Jimmi Peralta - Fotos: gentileza

El historiador Julio Sotelo comparte detalles de su investigación que reseña el devenir de esta celebración, que nació en 1906 y que pasó por varias transformaciones hasta llegar a su formato actual. A su vez, estos cambios resultan indisociables de los que afectaron a la sociedad en su conjunto y a la manera de concebir este momento de transgresión previo a las fechas santas.

El carnaval es una festividad milenaria que tiene sus versiones locales en distintas latitudes, asumiendo características del lugar y transformándose junto a la sociedad con el paso del tiempo.

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Encarnación es en Paraguay la capital del carnaval y es la dueña de una festividad que originalmente convocó a los habitantes de un pueblo pequeño, que a comienzos del siglo XX gozaba de una bonanza económica y en el contexto de una ola de inmigración europea.

Sin duda en las últimas décadas ese encuentro que se hacía de preámbulo de la cuaresma se fue transformando, y los eventos de familiares y vecinos pasaron a ser de clubes y de marcas, asumiendo una identidad más cercana a la necesidad del mercado para turistas.

Julio Sotelo es un historiador y periodista que vivió esta última transformación del carnaval. Su labor en este menester fue más allá de la contemplación romántica del pasado y realizó una investigación que lo llevó a poner en valor esta celebración en su versión itapuense y a realizar un aporte documental sobre el tema de cuándo se inició este ritual.

Carroza del Club Sacachispas (1950).

EL ORIGEN

“Durante casi 80 años se dijo que el carnaval de Encarnación tuvo su origen en 1916, coincidentemente con la llegada del ferrocarril. Pero eso no encaja, primero porque el tren llegó a Encarnación en 1911 en el marco del primer centenario de la Independencia nacional. Con el tren llegan los inmigrantes ingleses, que son un poco más fríos. Entonces, yo fui investigando sobre el tema, estuve hurgando en las hemerotecas, fui a la Biblioteca Nacional y encontré algunas publicaciones que me llevaban a unos años antes. Después encontré otra publicación y veo que hace referencia a que el carnaval comienza en 1906, no con los ingleses que llegaron con el tren, sino con los italianos, años antes”, explica Sotelo, autor del libro “Historia del carnaval de Encarnación”.

“Desde tempranas horas de la noche numerosos disfrazados de ambos sexos, luciendo algunos originales trajes, afluían en la suntuosa residencia de don Domingo Bado de Villa Encarnación, deseosos de poner paréntesis a la monotonía de la vida”, refiere el fragmento de una publicación de El Diario, de febrero de 1906, que Sotelo incluye en su libro.

“El Centro Social se funda el 4 de marzo de 1905. Y en 1906, para celebrar el primer año, se habrán propuesto hacer una especie de copia de lo que se hacía en Guairá, tipo estudiantina o el corso de las flores. Entonces el carnaval se hace con el corso floral”, explica el historiador, haciendo referencia a que algunos de los fundadores provenían de Villarrica y que tenían origen italiano.

Comparsa del barrio San Blas en la década del 50.

ITINERANTE E IRREGULAR

Según comenta Sotelo, el carnaval no tuvo una regularidad periódica en su historia, ya que los procesos políticos tensos que derivaron en guerras civiles, la catástrofe natural en 1926 y la contienda del Chaco forzaron la suspensión de varias ediciones.

Solo hace pocos años el carnaval tiene un lugar propio en el marco del centro turístico actual de la ciudad, las plazas del Paraná; anteriormente fluctuaba su sede entre la Villa Alta y la Villa Baja, según refiere el escritor. Una descripción geográfica que al parecer también connota una tensión en las identidades territoriales en la capital de Itapúa de otros tiempos.

Después de la Guerra del Chaco, la condición local e internacional daba pie a ciertas características de los corsos, que originalmente tenía a las flores y el color como características. “Algo llamativo es que ahí no participaban las mujeres. Era una especie de desfile, se vestían todo de blanco tipo militar, con sombrero. La música era con arpa, con acordeón y cosas así. Era un tipo de marcha, por decirlo así”, comenta.

“Historia del carnaval de Encarnación” hace un abordaje cronológico tanto de la festividad, así como de la ciudad, tanto en lo social como en su desarrollo, que en sí también explican y dan contexto a las transformaciones que se darían en la celebración.

En ese plano, Sotelo señala que en la década del 40 el carnaval vuelve después de un parate, pero ya con tradición y renombre que implicaba la aspiración de participar de las distintas clases sociales. Por un lado, estaba el carnaval del vecindario, en los barrios, al que se resistía la participación de las familias acomodadas de la época, que no querían vincularse con los espacios más populares.

En la siguiente década ya tuvieron su participación destacadas entidades que hasta hoy son el corazón del carnaval, que con la adquisición y construcción de sus propias sedes sociales dieron espacio y vida a las competencias, los clubes, que por entonces eran Nacional, San Juan, Pettirossi y 22 de Setiembre.

