Ricardo Rivas, Twitter: @RtrivasRivas
Aquellas cinco preguntas que siempre esperan de una persona periodista para ser respondidas –¿qué?, ¿quién?, ¿cómo?, ¿cuándo? y ¿dónde?– también se pueden y se deben responder en tiempo pasado porque es necesario, imprescindible, ir más lejos con las búsquedas.
“No es bueno hacer periodismo, contar historias, sin hurgar en la memoria”, sostiene el querido amigo-hermano y colega periodista Mauricio Weibel Barahona. Y va más allá: “Sin un periodismo de investigación vigoroso, toda sociedad puede convertirse en una dictadura del dinero y el olvido”. Y esa idea, esa mirada profesional y social profunda, es la que hace que una buena parte de la historia reciente de su Chile se haya escrito a partir de su mano aunque quieran silenciarlo. Memoria. La llave para un presente encapsulado o silenciado en el que muchas verdades se diluyen para siempre cuando algunos “herederos del silencio” –como los llama Ginna– deciden recorrer ese camino hacia ninguna parte carecientes de sanación.
BÚSQUEDAS
Aquellas cinco preguntas que siempre esperan de una persona periodista para ser respondidas –¿qué?, ¿quién?, ¿cómo?, ¿cuándo? y ¿dónde?– también se pueden y se deben responder en tiempo pasado porque es necesario, imprescindible, ir más lejos con las búsquedas. De las muchas violencias que hasta nuestros días se sostienen –aun cuando como sociedades las hemos vivido y debiéramos rechazarlas– las desconocemos o decimos no saber como consecuencia de los miedos. No es sencillo hacer memoria. “La memoria en silencio es un animal dormido que clava el colmillo y no te suelta. Es una brisa tenue que arrulla los recuerdos y un viento fuerte que los desbarata”, sostiene Ginna. No es fácil trashumar en el silencio. Resulta complejo encontrar las voces que quieran romperlo.
“Cuando nos preguntamos por las relaciones entre el periodismo, la violencia y la memoria surgen frases como estas: el periodismo es la historia del presente, el periodismo es el día a día de la historia, el periodismo es el primer borrador de la historia. Las sentencias anteriores privilegian el valor que los textos periodísticos tendrán en el futuro, cuando los hechos dejen de ser noticia y los académicos aborden los medios de comunicación como repositorios de memorias periodísticas. Entonces, los investigadores acudirán a los archivos para obtener datos que los ayuden a describir un hecho o en busca de pistas para interpretar acontecimientos del pasado”, explican Patricia Nieto y Yhobán Camilo Hernández, académicos, en “Hacemos memoria”.
Un periodismo sentipensante es posible a partir de la idea de sentir y pensar en, de, desde y con las otredades. Nunca por sobre ellas. “Pensar con el corazón y sentir con la cabeza” debiera ser una consigna y una praxis profesional a la hora de hacer periodismo y de contar historias. Rodolfo Walsh, Truman Capote, Gabriel García Márquez lo hicieron. Mónica González, Claudia Julieta Duque, Jineth Bedoya Lima, Mauricio lo hacen.
Ginna Morelo también. Ella es periodista y académica en la Universidad Javeriana. Nacida en Córdoba, Colombia, anota en su hoja de vida trabajos periodísticos sólidos, la autoría de libros formidables y la recepción, entre otros, del Premio Ortega y Gasset (2016), el Premio Gabo (2018), el Premio Simón Bolívar en cuatro oportunidades y el Premio de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), en 2019. Mientras cenábamos, en un restaurante neoyorquino, supe además que ama la música, la danza y es una apasionada por el tango. En una sobremesa fantástica coincidimos en el hallazgo de raíces comunes entre, justamente, el tango, con el fado, el bolero y el son cubano. Sus ojos se iluminaron cuando comenté de la profunda vinculación que esa danza rioplatense sensual y de alto vuelo tiene con su tierra colombiana.
“Esta canción que tiene un aire criollito / brota muy suave desde el fondo de mi alma / como el aroma suave de tu cafecito / tan suave como tus mujeres, mi Colombia / Me inspiran cosas, una orquídea en la mañana / solcito tibio de un abril en tus montañas / recuerdo cálido de amor que fue en tus playas / mi canto es canto como un hijo en tus entrañas…”. Sorprendida, con marcado placer escuchó con atención en mi móvil la voz aguardentosa del querido Virgilio Expósito y su piano. “Envíamelo, no conocía ese tema tan dulce”, demandó. No me hice esperar. Un encuentro magnífico en cuyo transcurso me obsequió el más reciente de sus libros de periodismo de investigación –”La voz de los lápices. Testimonios de la universidad tomada”, editado en Bogotá, 2022, por la Fundación Konrad Adenaue– en el que la memoria juega un rol sustancial. Enorme aporte.
