Con motivo del Día del Libro Paraguayo, que se conmemora hoy 25 de junio en homenaje a la conclusión y difusión del manuscrito de “Anales del descubrimiento, población y conquistas del Río de la Plata”, de Ruy Díaz de Guzmán, ofrecemos una reseña del Libro I de esta pionera obra de un autor que es considerado el primer historiador no solo del Paraguay, sino de toda la región del Río de la Plata.

El texto original de “La Argen­tina” manuscrita, como es más conocida esta obra por asimilación a “La Argentina” impresa de Martín del Barco Centenera, fue ter­minado y empezó a circular el 25 de junio de 1612, pero la edi­ción impresa de la obra recién fue publicada en 1835 en Argentina. Se conoce de la noticia de al menos seis libros, pero se conservan solo tres y todas las copias salieron de un manus­crito que habría sido mutilado después del fallecimiento de Guz­mán en 1629. La obra es una fuente primaria de la historia del Río de la Plata y la parte que se conservó narra hechos desde el descubri­miento de esta cuenca en 1512 por Juan Díaz de Solís hasta los suce­sos relacionados a la fundación de las ciuda­des de Santa Fe y Cór­doba en 1573.

Según Félix de Azara, la otra copia destinada por Guzmán al archivo del Cabildo de la Asun­ción fue sustraído en 1747 por el mismo gobernador Marcos José Larrazábal. A pesar de la destrucción de muchas copias manus­critas, se han conservado tres de los seis libros de los que se tiene noticia. Guzmán anuncia tam­bién una segunda parte, que según los investi­gadores probablemente nunca fue llevada a tér­mino por la persecución y exilio que sufrió el autor por razones políticas.

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Inicio del Libro I del primer autor nacido en la provincia.

“EL PRIMER HISTORIADOR DE ESTAS PROVINCIAS”

En un texto preliminar de la primera edición, el editor napolitano Pedro de Ángelis señala que la impor­tancia de esta crónica histó­rica radica en que está “desti­nada a perpetuar el recuerdo de los hechos que señalaron el descubrimiento y la con­quista del Río de la Plata”, por lo que “esta indiferencia por los trabajos de un escritor, que puede ser considerado como el primer historiador de estas provincias, no es fácil com­prenderlo, ni sería posible explicarlo”.

Sobre la figura de Guzmán, afirma: “Un testigo, y actor a veces de estas hazañas, se encargó de relatarlas; y para acertar en su empresa, recogió de los contemporá­neos los principales detalles de tan difícil conquista. (…) Nacido en el centro de una colonia, rodeada de hordas salvajes, y privada de todo comercio intelectual con el orbe civilizado: sin maes­tros y sin modelos, no tuvo más estímulo que la activi­dad de su genio, ni más guía que una razón despejada. Y sin embargo, ninguno de los primeros cronistas de Amé­rica le aventaja en el plan, en el estilo, ni en la abundan­cia y elección de las noticias con que la ha enriquecido. Es más que probable que Guz­mán ignorase la existencia de las pocas obras que se habían publicado sobre América: pero, aun concediendo que las hubiese conocido ¿de qué podían servirle los derrote­ros de Colón, de Vespucio y de Magallanes; las cartas de Hernán Cortés; la polémica de Las Casas con Sepúlveda, las historias de Piedrahita, de Zárate y de Gómara? En la mayor parte de estos escritos ni de paso se habla de los espa­ñoles en el Río de la Plata, y si alguna mención se hacía de ellos en otras, ni eran autén­ticas las noticias que conte­nían, ni bastaban a dar una idea cabal del plan y de los incidentes de sus conquistas”.

Además de las hazañas y peri­pecias de los conquistadores, Guzmán ofrece cuadros de la vida cotidiana que se funden con la leyenda como la his­toria del cacique Mangoré, quien se había enamorado de una española, o la de una mujer que hacia 1537 a raíz del hambre se fue a vivir con los “bárbaros” y que luego de ser capturada por los españo­les fue condenada al castigo de morir despedazada por las fieras. En cambio, en un giro propio de las más exqui­sitas piezas de ficción, Guz­mán cuenta en un emocio­nante episodio que la mujer fue defendida por una leona a la que había ayudado a dar a luz a sus cachorros.

