Toni Roberto, tonirobertogodoy@gmail.com
Hoy Toni Roberto nos pide un minuto para leer experiencias humanóticas y al final brinda por ellas.
Eran las 12:30 de un día cualquiera de setiembre. Me siento en la tradicional heladería de Bestard y España, ahí mismo donde dicen que nació el mariscal López y de repente veo un pequeño robot “costumeado” sobre una repisa.
Pregunto y me responde la moza Fátima: “Era el juguetito que una niña dejó olvidado, su mamá le puso anteojos”. Al instante ese diminuto robot, con unos lentes de sol que lo humanizaban, me despertó viejas emociones escondidas en una sociedad perdida en un mundo cada vez más cibernético.
ENCUENTRO
Ese mismo mes, a principios de setiembre, recibo el llamado de un gran amigo destacado economista que me dice: “Che, Toni, estoy con un compañero de la universidad de EEUU que vino dos días a visitarme. Estamos acá en la estación de servicios de De la Victoria casi Fernando de la Mora. Vení pues”.
Voy, llego, le encuentro a los dos sentados en una viejas sillas de plástico. Enfrente un antiguo televisor con antena en V. Acto seguido, me dice: “Él es ingeniero aeroespacial. Trabaja en varios proyectos de la Boeing, es americano y le gustan mucho estos lugares de Asunción”.
Es que cuando nosotros estamos mirando las estaciones de servicios más psicodélicas como triunfo de la tecnología, otros buscan lugares que le remiten a un mundo más lento y humano, eso es todo lo que él necesitaba, un sencillo lugar, en este caso del barrio San Pablo de Asunción, lo que también nos enseña a aprender a ver lo que no ve, a valorar nuestros rincones.
Van sumando las experiencias humanas y nada es coincidencia. Me encuentro con un dibujo de José Luis Ardissone. “Eso fue como un juego. Tomé un birome y empecé a hacer ganchos, y de pronto me acordé de ese poema y seguí haciendo ganchos que se convirtieron en dedos. Un marcador hizo brotar las rosas”, me cuenta.
ROSAS
“¿Qué es esto? ¡Prodigio! Mis manos
florecen.
Rosas, rosas, rosas en mis dedos crecen.
Mi amante besóme las manos, y en ellas,
¡oh gracias! brotaron rosas como estrellas”.
Fragmento del poema “El dulce milagro”, de la uruguaya Juana de Ibarbourou, graficado por el maestro Ardissone y que hoy acá presento junto al diminuto juguete olvidado por una niña en una heladería asuncena.
Al final de este minuto que lleva leer este corto texto de domingo, escuchando “Porcelain”, de Moby, brindo por más robots humanizados y más ingenieros espaciales que quieran venir a tomar una cerveza en una vieja estación de servicios de la avenida De la Victoria del barrio San Pablo de Asunción. ¡Ojalá pueda vencer la humanótica de barrio!