Ricardo Rivas, periodista, Twitter: @RtrivasRivas
La muerte –después de la muerte– también es parte de uno de los debates más profundos de la humanidad. Mucho más cuando el fin de la vida es inesperado y, a la vez, producto de una violencia
“La muerte suele ser una preocupación de los vivos”, decía un vecino del Bajo Belgrano, mi pueblo natal en Buenos Aires, unos 1.260 kilómetros al sur de mi querida Asunción. Verdad de Perogrullo, por cierto. Sin embargo, la muerte –después de la muerte– también es parte de uno de los debates más profundos de la humanidad. Mucho más cuando el fin de la vida es inesperado y, a la vez, producto de una violencia.
“La muerte es un tema que podría considerarse común y cotidiano”, sostienen Jesús Luy Quijada y Maura Ramírez González. Cierto. Pero, además, destacan que “el cadáver” debe considerarse “como una fuente insustituible de información (…) en los casos de muerte violenta”. Ambos con vasta experiencia en la Procuradoría General de Justicia del Distrito Federal en México, en “cuerpo y mente ante la muerte violenta”, cuando abordan los “aspectos psicológicos” para ese tipo de casos, luego de señalar–en el punto 74 de ese texto– la relevancia de “la percepción filosófica de la muerte dentro del contexto religioso” (…) en un contexto judeocristiano”, precisan que en algunas culturas “lloramos la muerte de un ser amado, pero las lágrimas no deben ser de sufrimiento, sino de regocijo, pues aquel (el fallecido) solo se adelantará un paso a lo que finalmente será el destino de cada uno de nosotros (porque) la muerte nos conducirá a la inmortalidad”.
Creer para vivir y morir. Tal vez, esa haya sido una de las respuestas que procuró encontrar en la internet una de las personas que podría ser responsable de un feminicidio que, desde largos días, ocupa el espacio público comunicacional en la ciudad de Resistencia, capital de la provincia argentina del Chaco, fronteriza con Paraguay, y se proyecta hacia todo el país. Tres fiscales del Ministerio Público chaqueño, constituidos en un equipo especial para investigar la desaparición desde el 2 de junio último y posible muerte de Cecilia Strzyzowski (28) – Jorge Cáceres Olivera, Jorge Gómez y Nelia Velázquez– así lo informaron.
Dijeron que César Sena, uno de los imputados, el 5 de agosto pasado, en internet, quiso saber “qué pasa con el alma del ser querido que muere de forma violenta”. Tal vez, porque las eventuales respuestas que el motor de búsqueda le aportó no resolvieron sus interrogantes, buscó más. “Muertes violentas qué pasa con el alma”; “almas de personas asesinadas”; “un asesino siente remordimiento”.
ATRAVESADO POR LAS VIOLENCIAS
Definitivamente, la muerte, en cualquiera de sus formas, es una preocupación de los vivos. Del caso se habla en muchas partes en la Argentina, un país atravesado por todo tipo de violencias. Simbólicas, discursivas, reales, vinculares. De hecho, un par de días atrás, en la mesa de un bar en la que convergían cinco acalorados tertulianos, era el tema en debate. Desde donde me encontraba, mientras disfrutaba de un café tras un enorme ventanal con vista hacia un tormentoso Atlántico Sur escuché que, con voz pausada, uno de ellos, al que llamaban “Juan” o “doctor” (¿médico psiquiatra, psicólogo?), luego de aclarar que “no” siguió mucho el caso, opinó que una persona con ese tipo de comportamientos podría ser alguien “místico y psicopático que expresa cosas que, por la forma en que se hacen públicas, desconciertan y sorprenden”.
La tertulia creció en intensidad cuando alguien aportó que, al parecer, “según dicen los periodistas, Sena se autopercibe mujer y quiere estar preso entre mujeres”. Otro “doctor” (¿abogado circunspecto sin corbata?), asegura que “esa es una estrategia de la defensa legal con la que intenta no ser acusado de feminicidio”. La discusión sigue, pero decidí dejar de escuchar. La tormenta arrecia. No afloja. Siento que será largo el tiempo que estaré refugiado en este bar. Pero no puedo dejar de pensar en la muerte, aunque ya no escuche a los de la mesa de al lado. Violenta o no la muerte siempre da para la reflexión. ¡Y está en todas partes! Es uno de los temas más comunes en el cine, en la literatura, en la tele, en las plataformas de streaming, en algunos podcasts. Con seriedad, con dramatismo trágico, con sorna o con humor la muerte siempre está allí. Como en la vida misma.
“En ocasiones veo muertos caminando como gente normal. Ellos no saben que están muertos”. Mucho tiempo pasó para que pudiera dejar atrás – nunca olvidar– esas 14 palabras compuestas por apenas 87 caracteres con espacios que pronunció el niño Cole Sear (Haley Joel Osment), cuando se animó a confidenciar al doctor Malcom Crowe (Bruce Willys), psicólogo social, aquella situación que lo atormentaba hasta ponerlo al borde mismo del panic attack. Aquella escena de la película “Sexto sentido”, que vi cuando finalizaba la tarde de un día cualquiera en un cine de Buenos Aires en 1999, volví a verla varias veces semanas más tarde después de alquilarla en Blockbuster y apenas unos pocos días atrás en Prime Video.
