Ricardo Rivas, periodista, Twitter: @RtrivasRivas

Medir el tiempo, desde los inicios de la humanidad, ha sido una preocupación humana. Por qué se estigmatiza al segundo mes del año y, en especial, cada cuatro años.

Desde niño, siempre llamó mi atención la brevedad de febrero. No comprendía ese encogimiento. “Treinta días trae noviembre, con abril, junio y setiembre. Los demás de 31 y, de 28, solo hay uno”, repetían hasta el cansancio las abuelas a las nietas y nietos de otras épocas para que memorizaran ese breve mes que cada cuatro años se agranda un poquito para que ese año sea bisiesto. Raro nombre, por cierto, para añadir un solo día que transforma ese período anual en algo especial y, al resto, en años comunes.

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SUCESOS DE FEBRERO

Medir el tiempo, desde los inicios de la humanidad, ha sido una preocupación humana. “Esa inquietud forma parte de las incertidumbres basales de cada mañana”, me explicó alguna vez Gabriela Ramos Mejía, doctora en psicología de valiosa trayectoria académica. Atento a todo lo que tiene que ver con febrero y los años bisiestos y, aun así, saber que en el pasado –y en algunas sociedades hasta nuestros días– se suele aludir al “año bisiesto (como) año siniestro”, no lo entiendo. Fui por más a partir de la incomprensión de por qué se estigmatiza el segundo mes del año y, en especial, cada cuatro años. Aunque desordenadamente, verifiqué algunos sucesos llamativos que, por cierto, pueden ser soportes de absurdas supersticiones. Veamos.

En tiempos recientes, Vladimir Putin, presidente de Rusia, el 24 de febrero del 2022 ordenó a sus tropas invadir Ucrania. En esa fecha, se inició un conflicto bélico que aún está activo. Un 4 de febrero, en 1996, aquí, en Paraguay, en la localidad de Mariano Roque Alonso, se estrelló un avión carguero de la compañía colombiana Líneas Aéreas del Caribe que momentos antes despegó desde el aeropuerto Silvio Pettirossi. Se desplomó sobre un área habitada. Fallecieron en el acto los cuatro tripulantes y dieciocho personas, entre ellos algunos niños y niñas que allí residían. Años después, en el 2013, en la noche del sábado 2 de febrero, en la estancia La Mocha, del departamento de Presidente Hayes, cayó a tierra un helicóptero Robin en el que se trasladaban Lino Oviedo, uno de sus custodios –Denis Galeano– y el piloto Ramón Picco. Todos fallecieron. El 9 de febrero de 1900, en la Isla Martinica, tropas de Francia avanzan contra manifestantes que se oponen al gobierno colonial, que pone fin a esa demanda a balazos. Fuerzas gubernamentales asesinan a una decena de personas y hieren a medio centenar. En el mismo día, pero 66 años después, en República Dominicana, el gobierno ordena ametrallar una manifestación de universitarios. Una docena de estudiantes son asesinados.

El 4 de febrero de 1996, un avión de la compañía colombiana Líneas Aéreas del Caribe cayó en Mariano Roque Alonso a poco de despegar del aeropuerto Silvio Pettirossi.. Los 4 tripulantes del avión fallecieron en el acto, más otros 18 lugareños, en su mayoría niños.

HISTORIAS PARA RECORDAR

Febrero en la historia y las historias de febrero. La afición por la lectura me permitió saber no muchos años después que entre el V y el II milenio antes de nuestra era (ANE), en la Baja Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Éufrates, en el sur de lo que en la actualidad reconocemos como Iraq, habitaron los sumerios. Aquella civilización que alcanzó su punto de mayor desarrollo entre los años 2210 y 2004 ANE, cuando el poder era ejercido por la tercera dinastía de Ur, entre otros grandes inventos descubrieron la rueda, desarrollaron una especie de arado para sembrar, inventaron el torno alfarero, la vela, la escritura cuneiforme. Con notables habilidades para el diseño trazaron ciudades, crearon sistemas de riego. En sus pueblos eran expresiones comunes la poesía, la escritura, la música. Cientos de proverbios que se repiten hasta nuestros días fueron parte de las expresiones populares de los sumerios. “Destruir algo está en el poder de Dios. No hay escapatoria”, leí alguna tarde lejana en una biblioteca de barrio donde encontré casi al borde de la destrucción una edición viejísima del “Libro de los Proverbios”, pero no me explayaré sobre aquello. “No hables de lo que has encontrado. Habla de lo que has perdido”, recomienda en una de sus páginas aquel texto. Recuerdo que antes de dejar aquel lugar para regresar a casa leí dos frases más que, desde entonces, nunca me abandonaron. Con la primera de ellas aprendí que “es difícil escapar de la pobreza (y que) la riqueza es constantemente fugaz”. Enorme enseñanza para alguien que en aquellos años adolescentes me preparaba para caminar la vida que la asumía como un desafío. La otra, que finalmente hice mía con el tiempo, opera como una aseveración que, en cada uno de mis viajes, encuentro, verifico y padezco en donde quiera que vaya: “La lamentación de un esclavo no tiene fin”.

