En diálogo con La Nación/Nación Media, el prolífico fotorreportero nos habla de su séptimo volumen que, como suele ser su costumbre, no es solo de fotografías. Además de conversaciones y opiniones de eminentes teóricos y cultores de la imagen, Bittar comparte algunas reflexiones sobre la configuración del espacio visual como encuentro entre lo diferente reivindicando, a su vez, el caos y el movimiento.

“Es un libro de viajes”, dice al hablar de su última obra. “Tiene por tanto bastante texto, conver­saciones mías con mi padre, descripciones de lo que vi y reflexiones”, enumera. Es también un descubrir del paisaje alucinado del comer­cio febril, su polución visual, su colorido kitsch, incluso a pesar del blanco y negro, y las tensiones de lo que llamamos “progreso”.

“Este proyecto tiene que ver con unos años en que via­jaba a ver al viejo (mi padre) entre 1996 y 2013. Hay fotos en diferentes formatos, pero siempre hago fotogra­fía documental, es una foto directa, voy y lo que veo y lo que siento, trato de plas­mar en imágenes. De repente tiene una connotación artís­tica porque me esmero en la composición, veo que la ima­gen realmente transmita algo”, comenta Carlos Bittar.

“Esta experiencia de idas y vueltas ha quedado conden­sada en las páginas. Las foto­grafías fueron tomadas entre 1995 y 2008 y los textos están basados en apuntes de viajes del 2003 al 2008″, detalla.

Nacido en Asunción en 1961, Bittar estudió arquitectura en la Universidad Católica de Asunción y diseño gráfico en el Instituto de Gráfica Publi­citaria de Florencia, Italia. También cursó en el Inter­national Center of Photogra­phy de Nueva York, pero su vida estuvo marcada por el reporte gráfico.

“Hice fotoperiodismo siem­pre, pero todo eso está en cri­sis, inclusive se habla de la muerte de la fotografía y creo que por eso se da esa com­binación de texto y fotos… La onda del libro es como un Ulrico Schmidl (viajero y cronista alemán) que vino con Pedro de Mendoza o Félix de Azara o Marco Polo”, define la obra como producto del descubrimiento de un espacio geográfico.

–A pesar de la estigmatiza­ción, Ciudad del Este tiene una identidad cultural. En tu opinión, ¿hay una imagen diversa de esa Triple Fron­tera tan condenada?

–La identidad es una cons­trucción. En mi caso trabajo mucho el tema paraguayo, pero no creo que exista un tema paraguayo teete, no soy purista. Por ejemplo, creo que en la pintura se van mucho por el tereré, el lapa­cho, la chipa. Yo realmente creo en un tema híbrido, de cruces, mezcla, contamina­ción, así se van construyendo los temas fotográficos. El estigma de la Triple Frontera está creado por la prensa por­que siempre tiene que exis­tir un lugar donde están los malos. Ahí hay gente de todo como en todos lados, solo que creo que es un tema que da para largo y hablo en los tex­tos del libro sobre eso. –Tus libros abren la puerta a una mirada, “arman historias”, ¿qué fuiste siguiendo para construir “Border”? –Jus­tamente tiene que ver con lo fronterizo, inclusive con el “borderline”, con lo esqui­zofrénico, ese lugar donde se mezclan cosas, se mez­clan culturas.

En Ciudad del Este tenés árabes, chinos, brasileños, paraguayos con distintos tipos, están los asuncenos, la migración campesina y no hay mucha influencia porteña. –¿Hay un vínculo fuerte entre el reporte gráfico y la foto artística en tu trabajo?

–Siempre me encuadro y tal vez sea muy clásico en lo que los estadounidenses llaman “straight photogra­phy” (fotografía directa) y también en el “street photo­graphy” (fotografía de calle). Voy, veo qué es lo que hay en la calle y lo que me llama la atención voy armando. Este trabajo es gracias a que me quedaba en lo de mi viejo. Él administraba un shopping y vivía ahí. Así que donde yo estaba, todas esas fotos esta­ban a mano, iba caminando al puente, iba a Foz de Yguazú y tenía todo cerca por suerte.

