Obra de teatro reflexiona sobre el drama de las relaciones familiares y los choques intergeneracionales en una época mediada por el fabuloso desarrollo de las comunicaciones que, al tiempo de acercar, imponen barreras que a veces resultan infranqueables.

  • Por Julio de Torres
  • Fotos: Gentileza

Entre el drama y la comedia, como la vida misma, la obra de tea­tro “Salve madre” representa a una madre de clase media que realiza confesiones esca­brosas a sus hijos, desnu­dando la falsa moral impe­rante. Al mismo tiempo, se aborda una temática actual aún no suficientemente estudiada como las barreras generacionales en el seno del entorno familiar.

Las relaciones al interior de los núcleos de parentesco se han complejizado enor­memente, en parte bajo el impulso del extraordina­rio desarrollo de las tecno­logías de la comunicación que, en lugar de poner en común, muchas veces ter­minan creando islas de per­sonas superpuestas en un espacio físico, pero separa­das por el influjo de fuerzas y tramas sociales que no ter­minan aún de ser desentra­ñadas por completo.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Más allá de cualquier consi­deración de índole moral o afectiva, la organización en grupos por filiación bioló­gica ha sido un factor deter­minante que ha coadyuvado a la especie humana a sobrevi­vir e imponerse a un entorno hostil y amenazante. Cómo, pues, esta ventaja adaptativa ha trocado en las sociedades actuales en un fenómeno que puede ser asimilado a, resca­tando la figura de Jean Paul Sartre, ese “infierno que son los otros”.

UN ACCIDENTE

En efecto, hay una máxima que reza lo siguiente: “La familia no está obligada a quererte, conocerte o prote­gerte porque las familias son accidentes biológicos”. Esta termina sugiriendo que uno debe “buscar a su familia con personas que lo respeten, lo amen y lo cuiden”.

Esta teoría, al menos una parte de lo que encara, por momentos plausible, encuen­tra su antípoda en la postura del escritor francés Guy de Maupassant, que dice que un hijo tiene noción del amor por la madre en el momento de la última separación, es decir, la muerte de esta.

La sentencia de Maupas­sant deviene hecho desarro­llado en motivo en “Salve madre”, que propone una historia que refleja una situa­ción que afecta a las nuevas generaciones y que merece algunos señalamientos.

Se percibe que la problemá­tica millenial es poco traba­jada, salvo comprender los resultados de esa problemá­tica que suscita el no resol­verla. O no tenerla clara. La generación que más estudia y que no consigue trabajo, que la rema y se subordina a los convencionalismos de gene­raciones de sus padres, deja abiertos varios puntos de aná­lisis, empezando por el hecho de ser la más deprimida. Por un lado, el relacionamiento entre padres e hijos se ve cada vez más vedado por el muro tecnológico que comunica incomunicando.

Ello se traduce de la misma manera en que se desen­vuelve la relación con los que rodean al individuo. Se cum­ple una máxima abordada por la teoría de la vida líquida del filósofo Zygmunt Bauman. No se comprende hasta hoy los motivos por los cuales el afrontar la vida, con todo el cúmulo de problemas que ella acarrea cuando uno es más experimentado, es conside­rado una pérdida de tiempo.

DISIDENCIA

Esa noción se manifiesta en la manera en que se desa­fía la relación incluso con la principal disidencia de las vidas de los clasemedieros que viven en familias tradi­cionales: el cuestionamiento de los padres que son testigos de los procesos de los hijos.

Esa relación cambió con el correr del tiempo, es bien sabido. La indignación de las viejas generaciones es la queja presente que se hace eterna y que las nuevas gene­raciones, hoy protagonizadas por millenials en la mitad de sus existencias, no entende­rán nunca.

Sin embargo, un esbozo de esa relación, con las particu­laridades y puntos críticos de la clase media, se desarrolla de una manera tediosa y pun­tillosa en “Salve madre”.

