Óscar Lovera Vera, periodista

Más que claridad en la investigación, el crimen de Leonardo se convirtió en un espectáculo mediático en el que los noticieros definían dónde se debía dirigir la pesquisa. Los investigadores estaban perdidos por la presión política hasta que sobrevino un golpe de suerte.

La presión que ejercían los medios dibujaba un cerrojo culposo sobre Chilavert. No uno propio, porque él continuaba con su versión de que estuvo ese día en casa de sus padres. Se trataba de un cerco culposo que la sociedad volcaba hacia el parlamentario y los comentarios eran fuertes, ya que habría utilizado a su chofer como carne de cañón para hacerlo pasar como asesino y él salvarse.

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Quizás para los rumores esto era claro. Ahí donde solo bastaba un pequeño elemento para concretar una idea. Sin embargo, para la policía no resultaría suficiente. Aún estaban en búsqueda de ese elemento que diferenciaba a ambos en la escena del crimen y que finalmente descarte a uno. Tenían solo el hecho del disparo certero, aquel que apuntó y disparó era una persona fría y con experiencia. Pero podrían ser características muy comunes en ambos, no era aún el tamizador que imperiosamente necesitaban.

Mientras la policía peleaba contra su propia sombra, aquella de la poca suerte en una pesquisa, Chilavert enfrentaba a los medios una y otra vez en las cámaras. Intentaba mantener firme su teoría, aquella que si la imaginó tuvo que haberla diseñado en poco tiempo y en algún momento debía presentar fallas.

ARTILLERÍA DE PRENSA

-¿Usted tuvo contacto con su chofer en estos días? – preguntó una periodista buscando nuevamente una respuesta en la mirada del diputado. Solo que este nuevamente los traía protegido por esos inmensos cristales oscuros que blindaban algo más que su verdad.

-No, no, no absolutamente. No pude encontrarle en su celular, no pude encontrarle en su familia. Le mandé a gente de mi confianza, choferes, y no se encuentra por ningún lado –respondió el parlamentario con esa voz que lo identificaba. Ese timbre tranquilo, parsimonioso, pero con dudas sobre su autenticidad. ¿Lo habrá ensayado para mantener la calma o era por la tensión que sentía debido a la presión de los periodistas?

¿Usted no conversó con ningún diputado en el transcurso de esta semana luego de haber ocurrido este hecho? – increpó otra hábil periodista, seguramente buscando que Chilavert delate a otras personas o comenta algún error en lo que sospechaban era un guion armando para su coartada.

-Absolutamente nada. Me extraña que Luis Villamayor diga que yo hablé con él – contestó Chilavert sin dudar.

-Lo dijo en radio, diputado – insistió la misma periodista.

-Seguramente dijo en un momento de deslizo, no sé.

-Lo repitió hoy diputado… – retrucó la comunicadora.

-Está bien nio, es cosa de él. Hay que preguntarle a él por qué.

-¿Usted lo niega? –preguntó otra reportera.

-Cosa de Luis Villamayor…

-¿Luis Villamayor no es su amigo? –fulminó con su consulta otra periodista. El rostro de desagrado del hombre ya era notable.

-Se supone que todos somos amigos acá en la cámara –respondió Chilavert al mismo tiempo de dirigir toda su humanidad a sus espaldas para dirigirse a la mujer de prensa que lanzó la incómoda pregunta ante una sonrisa nerviosa que desprendía Chilavert a medida que torpemente engullía el castellano.

-Siempre hay personas que son más amigas que otras… –desprendió un comentario aún más incomodo una doblemente hábil periodista. Vieron la oportunidad de sacar algo más de aquellos dichos del también parlamentario Villamayor y quizás una ventana de indiscreción en Chilavert.

-Se supone, ¿verdad? Pero en estos momentos ustedes son testigos que los amigos que están ahí me dan la espalda.

-¿Por qué si usted va a demostrar su inocencia ante la justicia? –dijo otra periodista. Los comunicadores encontraron la forma de sacarlo de su juego y vieron que este era el momento para intentar sacarle algo más.

-Es que nuestra justicia… Si yo por ejemplo estaba en los Estados Unidos, yo tranquilamente me presentaba, pero nuestra justicia paraguaya y más todavía la justicia de Alto Paraná –arremetió Chilavert en un confuso comentario.

Aquella frase con la que intentó comparar la falta de garantías en la justicia de Paraguay porque enfrentaba los últimos minutos con su inmunidad parlamentaria, ya que sus colegas buscaban desaforarlo. Sabía que tras ello no sería sencillo sostener su coartada, no al menos con esa presión social.