DIÁLOGO Y MEMORIA
Los días recientes en NYC fueron enriquecedores. Siempre lo es dialogar con aquellas y aquellos colegas con los que aguardamos volver a vernos para hablar de periodismo, de comunicación, de contar historias, de las amenazas cada día más graves que supone hacerlo –aunque de ninguna manera debiera ser así– y de aquello que sucedió desde el último encuentro. Hacemos memoria, finalmente. Y cuando de ello se trata mis pensamientos siempre regresan hasta encontrar a Héctor “Toto” Schmucler. Lo leí antes de escucharlo y disfrutarlo cuando maestraba en la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata, allá por 1996. Fue entonces cuando el profe publicó “Memoria de la comunicación” (Editorial Biblos, 1997) y lo dialogó con quienes cursábamos con él. No estaba muy extendida por aquellos años – como práctica en la educación superior para periodistas– la idea de abordar la memoria como objeto de estudio. Había quienes lo hacían, pero no era lo común. El Toto Schmucler lideraba en este punto junto con Marita Mata, Alcira Argumedo, Daniel Prieto Castillo, Carlos Vallina, Esther Díaz, Silvia Delfino, Armand Mattelart, Guillermo Orozco Gómez, Augusto dos Santos… ¡Qué privilegio! Comunicación para el desarrollo.
Con ellas y ellos aprendí que no hay futuro posible sin memoria. “La memoria no es un instrumento para la exploración del pasado”, dijo Schmucler un sábado por la mañana. Agregó, para ejemplificar, que “así como la tierra es el medio en el que yacen enterradas las viejas ciudades (…) la memoria es el medio de lo vivido” y sentenció: “Quien intenta acercarse a su propio pasado sepultado tiene que comportarse como un hombre que excava (y, para ello) ante todo no debe temer volver siempre a la misma situación, esparcirla como se esparce la tierra (porque) el recuerdo verdadero deberá, por lo tanto, proporcionar simultáneamente una imagen de quien recuerda, así como un buen informe arqueológico debe indicar ante todo qué capas hubo que atravesar para llegar a aquella de la que provienen los hallazgos”.
SIEMPRE EXCAVAR
Aún tomábamos notas, en silencio, cuando el querido Toto compartió que así lo expresó Walter Benjamin en “Desenterrar y recordar”, un brevísimo texto manuscrito que, al parecer, produjo cerca de 1932. Contundente y brillante. ¿Es posible hacer periodismo, contar historias, sin excavar? Sin arriesgar una respuesta a lo que me pregunto y también pregunto, sí me animo a sostener como Schmucler que “sin memoria y sin lenguaje, la voluntad humana expresada en la política (como el debate de la polis, de lo público) pierde significación”.
A once kilómetros de altura, a bordo de una aeronave, de regreso al sur del sur, en vuelo sereno mis pensamientos repasaban la intensidad de los días de aprendizaje transcurridos. “La memoria también puede ser de corto plazo”, me explicó alguna vez María Cristina Álvarez, especialista de trascendencia regional en este tipo de cuestiones. El aeropuerto internacional de Miami quedó atrás. “La barbarie prospera cuando se borra el recuerdo de la barbarie”, afirmó en noviembre de 2016 el colega periodista Denis Lafay de La Tribune, frente al maestro Edgard Morin, quien pausadamente respondió con una frase de Víctor Hugo: “En los oprimidos de ayer está el opresor de mañana”.
Agregó en tono de advertencia que “la memoria es, de hecho, siempre una calle de un solo sentido. No es de ninguna manera un baluarte contra la reproducción del mal” y sentenció, entiendo que como remedio posible, que “el único antídoto verdadero para la tentación bárbara, ya sea individual o colectiva, se llama humanismo”, que “reconoce a todos los demás como un ser humano”.
Desde ese lugar, la mirada crítica de la persona periodista encuentra una forma de abordaje que, sin ser nueva, no aparece como una práctica extendida. En ese contexto, al contar una historia, es necesario hacer foco y asumir que “la actualidad es el pasado” y encuadrar la narrativa –si y solo si– con perspectiva de derechos humanos en procura de terminar con el “silencio complaciente” para activar los dispositivos que pongan fin al “silencio resistente” sin revictimizar.