“El Club Nacional juntaba a las hijas de los ferroviarios porque está cerca de la estación. Los dirigentes de los clubes llevaban a sus hijas. Después, el 22 de Setiembre era más de la élite, porque estaba en la parte baja. Estamos hablando de los años 50. En ese tiempo lo central no eran las comparsas, eran chicas, la estrella era la carroza. La carroza era lo importante y una comparsita de 10 parejas, por decirlo así. Recién en los años 60 empieza a haber comparsas más grandes. Más chicas y muchachos se suman y los clubes van con más participación. En ese tiempo ya se hacía en la calle Juan León Mallorquín, que era una de las calles más concurridas de Encarnación”, refiere el escritor.

Carnaval de la posguerra.

“HEREJÍA”

El carnaval tradicionalmente no se desarrollaba a lo largo del mes de febrero como ahora, sino que tenía solo tres noches y se ponía como límite el inicio de la cuaresma cristiana hasta la víspera del Miércoles de Cenizas.

“En los 50 había llegado a Encarnación un sacerdote medio especial, el padre Carlos Winkler, quien confrontó a la convocatoria y llamó a la fiesta el carnaval ‘herejía’”, comenta.

El libro “Historia del carnaval de Encarnación” lo cita de este modo: “¡Nuestra paciencia tiene un límite! - ¡Los ojos de Dios, nuestro Señor, están sobre nosotros! - ¡Toda nuestra fe está en peligro y al parecer el mismo Satanás dirige esta locura! - ¡Pero nosotros, hijos de Dios, queridos hermanos, lo enfrentaremos y lo venceremos allí, en su propio terreno! - ¡Sí…, irrumpiremos en el mismo infierno y lo derrotaremos, en el nombre de Dios…!”.

Esta agitación había marcado la festividad en 1954, cuando una turba guiada por el sacerdote salió de la capilla San Roque y se enfrentó a los puños con los celebrantes del carnaval, que estaban en la Villa Baja.

Comparsa del Club Universal (1949).

MURGAS, PERSONAJES Y TEMAS

En el relato de Sotelo no se describe una línea de identidad temática dentro del desarrollo de los carnavales ni de géneros musicales o vestimentas, pero se destaca la centralidad de las flores, las carrozas, la presencia de lo que llama “las mascaritas” y las murgas.

Sin embargo, según señala, la relevancia que adquirieron las plumas en las vestimentas marcó una transformación de los carnavales a mediados de los 70. El paradigma estético hacía un giro más cercano a otras culturas y, en ese sentido, el historiador cita como referencia más inmediata a la ciudad de Corrientes, Argentina, y más lejano al carnaval de Río de Janeiro, Brasil.

“En Corrientes bailaba una señorita que se llama Susy Sacco. Trajo los primeros espaldares, las plumas. También ya aparecieron los primeros auspiciantes, se volvió más mercantilista todo. Susy conformó una comparsa de más o menos 100 parejas que se llamaba ‘México lindo y querido’ y fue la sensación. Ahí comenzaron a desaparecer un poco las carrozas y pasaron a segundo plano. Quedaban más a cargo de los barrios, con las mascaritas, los vengadores, los pieles rojas, los diablos rojos, las murgas y cosas así. Entonces con eso se hacía que el carnaval sea familiar”, comenta el investigador, quien, además de tener respaldo documental de este proceso, también tiene vivencia de la anterior forma del carnaval.

Los negros (murga del Club San Juan, 1976).

UN GIRO MÁS

A mediados de los 80 el carnaval de Encarnación marcaría una dirección más clara en su crecimiento. El nivel de la inversión requerida para desarrollar los corsos ya implicaba la disponibilidad de mayor capital y la convocatoria se fue haciendo cada vez más grande hasta convertirse en el evento turístico más importante de la ciudad por cerca de tres décadas, hasta la aparición de la costanera y el desarrollo de la playa local como el balneario nacional más importante.

Desde la mirada de Sotelo, lo que sería el auge del carnaval como cita referente nacional y fronteriza también significó en parte la pérdida del valor más local del evento. El lujo, el cobro de entradas y el formato más internacional permitieron el crecimiento, pero también una transformación un poco excluyente de cierta tradición local para la concepción de un carnaval menos familiar e incluyente.

“La intención era ir a ver a tu vecina, tu vecino o amigo que era mascarita, era más de barrio. Por las tardes se jugaba con el agua, hasta cierta hora, y después ya era prepararse para ir a ver las carrozas”, recuerda.

Pero esta visión también en parte es posible ante los problemas financieros que surgieron después del auge de los 90 y los 2000, cuando la comisión organizadora tuvo que soportar un embargo por deudas impagables.

Murga del Club Sacachispas en 1980.

EL PRESENTE

“Ya no se puede pensar en un carnaval familiar como el de antes, ya no están las cosas para eso”, explica el investigador.

La edición 2023 del Carnaval Encarnaceno llega con una gran organización, tratando de alcanzar y superar sus mejores momentos y tendrá lugar entre el sábado 4, el viernes 10, el sábado 11 y el sábado 18 de febrero en el Centro Cívico Sambódromo de la capital de Itapúa, que en la última década se erigió en la capital indiscutible del verano paraguayo.

Comparsa del Club Nacional en 1985.
Sussy Sacco, en la Villa Baja.

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