En la dedicatoria, que está dirigida a “A don Alonso Pérez de Guzmán, el bueno, mi señor; Duque de Medina Sidonia, Conde de Niebla, etcétera”, refiere que “este humilde y pequeño libro, que compuse en medio de las vigilias de mi profesión, sir­viendo a su Majestad desde mi puericia hasta ahora: y puesto que el tratado es de cosas menores, y falto de toda erudición y elegancia, al fin es materia que toca a nues­tros españoles, que con valor y suerte emprendieron aquel descubrimiento, población y conquista, en la cual suce­dieron algunas cosas dignas de memoria, aunque en tie­rra miserable y pobre; y basta haber sido Nuestro Señor ser­vido de extender tan larga­mente en aquella provincia la predicación evangélica, con gran fruto y conversión de sus naturales, que es el principal intento de los Católicos Reyes nuestros señores”.

El Libro I, titulado “Del des­cubrimiento y descripción de las provincias del Río de la Plata, desde el año de 1512 que lo descubrió Juan Díaz de Solís, hasta que por muerte del general Juan de Ayolas, quedó con la supe­rior gobernación el capitán Domingo Martínez de Irala”, habla sobre el descubridor de las provincias de esta región y, entre otros deta­lles, agrega datos de hechos curiosos que tuvieron lugar durante la expedición de Fernando de Magallanes, como el hallazgo de “gigan­tes de monstruosa magni­tud” en tierras patagónicas. Los colonizadores captura­ron a tres, de los cuales se fugaron dos. El que quedó cautivo fue reducido por 8 a 10 soldados y permaneció atado hasta que murió por negarse a ingerir alimento alguno. Los historiadores afirman que esta descripción corresponde a los patago­nes o gigantes patagónicos, como se conoce a los tehuel­ches, y que si bien la mayo­ría de las descripciones son exageraciones, se cree que los integrantes de este pue­blo medían en promedio dos metros de altura.

Conjuntamente con las expe­diciones de diversos conquis­tadores, sus hazañas e infor­tunios, el tratado de Guzmán brinda detalladas descripcio­nes de las características geo­gráficas de la región del Plata e incluso brinda algunos mapas para ilustrar la región descrita, aunque estos se han perdido. A todo esto agrega una enumera­ción de los diversos grupos que habitaban estas comarcas, así como la relación entre estos, regida en la mayoría de los casos por un estado de guerra permanente por la disputa por el dominio territorial, pasando por un cuadro de costumbres de grupos indígenas como uno que poblaba la zona de Cór­doba que tenía por costum­bre la mutilación de los dedos en la ocasión de la muerte de algún pariente.

Al enorme aporte historiográfico añade datos útiles para la investigación antropológica dando cuenta de usos y cos­tumbres, así como hábitos ali­menticios y de modos de pro­ducción económica. A pesar de su estilo sencillo y llano, según lo valoran los estudio­sos de su obra, su valor literario no resulta desdeñable, aunque no se pueda afirmar con preci­sión si se trata de licencias o de la iluminación de un místico convencido cuando habla, por ejemplo, de una batalla entre los españoles y los indios en el fuerte de Corpus Cristhi (pri­mera Buenos Aires) en el que recibieron auxilio de un “hom­bre vestido de blanco con una espada desnuda en la mano, que les cegaba con su vista”. De acuerdo al cronista, podría haberse tratado del mismí­simo San Blas, situación que atribuye a la circunstancia de que el suceso ocurrió un 3 de febrero, fecha en que se cele­bra el día del mencionado santo católico.

“GENTE SIN FE NI LEALTAD”

En lo tocante a información específica sobre el Paraguay, cabe resaltar la relación de hechos del descubrimiento de estas tierras de parte del portugués Alejo García en 1524 y su posterior asesi­nato en mano de los indíge­nas. Por la valoración que hace de los eventos resulta notorio que, si bien es un criollo nacido en América, su punto de vista es la de un español que toma parte de manera activa de la empresa colonial y la justifica de tal modo que imputa todos los males y vicios a la población nativa, que estaba siendo despojada de manera pro­gresiva de sus territorios y era sometida a diversos gra­dos de esclavitud.

