no se acercó a la universidad para aprovechar esas patentes que existen y hasta diría desconfía de la academia cuando se trata de productos que tengan que ser ofrecidos al público masivo. Y esa mediación entre aca­demia y producción que típicamente es un rol que en muchos lugares hace el Estado, esa comunica­ción no fue suficientemente fluida como necesitaríamos. Entonces lo que vemos es que muchos trabajos que hace la universidad no se convierten en productos, en fuentes de trabajo, en un ingreso real para la sociedad.

–¿Cómo se podría revertir este cuadro?

–Desde mi visión hay como tres patas y las tres patas tie­nen que ser reforzadas. La universidad tiene que hacer una investigación de mejor nivel y más utilizable. Vería la ciencia como una pirá­mide. Si no hay ciencias básicas, allá arriba no hay tampoco nada que aplicar. Necesitamos cosas muy teó­ricas que no sabemos si van a servir para nada hasta cosas superprácticas que clara­mente tienen como objeti­vos generar una patente y ser industrializada.

CONOCIMIENTOS ÚTILES

–Toda una tarea…

–La ciencia tiene que tener más capacidad de genera­ción. Hay recursos, pero todavía hay mucho por mejo­rar. La industria nacional, las fuerzas vivas tienen que entender la importancia de los nuevos conocimientos para poder de esa manera generar nuevos servicios, nuevos productos o mejorar los servicios que se encuen­tran utilizando hoy en día.

–¿Nos daría un ejemplo?

–Voy a tomar como ejemplo algo que está muy de moda, la inteligencia artificial. Muchas empresas nacio­nales podrían beneficiarse muchísimo de la inteligen­cia artificial. En la cabeza de un empresario, de un dueño de empresa que no está en contacto con la generación de conocimiento, la inteli­gencia artificial es algo que se compra del exterior. Uno paga una cierta cantidad de dinero y viene una caja negra que hace inteligencia artifi­cial. Pero ese es un modelo en el que nos vemos obliga­dos a una terrible depen­dencia tecnológica porque lo que compramos es una caja negra y no sabemos qué realmente ocurre dentro de esa caja negra. No tenemos capacidad de mejorar lo que hay dentro.

–Se entiende que es más económico quizá…

–A corto plazo es mucho más barato comprar una caja negra que apoyar una investigación. En el largo plazo esa dependencia tec­nológica hace que esa caja negra pagamos, funcionó el día que pagué, pero des­pués cuando quiero seguir usando ¿qué pasa?, ¿cuál es el costo de mantener? Tene­mos muchísimos ejemplos de equipos carísimos que hemos comprado y que des­pués no se usan correcta­mente o se quedan sin usar porque no se consigue más el insumo. Entonces los cen­tros de investigación tienen cosas que hacer, la industria tiene que acercarse y decir “esto necesito, ayúdenme” y ahí es donde creo que el Estado puede ayudar…

–Juntarse para innovar…

–Se puede hacer innovación sin conocimiento científico, pero es mínimo el avance que daría. La verdadera innovación es cuando tengo conocimiento científico y consigo aprovechar para hacer cosas realmente útiles para la sociedad, que a su vez generan fuentes de trabajo, ingresos, recursos, bienes­tar para la población, etc. Por eso me animé a acep­tar este desafío de asumir siendo de formación eviden­temente tecnológica porque creo que el país puede dar un paso al frente muy impor­tante si sabemos equilibrar los avances científicos y tec­nológicos con la innovación y la llegada a la industria…

PUENTE ENTRE SECTORES

–Y el Conacyt pude ser un nexo…

–Puede actuar de verda­dero puente entre el sector productivo y la ciencia. Per­sonalmente creo que la ciencia aislada de la sociedad podrá tener muchas utilidades, pero no va a redi­tuar en beneficio de la pobla­ción, el sector productivo sin ciencia va a quedar obsoleto en la era del conocimiento. Hacer más de lo mismo no alcanza. Tenemos casos paradigmáticos en el país. Tal vez un buen ejemplo sea la Compañía Paraguaya de Comunicaciones (Copaco), que ha tenido por décadas el monopolio de la telefonía básica en el país. ¿Cuál es la situación de Copaco hoy? ¿Qué pasó?

–¿Cuáles le parecen las áreas prioritarias para investigar hoy en el país?

–Mayor seguridad infor­mática, la ciberseguridad; el tratamiento de enfer­medades que ya en el resto del mundo no se investi­gan, pero que acá todavía tenemos, el caso del mal de Chagas; la misma área de inteligencia artificial, que va a generar cambios muy grandes en la socie­dad. Tener por lo menos un centro de excelencia en el que se haga investigación y acompañamiento a la industria en el proceso de adopción de la inteligencia artificial. Los temas agrí­colas donde nosotros tene­mos muchísimo potencial y necesitaríamos un cen­tro de investigación de excelencia para generar avances, conocimientos y acompañar a todo el sector productivo agrícola- gana­dero. Necesitamos tener una investigación de exce­lencia para acompañar el desarrollo y el crecimiento del país.

