En esta edición del programa “Expresso”, transmitido por GEN/Nación Media, Augusto dos Santos oficia de entrevistador/invitado en el espacio radial conducido por Alberto Peralta en Radio 1000. En un ameno diálogo, reflexionan sobre la evolución de los medios de comunicación a lo largo del tiempo y cómo fue cambiando la interacción con el público al punto de que con las nuevas tecnologías el espectador ha abandonado el papel pasivo hasta convertirse en emisor y generador de contenidos.

  • Fotos: Néstor Soto

–ADS: Hoy esta­mos en un programa de radio, mi favorito por muchos años. Hablo de “Jarro café” y de su conductor, sir Alberto Peralta. ¿Cómo estás, Alberto?

–AP: Estoy feliz, estoy con­tento de compartir contigo este programa y de poder agregarle algo a lo que aca­bas de decir. Yo recuerdo que en la década del 70, con el auge del audiovisual, hubo un grupo de rock que se atre­vió a componer una canción que decía “video kill the radio star” (el video mató a la estrella de radio), pero tam­bién prácticamente al mismo tiempo hubo otro músico de rock llamado Roger Taylor, batero de los Queen, y él escribió un tema que es fabu­loso y a mí me gusta mucho que se llama “Radio gaga” y lo que dice la letra es que la radio nos acompaña sin molestar y que los mejores momentos de la radio toda­vía están por llegar.

–¿Cuántas radios pasaron desde que empezaste “Jarro café” y cuántos años tiene tu programa?

–Yo probablemente tengo un récord entre los conductores de radio, ya me echaron de nueve. Mentira. Nunca me echaron, siempre me fui, pero tal vez alguna vez me echaron tam­bién, pero el “Jarro café” tiene en antena ininterrumpidamente en distintas radios 29 años.

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ETAPAS

–¿Podés llegar a dibujar etapas o es difícil hacerlo?

–Yo creo que hay etapas bien definidas. La radio al princi­pio era el locutor dirigiendo, sea la gente y de vez en cuando algún privilegiado oyente entrando a conversar con él a través del teléfono fijo y eso se mantuvo durante mucho tiempo. Un gran pionero fue Humberto Rubin, que creó un sistema llamado quinto poder. La gente podía llamar por teléfono y su mensaje que­daba grabado. Pero de repente irrumpe el víper. Entonces la gente ya tenía la posibilidad de participar masivamente en la radio. Yo fui el primero en conseguir. Resulta que tenía un programa, el primer “Jarro café” a la siesta, un programa larguísimo de las dos hasta las seis de la tarde. Tenía mucha audiencia porque regalaba packs de cerveza china ven­cida. Un amigo importó una container de cerveza y le llegó vencida y no tuvo permiso, por lo que me regaló a mí y yo le regalaba la gente. Yo fui el primero en tener en una com­putadora, que no eran estas computadoras actuales, sino aquellas enormes.

–Después vinieron otros prodigios. ¿Te alejaron esos otros prodigios de la gente?

–Las nuevas tecnologías me aproximaron a la gente muchísimo. La interacción de la gente con la radio creció exponencialmente. Entonces la gente, en vez de solamente sentarse a escuchar o hacer algo y escuchar, se sentía y tenía el derecho de partici­par, de opinar, de refutar, de llamar a retarte, a insultarte inclusive. Por ejemplo, tenía­mos una serie de respuestas preparadas. Cuando alguien llamaba y decía una pavada entonces yo decía “vivo en el número 7 calle Melancolía. Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría”.

–¿Y qué pasaba entonces?

–Y poníamos ese momento de la música y la gente se reía y decía “mirá, el pavo recibió su merecido”. Y también cuando alguien llamaba e insultaba yo decía “está bien. Estamos haciendo un servicio a la comunidad porque si no nos insulta a nosotros va a llegar a la casa y le va a patear al pobre perro”. Entonces el perro se salva de ser castigado injus­tamente gracias a que noso­tros recibimos el insulto y así.

MISIÓN

–¿Cuál es la misión en la vida de la radio para vos, Alberto?

–Algo que siempre me pre­ocupó es para qué sirve la radio y yo descreo de la radio utilizada políticamente de manera de machacar al ene­migo y sembrar la desespe­ranza en la gente. Yo prefiero hacer una radio que le dé a la gente la sutil alegría de la esperanza, de que no todo es tan malo, de que no estamos al borde del abismo, que tene­mos en nosotros, en cada uno de nosotros, la fuerza para convertirnos en personas exitosas no solo en el plano económico, sino en el plano de las relaciones interperso­nales, en el estar contento con uno mismo, en fijarse metas.

–¿Cuándo, cómo y dónde nació “Jarró café”?

–Yo hacía, entre otras cosas, en radio Ñandutí un programa a la tarde con Leo Rubin, que se llama hasta ahora “Made in Paraguay”. Lo hacíamos todos los días, ahora se hace los sábados, y ahí se me ocu­rrió ser el irreverente del pro­grama y eso le impactó a la gente. Un día me dice Leo “de todo ya me dijeron de tu pre­sencia y la mayoría está muy contenta”. Después recibo una oferta de Radio Uno y gran inconsciente acepto de dos a seis de la tarde.

–Advierto que después de todo este camino transi­tado en el mundo audio y también audiovisual, te resultará extremadamente aburrido pensar en volver a una redacción alguna vez.

–Yo encontré el amor de mi vida en la radio. Igual la redacción fue un tiempo increíble, pero también era otro tiempo y otro tipo de redacción. Vivíamos en el diario y cuando terminá­bamos las tareas nos íba­mos todos juntos a esperar la madrugada en el bar de la esquina y ahí nos juntábamos Maneco Galeano, Fernando Cazenave, Julio del Puerto.

