En este capítulo de “Aldea de penitentes” la mirada se posa en los hijos del matrimonio entre Clotilde y el general Cuenca. La relación con otros familiares y el dinero. Con todas las dudas y cargas, Clota va a buscar respuestas en las cartas de Berta Correa.

  • Por Pepa Kostianovsky

-Si no son mili­tares, tampoco van a ser curas –fue una de las drásticas inge­rencias que hizo Elizardo en la comandancia hogareña, con la cual liberó a Alberto –el tercer retoño– del futuro programado por Clota. No así de otras tendencias non sanctas en las que había sido iniciado por un fraile “cari­ñoso” y que no eran asumi­das en el entorno familiar.

Las vocaciones profesionales del chico eran motivo de fre­cuentes entredichos. Él no estaba dispuesto a estudiar agronomía, ni veterinaria, ni administración, ni finanzas. Y los padres no iban a solven­tar carreras artísticas ni lite­rarias. De manera que hubo que meterse en la Facultad de Derecho, donde a cambio del sacrificio de estudiar leyes y procedimientos odio­sos pudo disponer de tiempo y sustento para otras inquie­tudes “clandestinas”, como los libros, la fotografía y, en general, disciplinas que en el concepto hogareño eran “disparates que no sirven para comer”.

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La menor, Margarita, fue desde pequeña “el que­branto” de su madre, quien a fuerza de diezmos la rete­nía en el colegio de monjas, pese a la resistencia a los rezos y retiros, el tempera­mento díscolo y las actitudes impropias de una señorita. A lo que sumó con el tiempo la inclinación por películas y libros indecorosos, la habi­lidad para hacerse amiga de gente “rara” y un vocabula­rio extravagante.

A criterio de Clota, Alberto –afortunadamente– estaba encauzado y en algún momento encontraría una chica con quien formar un hogar cristiano y respetable; pero Margarita era una oveja descarriada.

Con ese drama y sus proble­mas financieros a cuestas, fue llegando a lo de Berta Correa.

-Hace tanto que no vengo que usted ya no se ha de acordar más de mí.

-No crea. Yo no suelo olvi­darme.

Después de reiteradas lec­turas del mensaje de los nai­pes, Berta impartió augurios y recetas.

En síntesis, le anunció que jamás sometería a Marga­rita, y que lo mejor que podía hacer, para evitar quiebres dolorosos, era mandarla a vivir lejos y a su manera.

En cuanto a los negocios, le confirmó con detalles sus sospechas sobre la rapace­ría de hermanos y cuñados, y le aconsejó limitar los movi­mientos.

-Usted tiene fortuna. Aparte de la que juntó su marido, que es mucho más grande de lo que se imagina. Pero cada vez que tocan su plata, las urracas se aprovechan. No vaya más a hacer negocios porque la embroman. Aga­rre todito y compre casas. Ponga a nombre de su hijo, el varón más chico, que no le va a fallar, porque es el único que le quiere.

Berta no la advirtió de una segunda pérdida de poder y de la jugosa parte de aquel patrimonio. Era dinero sucio y pensó que la resta sería justa.

-”Que se joda. Bruja de mierda” –pensó mientras contaba el rollo de bille­tes piriri que acababa de recibir.

Etiquetas: #hijos

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