Numerosos esclavos afrodescendientes pertenecieron al Estado paraguayo hasta el final de la Guerra contra la Triple Alianza. Los sucesivos gobiernos hasta 1870 hicieron uso de la fuerza de trabajo esclava en diferentes tareas.
- Por Aldo Torres Lesme*
- aldo.saeta@gmail.com
- Fotos: Gentileza
El Estado paraguayo fue propietario de una gran cantidad de esclavos afrodescendientes hasta el final de la Guerra contra la Triple Alianza. En tal carácter, los diferentes gobiernos hasta 1870 hicieron uso de la fuerza de trabajo de estas personas en diferentes tareas.
La dictadura del Dr. Gaspar Rodríguez de Francia, por su naturaleza y contexto, no pudo utilizarlos a todos, y posiblemente tampoco alimentarlos, por lo cual muchos debían ganarse el pan con trabajos propios, lo que permitió a algunos, años después, comprar su libertad o la de sus allegados. La secularización de las órdenes religiosas en el año 1824, todas poseedoras de esclavos, aumentó el número de la esclavatura del Estado.
LIBERTAD DE VIENTRES
Durante el Consulado Alonso-López, en el año 1842, la ley de libertad de vientres convirtió a los hijos de esclavas nacidos a partir de enero 1843 en libertos, pero obligaba a los varones a trabajar bajo servidumbre hasta los 25 años de edad y, a las mujeres, hasta los 24. Ya a partir de la presidencia de Carlos Antonio López, el crecimiento del Estado y las obras públicas emprendidas implicó un empleo prácticamente integral de los individuos aptos pertenecientes a la esclavatura del Estado.
En efecto, en los documentos del Archivo Nacional de Asunción consta que cumplían servicios a cambio de techo y comida, como pajes, sirvientes, cocineras, peones de estancia, curtiembres y obrajes del Estado, empleados de servicio funerario, del arsenal y la armería estatal, aprendices de carpintero, ayudantes en obras públicas, construcción de la línea ferroviaria, entre otros.
Y hubo también lavanderas, pero asalariadas. Veamos este último ejemplo. En el año 1864, había siete esclavas del Estado que trabajaban lavando la ropa del personal asignado a los barcos a vapor estatales. Sus nombres eran Carmen Plaza, Tomasa Plaza, Balbina Plaza, Marcela Plaza, Margarita Plaza, Francisca Samaniego y Tecla Rodríguez. Su pago era anual y consistía en efectivo y telas, a saber, cinco pesos de plata, diez varas de bramante, diez de zaraza y cinco de lienzo americano (ANA-SNE vol. 3070).
TRABAJADORAS ASALARIADAS
Ya iniciada la Guerra contra la Triple Alianza, en octubre de 1865, tenemos, además, una constancia de pago a mujeres que trabajaban como lavanderas en el Cuartel de Hospital. Entre estas mujeres había esclavas del Estado, libertas y libres.
Las esclavas del Estado listadas eran veintisiete y se llamaban Del Carmen Plaza, De los Santos Contrera, Luisa Rodríguez, Dolores Contrera, Sabina Contrera, Melchora Rodríguez, Inocencia Samaniego, Valentina Rodríguez, Tecla Rodríguez, Francisca Samaniego, Juliana Samaniego, Concepción Chaparro, Rafaela Chaparro, Juana María Samaniego, Felipa Samaniego, Josefa Arce, Anselma Arce, Cecilia Arce, Manuela Mora, María Mora, Candelaria Mora, Sabina Arce, Inocencia Arce, Rosa Antonia Martínez, Del Carmen Martínez, Gregoria Castro y Andresa Ferreira.
Las libertas, en tanto, eran Margarita Plaza, Marcela Plaza, Francisca Rodríguez, Carlota Rodríguez, Manuela Rodríguez, Bonifacia Mora, Juliana Arce, Anuncia Ferreira, María Castro y Alcántara Martínez. Estas libertas eran posiblemente hijas de las esclavas antes citadas.
El documento (ANA-SNE vol. 2835), además, detalla el pago correspondiente a estas trabajadoras por parte del Estado. Las esclavas y libertas tenían una asignación mensual de tres pesos; las mujeres libres, cuatro pesos. He aquí que el propio Gobierno discriminaba salarialmente a libres y esclavas por realizar el mismo trabajo.
Paralelamente, y a medida que la guerra avanzaba en gravedad, se observa ya listados de entre cien y ciento sesenta mujeres libres que trabajaban asalariadas en hospitales de sangre, incluido el de Cerro León, para asistir a los militares enfermos. No se detalla si este trabajo incluía el lavado de ropas, aunque es lo más factible, pero cobraban 4 pesos mensuales, salvo un caso en el que las afectadas al hospital en Cerro León cobraron solo tres pesos.
LO QUE GANABAN
De manera de tener una idea de los salarios mensuales pagados a personas libres por sus trabajos por parte del Estado hacia 1866, se puede observar la infografía elaborada a partir de datos consignados en documentos del Archivo Nacional.
Como se ve, los trabajadores mejor pagados eran aquellos profesionales en las tecnologías recientes como los barcos a vapor, el ferrocarril y el telégrafo, a quienes incluso ya se les abonaba por las horas extraordinarias trabajadas, a razón aproximada de 1,2 reales por hora según el caso. Vale anotar que un peso equivalía a ocho reales.
Los esclavos del Estado, los libertos y los esclavos de particulares, en tanto, verían también su sangre derramada en la Guerra contra la Triple Alianza, para la cual fueron movilizados. La República, declarada en el año 1813, cuyos gobiernos los habían utilizado en tantas y tan diversas labores, manteniéndolos en condiciones de discriminación social, jurídica y salarial, los necesitaba también en la guerra.
LA CONSTITUCIÓN DE 1870
La Constitución de 1870 finalmente abolió la esclavitud. Un cambio legal más en la relación entre pobladores y Estado, aunque los trabajadores pobres continuarían siendo explotados, sobre todo en el ámbito privado, desde los extensos yerbales en la Región Oriental como el caso de los mensúes, pasando por los obrajes en los quebrachales del Chaco y sus peones indígenas, hasta las casas de familias pudientes con las empleadas domésticas y criadas en Asunción.
Y es que mucho más allá del idílico relato del mestizaje amoroso entre europeos e indígenas, más allá de los gobiernos paternalistas del siglo XIX, de las dictaduras buenas del siglo XX y de la meritocracia del XXI, la sociedad paraguaya está fundada sobre bases profundamente injustas en todos los sentidos. Este es uno de los grandes problemas del país y de toda Latinoamérica.
El pasado sedimenta hasta el presente, nos configura, perfila nuestras instituciones e ideas, nuestra cultura. Conocer el pasado es fundamental porque nos permite entendernos hoy. La historia no es como una fotografía, congelada en el ayer; no, la historia es como un espejo. Hay que reconocer la imagen que nos regresa como sociedad y tratar de que nuestra percepción esté ajustada a la realidad.
* Historiador. Mag. en Ciencias Sociales y fundador del Centro de Investigaciones de Historia Social del Paraguay (CIHSP)
“Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”, G. Orwell, “Rebelión en la granja”.