–Contanos de tus influencias… –Puedo decir que mi influen­cia dentro de toda la onda es americana. La foto fue inven­tada por los franceses, tenés a (Henri) Cartier Bresson, toda una manera propia, pero los americanos desa­rrollaron el tema del paisaje urbano y hay toda una escuela de ello. Esa onda acá la cur­tió un poco Jesús Ruiz Nes­tosa y dentro de esa línea me fui porque siempre me gusta­ron esas fotos.Para los que son cinéfilos, Wim Wenders tiene cosas geniales sobre paisajes, me encanta. Sacar belleza del caos es estimulante. Qué te voy a decir, la pasaba bien haciéndolo, ese caos real­mente me gusta. Como tam­bién me gusta donde estoy aquí cerca del río y la natura­leza, es el ying y el yang que todos llevamos dentro.

LA ESCRITURA DE LA IMAGEN

Para el eminente crítico nacional Ticio Escobar, “Bit­tar trabaja desde la posición andante de un flâneur (paseante): deambula por la ciudad exponiéndose a sus acontecimientos. Su curiosidad lo lleva a pulsar los puntos más críticos, pero también más sensibles y expresivos de la ciudad. Sabe que no puede acce­der a ellos directamente y recurre a eficaces rodeos retóricos, a miradas soslayadas, desviadas por luces crudas y pasos rápidos. En sus recorridos aleatorios registra –en clave de crónica, de inventario, de ins­cripción ensayística– situaciones y personajes, no tanto marcados por lo insólito o lo sorprendente, sino señalados por las repercusiones de su experien­cia personal con un lugar que se ha devenido fami­liar por lo muy frecuentado. Esta perspectiva otorga un tono especial a las fotografías… Carlos Bittar se acerca a Ciudad del Este comenzando con la figura del resto: los árboles que, devastados en las inmedia­ciones urbanas, solo sobreviven en las plazas. ‘Es el trópico que no perdona’, plazas invadidas, a su vez, por vendedores informales y, por ende, por desper­dicios variados. A partir de entonces, la naturaleza se retira. Y aparece la ciudad caótica, al margen de todo proyecto de planificación urbana, ordenada solo por el diseño, constructivista casi, que, cruza­dos en diagonal por los cables del tendido eléctrico, trazan las cajas de las mercaderías, los puntales de las casetas y los bastidores de los letreros. Aparece el armazón furtivo del reino de la mercancía: un esqueleto de maderamen sucio y metales herrum­brados que sostiene vitrinas deslumbrantes, carte­les y puestos de kioscos atestados de mercaderías de todos los precios, orígenes y calidades. ‘Ciudad del Este es el consumo posible… es la economía del mercado alimentada por esteroides’, escribe Bittar y agrega: ‘La ciudad fronteriza es el reflejo de nues­tra imposibilidad de generar ningún tipo de alter­nativa, como especie, al consumo que nos ofrece la economía global’”.

“LA MARCHA HACIA EL ESTE”

Dice el crítico Javier Rodríguez del impacto de la marcha hacia el Este: “…esa ocupa­ción del espacio no alcanzó los resultados esperados, ya que los colonos paraguayos, carentes de recursos materiales y técni­cos para sostener una producción agrícola integrada al mercado, con el tiempo y en proporción significativa, venderían sus tie­rras para dedicarse –en general– a activi­dades terciarias en los centros urbanos.

No fue este el caso de los colonos de origen brasileño y de otras nacionalidades (ni –obviamente– el de empresas multinacio­nales agroexportadoras), que en posesión de mejores condiciones productivas, técni­cas y financieras formaron allí importan­tes centros de agronegocios, que cobraron aun mayor importancia en años recientes, dada la expansión de la demanda mundial de materia prima agrícola.

