Ricardo Rivas, periodista, Twitter: @RtrivasRivas

Margaret Sullivan, colega periodista norteamericana que dejara huella en The New York Times en la que fue su última columna publicada en ese periódico de cara al 2024 en los Estados Unidos y ante la posibilidad de que Donald Trump se postule nuevamente para ocupar la Casa Blanca, describió lo que define como “los peligros por delante” que visualiza para las y los trabajadores de medios. Desde la perspectiva de que cada elección es una práctica sustancial en un Estado democrático de derecho, Margaret interpela con dos interrogantes tan claros como contundentes que pertenecen a otro valioso trabajador de prensa, Jonathan Karl, ex presidente de la Asociación de Corresponsales en la Casa Blanca. “¿Cómo se cubre a un candidato que es efectivamente antidemocrático? ¿Cómo se cubre a un candidato (republicano en USA) que se enfrenta a quien sea el candidato demócrata, pero también se postula contra el sistema democrático que hace que todo esto sea posible?”.

EL DILEMA

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Enorme dilema, por cierto, planteado por un hombre y una mujer con intachables décadas de ejercicio profesional y grandes coberturas entre sus trabajos más destacados. Sin dudas, ambos son inestimables escribientes de las primeras versiones de muchas historias que, con el paso de los años, serán referencia para quienes estudien el pasado. Pero si Margaret y Jonathan plantearon sus preocupaciones a partir de las reiteradas prácticas de violencia social y política al igual que de corrupción democrática que evidencia quien fuera el 45º presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, no son pocas ni pocos las y los actores públicos globales que, sin expresarlo taxativamente, lo adulan, lo emulan o, al menos, intentan emularlo con resultados diversos. Grave.

Jair Messias Bolsonaro a Luiz Inácio Lula da Silva: “Ladrão”.

CAMPAÑAS ABUSIVAS

Hoy, en el vecino Brasil, se desarrolla el segundo turno electoral para definir quién será el transitorio ocupante de Planalto desde el 1 de enero del 2023. ¿Continuará Jair Bolsonaro? ¿Será Luiz Inácio Lula da Silva? La ciudadanía lo decidirá en “un día de domingo” que todo permite imaginar que en nada se habrá de parecer al que proponen Gal [Costa] y Tim [Maia] en un clásico brasileño magistral. No. ¿Agorero? De ninguna manera. Tanto Jair como Lula, los dos, recurrieron al insulto, a la diatriba, a la ofensa y al uso abusivo de la mentira en lo que corre de campaña. Vergonzoso. Las agencias para el chequeo de datos no alcanzan para satisfacer la inevitable demanda para que se verifiquen fehacientemente los datos que lanzan los candidatos tanto a través de los sistemas de medios públicos como privados. Periodistas o no, grandes segmentos sociales sienten que los sistemas democráticos están bajo amenaza.

SISTEMA EN CRISIS

El sistema de representación está en crisis. Trump, maestro del engaño, no trepidó en aceptar y aplicar una estrategia de deslegitimación de su oponente de entonces, el actual presidente Joe Biden, y desde el momento mismo en que las encuestas le hicieron saber que se encontraba en las puertas de una derrota comenzó a denunciar una posible manipulación electoral para evitar su reelección presidencial. “Negador electoral”, comenzaron a categorizarlo en algunas corrientes teóricas de la ciencia política. A tal punto llegó en esa praxis que, desde entonces, en el Parlamento estadounidense una comisión lo investiga para verificar categóricamente si ordenó a un grupo de sus violentos seguidores violar la ley para que atacaran el Capitolio y agredieran al vicepresidente Mike Pence, segundo al mando, para que no reconociera legalmente el triunfo de Biden. No es imposible que un sociópata se infiltre en la política, que pueda alcanzar posiciones de privilegio y que a ellas llegue a caballo de la voluntad popular. Peligroso, por cierto.

REFLEXIONES

Claramente, la democracia –que en Latinoamérica y el Caribe tantas muertes, tormentos, desapariciones forzadas, encarcelamientos y exilios demandó recuperarla– como sistema y forma de vida en sociedad está en juego y el comportamiento antiético y hasta delictivo de algunos y algunas de quienes adoptan la práctica política como profesión exige protegerla. Por allí van las reflexiones en esta noche de viernes que comparto virtualmente con un veterano diplomático argentino que, entre no menos de tres destinos relevantes en su carrera, casi una década transcurrió en Brasilia. “Es todo un desafío periodístico cubrir el segundo turno en Brasil con el clima social que crearon los candidatos”, dijo el amigo cuya identidad no revelaré para que se exprese en la máxima libertad. Usualmente, es consultado por otros diplomáticos e, incluso, informalmente, desde alguna cancillería también lo hacen. Una verdad de a puño, como se decía décadas atrás. Jonathan Karl, cuando finalizaba el 2021, sostuvo que el desafío de cubrir la campaña de un o una candidata antidemocrática también lo “enfrentarán los reporteros políticos norteamericanos”, en el caso de que Trump se postule nuevamente.

