Jimmi Peralta - Fotos: gentileza

Al cumplirse dos años de su partida, 10 ensayos fotográficos del fotoperiodista, músico y poeta César “Chiqui” Velázquez serán presentados en el marco del libro “Miniaturas de realidad” el próximo 13 de mayo en Casiopea Libros.

Amadeo Velázquez, su hijo, quien también se dedica a la fotografía, es quien impulsa la edición del libro y se encargó de la digitalización de las diapositivas tomadas en las décadas de los 80 y 90 por Chiqui durante coberturas fotoperiodísticas en Paraguay.

El homenaje a su padre también representa un rescate de postales históricas del país y, sobre todo, con aquella mirada de César sobre lo humano, con un criterio estético y de registro, poniendo en valor la realidad social, la cultura y las tradiciones en el hacer diario.

Amadeo, quien se dedica al fotoperiodismo y la fotografía documental, tuvo como primer maestro a su padre, quien trabajó en los medios gráficos más importantes del país. De niño conoció de los espacios propios del oficio: la redacción, el laboratorio y la cobertura.

Hoy, con “Miniaturas de realidad” se realiza un homenaje a la labor de un histórico del fotoperiodismo del Paraguay, publicación que cuenta con el apoyo de Fondec. Nación Media habló con Amadeo sobre el proyecto, las fotos que presenta y el legado de su padre presente en él.

–¿Cómo empezaste con la fotografía?

–Me inicié en la fotografía a los 14 años. Trabajaba para una revista deportiva y le ayudaba a mi papá en coberturas de eventos sociales. Lógicamente, mi papá fue mi primer maestro. Luego tuve la suerte de ingresar al laboratorio del diario Hoy, donde me sumergí de lleno entre los químicos y el revelado, en el cuarto oscuro comandado por don Medina. Tenía 16 años.

–¿Qué del trabajo de tu papá te maravillaba de pequeño y qué valoraste cuando fuiste un profesional en esto?

–Me maravillaba la magia de la fotografía y el hecho de que mi padre lo utilizara también como una herramienta de expresión artística. Por otro lado, algo que el oficio de fotoperiodista nos da siempre es el hecho de poder acceder a lugares, situaciones o acontecimientos inimaginables. Si me remonto a esa época, por ejemplo, a modo anecdótico recuerdo que lo más divertido para mí de niño era acompañar trepado arriba de la carrocería de una camioneta a una flota de reporteros gráficos, equipados hasta los dientes, rumbo al Defensores del Chaco para cubrir algún partido importante de la Copa Libertadores de América o de la selección nacional. Era lo máximo, vivir el partido dentro de la cancha, atrás del arco. Con la cámara al cuello y con toda la presión de las barras bravas encima, esquivando petardos, naranjas y todo tipo de cosas que la gente iba tirando desde arriba. El fotógrafo tiene que estar en el lugar, lo más cerca posible. Eso te acerca a los lugares y a la gente. Entre otras cosas, a mí me tocó recorrer desde pueblos indígenas, sobrevolar con helicópteros incendios forestales en la península de Yucatán, cubrir un lanzamiento del Dakar en Buenos Aires o documentar el fenómeno migratorio en la frontera entre EEUU y México.

–¿Cuál fue tu trabajo a la hora de curar o seleccionar las fotos para este libro?

–Es un compendio de diapositivas que él ya lo tenía. Fue parte de una exposición suya en la recordada galería fotográfica Fotosíntesis, de Fernando Allen, allá por inicio de los 90. Ensayos que él iba armando durante sus coberturas fotoperiodísticas. Su mirada de autor. Lo que yo hice fue digitalizar los originales y posteriormente editar el fotolibro, que denominamos “Miniaturas de realidad”.

IMPORTANCIA DEL ARCHIVO

–¿Cuál es la historia del acervo o archivo al que echaste mano?