MÁS PREGUNTAS, MÁS PRESIÓN

Aquella ronda no terminaría ahí. Las preguntas se cruzaban en un tormento para Chilavert, que en ciertos momentos aprovechaba para respirar con algo de alivio en medio de una aguerrida lucha de egos de los comunicadores por quién lanzaba la siguiente pregunta. Aunque las más provocadoras aún faltaban, las que en futuro podrían sentenciarlo, y eso llegó.

¿Quién asesinó a su sobrino? –la pregunta explosiva detonó. Una vez más aquella que tanto frustraba a Chilavert la hicieron, no sería la primera. Esa semana fue recurrente.

-Y supongo que fue mi chofer…

-¿Por qué supone eso?

-Yo no puedo asegurar, pero el que viajó con mi camioneta fue el señor Esteban Samaniego para llevar dinero, mercadería para mi personal que está en Alto Paraná.

-¿Con el arma de quién se hizo el disparo?

-Seguramente con su arma.

-¿Y qué razón tendría él?

-No lo sé.

-¿Cuándo vino a buscar su vale de combustible?

-Cuando yo vine a buscar mi vale de combustible aquí de la Cámara le entregué la camioneta al señor Samaniego y yo agarré mi cochecito que está ahí en frente y con ese salí otra vez.

-¿Y con ese cochecito usted fue a la zona de San Pedro?

-Sí…

-¿Y aún enfermo del corazón fue de cacería al monte al Aguaray Guasu?

-Bueno, enfermo sería un decir. Cualquiera puede sufrir de hipertensión arterial y compañía, pero eso no impide que uno vaya a relajarse en el monte para una pescada.

-¿Es violento usted, diputado?

-¿Violento? Violento, no sé…

-¿Qué le responde a los testigos?

-Ellos sabrán por qué y que se atengan luego a las resultas si están mintiendo.

-¿Quiénes son sus testigos, diputado?

-Están muchas personas. Está el intendente municipal de San Pedro, están los del hotel donde estuve, el Hotel Tapiracuai, está el señor Castro que me alquiló la lancha, está el señor Martínez, el señor Cubas…

-¿Qué motivos habría tenido su chofer para matar a su sobrino, diputado?

-Y la verdad no sé, señora. Ahí en casa pues hay un problema. Yo estoy separado de mi señora y yo tengo entendido que seguramente recibió una recomendación de su patrona que nadie entre a la casa, algo por estilo, y tuvieron una discusión…

Chilavert puso fin a la ronda de prensa y se abrió paso en medio de los relatos de los comentarios que hizo. Caminó dejando más dudas que la certeza sobre la convicción que tenía en quién mató a su sobrino y la lucha interna que tenía con su colega Luis Villamayor, el mismo que habría relatado lo que sucedió en una confesión hecha, supuestamente, por el propio Chilavert.

GOLPE DE SUERTE

Pese a todo esto, la investigación era aún lenta. Toda la virulencia del caso era mediática y el trabajo técnico, lo que verdaderamente serviría para exponer al verdadero asesino, estaba opacado.

Lo que aún no se esperaban era un golpe de suerte. Dionisio Chilavert al terminar aquella improvisada conferencia con los reporteros fue hasta su curul y apenas se inició la sesión del Parlamento, días después del asesinato, pidió la palabra al presidente de la Cámara Baja.

-Permiso, señor presidente, que dictamine si corresponde o no corresponde el desafuero para ponerme a disposición de la Justicia. En algo me sentiría feliz que se me dé para defenderme y no a bastión directo por las presiones que se dan que se le deje de lado a un colega que mucho ha hecho por la democracia paraguaya.

Al poco claro mensaje de Chilavert, quizás por su enorme dificultad en el manejo del castellano, le precedía un discurso de reclamo a sus colegas, a quienes reprendió por no haberlo respaldado cuando él sí lo hizo y gracias a ello estaban presentes en esa sesión. A su extensa oratoria le sumó que no se lo perdone si cometió un error, sino que obren con conciencia y humanitariamente. Le agregó su inocencia que, de no ser así, bien podría haberse escudado en sus fueros y viajar a Bolivia, Argentina u otro lugar para huir de la responsabilidad, pero no lo hizo.

Finalmente aquella comisión fue conformada y el desafuero de Chilavert fue una decisión que no tardó mucho. De manual en la política paraguaya, nadie quiso cargar con el costo político en ese momento de impulsar ese proceso y esperaron que él lo haga, y así fue.

La decisión ahora quedaba en manos de la Justicia. En 24 horas debía resolver si ordenaban la prisión del parlamentario y de acuerdo al cargo de sospecha debían encerrarlo preventivamente hasta saber quién de los dos era el sustituto.

Continuará…


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