Paraguay es parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) desde el 2 de marzo de 2017, participando en la organización sin ser miembro pleno. El proyecto Educación 2030 de la OCDE busca responder a la creciente necesidad de que los jóvenes sean innovadores, responsables y conscientes.

  • Por María Victoria Benítez Martínez*
  • Fotos: Gentileza

La OCDE comenzó con veinte países hereda­dos de su predecesora, la Organización Europea para la Cooperación Económica (OECE). La Organización para la Cooperación y el Desarro­llo Económicos estableció una alianza estratégica con la inclu­sión de nuevos miembros, en particular Estados cuya adhe­sión era estratégica, y una aso­ciación sin membresía para apo­yar el desarrollo en transición de los países de Latinoamérica y el Caribe. Se incorporaron nuevos países a la organización a pesar de la disparidad de sus niveles de renta, aportando apertura eco­nómica, geográfica y cultural.

Durante mucho tiempo, la OCDE tuvo reputación de ser un club exclusivo, que reunía a economías con altos niveles de industrialización y dinamismo exportador.

Cuando se creó el Convenio de la OCDE (1961), los Esta­dos miembros eran Austria, Bélgica, Dinamarca, Francia, Grecia, Irlanda, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal, Suecia, Suiza, Turquía, Reino Unido y la Repú­blica Federal de Alemania Occi­dental. Estados Unidos, Canadá y España también se adhirieron, consolidando la alianza tran­satlántica.

Sin embargo, más allá de los veinte miembros originales, la OCDE adoptó una actitud deliberadamente restrictiva respecto a la ampliación de su número de miembros y, por tanto, siguió siendo exclusiva. En esta etapa, la OCDE solo se amplió para incluir a Japón (1964), Finlandia (1969), Aus­tralia (1971) y Nueva Zelanda (1973). No fue hasta después del final de la Guerra Fría, a principios de la década de 1990, cuando la OCDE amplió el número de sus miembros.

Con la aparición de un nuevo orden mundial, las antiguas divisiones políticas dejaron de tener sentido. Se decidió la ampliación, pero con mucha cautela, aceptando candida­tos de Europa del Este y dos países no europeos. Se trataba de México (1994), la República Checa y Polonia (1995), Hun­gría, Corea del Sur (1996) y Eslo­vaquia (2000).

ACTITUD MÁS INTEGRADORA

A partir de la década de 2000, en el contexto del auge de las economías emergentes, la polí­tica estratégica oficial empezó a promover una actitud más integradora y a buscar más con­tactos, sobre todo con impor­tantes mercados emergentes. Brasil, China, India, Indonesia y Sudáfrica fueron contactados para participar a mediados de la década de 2000 con la espe­ranza de que más adelante se convirtieran en miembros de la OCDE.

En 2010, dos países europeos, Estonia y Eslovenia, y dos no europeos, Chile e Israel, comple­taron 34 miembros de la OCDE. Aunque la OCDE y el Gobierno ruso habían firmado la hoja de ruta para la adhesión de Rusia en 2007, los avances fueron lentos. Durante la segunda década de este siglo, Letonia (2016), Litua­nia (2018), Colombia (2020) y Costa Rica (2021) pasaron a ser miembros plenos de la organi­zación. Actualmente se encuen­tran en diferentes etapas del proceso de admisión Argentina, Brasil, Perú, Bulgaria, Croacia y Rumania. Para ser miembro pleno se debe recibir una invi­tación del Consejo de la OCDE. Los países contribuyen con un porcentaje al funcionamiento de la organización.

LA ECONOMÍA

Históricamente, la OCDE se ha centrado en desarrollar polí­ticas diseñadas por y para sus miembros, principalmente las economías capitalistas occi­dentales avanzadas, utilizando una serie de soluciones neolibe­rales de inspiración anglosa­jona, sobre todo desde los años 80, y se ha convertido en una experta en este campo.

En la crisis financiera y econó­mica, la OCDE puede contribuir a su solución, sobre todo desa­rrollando nuevas políticas para redefinir un marco regulador financiero eficaz, así como pro­poniendo políticas socioeconó­micas para mitigar los efectos de la crisis. Algunos investigadores la han descrito como una orga­nización en extinción, repro­chándole no tener nada que ofrecer a las potencias emergen­tes y a los países en desarrollo.

Está claro que la OCDE no puede pretender ser asesor legítimo en materia de política económica a escala mundial cuando los países que no perte­necen a la OCDE utilizan fór­mulas ajenas a ella para lograr un mayor crecimiento.

La organización no proporciona fondos ni promulga leyes, sino que promueve herramientas de gobernanza, en las que se debaten cuestiones económi­cas, sociales, medioambienta­les y políticas.

La OCDE carece de mecanis­mos para sancionar a los Esta­dos miembros que no aplican sus recomendaciones, la san­ción por incumplimiento es moral. El Estado puede verse sometido a elevados costes a escala internacional: efectos en su imagen exterior, pérdida de credibilidad, así como la com­paración constante entre todos los miembros.

Se desconocía mucho sobre la OCDE, por ejemplo, cómo reco­pila y analiza la información y los datos, cómo desarrolla con­ceptos y principios políticos, y si estos productos o servicios marcan alguna diferencia a nivel nacional o internacional.

A pesar del acercamiento entre China y la OCDE, persisten factores centrales de división, ya que China no es una econo­mía de mercado a los ojos de la OCDE. El papel del Estado en la economía es quizá una de las cuestiones a nivel operativo donde existen diferencias, por ejemplo, en política industrial.

Paraguay es parte de la OCDE desde el 2 de marzo de 2017, par­ticipando en la organización sin ser miembro pleno. Mediante el Decreto N° 183 del 7 de setiem­bre de 2018, se creó una comi­sión multisectorial para coor­dinar las acciones e iniciativas de Paraguay en el proceso de relacionamiento con la OCDE.

EDUCACIÓN

El Grupo de Trabajo Educación de la OCDE ha identificado retos comunes para el cambio educa­tivo. Propone una visión y algu­nos principios subyacentes para el futuro. El objetivo de la edu­cación debe ser preparar a los jóvenes para el mundo laboral, dotándoles de las competencias necesarias para convertirse en ciudadanos activos, responsa­bles y comprometidos.

Uno de los factores es construir una base sólida: el dominio de la lectura, la escritura y la aritmé­tica sigue siendo esencial. En la era de la transformación digital y la llegada del big data, la alfabe­tización digital y la alfabetiza­ción en datos son cada vez más esenciales, al igual que la salud física y el bienestar mental.

Partiendo de las competencias clave de la OCDE (proyecto DeSeCo: Definición y Selección de Competencias), el proyecto Educación 2030 de la OCDE ha identificado categorías adi­cionales de competencias, las “competencias transformado­ras”, que en conjunto respon­den a la creciente necesidad de que los jóvenes sean innovado­res, responsables y conscientes.

Las economías innovadoras son más productivas. La inno­vación no procede de individuos que piensan y trabajan aislada­mente, sino de la cooperación y la colaboración con otros para explotar los conocimientos exis­tentes y crear otros nuevos. Los conceptos que sustentan esta capacidad son la adaptabilidad, la creatividad, la curiosidad y la amplitud de miras.

* PhD en Historia y Civiliza­ciones - Relaciones Interna­cionales, Université Paris Cité - Francia. Comercio Internacio­nal - Droit des Affaires - Con­servatoire National des Arts et Métiers

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