–De todo el acervo que mi padre produjo, estos ensayos son los únicos que están en mi poder. La mayor parte de su archivo está en los medios. En una oportunidad hablamos sobre la importancia del archivo, le critiqué que él no era muy ordenado con eso y que era importante salvar algunas cosas. Entonces me entregó una cajita de té con algunas diapositivas que componían varios ensayos y me dijo: “Vos vas a saber qué hacer con esto”.

–¿Qué criterios tuviste a la hora de elaborar esta edición?

–Son ensayos que se disfrutan, abarcan temas culturales y sociales, pero con un toque de humor poético. Como el ensayo de “La hora de la siesta”, donde se puede ver el ingenio de la gente para darse una siesta en cualquier lugar antes de continuar la jornada. También hay que considerar el aspecto histórico. Por ejemplo, una de las series es sobre las pintorescas graderías populares del Defensores del Chaco, algo que ya no existe. O de las lavanderas en los arroyos, un escenario cotidiano que casi ya no se ve.

CONFIANZA

–Cuando pensás en Chiqui Velázquez como fotógrafo, ¿cómo lo describirías?

–Lo describiría como una persona que –a pesar de tener una cámara fotográfica, un artefacto que, si bien hoy día es más que cotidiano, en otros tiempos podía intimidar– era capaz de ganarse rápidamente la confianza de la gente, y eso es valioso al momento de retratar a las personas y los temas. Ante todo, es importante tener un trato respetuoso y humanizado.

–¿Publicar su trabajo es un desafío que sentís que él tenía pendiente?

–Nunca le escuché decir que tenía cosas pendientes, tampoco con relación a su trabajo. Era una persona que vivió a pleno, hacía valer cada segundo de su vida. Pero creo que estaría feliz de que sus ensayos vuelvan a un estado público. Esa era su esencia, el contacto con la gente. Un material que lo considero valioso para la historiografía visual del Paraguay.

–¿Publicó fotolibros él anteriormente?, ¿podrías contarnos sobre su trayectoria profesional?

–No llegó a publicar un fotolibro. Aunque sí tuvo espacio en los medios para poder expresarse libremente como artista y su producción es amplia. Un interesante desafío sería escarbar en los archivos de los periódicos para rescatar sus fotografías. Principalmente trabajó en el diario Hoy y Popular, pero también pasó por otros medios. También fue miembro activo de la Asociación de Reporteros Gráficos del Paraguay.

IDIOSINCRASIA

–¿Podrías hablarnos con mayor extensión de dos ensayos o series/capítulos del libro, temática, técnica y artísticamente?

–Como ya mencioné antes, el primer ensayo del libro es sobre “La hora de la siesta”. En Paraguay nos inculcaron que la hora de la siesta es sagrada. En nuestro país las actividades empiezan muy temprano y a medida que avanza la mañana el calor se vuelve imposible. No te deja hacer nada, era casi obligatorio hacer un paréntesis en la jornada para poder continuar después. Es gracioso ver cómo la gente se arrinconaba o buscaba un lugar donde poder hacer ese descanso. Otro de los ensayos que me gustan es sobre la cartelería callejera, letreros donde se pueden ver simpatiquísimos mensajes con errores ortográficos y estéticos. Sus fotografías reflejan bastante la idiosincrasia popular.

–¿Podrías hablarnos de dos fotos elegidas con el criterio que vos quieras?

–Una de las fotos que significan mucho para mí es la de mi abuelo rasurándole la barba a mi bisabuelo, en la serie de Eusebio Ayala, Barrero. Ese ensayo, y en particular esa foto, me ayuda a entender mi identidad, mi origen. Seguramente más de una persona se acordará que siempre había un tío o pariente que llegaba con su navaja y tijera para peluquear a la sobrinada. Otra de las fotografías en las cuales me detengo es la del niño mirando inmóvil cómo toda su calle y el barrio están bajo agua, en la serie sobre los “Bañados de Asunción”, imposibilitado de salir a jugar o correr. Una imagen que se puede ver hasta la actualidad.

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