San Patricio de Irlanda dicen que autorizó que las mujeres propusieran matrimonio a los hombres solo los 29 de febrero.

MEDIR EL TIEMPO

¿Pero qué tiene que ver esto con el breve mes de febrero? Mucho y casi nada, por cierto. Pero en eso están mis pensamientos en esta noche de viernes silenciosa, con un cielo muy oscuro, apacible y a poco de que el sábado deje a este día en el pasado reciente. Inevitable. Relajado en la vieja mecedora recuerdo que la civilización sumeria fue pionera en los estudios para medir el tiempo. Para ello, metodológicamente los sabios se apoyaron en un sistema sexagesimal. ¡El 60 era el número! Y, a partir de él, dividieron el tiempo astronómico en sesenta partes. ¡Fantástico! Horas de 60 minutos para días de 24 horas. La reflexión científica sexagesimal sumeria –que yuxtaponía con enorme precisión en la docena de horas astronómicas de las estrellas que descubrieron los astrónomos chinos, entre otros lugares en el observatorio de Monte Púrpura en los alrededores de Nanjing que conocí en el 2018– geográficamente se extendió en toda dirección. En Cartago, Egipto, India, China, Persia, Roma, entre otros lugares, la medición del tiempo con esa lógica científica comenzó a ser común. Con el tiempo, el emperador Gaius Iulius Caesar (Cayo Julio César – 100 a 44 ANE), apasionado por la astronomía, en procura de sistematizar la mensura del tiempo y ordenar administrativamente el imperio impuso el calendario juliano, poco más de dos milenios atrás. Desde esa iniciativa, como astrónomo, procuró luego sistematizar un hecho natural que restaba precisión a su calendario. Dado que la Tierra tarda 365 días, 5 horas y 56 minutos para completar su órbita alrededor del Sol, con cálculos sencillos entendió que, cada tres años, el cuarto –el siguiente– debía tener 366 días. Uno más, que añadió a febrero –februarius mensis o mes de las purificaciones, según algunas traducciones, clara deriva de februus (purificador)–, palabra de precisa significación religiosa. Sin embargo, la procurada precisión –que se extiende hasta nuestros días– se demoró hasta 1582 cuando el papa Gregorio X impuso el que se conoce como calendario gregoriano que –en coincidencia con Julio César– asume e incorpora los años bisiestos que el emperador romano así denominara. Desde entonces, calendas era como se llamaba al primero de los días de cada mes. La historia explica que, a partir del momento en que el 29 de febrero se incorporó a todos los almanaques del planeta – con algunas excepciones en Oriente que no lo aceptaron– fue llamado –en latín– “bis sextus dies ante calendas martii” que, según algunos traductores del latín, significa “dos veces el sexto día antes del calor de marzo”. Es necesario recordar que, para nuestro hábitat, puede resultar incompresible la traducción porque, justamente, en marzo, aquí en el sur, comienzan los climas frescos, contrariamente a lo que sucede en el hemisferio norte.

