Hasta la vida más agitada tiene sus momentos plácidos. Y un domingo soleado, aunque el frío ataque, es como un regalo que vale la pena disfrutar. Y Clota, la esposa del coronel Cuenca, es la protagonista de este nuevo capítulo de “Aldea de penitentes”, donde todo parece ponerse de acuerdo para hacerla feliz a pesar de la desgracia de una amiga…

  • Por Pepa Kostianovsky

A pesar del frío, ese domingo el Coro­nel se había insta­lado en el sillón de la galería a tomar mate mientras leía los diarios.

Cuando Clota despertó, ya el sol entibiaba la primera jor­nada clara después de una ris­tra de días lluviosos.

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- ¿Vos estás loco para sen­tarte ahí? Entrá que te va a agarrar una pulmonía y des­pués yo voy a ser la que tenga que cuidarte.

Rosalía disponía el desayuno en el comedor, donde ya había encendido los leños. Desde la cocina llegaba el olor de la yerba quemada.

Elizardo obedeció gustoso.

Che Rubia, se murió el marido de tu amiga.

¿Quién? –preguntó Clota per­signándose.

La que nos vendió el terreno.

¿El marido de Raquel? ¡Vir­gen santísima! ¿Qué le habrá pasado?

No creo que haya sido de tanto trabajar.

No hables así, que ya descansa en paz.

Muy cansado no creo que haya estado. A lo mejor de borracho o que se murió. Pobre infeliz. Liberal tenía que ser para ser inútil.

Mirá, estas estúpidas ya saca­ron un aviso de las compañe­ras de colegio y no me avisa­ron. Voy a llamar a preguntar de qué se murió

¿A esta hora? ¿A una de tus compañeras? Estarán todas durmiendo.

Llamá pues vos a la Policía para que te den el informe.

Esos son unos inútiles –rezongó el Coronel. Pero llamó.

Clota aprovechó para untar otra tostada con manteca y miel.

Se suicidó –anunció Elizardo al terminar de escuchar la versión policial.

¡Madre de Dios! –dijo Clota, volviendo a santiguarse, con el cuchillo cargado de man­teca en la mano.

Se pegó un tiro, ayer a la tarde. ¡Qué bárbaro!

Pobrecita Raquel. Tan sacri­ficada. ¿Quién podía imagi­nar que iba a tener esa mala suerte en la vida? ¿Te acordás lo linda que era? Ahora si la ves, parece su propia abuela. Cuando viene para traer hue­vos te juro que tengo ganas de darle limosna de raída que anda.

Siempre fue una flaca “man­daparte”, parecía que olía mierda. Linda eras vos, con esas tetas y ese culo especta­cular que tenías.

¡Ay por favor, Elizardo, no seas grosero! Dios te está escu­chando.

Hasta Dios se ha de acordar del culo que vos tenías.

¿Cómo que tenía? ¿Y ahora qué? –coqueteó Clota.

Vení un poco a la pieza voy a revisar –invitó Elizardo. Y se dirigió al dormitorio como un cacique, seguido por la mujer, que sonriente apuraba el paso.

Ese domingo fue completo para Clota: después del almuerzo familiar y de una corta siesta, fue al entie­rro prendida del brazo de su esposo. Luego la acompañó a misa. Cuando regresaban, ella lanzó el proyecto que venía cocinando desde meses atrás:

Estaba pensando, Papito. Para ayudarle a Raquel ¿por qué no me das un capitalito para asociarme con ella en la granja? Y podemos proveerle a la Intendencia y al Ministe­rio de Salud. Así, de paso que hago una caridad, yo también me gano unos pesitos para mis macanitas.

Puede ser –asintió el coronel.

Clota Bogado de Cuenca no olvidó agradecer en sus ora­ciones al Espíritu Santo y a monseñor Escrivá.

Etiquetas: #Domingo#sol

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