Por Alejandra Viola

Los árboles conectan al hombre con su historia, antepasados y costumbres. Un equipo de Nación Media acompañó la campaña Colosos de la Tierra en busca de los árboles más grandes del país. Una experiencia única y el descubrimiento de zonas desconocidas, conservadas por familias llenas de historias personales y conciencia e interés por cuidar el medioambiente.

No solo los libros cuentan historias y generan sentimientos, también lo hacen los árboles. Esos que crecen con ayuda de la naturaleza y la mano bondadosa del hombre. El árbol, esa planta perenne, de tronco leñoso y elevado, es la garantía del ser humano para continuar con vida. Es el pulmón de cualquier país y del mundo.

Por ello, preservarlo es, si no la más importante, una de las tareas más desafiantes de las nuevas generaciones.

Los árboles nos envían mensajes, conectan al hombre con su historia, sus antepasados, sus costumbres y así también reflejan el poco afecto que puede tener el ser humano con su entorno ambiental. Los árboles son sinónimo de hogar, alimento, descanso y refugio.

En Paraguay, existe un plan nacional de reforestación que fue declarado de interés nacional, cuyo objetivo es promover y fomentar las plantaciones forestales a nivel país. La meta es la instalación de 450.000 hectáreas en un periodo de 15 años.

De un tiempo a esta parte, mitigar los altos índices de deforestación se convirtió en una causa nacional. Fue así como surgió la necesidad de promover campañas que fortalezcan la iniciativa.

Resulta difícil hacer una especie de “top ten” para citar a los árboles más emblemáticos no solo de nuestro país, sino a nivel mundial. Pero, en esta ocasión, vamos a referirnos exclusivamente a los que embellecen la naturaleza del Paraguay.

Durante el fin de semana, un equipo periodístico de La Nación, en medio de la campaña Colosos de la Tierra, visitó varios departamentos del país en busca de los árboles más grandes del Paraguay.

El recorrido incluyó zonas boscosas que han permanecido casi ocultas al escrutinio humano. El paisaje, en cada parada, fue una postal perfecta, zonas increíblemente conservadas por familias que guardan innumerables historias; personales, culturales y con mucho contenido de conciencia e interés en fortalecer la responsabilidad hacia el ambiente.

La naturaleza sorprende y deslumbra, y todo lo que gira en torno a ella sigue siendo un tema de impacto.

EL ENCANTO DEL LAPACHO

El lapacho es la especie nativa de mayor protagonismo en nuestro país.

Sin dudas, el lapacho o tajy es el árbol más emblemático, por su belleza, trascendencia y la madera tan codiciada que tiene. El más común es el color rosado, pero están los de color amarillo y blanco. El lapacho es una especie arbórea nativa de Sudamérica, crece en Paraguay, Bolivia, Brasil, Perú, Ecuador, Colombia y el norte de Uruguay y Argentina hasta México. Prefiere suelos arenosos y húmedos. Si se lo conserva adecuadamente, en 6 a 8 años se convierte en un árbol con flores.

Cuenta la leyenda que los guaraníes decían que el lapacho siempre trae la fortaleza de Tupã (Dios) a todo el pueblo, pues, al mirarlo y tocarlo, el árbol les transmitía una fuerza incomparable, marcando claramente el territorio que pertenece a esta tribu.

UN SÍMBOLO, UN HOGAR

El árbol de la gente, el emblema de la familia Barrientos.

Una de las categorías habilitadas dentro del concurso Colosos de la Tierra, de la ONG A Todo Pulmón, es “el árbol de la gente”. Este año el premio recibió el Ka’a Oveti, en Juan León Mallorquín, departamento de Alto Paraná.

Esta especie alcanza 20 metros y hasta excepcionalmente 30 metros de altura. Su madera es valiosa, es un árbol fácil de encontrar, con copa redondeada, ancha y densa.

Se trata de un bello ejemplar postulado por la familia Barrientos, que lo conserva hace más de 30 años. Su particularidad: una modesta casita de madera que, con los años, se volvió un símbolo familiar.

Fue el más votado, el favorito de la gente y guarda una historia muy especial. Don Carlos, uno de los hijos, contó que desde hace años se dedica a conservar unas 13 hectáreas de bosque en la propiedad de sus padres, quienes con mucho sacrificio sacaron adelante a sus hijos trabajando la tierra.

“Estamos orgullosos de esto porque no tocamos el bosque, mis padres producían productos agrícolas y de eso vivíamos. Gracias a eso mantenemos estas 13,5 hectáreas y estamos muy contentos de haber inscripto este coloso”, manifestó sobre la participación en el co ncurso anual que tiene el objetivo de concienciar a la población sobre la importancia de preservar los bosques nativos y el respeto hacia los árboles.

“Desde pequeños soñábamos con tener una casita en el árbol, cualquier niño sueña con eso, esa siempre fue una ilusión, cuando éramos chicos no teníamos plaza, no tenía mos para distraernos, jugábamos con piolas, cuerdas, inventábamos casitas hechas con cartón, hasta que un día me propuse hacer la casa del árbol”, relató Carlos. “Me fijé en este árbol que siempre fue resistente a las tormentas y cualquier fenómeno natural que ocurre, todos los otros árboles de los vecinos cayeron o se dañaron, pero este siempre fue fuerte y por eso lo elegimos para construir la casa aquí y así surgió”.