Adhemar Pereira de Barros, candidato a alcalde de Sao Paulo en 1957, su lema de campaña: “Adhemar rouba mas faz”.

EL DESAFÍO

Comenté con el amigo –como una forma de respuesta– que Margaret Sullivan va más allá en el reparto de responsabilidades en favor y sostén de la democracia. “Las organizaciones de noticias pueden liberarse [en este contexto] de sus prácticas ocultas, el amor por el conflicto político, la adicción a las elecciones como una carrera de caballos, para abordar esas preocupaciones de manera efectiva”, desafía la veterana reportera del The New York Times.

Enorme interrogante ético, por cierto. Más aún en tiempos en que las imágenes parecen prevalecer o hasta ganar en la competencia con los medios periodísticos profesionales. Pero, en verdad, no solo compiten por el espacio mediático periodístico. El desafío es más amplio y alcanza a amplios sectores de la sociedad civil, entre quienes operan personalmente en grupo o como trabajo en Twitter, Facebook, Instagram, Tiktok, por solo mencionar algunas plataformas. Tal vez, aunque poco probable, millones deberían enfrentarse con esa disyuntiva que se le exige razonablemente al periodismo. Las redes –que no siempre son sociales y, además, como lo sostuviera reiteradamente Zygmunt Bauman, “son una trampa”– también producen sentido, aunque con mucho, muchísimo menos texto, con desprejuicio y bajos índices de responsabilidad social. Las y los actores públicos lo saben.

También los jefes y directores de campañas presidenciales.

La era de la imagen que, entre otros, Regis Debray analizara en profundidad en una trilogía académica que se inicia con “Vida y muerte de la imagen”, muta y –por qué no decirlo– en algunos casos enluta. Hasta no mucho tiempo atrás la imagen era lo que se comunicaba que era en un epígrafe. El filósofo, fotógrafo y académico Joan Fontcuberta sentenció, por ejemplo, que “la fotografía siempre miente”.

Hoy, aquella imagen, la que nada dice, comunica mucho. “¿Qué ves, / qué ves cuando mes ves? / Cuando la mentira es la verdad…”, canta la banda roquera Divididos y hace docencia. Enseña que mostrar forma parte de una estrategia cuyo mensaje se consolida –como herramienta de producción de sentido– en orden a la percepción que cada receptor posee cuando deviene en perceptor. Las y los creativos que operan en campañas presidenciales lo saben y, por ello, apuntan a que toda imagen con circulación reticular sea divertida o testimonial o dramática. Las y los candidatos emisores, entregados a ellos y ellas dejan correr, no los detienen ni se detienen.

Así llegó Trump a la instancia electoral frente a Biden en los Estados Unidos; Giorgia Meloni, en Italia, por solo mencionar a dos, aunque la lista podría ser más extensa. Y así llegan hasta este domingo de decisiones ciudadanas Jair y Lula a la instancia electoral final. Entre violencias, acusaciones, insultos y promesas difusas dirigidas a ciudadanas y ciudadanos devastados y, en muchos casos, pauperizados hasta la indigencia. Bolsonaro y Da Silva, sin miramientos, se agreden mutuamente.

“Completamos tres años y ocho meses sin corrupción en Brasil”, dijo el primero y añadió: “Me acusan de todo, pero no me tildan de corrupto”. Se presenta enfáticamente como “una persona que defiende la familia” y levanta su dedo acusador contra su desafiante, al que categoriza como “un ladrón que dice que los valores familiares son un retroceso”. Cuando Lula responde lo llama “babaca (idiota)”. Avergüenza pensar que en poco más de dos meses uno de los dos será jefe de Estado. Entristece imaginar que millones de indecisos o indecisas elegirán a quien les parezca menos malo. Cientos de periodistas registran y reportan cada una de esas situaciones.

En Brasil y en algunos otros países las tristes escenas se repiten. La tele y las redes amplifican y llevan los mensajes de esos bárbaros incansablemente hasta el límite mismo de que, como práctica, puedan ser normalizados. Los dos candidatos en Brasil no conjugan el verbo respetar. Marcelo Cantelmi, uno de los periodistas especializados en información transnacional más respetados en el ecosistema informativo global, desde varios días no deja de señalar que este domingo se dará “una pelea voto a voto y con resultado abierto”.