Fantásticamente compuesta por Osment –que por entonces tenía solo 11 años–, aquella escena es, sin embargo, apenas un enlace magistral con el que se anuda un final deslumbrante para descubrir que esa historia de suspenso inquietante no ha sido más que el relato cinematográfico de los sucesivos diálogos del pequeño con personas muertas y que el mismísimo doctor Crowe, su terapeuta, también lo está. Con la técnica narrativa que algunos llaman “novela-río”, la historia central –la de un niño angustiado cuando descubre su aptitud paranormal– no es más que un tránsito desencadenante que conduce hacia el conocimiento del drama de ese hombre asesinado en su hogar familiar en el inicio de la trama y que esa muerte se produjo cuando su matrimonio con Anne Crowe (Olivia Williams) se hundía irremediablemente.
LO VISIBLE Y LO INVISIBLE
Alguna vez Carlos Vallina, mi profe de cine, explicó que el cine “está compuesto por todo lo visible, lo invisible y lo que cada receptor de ese mensaje ve”. La genialidad del realizador indio Manoj Nelliyattu Shyamalan –director de la obra– es la que da paso a aquel final con ganas de más porque el fragmento de la tremenda confesión del aterrorizado pequeño Cole a su terapista Malcom Crowe –”ellos (los fallecidos) no saben que están muertos”– da cuenta de una verdad de difícil verificación. ¿Los muertos pueden volver? ¿Cómo saberlo? ¿Ciencia ficción? ¿Una historia mentirosa e imposible?
En México, el Día de los Muertos se celebra cada año entre el 1 y el 2 de noviembre. Alegres reuniones familiares se desarrollan en los cementerios y manifestaciones callejeras multitudinarias son posibles de ver y participar. ¿Por qué no? Confieso que aquella festividad, años atrás, la disfruté profundamente.
Pero volvamos a la conmovedora historia del pequeño Cole. Creo que Ludwig Josef Johann Wittgenstein (1889-1951) –matemático, lingüista, filósofo y lógico austríaco con ciudadanía británica al que con frecuencia se lo señala como influyente entre los positivistas lógicos del Círculo de Viena que preferían categorizarse como “empiristas consecuentes”– hubiese validado aquella afirmación del pequeño. De hecho, en la más conocida de sus obras, “Tractatus logico-philosophicus”, Ludwig sostiene que para que “una proposición tenga sentido es la misma cosa que decir que tiene condiciones de verdad, esto es, que es verdadero-falsa. Y afirmar que es verdadera solo significa que han sido satisfechas estas condiciones”.
Sí, lo sé, es discutible. Pero cada pensamiento puede ser debatido. De hecho, tanto lo que escribo como lo que sostenía Wittgenstein y, seguramente, si analizara los dichos del atormentado Cole –que en el límite del pánico dialogó durante casi 107 minutos con el fantasmático doctor Crowe– a la luz de racionalismo crítico de Karl Popper, se podría refutar el argumento. Pero tengo en claro que, cuando de historias cinematográficas u obra de arte se trata y hasta la mismísima ciencia, nada de lo que se establezca es concluyente. La búsqueda de la verdad siempre es un camino de ida.
Ester Díaz, cuando con un grupo de amigas y amigos profesionales –allá por los 90 en el siglo pasado– maestrábamos en la Facultad de Periodismo y Comunicación (FPCS) de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), alguna mañana de sábado nos dijo que “la verdad siempre se nos presenta desgajada del todo” y nos advirtió que “atisbamos apenas algunos sentidos, pero la mayoría se pierden” porque solo vamos hallando “trozos aislados, (o) meras partes de una verdad siempre fugitiva” que perseguimos en procura de certezas.
Por allí andan mis pensamientos en esta noche fría de viernes cuando cursamos un raro invierno en el sur del sur. Mucho para la reflexión. La copa acompaña con un Brandy de Jerez Fundador Supremo 18. Su aroma da cuenta de la nobleza adquirida durante el reposo del destilado en los maderos de las Sherry Casks. El paladar estalla con sus sabores. Maridaje perfecto con la vieja mecedora y los leños que crepitan en el hogar a pleno que ahora miro al trasluz.
SENTIDO
La búsqueda de las certezas regresa. ¿Tiene sentido? Del maestro Edgar Morin, cuando julio de 2021 –tiempos pandémicos– creo haber aprendido que en las incertidumbres es donde residen las vidas prolongadas y, tal vez, algunos conocimientos profundos. “Prefiero, más que llegar, pensar que ya voy llegando”, cantaba Alberto Cortés. Lo increíble, lo sorprendente, suele andar por los caminos de la vida que no pocas veces ocultan misterios que solo se descubren transitándolos. Si como lo asegura el niño Cole angustiado, abrumado por el miedo, los que con él hablan “no saben que están muertos”, es posible dar crédito a que después de la muerte hay algún tipo de vida. ¿Una continuidad?