MITOS Y RITUALES

¡Clarísimo! Cada cuatro años hay –en febrero– un “bissextus dies”. ¿Pero por qué asociarlo con lo siniestro? Toda búsqueda aporta solo supuestos. En la Roma imperial, febrero era también el mes en el que se celebraban las fiestas parentales con las que se recordaba y honraba a los “parentes” (familiares) muertos. Se iniciaban en la tumba de la virgen Vestal Tarpeya cada 13 de februarius y se extendía hasta la medianoche del 22 con los ritos de Feralia. ¡No es justo, febrero! Porque también durante tu cortedad es posible transitar fiestas tan relevantes como divertidas. El carnaval es una de ellas. El Día de San Valentín o de los enamorados, 14 de febrero, es otra. O el llamado Día de la Marmota, cada 2 de febrero, con el que las familias que habitan la ruralidad en Canadá y en los Estados Unidos predicen el fin del invierno cuando ese tipo de roedores esciuromorfos de la familia Sciuridae salen de sus madrigueras para poner fin a la hibernación. En ese preciso instante, el campesinado le da la bienvenida a la calidez tan esperada que se extenderá por varias semanas. Dada su extensión, hay quienes también lo señalan como “el mes menos cortés” porque destacan que, “aunque no siempre, es posible que ese mes no tenga siquiera una luna llena como –siempre– lo tienen los once restantes”. Tan curioso como doloroso, sin dudas. Casi no hay región, país, reino, imperio en el que febrero no haya generado situaciones particulares. Hasta San Patricio tuvo que intervenir en el Reino Unido de la Gran Bretaña cuando advirtió un creciente malestar entre las mujeres porque sus prometidos –de guerra en guerra– se hacían esperar demasiado para concretar las promesas matrimoniales. Tanto que, en algunos casos, aquellos nunca regresaban porque quedaban para siempre en los campos de batalla.

Ante ello, dicen, Patricio – ese santo que desde muchas décadas cada 17 de marzo su memoria se asocia con la cerveza– permitió a las féminas que, cada 29 de febrero, solo ese día, pudieran ser ellas las que propongan matrimonio a sus amadísimos guerreros que preferían hacer la guerra antes que el amor. ¿Será verdad? Tal vez sean leyendas. Escuché esa historia en Francia durante un viaje, pero la deseché porque quienes la relataban aseguraban que aquella dispensa el santo la concedió en el transcurso del siglo X y, por si algún detalle faltara para desconfiar, sostenían que el permiso lo otorgó a partir de una preocupación que, por aquellas situaciones, expuso ante él Santa Brígida, en esa condición eclesial desde 1391. ¿Una mentira, una “fake”, como llaman hoy a la desinformación en tiempos de posverdad? Tal vez. Patricio nació en Irlanda en el 385 y Brígida, en Suecia, en el 1303. Algo no cierra.

El domingo 3 de febrero del 2013 se estrelló en la estancia La Mocha, departamento de Presidente Hayes, el helicóptero en el que se trasladaba Lino Oviedo, quien murió al igual que el piloto y un custodio.

AÑOS DE “MALA PRENSA”

Santiago Julio “El Chago” Novoa, un viejo amigo con el que continuamos construyendo amistad desde poco más de seis décadas, amante profundo de las matemáticas, alguna noche cervecera me dijo que, según sus cálculos, “una en 1.641 es posible nacer en un año bisiesto”. Según me explicó, mientras escribía didácticamente cálculos y ecuaciones sobre una servilleta en una de las mesas de mármol del tradicional café La Giralda, en el 1453 de la avenida Corrientes, alcanzó ese resultado luego de sumar el “bissextus dies” a los 1.460 días que hay en cuatro años. Luego, no quise escuchar más. La ciencia matemática no es lo mío. De todas formas, es palabra de Santiago Julio. Jamás me permitiría descreer. Seguramente, hay mucho más sobre febrero que, por ser el más breve entre 12 meses, es innegable que tiene mucha historia como también los años bisiestos que, además, tienen “mala prensa”. Pero ahora que casi amanece y los primeros rayos de sol me hacen saber que pasé una larga noche con mis pensamientos centrados sobre el pequeño febrero que –a pesar de su brevedad– hace que un año cada cuatro sea el más largo entre todos los años, debo admitir, aunque con dudas profundas, que algo inexplicable pasa durante “februarius mensis”, el mes de las purificaciones y de los muertos, que en este 2023 recién comienza.

Papa Gregorio X, promotor del “calendario gregoriano”, incorporó definitivamente el “bis sextus dies ante calendas martii” hasta nuestros días.


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