El dibujante y pintor ishir Claudelino Balbuena habló con Nación Media sobre su trabajo de artista plástico, los elementos que le sirven de insumo para los temas que aborda, así como su visión respecto al papel del arte en la sociedad. Para Balbuena, la actividad pictórica no es solo una forma de representar el particular mundo de su cultura, sino una herramienta para hacer escuchar sus reclamos y resaltar la importancia del cuidado de la naturaleza.
- Por Paulo César López
- paulo.lopez@nacionmedia.com
- Fotos GENTILEZA
Los relatos del pueblo ishir están repletos de episodios bélicos con otras tribus a consecuencia de las migraciones que realizaban con el fin de instalarse cerca de espejos de agua dulce. En el contexto del ecosistema chaqueño, dominado por suelos salinos, este elemento dinamizador de la interacción social puede ser tomado como una simple lucha por los recursos necesarios para la vida. En cambio, más allá de ese indudable factor material, ¿no sería dable pensar que tras esa relación con el agua subyace un sentido más trascendental?
Esta es la interrogante que me queda flotando tras la charla virtual mantenida con Balbuena, hijo del reconocido y destacado artista ishir Ogwa Flores Balbuena, fallecido en el 2008. Aquel resalta la influencia del agua como principal fuerza propiciadora que actúa sobre él en el momento que se dispone a representar su cosmovisión con los lápices o los pinceles, además de internarse en los montes en búsqueda de motivos para representarlos pictóricamente.
“Lo que me inspira son los montes, pero lo que más me gusta es el agua. Cerca de mi casa está el río Salado y muchas veces voy a ese lugar a inspirarme para poder respirar lo que es la naturaleza y el agua es lo que me encanta, lo que me trae las ideas para dibujar y pintar, ya sea a la mañana o a la tardecita, que son los momentos en que más me gusta pintar”, confiesa Balbuena, nacido un 7 de octubre de 1985 en Puerto Diana, distrito de Bahía Negra, departamento de Alto Paraguay. Aunque actualmente vive en la Décima Compañía de Luque, relata que visita su comunidad de manera regular, sobre todo para nutrirse con los alimentos tradicionales de su pueblo.
El nombre indígena de Claudelino es Basybüky, que significa “guerrero heroico”, explica. Sobre el origen de su vocación, recuerda que aproximadamente desde los 8 años acompañaba de manera permanente a su padre mientras este dibujaba hasta que, entre los 10 y los 11 años, decidió tomar los lápices para imitar los trazos realizados por su progenitor. Sin embargo, desde los 14 empezó a realizar sus propios dibujos, que quedaron guardados ocultos a los ojos del público hasta que realizó su primera exposición en el 2007 en Argentina.
COSMOVISIÓN
Claudelino refiere que tras la formación recibida de parte de su padre y la imitación inicial de su técnica, una vez formado “nosotros inventamos nuestra propia técnica para poder diferenciarnos”. Aunque no especifique quién es ese nosotros al que apela de manera constante, esa ubicua entidad colectiva probablemente refleje la característica diferencial del arte indígena según la cual este no se reduce a ser la creación propia y original de un genio individual, sino una experiencia colectiva por definición.
Por ello, más allá de cualquier búsqueda personal, además de la impronta paterna que pervive como un legado inmarcesible, en su obra lo fundamental radica en la cultura, los mitos, los dioses y diosas de su pueblo. En este sentido, para Basybüky el juego en definitiva no estriba solo en ser artista, sino el portavoz de toda una cosmovisión y manera de concebir el universo. Entre los temas que aborda, Claudelino destaca la mitología ishir como uno de los principales motivos de su creación pictórica. Al mismo tiempo, resalta el papel de esta forma de manifestación como vehículo para visibilizar las reivindicaciones y reclamos de la colectividad a la que pertenece a fin de hacer escuchar voces que a menudo no son oídas por la sociedad envolvente.
“Trato también a través de mi arte hacer escuchar el reclamo por los derechos de los indígenas porque hay veces que la gente no nos escucha y quiero que a través del arte nos puedan escuchar”, afirma. Sobre los aspectos formales de su creación, se limita a revelarnos que encontró en el acrílico sobre lienzo el soporte material ideal para expresarse.
UNA NECESIDAD
Si bien asume que en nuestro país resulta muy difícil vivir del arte y que muchas veces la gente no está dispuesta a pagar lo que una obra vale, para Claudelino cultivar la disciplina es una necesidad y un modo de vivir su cosmovisión indígena, de valorar su cultura, los mitos y los saberes autóctonos.
“Como los árboles que están desapareciendo, si los jóvenes de las comunidades indígenas no se dedican a conocer y difundir el arte, ese conocimiento sagrado ancestral, el idioma y la identidad de sus pueblos, estos también están condenados a desaparecer”, alerta.
“No es solo un dibujo, sino que hay toda una leyenda atrás. Además, es muy importante el valor de la naturaleza. También es importante para reclamar nuestros derechos”, enfatiza poniendo el acento en el valor contestatario del arte.
Además de su labor de artista, Balbuena también se desempeña como gestor cultural en la Secretaría Nacional de Cultura (SNC), donde trabaja por la salvaguarda del patrimonio cultural inmaterial de los pueblos indígenas en diversos proyectos de promoción de las expresiones artísticas y artesanales de las diversas parcialidades que pueblan el territorio nacional. A más de ello, trabajan en el reconocimiento y protección de los lugares sagrados de las comunidades indígenas.
SÍNTESIS
En contraste a esa antinomia insoluble entre arte como evasión y como compromiso, para Claudelino la actividad artística, además de expresar sus íntimas inquietudes y brindar enseñanzas útiles, es una actividad que le hace olvidar todas las tribulaciones espirituales y físicas. “Dibujar es un viaje a un mundo de alegría”, asevera como reminiscencia de esa idea que plantea que el artista es producto de una innata inconformidad con la realidad que lo lleva a forjar un mundo paralelo en su imaginación.
No obstante, su última muestra, “El grito del Pantanal”, a más de recrear las costumbres y tradiciones ancestrales de su pueblo, es una feroz llamada de atención sobre la destrucción de nuestro medio y la necesidad de proteger la biodiversidad ante los voraces incendios que arrasaron miles de hectáreas de bosques en el Chaco.
Este hecho conmovió profundamente al artista, que a través del lienzo lanzó un contundente mensaje urgiendo a respetar todas las formas de estar en el mundo ligadas a los diversos ecosistemas de las que nuestra sociedad tiene mucho que aprender y cuya supervivencia redundará en beneficio de la riqueza espiritual de la humanidad toda.