AVENTURAS

Ya en el tiempo, a su regreso de La Plata, le tocó una tarea inusual: “Recuerdo, por ejemplo, con añoranza ya a esta altura, en esa época estaba el Caracol Discotec y había traído el primer láser al Paraguay. Era algo desconocido. Y me pidieron que vaya a supervisar la insta­lación, el equipamiento. Así que para mí fue un gran honor porque el Caracol Discotec en aquella época era el lugar de excelencia, de la clase más alta.

Entonces, para mí haber hecho ese trabajo fue algo muy intere­sante”, recuerda.

En 1983 “me recibí el viernes, presenté mi tesis y ese jueves me estaba casando por civil y ese sábado me estaba casando por religioso con mi esposa Rosana. Al poco tiempo recibí una beca de la Agencia Inter­nacional de Cooperación del Japón (JICA). Entonces hice dos pos­grados, uno en todo lo relacionado a conmutación digital y el otro en todo lo que tiene que ver con comunicaciones ópticas”.

En este campo experimentó un deslumbramiento especial: “Me impresioné con la posibilidad de comunicar a través de la luz, no nece­sariamente láser puede ser luz de LED, de fotodiodos también. Bási­camente, digamos un láser que genera luz y esa luz viaja por un cable, solo que el cable en vez de ser metálico es un material transparente a base de silicio. Y la luz se lee en términos de luz, no luz, como los 0 y 1 del sistema binario para dar una explicación muy profana.

En realidad se puede modular intensidad, frecuencia, porque la luz tiene una frecuencia mucho más alta que las ondas de radio, que las microondas, muchísimo más altas y eso le da un mayor ancho de banda, o sea, puedo transmitir más bits por segundo.

De hecho, hoy en laboratorios es posible transmitir a través de una fibra óptica usando láser, etc., a velocidades del orden de los petabytes por segundo. Seguramente peta no es algo que habrán escuchado. Kilo, mega, giga, tera, hasta ahí vamos bien, ¿verdad? Después viene hexa y acá estamos hablando de peta. O sea de un 1 con 15 ceros. Entonces, la cantidad de bits por segundo que se puede transmitir es algo maravilloso, algo colo­sal”, comenta.

Luego hace su tesis de ingeniero sobre comunicaciones en fibra óptica. “Diseñé un enlace entre la Central 2 de Antelco (actual Copaco) y la Central de San Lorenzo por fibra óptica cuando no había todavía ninguna fibra óptica instalada en Paraguay. O sea, fue algo muy pionero. De hecho, ganó el premio Andrés Barbero, otor­gado por la Sociedad Científica en 1983″.

UNA VIDA DE VIAJES PERSIGUIENDO EL CONOCIMIENTO

“Mi primera publicación científica en un congreso internacional fue en el año 1987. En aquel entonces yo trabajaba como director de la carrera de Ingeniería Electrónica e Ingeniería Informática en la Facultad de Ciencias y Tecnología de la Universidad Católica”, cuenta Barán.

Pero sus días investigando comenzaron “a fines de la década del 70, cuando trabajé en el Centro de Investigaciones Ópticas (CIOP) de la Universidad de La Plata, en Argentina, con una beca. Fue mi primer deslumbramiento con la ciencia internacional trabajando con láser y espectroscopía”, relata el flamante titular del Conacyt.

Amante de las ciencias desde muy pequeño, fue su padre, abogado y dueño de una joyería el primero que lo alentó en el camino y también un tío que estudiaba ingeniería.

“Cuando estaba en el Colegio Nacional de la Capital, del que soy egresado, escuché que se enseñaba radio y televisión en la escuela Edison. Tenía alrededor de 14 años y le pedí permiso a mis padres para a la mañana ir al colegio y a la tarde aprender a arreglar radio y televisión y por suerte me apoyaron y me recibí de radio técnico”, sigue relatando.

“El director de la Escuela Edison, el doctor Carlos Antonelli, me dio la oportunidad de ayudarle en las clases. Primero yo hacía el pizarrón y ayudaba en las clases prácticas, pero al poco tiempo ya dicté las primeras clases en el turno de las 13:30, que era un horario que tenía muy pocos alumnos. Así que con 16 años empecé a enseñar y mi amor por la ciencia se despertó muy temprano. Ahora tengo 65 años, así que son casi 50 años de docencia, una vida entera dedicada a la docencia, a la investigación con mucha pasión”, continúa narrando.

