Michele Spatari y Jan Bornman (AFP) - Fotos: Michele Spatari

Un periodista de 90 años de edad recorre 1.200 kilómetros cada semana por el desierto sudafricano del Karoo para repartir sus periódicos en su viejo coche. Lo hace cada jueves luego de imprimir los diarios en unas viejas máquinas en el taller de su casa. Los pueblos alejados reciben así las noticias en sus idiomas. Toda una proeza y amor por el oficio.

Con una toalla en el regazo para protegerse de las quemaduras solares, un termo de café y algunos huevos duros, Frans Hugo, un periodista de 90 años, emprende su recorrido semanal de 1.200 kilómetros por el desierto sudafricano del Karoo para repartir sus periódicos.

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Está acostumbrado. Desde hace cuarenta años, Charl Francois Hugo, conocido como Frans, sube cada jueves a su coche para emprender el largo viaje desde Calvinia, una ciudad de menos de 3.000 habitantes situada en medio de la inmensidad salvaje del sur del país.

Si dejara de hacerlo, sus periódicos en lengua afrikáans –The Messenger, Die Noordwester y Die Oewernuus– probablemente desaparecerían con él.

Con su pequeño transistor junto al volante –la radio del coche hace tiempo que no funciona– comienza su recorrido hacia el noreste y luego hacia el sur.

“Me detengo en todos los pueblos pequeños”, dijo a la AFP durante un recorrido reciente.

Sale a la 1:30 y vuelve 18 horas después, tras haber entregado pilas de periódicos en muchas localidades con la ayuda de su bastón.

Esta región desértica ha vivido una reciente afluencia de nuevos habitantes, artistas o gente solitaria que huye del ajetreo de las grandes ciudades. “En el Karoo, hablamos de ‘pompdonkie’”, dice Frans Hugo, en referencia a una bomba de agua con un movimiento regular que vacía los depósitos.

“Yo mismo me he convertido en un ‘pompdonkie’. Salgo cada semana con la regularidad de un metrónomo. Pararé cuando ya no pueda hacerlo físicamente”, asegura.

Nacido en Ciudad del Cabo en 1932, trabajó como periodista allí durante unos 20 años y luego en la vecina Namibia durante diez años. “Trabajábamos día y noche. No podía soportar la presión, así que me trasladé al Karoo”, explica.

“El dueño de la imprenta de Calvinia me preguntó si me interesaba. En esa época mi hija estaba interesada, así que pensé que con mi yerno podrían llevar el negocio y yo les ayudaría. Al cabo de unos meses, se aburrieron y acabé con esto”, recuerda.

SOBREVIVIR EL DECLIVE

El periódico The Messenger se fundó en 1875 y las otras dos cabeceras locales a principios del siglo XX.

Frans, su esposa y tres empleados continúan este legado en un momento en que tantos periódicos impresos de todo el mundo luchan por sobrevivir en la era digital.

Salen semanalmente y están escritos en afrikáans, una de las once lenguas oficiales de Sudáfrica, heredada de los colonos holandeses, pero también incluyen de vez en cuando algún artículo o anuncio en inglés.

A Frans, de melena blanca y aspecto de viejo lobo de mar, no le gustan los que consumen sus noticias por internet.

“Estamos imprimiendo menos periódicos. Pero con 1.300 ejemplares semanales, la necesidad de noticias locales sigue existiendo”, afirma.

Su redacción parece un museo, con su vieja imprenta Heidelberg y sus guillotinas para cortar papel, que ya no se usan.

Dice no estar preocupado por el futuro de su pequeño grupo de prensa. “No tengo ni idea de lo que le pasará dentro de cinco o diez años. Pero no, eso no me preocupa”.

La actriz Charlize Theron causó revuelo en Sudáfrica en noviembre cuando afirmó que su lengua materna, el afrikáans, solo la hablaban “unas 44 personas”.

Para Frans, la supervivencia de sus periódicos demuestra, por el contrario, que los habitantes aislados de esta región semidesértica necesitan mantener una conexión. Y mientras tenga fuerzas, recibirán noticias todos los jueves sin falta.

Los vecinos de los pueblos pequeños de la gran extensión del desierto esperan al periodista con su carga de noticias.
Sin perder la sonrisa a pesar de lo difícil del viaje, Frans Hugo llega puntual desafiando a las temperaturas y también a los achaques de la edad.
La redacción con mobiliario vetusto para esta época, pero que cumple a rajatabla con el oficio de informar, en Cavinia, una ciudad de menos de 3 mil habitantes.


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