Como zona de cruces interculturales y gran dinamismo económico, también presenta notorios conflictos y asimetrías de orden ambiental, urbanístico y social. Sobre esta situación se ha señalado que ‘analizando la evolución territorial de la región, en esta se percibe claramente una recurrencia his­tórica del modelo en el cual prevalecen las empresas extranjeras, como las que entre fines del siglo XIX y comienzos del XX se instalaron en la región […].

A partir de 1883, cuando se produce la venta de tierras públicas, y hasta la actua­lidad, la región no solamente mantiene la misma estructura, sino que, como modelo, ha mejorado y expandido su influencia. Hoy día ni los actores principales ni las actividades productivas responden ni se articulan a los intereses nacionales” (Váz­quez, 2006:65).

CHARLA DE CAFÉ

En el libro aparece reseñada una charla de café entre Bittar (CB) y los críticos Osvaldo González Real (OGR), que presentará “Bor­der” próximamente, y Javier Rodríguez (JR):

–Carlos Bittar (CB): Creo que la percepción que se tiene del Paraguay en el Brasil es en gran medida la del Far West (Lejano Oeste), una tierra de nadie a colonizar. Una lógica similar a la del siglo XVII, bajo formas dis­tintas, claro está. Son los más pioneros (o quizás también algunos otros más “zafa­dos”) los que se vienen para aquí y no los que están tranquilos en Río o en Sao Paulo.

–OGR: O lo mismo: de alguna manera habría continuidad –por otros medios– de una política de expansión portuguesa. Porque la legislación paraguaya para la venta de tierras en frontera –si bien existe– rara vez se cumple.

–JR: ¿Pero por qué “criminalizar” la situación en general o en particular a los colonos? Finalmente, todos somos inmi­grantes, de alguna manera... ¿Quién es res­ponsable de la ausencia del Estado sino el propio Estado?...

–CB: No es solo la ausencia del Estado, de la cual tanto se habla por ahora, es su pre­sencia deficiente o muy torcida. Está ahí solo para recaudar y eso es notorio, por ejemplo, en lo que dije antes sobre el uso del espacio público. Históricamente nunca ocupamos ese territorio, ni antes ni ahora. Y detrás hay todo un proyecto, regional incluso (pero no nuestro). El estado de Paraná, por ejemplo, tiene bastante pre­sencia en el Brasil y ha desarrollado agri­cultura, industria y turismo en serio. Y cuando hace unos treinta años vinieron los ascendientes de los actuales brasiguayos, se instalaron muchas veces en tierras ven­didas durante el gobierno de Stroessner, en muchos casos vendidas por militares que las habían obtenido (dolosamente) de la reforma agraria del entonces Instituto de Bienestar Rural (IBR).

Estos colonos brasileños sí estaban en con­diciones de hacer producir esa tierra, de encarar empresarialmente la producción. Además, vinieron con otra mentalidad, con más capacidad económica, aunque no necesariamente eran ricos. Una vez me dijo un brasiguayo: “Hacia los 60, mi papá vino al Paraguay con un sueño: quería hacer agricultura mecanizada, que nunca con­siguió hacer en el Brasil…”.

Pero no debemos pensar que esta situa­ción socioeconómica (o visualmente, esta iconografía de frontera) se limita al cen­tro-este del Paraguay. En otras ciudades más tradicionales, no necesariamente de frontera, como es el caso de Concep­ción, también se ve la misma estética. Este modelo está llegando a otros lugares más alejados, se está expandiendo sobre el Para­guay “tradicional”.

EL ABUELO RAMÓN

Dijo Josefina Bittar Prieto, la hija de Carlos: “Aún menos me habría animado a preguntarle al abuelo cómo había cono­cido a la abuela y por qué había salido de la casa cuando su hijo y su hija no habían ni llegado a la adolescencia.

