Óscar Lovera Vera, periodista

En el quinto capítulo de “El migrante”, la fiscal Recalde y los policías finalmente encontraron la pista que buscaban. Los rastros de sangre que no eran de Johan los condujo fuera de la ciudad de Piribebuy y no solo confirmaron su teoría, sino que reconectarían a viejos sospechosos.

Por sentido común se descartaba que los ladrones de la casa de Johan Maximiliano escaparon montados a caballo. No era la época y aunque se trataba de una ciudad del interior del país y podría con facilidad la tracción a sangre ser un medio de preferencia, no existían huellas que lo comprueben. Es más, los rastros de un caballo son más fáciles de detectar que otro medio de transporte.

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Sin más titubeos, aquello ya que era mucha vuelta innecesaria. Estos forajidos huyeron en un vehículo y ese rastro de sangre quedó impregnado en el zócalo del automóvil.

Esa era la pista. La Policía estaba nuevamente en el juego. Si existía algo difícil de remover totalmente de un vehículo –por dentro– son fluidos humanos. Estos se meten en sitios impensados. En las ranuras más pequeñas, en las estrías de bulones, tornillos y hasta grietas de metal que uno no sabía que existían. Ahí el equipo científico con la técnica del luminol haría justicia. La reacción química que genera el luminol con la sangre es por el contacto con otros metales u agentes oxidantes, que emite una luz azul o verde como aquellas pulseras que se colocan en las fiestas y reaccionan en la oscuridad. Lo que se conoce como luz negra, háganse esa idea. La técnica es muy utilizada en las escenas del crimen porque permite ver la presencia de aquellas pequeñas cantidades de hierro que se encuentran en la hemoglobina, la sustancia encargada de transportar oxígeno por todo el cuerpo. Es por eso que se activa el luminol.

La lógica ya estaba. Finalmente establecieron cómo aquel rastro de sangre viajó de la propiedad de Johan a algún paradero. Ahora faltaba esa gran parte del rompecabezas, ¿dónde era ese lugar y quién mantenía oculto el vehículo?

Aquella técnica de infectar la información como un virus tuvo sus resultados. El pueblo no quería comprometerse a quedar vinculado a un robo tan importante y menos si le costó la vida a una persona. El primer detalle que brotó de la oscuridad fue la característica del automóvil, un Volkswagen bordo. Luego mencionaron que lo más probable es si intentaron deshacerse de algo lo llevarían al mejor chapista, pero no era de la ciudad y debían viajar un poco para encontrarlo.

EL LUGAR

Desde Piribebuy hasta la ciudad de Villeta, unos 70 kilómetros. La fiscal Liz Marie Recalde con un pelotón de agentes policiales de particular conformó un grupo especial para irrumpir en el taller del chapista Max Alfredo Guerrero; lo estudiaron previamente y estaba limpio. Tardaron un mes para llegar hasta esta pista y debían estar seguros de dar en el botón correcto o terminarían por alertar a todos y otra vez desde el punto inicial, y ya no se podían permitir un error más.

Era el 14 de setiembre de ese año 2004. El equipo llegó a las coordenadas. Lo rodearon y a la voz de consentimiento de la fiscal llamaron a la puerta como primer paso. No tenían reportes de inteligencia de que en aquel sitio pudiera existir la probabilidad de algunos integrantes de la banda de ladrones y asesinos esté oculto.

Max los recibió, la fiscal le exhibió la orden de registro y explicó cuál era el objetivo. Él les confirmó que tenía un vehículo con esas dos características en su taller y se abrió paso para que los agentes hagan su trabajo.

La seguridad sobre el objetivo era tal que munidos con cuchillos y punzones, dos policías fueron directo al piso del automóvil para retirar el tapizado inmaculado. Era más que evidente que se trataba de uno nuevo por su brillo. Eso cumplía con el primer requisito que adaptaba a la teoría que buscaban confirmar, el auto debía recibir un camuflaje.