En el Capítulo V del pri­mer libro, titulado “De una entrada que cuatro portugue­ses hicieron del Brasil por esta tierra, hasta los confines del Perú, etc”, relata: “Salidos los portugueses a los llanos con toda su compañía, cargados de despojos de ropa, vestidos, y muchos vasos, mani­llas, y coronas de plata, de cobre, y otros metales, dieron la vuelta por otro más acomodado camino que hallaron, en el cual padecieron muchas nece­sidades de hambre y gue­rra, que tuvieron hasta llegar al Paraguay, y sus tierras y pueblos, de donde Alejo García se determinó a despachar al Brasil sus dos compañeros, a dar cuenta a Martín Alfonso de Sosa, de lo que habían descubierto en aquella jornada, y donde habían entrado, con la muestra de los metales, y piezas de oro y plata que habían traído de aquellas par­tes; quedándose el García en aquella provincia del Paraguay, aguardando la correspondencia de lo que en esto se ordenase; y pasados algunos días, concertaron algunos indios de aquella tierra de matarle, y así lo pusie­ron en efecto (y estos fue­ron los que habían ido con él a la jornada); que una noche, estando descui­dado, le acometieron y le mataron a él y a sus com­pañeros, sin dejar más en vida que un niño, hijo de García, que por ser de poca edad no le mataron, al cual yo conocí, que se llamaba como su padre, Alejo García. Movié­ronse los indios a hacer esto, por su mala inclina­ción que es en ellos natu­ral de hacer mal, sin tener estabilidad en el bien, ni amistad; dejándose llevar de la codicia, por robarles lo que tenían, como gente sin fe ni lealtad”.

No obstante los estereo­tipos y prejuicios mani­fiestos, o incluso en vir­tud de ellos, la obra de Guzmán es un encomia­ble retrato de su época realizado en medio de enormes dificultades y sufrimientos como fiel reflejo de la historia misma de la provincia.

Capítulo XIII

De la jornada que don Pedro mandó hacer al general Juan de Ayolas, y capitán Domingo de Irala

(...) Fue que habiendo salido a correr la tierra un caudillo en aquellos pueblos comarcanos, halló en uno de ellos, y trajo, en su poder, aquella mujer(...) que por la hambre se fue a poder de los indios: la cual como Francisco Ruiz la vio, condenó a que fuese echada a las fieras para que la despedazasen y comiesen; y puesto en ejecución su mandato, cogieron a la pobre mujer, y atada muy bien a un árbol, la dejaron una legua fuera del pueblo, donde acudiendo aquella noche a la presa número de fieras, entre ellas vino la leona a quien esta mujer había ayudado en su parto: la cual conocida por ella, la defendió de las demás fieras que allí estaban y la querían despedazar; y quedándose en su compañía la guardó aquella noche, y otro día y noche siguiente, hasta que al tercero fue­ron allá unos soldados por orden de su capitán a ver el efecto que había surtido de dejar allí aquella mujer; y hallándola viva, y la leona a sus pies con sus dos leoncillos, la cual sin acometerles se apartó algún tanto dando lugar a que llegasen, lo cual hicieron quedando admirados del ins­tinto y humanidad de aquella fiera, y desatada por los soldados, la lleva­ron consigo, quedando la leona dando muy fieros bramidos, y mostrando sentimiento y soledad de su bienhechora, y por otra parte, su real instinto y gratitud, y más humanidad que los hombres; y de esta manera quedó libre la que ofrecieron a la muerte, echándola a las fieras: la cual mujer yo la conocí, y la llamaban la Maldonada, que más bien se le podía lla­mar la Bien donada, pues por este suceso se ha de ver no haber mere­cido el castigo aquel a ofrecieron, pues la necesidad había sido causa y constreñídola a que desamparase la compañía, y se metiese entre aque­llos bárbaros. Algunos atribuyeron esta sentencia tan rigurosa al capitán Alvarado y no a Francisco Ruiz; mas cualquiera que haya sido, el caso sucedió como queda referido (...).

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