El padre Rafal Glówczyński SDS, sacerdote católico exorcista de la Arquidiócesis de Varsovia, dice a Zenit, una publicación en línea que se edita en Roma y cubre información vaticana, que “una de las principales verdades de fe es que el alma humana es inmortal (porque) un ser humano no es solo un cuerpo”. En ese contexto de fe, “la muerte no es el final (porque solo) se produce un cierto cambio”, aunque el clérigo admite que “no sabemos muy bien qué les sucede a estas personas” que han muerto.
Agrega que “los difuntos también pueden aparecerse”; que “la experiencia enseña que, de alguna manera, a veces pueden darse a conocer”; que “incluso pueden mostrarse” y precisa que, “lo más frecuente es que simplemente pidan que se rece por ellos (…) aunque no se les pueda ver”. Inquietante. Y, desde algún lugar –en tanto producción de sentido– esa afirmación es la base creativa sobre la que se sustenta el argumento cinematográfico de “Sexto sentido”.
“¿Qué debemos hacer si tenemos la sensación de que se acerca o vemos un difunto? ¿Cómo debemos comportarnos?”, pregunta el colega de Zenit al padre Rafal. “Hay que separar dos cosas: tenemos asuntos de muertos y de espíritus malignos”, dice el sacerdote y explica que esas son “dos categorías diferentes”. Por ello, “si se nos aparece alguien, o sucede algo, no significa inmediatamente que deba tratarse de un muerto” y amplía: “Incluso cuando vemos a una persona muerta, lo que ocurre muy raramente, no significa que tenga que ser una persona muerta”. ¿Qué es entonces? Consciente, seguramente, del impacto que su respuesta puede tener sobre personas angustiadas como consecuencia de un fallecimiento pudiera “pedir (rogar, implorar) este tipo de encuentro” con un difunto advierte y recomienda: “Es un asunto muy delicado (…). ¡No juguemos con invocar espíritus!, porque esto casi siempre conduce a que, si viene alguien, vendrá un espíritu maligno, que tarde o temprano querrá perjudicarnos de alguna manera, (para) alejarnos del Señor Dios”.
Curiosamente increíble e impresionante. “¿Es posible que alguien quiera venir a pedirnos perdón por algo?”, pregunta el periodista. “A veces, una persona que está en el purgatorio espera algo. Ha hecho mal, ha herido a alguien y necesita ser purificado. Pero quizá también necesite saber que alguien le ha perdonado. Por eso es muy importante perdonar a los muertos (y) si hay rencor en tu corazón contra esa persona, di que la perdonas”.
El periodista de Zenit, por curiosidad o profesionalismo, fue por más: “¿Alguien a quien hicimos daño en vida puede vengarse de nosotros” después de su muerte? “Un muerto está a la orden de Dios y Dios, si envía a una persona, es solo para hacer el bien”, responde el exorcista de Varsovia, quien no duda en advertir: “Si alguien se venga, es el diablo”, aunque aclara que “a veces el demonio no necesariamente se venga directamente, sino que golpea muy fuerte nuestra culpabilidad (y) dice: ‘Mira, no has perdonado, no tienes remedio’”.
ANGUSTIA
¿Será, quizás por ello, la angustia de un asesino, de un infanticida, de un abusador, de un feminicida? ¿Por qué no? Andrea Daniele Signorelli, periodista italiano, especializado en nuevas tecnologías, asegura en esquire.com que “la visión de personas muertas es mucho más común de lo que piensas”, pero puntualiza que “pocos de los que han experimentado esas cosas se deciden a hablar de ellas” porque “en nuestra sociedad secular no hay lugar para los fantasmas” y recuerda que Sigmund Freud diagnosticó esos casos como “psicosis delirante”.
¿Cole Sear, Malcom Crowe estarán incluidos en la mirada de Freud? Van por allí las eventuales angustias de cientos de criminales. Creatividad, realidad, virtualidad. Todo parece converger sobre la humanidad ante el interrogante de la muerte que es parte de las incertidumbres de la vida que, en algunos casos, hasta da para la sorna, la ironía y el humor, además de las tristezas.
De hecho, Thomas de Quincey (1785-1859) –un grande de la literatura británica– con dos artículos que publicó entre 1827 y 1829 compuso un clásico al que tituló “Del asesinato considerado como una de las bellas artes”. El tan particular humor inglés. En aquella ficción, presenta los dos textos que la componen como una conferencia que en su imaginación ofreció en el transcurso de una asamblea realizada en la Sociedad de Conocedores del Asesinato. Más allá del humor, ese clásico libro que recomiendo encierra en cada una de sus páginas una profunda reflexión sobre las violencias que inducen a matar.