OTRA VISIÓN

En 1984 va al Japón y en el 85 “tuve la suerte de que con una beca Fulbright del Gobierno americano fui a estudiar en la Northeas­tern University en Boston, Massachusetts. Y fue especialmente interesante porque como ya era profesor en Paraguay me permi­tieron pagar los estudios enseñando. Entro a dar mi primer día de clase y comienzo a explicar cómo se arma el circuito, porque era una clase práctica con una introducción teórica. Levanta la mano un americano del inglés más cerrado que se les puede ocurrir y me pregunta ¿a qué hora empieza la clase en inglés? Fue muy fuerte para mí, mi primer día de clase como profesor en EE. UU., era muy joven todavía y que me digan algo así. Pero la historia terminó muy bien porque si bien al comienzo me costó muchí­simo dar clases en inglés, después de un tiempo esos mismos alumnos me pedían si les podía enseñar particular las otras mate­rias que yo no enseñaba porque les gustaba y, obviamente, yo como latinoamericano les cobraba bastante menos que otras per­sonas (risas). Así que tuvo un final feliz, estudiar en Estados Uni­dos es una experiencia extraordinaria, uno viene con otra visión”.

BREVE BIO

Benjamín Barán Cegla (Asunción, 11 de diciembre de 1957) es científico, ingeniero electrónico y docente paraguayo. Doctor en Ciencias, en Ingeniería de Sistemas y Com­putación de la Universidad Federal de Río de Janeiro con especialidad en Computación Paralela y Distribuida. Es columnista cientí­fico del diario especializado Ciencia del Sur.

Con más de un centenar de trabajos cientí­ficos publicados en más de 20 países, viene dirigiendo varios grupos de investigación y desempeñándose como docente de la Univer­sidad Nacional de Asunción (a la fecha como profesor titular y coordinador del Primer doctorado en Ingeniería) y de la Universidad Católica de Asunción (profesor titular) por más de 25 años, con anteriores experiencias docentes en España, Brasil, Estados Unidos, Colombia y Venezuela. Además, desde hace casi dos décadas viene trabajando como con­sultor para importantes organismos interna­cionales como BID, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Organiza­ción de los Estados Americanos (OEA), Banco Mundial, Organización de las Naciones Uni­das para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y la Unión Internacional de Teleco­municaciones (UIT).

Fue premiado y distinguido en numerosas oportunidades en el país y en el mundo.

50 AÑOS DE SATISFACCIONES Y ALEGRÍAS EN LA CÁTEDRA

Luego de trabajar en varios proyectos tecnológi­cos en Río de Janeiro y Austria, y de hacer el doc­torado en la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), además de estancias de investigación en la Carnegie Mellon University, en Pittsburgh, EE. UU., a su regreso vino acompañado de una idea que fue creciendo en sus años de viajes y formación. “Vine con la idea de que en esa época no había maestrías, doctorado científico en el Paraguay en áreas de tec­nología de punta. Entonces al poco tiempo, una de las mejores jefas que tuve en mi vida, Blanca Troche de Trevisan, directora del Centro Nacional de Com­putación, se acercó y me dijo ‘necesitamos un direc­tor de investigación en la universidad’. Así que por décadas estuve como director”.

“Ya estoy enseñando hace casi 50 años, tengo un sinfín de alumnos superqueridos y sueño que para ellos la vida sea un poco más fácil de lo que fue para mí. Que puedan hacer investigación sin tener que estar 10 años fuera del Paraguay por­que el costo del desarraigo es muy alto. Yo dejé a mi padre cuando era un hombre joven, un tra­bajador, inspirador en todos los temas de mate­mática, etc., y volví para su entierro, o sea en 10 años pasaron muchas cosas”.

Haciendo un balance, dice sentirse orgulloso “de abrir la primera maestría científica, que luego se convirtió en el primer doctorado científico que logré hacerlo realidad y hoy mis ex alumnos son el director de investigación de la Facultad Poli­técnica que se formó conmigo, el director de la carrera de Ingeniería Informática de la Facultad Politécnica, tengo un exalumno que ha ganado un premio en Estados Unidos al mejor profesor de Red de Computadoras, que es la materia que yo enseño en la Universidad Católica y que me dedicó el premio… tengo tantas satisfacciones, tantas alegrías, de esas que no se compran con dinero”.

Deja en el final de este relato un agradeci­miento a la Argentina, Japón, Estados Unidos y Brasil “porque si esos países no me hubie­sen otorgado esas becas, esas oportunidades, definitivamente yo no hubiese podido tener la vida profesional que he tenido, no hubiese podido formar los alumnos que formé, que es mi mayor orgullo, y tal vez hubiese conti­nuado con el comercio de mi padre, porque no hubiese tenido oportunidad profesional”, concluyó.

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