Don Carlos Barrientos y su madre cuidan el árbol desde hace más de 50 años.

EL IMPONENTE TIMBÓ

El timbó, otra de las especies nativas que embellece las zonas boscosas.

Otro árbol emblemático de nuestro país es el timbó, un árbol que preferentemente crece en regiones tropicales y subtropicales de América del Sur, es de gran tamaño, dicen que alcanza incluso los 30 metros de altura y dos metros de diámetro. Florece principalmente en primavera y comúnmente se lo conoce como oreja de negro.

Cuenta la leyenda que un famoso cacique guaraní llamado Sagua tenía una hija llamada Takuare’ê, quien se enamora de un cacique que pertenecía a una tribu muy lejana. Ella abandonó a su padre y fue detrás del hombre que había conquistado su corazón.

Noches enteras el cacique se abocó a buscar desesperadamente a su hija. En su afanosa búsqueda afronta muchos obstáculos y en un momento de su incansable intento de encontrarla cree escuchar sus pasos en la selva, por lo que apoyó su oído en la húmeda y fría tierra de una selva. Habiendo llegado al límite de sus esfuerzos, cae rendido con un cuadro de fiebre y muere con el oído arrimado a la tierra. La oreja dicen que echó raíces y así creció el timbó o kamba nambi debido a su fruto que tiene forma de oreja.

Esta historia fue relatada por Sofía, una joven de 18 años, oriunda de Areguá y en cuyo terreno se encuentra un imponente timbó al que cuida desde que era pequeña. “El timbó se convirtió en una causa emblemática para mi familia y el barrio, pese a todos los desequilibrios ambientales; incendios, talas, fenómenos naturales que se puedan presentar, siempre fue muy importante conservar este árbol para nosotros”, confesó la joven.

Sofía y María, mujeres comprometidas con el ambiente.
La leyenda del timbó surge de una noble historia de amor paternal.

EL ÁRBOL DE LA VIDA

Osvaldo Turlan, director ejecutivo de A Todo Pulmón.

El otrora distrito de Barrero Grande, actual Eusebio Ayala, también tiene sus encantos con una enriquecedora historia familiar.

El tataré es el nombre original de este árbol, pero todo el pueblo lo conoce como el “árbol de la vida” que, según la historia, tiene más de 100 años.

Con el tiempo, lo que parecía un árbol más se convirtió en una obra de arte perfectamente diseñada por la naturaleza. Este árbol, cuenta la familia, es escenario de reuniones familiares, encuentros entre vecinos y hasta se convirtió en la infaltable postal para turistas y pobladores de otras zonas que pasan por la vivienda de los Martínez.

Don Teófilo Martínez y doña Visitación Díaz son los protagonistas de esta historia. Ambos formaron una hermosa familia y desde pequeños inculcaron a sus siete hijos a valorar y preservar la naturaleza.

Don Teo, como lo conocen en el barrio, tiene 82 años y fue el propulsor de mantener el árbol y hacerlo crecer. “Lo cuidamos siempre porque amamos la naturaleza, nos reunimos todos los fines de semana y la gente sabe del famoso tataré, le llamamos árbol de la vida por su forma y por lo que implica para nosotros”, dijo.

El nombre científico del tataré es Chloroleucon tortum. Habita en la Región Oriental y el Chaco húmedo. Preferentemente se encuentra en zonas abiertas, no tanto en el interior de los bosques. Es un árbol con follaje denso, hojas compuestas con foliolos pequeños, el tronco es tortuoso y tiene una corteza muy gruesa y rugosa, con textura de corcho. “Tataré” es una derivación de “tatane” (fuego hediondo), por el olor desagradable que desprende su madera verde al quemarse. Las ramas de los árboles silvestres suelen estar cubiertas por varias de estas especies.

“Cuando se inició A Todo Pulmón, plantar árboles era raro, no era algo atractivo, ni siquiera considerado importante. Trece años después, cualquiera siente la necesidad de plantar un árbol por todo lo que implica: la conexión con la naturaleza principalmente. La gente debe normalizar plantar un árbol y dejar de ser cómplice de los daños que algunos provocan a la naturaleza”, expresó Osvaldo Turlan, director de la ONG A Todo Pulmón.

COLOSOS DE LA TIERRA

Colosos de la Tierra es un concurso anual de la ONG A Todo Pulmón, que se originó en Paraguay con el objetivo de concienciar a la población sobre la importancia de preservar los bosques nativos y el respeto a los árboles.

El proyecto a su vez busca desarrollar una campaña de comunicación que permita conocer el concurso y que la gente participe candidatando a su árbol, premiarlo a través de las personas que lo postularon por su voluntad de conservarlos, además de elaborar un documental audiovisual y realizar un registro fotográfico de los árboles y las comunidades y familias que los cuidan.

Esto permite conocerlos y valorarlos a través de su difusión en medios de comunicación y las redes sociales y sistematizar el concurso, generando una base de datos georreferenciada de todos los postulantes y un mapa para visualizarlos. Este año hubo 713 árboles postulantes a nivel país en comparación a los 662 inscriptos del año pasado.

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