“HASTA SATANÁS”

Jair y Lula, con cada uno de sus dichos, además, rompen con los supuestos acerca de que uno de ellos es la derecha radicalizada y el otro la izquierda que reivindica a los pueblos pauperizados, con sus derechos conculcados, sin acceso a la educación, a la salud y a la alimentación. De hecho, se ha rodeado claramente de la derecha liberal. Los dos especulan y se corren al centro con estudiados discursos que sus asesores envuelven con el papel fantasía de la moderación.

¿Cómo será el día después cuando cada cual vuelva a su lugar, a su origen? ¿Lo harán? “En la segunda vuelta, vota hasta Satanás”, destaca Cantelmi para mostrar descarnadamente los movimientos tácticos de los dos postulantes que pretenden vincularse –cada uno a su modo, pero con el coincidente objetivo de hacerse del poder para ejercerlo– con las iglesias evangélicas con enorme inserción social, especialmente en las barriadas más humildes. Consulté con Marcelo en la noche del jueves pasado, telefónicamente. Fue breve y concreto para responder cuando quise saber sobre la marcha de la campaña y cómo pulsaba los sentires y las voces de las calles de Brasil.

“Llueve información falsa” sobre la ciudadanía brasileña que hasta recibe llamadas en sus celulares en los que se les informa que “por pedido del PT (Partido de los Trabajadores, que lidera Lula) se suspendió el pago de ayudas sociales hasta que se consagre el nuevo presidente”. Ante este tipo de reiteradas situaciones falsas, la Corte Suprema brasileña revela que “la difusión de noticias falsas creció 1.600% desde la última elección municipal –dos años atrás– hasta hoy”.

Lamentable. Casi tanto como la decisión del plenario del Tribunal Superior Electoral (TSE) –la máxima autoridad que velará por la verdad que contendrán las urnas y que fiscaliza los movimientos previos al comicio de las y los candidatos– aprobó que podrá acelerar la remoción de contenidos que circulan en las redes categorizados como “información errónea” y limitará el acceso de algunos mensajes en la web antes del balotaje.

Los altos jueces explicaron que luego de que la magistratura defina que un contenido es fraudulento no se podrá postear en las redes. Una delgada línea roja separa a los integrantes del TSE de la censura previa. Los estándares internacionales para la libertad de expresión podrían ser vulnerados en nombre de la democracia. Lo de siempre entre los autoritarios. En horas más será demasiado tarde para lágrimas en lo que concierne a las campañas que desarrollaron Jair y Lula. Hipótesis y dudas de todo tipo se mantendrán hasta que se complete el escrutinio y se conozca quién es el ganador. Todo puede pasar. Desde siempre, por cierto. ¿Cuál será el menos malo, meditan muchos y muchas?

Nada nuevo. Allá por 1957, Adhemar Pereira de Barros, médico y político, diputado, ex alcalde de la ciudad de Sao Paulo, interventor en esa localidad en dos oportunidades en tiempos dictatoriales, dos veces gobernador del estado del mismo nombre, candidato a la presidencia en 1955 y 1960, pidió el voto de la ciudadanía desde la máxima transparencia. Tomó como lema de su propia campaña una frase con la que su adversario, Paulo Duarte, lo denunció por corrupto. Adhemar, lejos de ofenderse, potenció aquella acusación con una frase dos veces increíble: “Ademar rouba mas faz” [Adhemar roba, pero hace]. Increíble que haya sido su lema electoral y, mucho más increíble, que resultara triunfador.

Brasil –ese pueblo maravilloso que conocí y valoro desde que ejercí el periodismo en Gazeta Mercantil, cuando los años 90, en el siglo pasado– se encuentra en un laberinto del que solo podrá salir por arriba. Jair o Lula, esa es la cuestión. A los dos sus pasados los persiguen. Sus presentes, también. Alguna vez, en un suburbio de Sao Paulo, justamente en tiempo electoral, un hombre muy mayor, sin trabajo, sin salud y en situación de calle que dormía en el interior del túnel Ayrton Senna, junto con muchos otros y otras, luego de pedir “una ayuda para comer”, con su voz quebrada dijo: “Muitos anos atrás, quando eu era jovem, aqui, nesta cidade, votei em Adhemar” [Hace muchos años, aquí, en esta ciudad, voté por Adhemar]. No dijo nada más. Se alejó en silencio.

Margaret Sullivan y Jonathan Karl claramente advirtieron que contar una historia electoral después de Trump en los Estados Unidos, o en algún otro lugar, es un enorme desafío. Para los pueblos, decidir también lo es y lo será. Esta noche, seguramente, me acostaré muy tarde.

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