La persistencia de la confron­tación es el combustible de la convivencia y que se con­vierte en motivo de reunión cuando la cercanía deja de ser diaria, cuando no se vive, en el caso de esta historia, con la madre.

Tras la máscara de cada hijo en esta obra, los que nos juga­mos por superar la problemá­tica de todavía vivir con nues­tros padres enfrentamos una partida perdida de antemano que tiene que ver con la lucha de poderes entre generacio­nes hoy casi opuestas y, en ocasiones, severamente ene­migas. No obstante, hay una rendija por donde se escapa una luz de raciocinio y que, dentro de todo, deja abierto un hálito de compasión: Car­men Roster, la madre.

Carmen, en cuanto bastión y símbolo de resistencia que sobresale en la historia de sociedades conservadoras, signadas por el patriarcado, es obligada, como tantas mujeres, a asumir diferen­tes roles desconocidos por los hijos.

Hablo de hijos si es que una mujer llega a ser madre, cosa que no necesariamente hoy es un motivo de superación para ellas.

APARIENCIAS

El miembro de una socie­dad que se tambalea entre definirse y pretender como algo que no es dejará en la vertiente de posibilidades creerse lo que no es. Y ese es un distractor que quiebra la armonía. Yo, madre, me vendo a mi hijo como algo que no soy, pero pretendo ser. Y es ahí que la máscara social adquiere nuevos mati­ces, expresiones, caracteres.

El personaje de Carmen es el de una madre que pelea por la aceptación a pesar de la disparidad latente en su vida personal. Hijos de diferen­tes padres, parejas diferen­tes… Son solo dos aspectos que deben mirarse con len­tes diferentes que, a la larga, ni ella es capaz de ponérselos.

Pero igual sabe dónde está parada. Aun así, sabe de las limitaciones morales para evitar pretender dar lecciones de vida buena. Y el quid está ahí. Nos encontramos ante un personaje que no es hipócrita y que tampoco se conforma. Se la pinta como alguien que tiene clara la situación y deja en terreno de los hijos que ellos sean los que definan sus situaciones y se entiendan.

UN MURO

Esa tarea es la que hoy los millenials y centenials, generalmente herma­nos, no logran realizar. Es esperanzador pensar que, al menos, sean conscientes de ello. “Salve madre” toca eso y replica en la necesi­dad de que la comunica­ción que suscita la tecno­logía avanzada, reduciendo las relaciones en un clic o en un toque o en tres men­sajes de Whatsapp, deje de ser un muro.

Desde sus inicios el teatro ha tenido una función repara­dora, catárquica, según la ter­minología acuñada por Aris­tóteles. Por tanto, cuando Edipo mata a su padre, for­nica con su madre y luego se arranca los ojos, Sófocles brinda una historia aleccio­nadora por la vía negativa haciéndose eso de esa fuerza natural que previene contra el incesto y el parricidio.

“Salve madre”, por tanto, a pesar del cuadro descrito, asume una postura irredi­miblemente esperanzadora, pues ocuparse de los dramas que aquejan a la existencia humana es por definición resultado de la convicción de que es posible superarlos.

LA OBRA

Escrita y dirigida por Daniel Gómez, “Salve madre” cuenta con la actuación de Lour­des Llanes en el papel de la madre. Esta actriz paraguaya vuelve al escenario luego de quince años.

En los roles de cada hijo se cuenta con la participación de Julio Petrovich, Ximena Ayala y Marcos Moreno. La pro­ducción general está a cargo de Jazmín Romero, actriz y gestora cultural, junto con Ciudad Teatro; con la asis­tencia de dirección de Alejan­dro Ramírez y la producción audiovisual de Dea Pompa.

Las funciones se realizarán este domingo 4 y el próximo viernes 9, sábado 10 y domingo 11 de setiembre, a las 20:30, en la sala Molière de la Alianza Francesa de Asunción (Maris­cal Estigarribia 1039).

Dejanos tu comentario