APRENDIZAJE

–¿Qué aprendiste de esos nombres que acabas de citar que son tan impor­tantes para la historia del periodismo?

–Lo que yo hacía era leer para evadir el tema de la miopía. De cerca veía bien las letras. Yo siempre leí mucho y cuando me encuentro con esos mons­truos me doy cuenta de que ellos consiguieron ese nivel de comprensión de la realidad y esa capacidad de transmitir las cosas en un castellano fino gracias a la lectura.

–¿Cómo se puede sobrevi­vir en estos tiempos más de seis meses sin leer un libro en el periodismo?

–Yo basado en lo que escri­bió Giovanni Sartori en su libro “Homo videns” siem­pre tuve la certeza de que eso era cierto y que las genera­ciones nuevas iban a tener menos poderío mental por­que la lectura, dice Giovanni Sartori, es un ejercicio. Vos mirás unos dibujitos que en tu cerebro se convierten en letras, se juntan las letras se convierten en sílabas, se juntan las sílabas se convier­ten en palabras, se juntan las palabras se convierten en oraciones y esas oraciones se convierten en una historia y decía como no se hace el ejer­cicio de la lectura el cerebro, que tiene algunas similitudes con el comportamiento de un músculo, se va a atrofiar.

–La literatura deportiva era una cuestión muy fre­cuentada en el pasado por­que daba gusto leerles a Cazenave, Julio del Puerto.

–Maneco Galeano escribía crónicas sobre carreras en el hipódromo. Eran una delicia.

–Hoy en día el periodismo deportivo es mucho más descriptivo. Hay bellezas, hay relatores y comenta­ristas que son de prime­rísimo nivel. Yo admiro mucho a varios de ellos.

–Pero ya no hay la crónica novelada. ODD escribió un libro hace un par de años junto con otro gran amigo, Hugo Vigray, y rescató en ese libro, y a mí me emociona mucho, todo un comentario que yo hice cuando Olimpia le ganó a Boca 2 a 0 en el Defen­sores del Chaco en la primera final de la Libertadores.

–¿Sigue habiendo el miedo al micrófono o con toda esta irrupción de tecnolo­gía la gente superó eso?

–La gente superó eso total­mente. Y el miedo al audio­visual también. Cada ciuda­dano es un periodista ahora. Tiene su cámara, tiene la posibilidad de transmitir mensajes.

–Hubo muchos matrimo­nios. Uno de ellos, el último que yo conocí, fue con Fito Cabral.

–Nos divertimos mucho con Fito. Es más, si se hubiera transmitido eso a través de un audiovisual, nos peleábamos con diarios mientras hacía­mos el programa. Nos pegá­bamos, enrollábamos diarios y nos pegábamos. Y la gente no sabía eso. El operador y los productores enloquecían de espanto porque se caían vasos, copas, micrófonos.

COMUNIDAD

–Tu programa no es solo un programa de radio, es una comunidad y muy difí­cilmente se da esa expe­riencia.

–Es una comunidad y tiene algo que a mí me sorprende mucho. Tengo oyentes niños siempre. Oyentes de todas las edades, pero muchos niños. No sé por qué. A lo mejor les castigan sus padres por haberse portado mal y les hacen escuchar. Pero siempre fue así. Hay muchos niños que ahora son adultos que escu­charon y escuchan. Y tam­bién se han formado varias parejas.

–¿Se conocieron en tu pro­grama?

–Claro, hacían fiestas los oyentes y hacen hasta ahora y se conocieron y hay niños que nacieron gracias a eso.

–Yo creo que el problema es que son muy aburridas las políticas de promoción de la lectura. Nadie leería con las políticas de la pro­moción de la lectura de los colegios, de las escue­las y las propias casas edi­toriales porque hay que enseñarles a los chicos que veinte minutos dedi­quen a la lectura y con eso se enganchan y al final no importa con qué formato, pero es imprescindible que lean.

–Yo aprendí a amar la lec­tura no con alguna promo­ción, sino encontrando los libros juveniles porque estoy hablando de Concepción de la década del sesenta, en el Salesiano donde yo entraba, que se llama Instituto San José, pero es de los salesia­nos, había una biblioteca y encuentro tres libros, uno cuyo título era “Percy Winn” y el autor era Francisco Finn. Empiezo a leer, me engancho, leo el segundo, leo el tercero y después me desesperé porque ya no había más. Entonces ahí el padre Rodríguez me dice leé “El último de los Moica­nos”, te va a gustar, de James Fenimore Cooper. Empecé por los clásicos de la diversión y de la aventura y de la lectura juve­nil y ahí empecé. Después de él me gustó por supuesto este gran promotor bicentenario de la lec­tura y me gustó la lectura de este autor de clásicos como “De la Tierra a la Luna”, Julio Verne.

–¿Pensás escribir alguna vez tus memorias, tu histo­ria, que es riquísima?

–Yo estoy ayudando ahora a unos amigos a escribir. Estoy enganchado ahora con una novela épica que escribió un amigo y estamos dándole forma y me parece que eso, más que escribir mis memorias, me va a animar para escribir por ejemplo una novela épica sobre la guerra, no del 70, que está más lejana en el tiempo y está remanida, sino sobre la guerra del Chaco. Hay tantas historias que solamente una novela puede contar.

“Las nuevas tecnologías me aproximaron a la gente muchísimo. La interacción de la gente con la radio creció exponencialmente. Entonces la gente, en vez de solamente sentarse a escuchar o hacer algo y escuchar, se sentía y tenía el derecho de participar, de opinar, de refutar, de llamar a retarte, a insultarte inclusive”.

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