Después de todo, había hecho varios emprendimientos en Asunción: manejó un transporte escolar, fue mánager de conjuntos musicales e importador de juguetes y formó un grupo de hinchas del Club Olimpia. Sin embargo, allá fue a Ciudad del Este ‘por trabajo’. Esta explicación, claro está, no me convenció nunca: bastaba verlo moverse por la ciu­dad para darse cuenta de que –además de su trabajo– ahí estaba su comunidad: todo el mundo lo conocía y, al mismo tiempo, disfrutaba de la anonimidad que le ofrecía su calidad de inmigrante. Sospecho también que convivir con paisanos de Oriente Medio recién llegados le traía recuerdos de su padre sirio y de una infancia marcada por la urgencia de asimilarse.

Si bien muchas incógnitas de la familia perduran, los tex­tos y fotos de este libro me ayudan a conocer a mi abuelo y a entender, o quizá tan solo a imaginar, por qué hizo de Ciu­dad del Este su lugar en el mundo”.

FICHA

Carlos Gustavo Bittar Perinetti, más conocido como Vitu, es como dijo el maestro de reporteros gráficos Jorge Saenz: “…uno de los autores documentales más consistentes y prolíficos de estas últimas décadas en el entorno nacional”.

Autor de “Entrecasa” (2000), el ya clásico “Última estación” (2002), “Pretérito” (2009), “Paraguaypost­cards” (2011), “El Tren 1989″ (2013) y “Fin de zona urbana” (2015).

“Recorrí una semana Paraguay al lado de Steve McCu­rry”, contó recientemente de su experiencia con el reco­nocido reportero estadounidense, famoso por la icono­gráfica foto de la niña afgana que dio la vuelta al mundo.

En la escuela secundaria descubrió con Paul Griffin, su profesor de fotografía en el Colegio Americano, que tomar fotos era una actividad fascinante al realizar el álbum del anuario del año 79. Durante sus años en la Facultad de Arquitectura, Bittar siguió experimen­tando con la cámara. En el año 1988 realizó su primera exposición individual de fotos: Fragmentos Urbanos en el Centro Cultural Paraguayo Americano (CCPA), bajo iniciativa del fotógrafo Jesús Ruiz Nestosa. Desde entonces no cesó de exponer sus obras, tanto en Para­guay como en el extranjero.

Buenos Aires (1992); Dachau, Alemania (1998); la 2.ª Bienal de Fotografía Internacional en Curitiba, Brasil (1998) y el Tercer Mes de Fotografía Latinoamericana en el Centro Cultural Pasaje Dardo Rocha en La Plata, Argentina (2000) fueron solo algunas de sus muestras internacionales.

Una línea divisoria

Fragmento de uno de los tex­tos de Carlos Bittar que orien­tan la narrativa de su libro “Border”:

“A partir de finales de los ochenta, las ciudades para­guayas comenzaron a diri­girse hacia un modelo de centro urbano. Este paso de enclaves semirrurales a urbes, producto de la globa­lización, ha forzado la convi­vencia de íconos y símbolos culturales de diferentes orí­genes: los producidos en los países hegemónicos y los de sello local, mucho más pre­carios.

A esta variopinta oferta se sumaron los objetos indus­triales, producidos en dis­tantes urbes de Oriente, que recalaron en la frontera para satisfacer la demanda voraz de productos electrónicos del gigante país vecino.

Ciudad del Este, por su posi­ción geográfica privilegiada, en la zona conocida como Tres Fronteras, es el ejemplo paradigmático de la rápida urbanización en Paraguay. El cruce de culturas que el comercio siempre ha posibi­litado en la humanidad aquí se daba de manera extrema y acelerada. Con las merca­derías circulaban no solo el intercambio monetario, sino también las ideas, que a su vez iban modificando las costumbres y el lenguaje, dando lugar así a un proceso de hibridización con caracte­rísticas particulares”.

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