Lo segundo, el tapizado que cubrieron no estaba dañado. Max respondió a la fiscal Recalde que el pedido de los clientes fue ese. Cubrir por completo el automóvil con tapizado y cobertor nuevo para los asientos. Max era un hombre delgado, alto de nariz puntiaguda y ojos profundos. En ese momento eran aún más y era difícil precisar si aquello era una reacción al nerviosismo o el temor. Tenía cierto aire europeo, en el porte, podría decirse de ascendencia alemana, pero no, no lo era. Eso sí, de poco hablar y sus respuestas eran muy cortas aunque lo suficientemente elocuentes para continuar con el trabajo.

FETIDEZ

En apenas unos segundos un fétido aroma inundó el habitáculo impregnando las narices de los dos policías que buscaban evidencias. Tercer punto a favor para la hipótesis policial que buscaban confirmar.

-Tiene olor a sangre, doctora.

La fiscal se detuvo. Guardó silencio para asimilar lo que escuchó y giró el cuerpo en dirección a la voz del agente que la condujo a la información por la que fueron hasta ese lugar. Era todo lo que esperaban, un pequeño cabo suelto que confirme por completo su tesis y uno de esos agentes acababa de percibir aquel hedor desagradable, pero a la vez gratificante.

La fiscal Recalde caminó hasta el auto y se metió a él por el acceso del conductor, apoyando las rodillas en el asiento que ocupa el chofer, los codos y las manos las descansó sobre la butaca del acompañante, todo para lograr la mejor posición para observar la evidencia que encontraron.

Era una pequeña mancha, un minúsculo brote de aspecto pastoso, pegajoso, negro brillante con una emulsión que la rodeaba y todo eso en el plan del auto. Probablemente imperceptible para los que desconozcan de flujos en su estado de descomposición.

Su olor sí era particular y perceptible, como a carne podrida. Esto sí podría reclamar a Max. Cómo eso no le llamó la atención aunque tampoco pueda vincularse directamente con sangre humana.

-¿Notás el pyti’u (olor feo) que tiene, doctora? –indagó uno de los dos policías que continuaba con el punzón retirando la piel de tapizado injertada al vehículo para cubrir los rastros de los ladrones.

-Ese mandó a lavar, tiene ese olor a pyti’u de sangre –insistió el investigador mientras observaba en el rostro de la fiscal la reacción al desagradable aroma que expedía aquel pequeño coágulo.

-¿Este número estaba en la casa de los Sarabia? Ese 008, hay una chapa en la casa de los Sarabia. ¿Coincide? Para mí que era 008 –irrumpió con otra información la fiscal Recalde al invadirle un recuerdo en ese momento.

-Ha’e (sí, es) –respondió un policía.

-Sí, ese es –se respondió a sí misma la agente Recalde.

En ese momento surgió otra pista más. No solo tenían la mancha de sangre en el automóvil, ahora tenían una matrícula, una sola y un recuerdo que los conducía a un ingrato momento donde tuvieron que liberar a quienes creían claves en el robo de los 17 mil dólares de la casa de Johan.

-Entonces esta es la otra chapa, el otro juego –agregó de nuevo ya con cierta emoción la fiscal Liz Marie.

-Exactamente –dijo otro agente.

RECAUDO

Solo faltaba identificar mejor a las personas que fueron a entregar el vehículo. Todos los miembros de la banda sería imposible y teniendo a policías como integrantes, poco inteligente, tomarían el recaudo de no develar sus identidades, de no quedar expuestos.

-¿Quién más vos viste que te entregó? –preguntó Recalde a Max.

-Mba’evete che ndahechái, ni pe tipo che ndahechái. (Nada vi, ni a ese hombre lo vi) –contestó el hombre, moviendo los ojos como un péndulo y evitando confrontar a la fiscal con la mirada.

De ahí en más el procedimiento policial fue desmantelar por dentro el sedán. Retiraron todo el tapizado que cubría el anterior. La conclusión fue que no estaba deteriorado, como mencionaron los que encargaron el trabajo al chapista, y solo se trató de la excusa para cubrir los rastros de sangre. Cada vez que levantaban una porción del tapizado nuevo encontraban aquello que parecía un tatuaje biológico, algo que no pudieron eliminar. Manchas de sangre que, además de lo tangible, era olfativas.

Lo particular fue aquel aroma a sangre podrida que generó una satisfacción en el rostro de los investigadores. Es que después de varias semanas no solo lograrían una nueva pista, sino que otra vez conectarían a los hermanos Sarabia con el caso.

Continuará…

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