Para ello, será necesario comprender y comprehender que “el silencio no es, estrictamente hablando, supresión de la memoria”. No. “Es testimonio y memoria diferida, que se reactiva con la transformación de los contextos” porque “el silencio estratégico es incluso una forma de archivo, activado hoy con eventos de duelo y puesta en marcha de nuevo en el que se recoge procesos organizativos (…) es ‘resistir para testimoniar’, para después poder contar”.
Como Paulo César López lo hace en mi querido Paraguay con su obra “Historias que cuenta la gente”, otro texto destacable de periodismo de investigación con el que aporta “relatos para ‘no letrados’ (que) recogen las historias, mitos y creencias de la gente común” con el que intenta “responder a una cierta demanda de un público ávido de participar en la construcción de un relato sobre la ciudad y sus lugares”.
Así lo relata en ese dramático capítulo al que titula “El secuestro” en el que hace memoria y cuenta que “el 30 de enero de 2002, Juan Arrom y Anuncio Martí fueron hallados en una casa del barrio 29 de Setiembre de Villa Elisa con señales de maltratos físicos (…) luego de que hayan sido acusados del secuestro de María Edith Bordón de Debernardi, raptada mientras realizaba su caminata de rutina en el parque Ñu Guasu”. Memoria.
“Arrom y Martí (falsamente acusados, victimizados con torturas y privación de la libertad, luego de refugiarse en Brasil y más tarde detenidos en Uruguay) se trasladaron a Finlandia, donde a instancias del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) lograron el estatus de refugiados en octubre de 2019″. Memoria.
CAMPO DE INTERACCIONES
Es preciso asumir “la memoria como un campo de interacciones” –propone la obra de Ginna Morelo– porque “uno habla no solo cuando quiere, sino cuando hay también una sociedad, un alguien, que quiera escuchar (…) porque la memoria no es solo asunto de un pasado muerto, sino también implícitas o explícitas preguntas por el futuro del pasado”. Para que quede claro: callo hoy para decir mañana, pero... ¿qué haremos cuando el pasado sea no solo actualidad, sino también parte de ella y cotidianidad? Porque en no pocos casos, los que Ginna categoriza como los “herederos de silencio” se instalan en posiciones de poder.
Alcibiades González del Valle, periodista, escritor y dramaturgo, perseguido durante la dictadura de Alfredo Stroessner, revela en “Periodismo y cultura bajo represión stronista” –escrito por el querido amigo-hermano y colega periodista Pepe Costa junto con Rosa Palau y Élida Acosta Dávalos– que en su obra “San Fernando”, en la que teatraliza detalladamente las torturas y fusilamientos de prisioneros cuando la guerra de la Triple Alianza en aquella localidad, sostiene que “el gobierno (de entonces) se vio retratado en el teatro” porque en ella “había escenas idénticas (…) a las vividas en la dictadura”. Memoria. Y periodismo narrado con formato teatral.
DEGRADACIÓN
Pero no todo relato del pasado es memoria. En algunos casos –y los hay– es continuidad de aquello que nunca debió ser. En 1994, el profe Toto Schmucler analizó críticamente “La lista de Schindler”, película de Steven Spielberg. “Hay actos del recordar que solo estimulan el olvido”, sostiene porque “el mal absoluto es inenarrable”. Sobre la obra puntualiza que “escandaliza al estetizar el horror (y detalla que hacerlo con el horror) de Auschwitz es trasgredir los límites de ese último pudor sin el cual dejaríamos de ser hombres. Al narrar lo incomprensible, al mostrar lo inalcanzable”.
En ese contexto opina que aquella producción cinematográfica “degrada la memoria convirtiendo el infierno en un lugar propicio para que los héroes de Hollywood muestren sus habilidades que se deslizan entre la picardía y la frivolidad (y, por ello categoriza como) un escándalo ofrecer a la memoria la posibilidad de imaginar que con buenos ‘negociadores’ y con mucho dinero se hubiera ahorrado la vida de los judíos muertos en los campos de concentración”. Porque, desde su mirada, “Auschwitz no fue el producto de algunos malvados fácilmente corruptibles” dado que “el mal estaba antes, antes de los SS en los campos de la muerte”.
La banalidad del mal –aquella categorización implacable de Hanna Arendt en su doble condición de académica brillante y periodista imposible de obviar– vuelve una otra vez. Se verifica. Incluso como advertencia. Periodismo y memoria con perspectiva de derechos humanos. Otro periodismo, necesario y actual, es posible.